No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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09.05.2013 Views

No digas que fue un sueño 127 Terenci Moix -No tan curioso. Octavia es, sin duda, una gran mujer. Lástima que sea necesario sacrificarla... pero a fin de cuentas esto es el poder. Sacrificios que pasan por bondades en nombre del bien común. Sea, pues. ¡Y a por Octavio! -¿Con qué armas? -Con las que me dispongo a poner en tus manos. Y son éstas: que pongas en las mías los territorios que pertenecían a Egipto cuando Roma tuvo la mala idea de acudir en nuestra ayuda. ¡Una ayuda que se ha convertido en un yugo! -Ni siquiera el amor me otorga poderes para darte lo que no es mío. -Tú acabas de decirlo: no es tuyo... porque es mío. Y vas a devolvérmelo haciendo uso de las facultades que te concede tu cargo de procónsul de Oriente... -Le tendió un documento que desde hacía rato observaba con gran atención. Y añadió-: Sólo tienes que firmarlo. Con esta rúbrica, Octavio conocerá su primera derrota. A medida que Antonio leía el pergamino su desconcierto iba en aumento. No por la perfección de estilo que Cleopatra imprimía a su latín, pues no era aquel soldado hombre capaz de admirarse ante tales finuras, sino porque se le solicitaba una cantidad de territorios que ponían al Cercano Oriente en manos del trono egipcio. La petición implicaba un desafío directo al Senado romano. Incluía la entrega a Egipto de los territorios ribereños del Jordán, Armenia, Fenicia, la Arabia Nabatea, la península del Sinaí y las islas de Chipre y Creta. Después de leerlo varias veces, sacudiendo la cabeza como un muñeco, terminó recitándolo en alta voz. Lejos de inmutarse ante su azoramiento, Cleopatra añadió con absoluto dominio de sí misma: -Y una parte de Judea. ¿O es que no sabes leer tu propio idioma? -El territorio de Jericó. ¡El más rico en bosques! Lo he omitido intencionadamente... A medida que hablaba, su voz iba subiendo de tono hasta que llegó a colmar la medida de la exaltación-: ¡Y continuaré omitiéndolo porque esta donación me coloca contra el rey Herodes, mi amigo y aliado! -Pero no el mío, Antonio. Para mi fortuna o mi desgracia descubrí hace ya mucho tiempo que sólo tengo un aliado. Se llama Egipto. Y puede ser también el tuyo si alcanzas a entender el verdadero significado de mi petición. -¿Eres una reina o una vulgar camorrista? ¡No frunzas el ceño! Sé perfectamente que soy basto. Puedo serlo mucho más si me provocan. Y tú lo estás haciendo. Me obligas a ponerme contra el mundo. -¡Pobre estúpido! Lo que estoy haciendo es acercarte más y más a tu antiguo sueño. ¿O acaso lo has olvidado? Lo soñamos juntos, Antonio, como antes lo soñé con César. ¡Y es la herencia que me dejó Alejandro y todos los monarcas de mi familia! -Mi sueño. El camino de Oriente. ¿O era sólo el amor que hace poco te pedía en vano? -En ambos casos caminará a tu lado la reina de Egipto. Y entonces la mujer salió del cuerpo de la reina, la mujer salió incluso de sí misma y, empujada por el brío de su quimera, se arrojó en brazos del hombre y deseó sentirse protegida. -Marco Antonio, toda mi fuerza se inclina ante ti para pedirte que la tomes. ¡Libérame de ella, pues en verdad me hastía! No es cómodo ser fuerte, porque el valor agobia igual que las piedras que arrastran los esclavos en las canteras de Elefantina. Toma mi fuerza por un tiempo, y haz que la reina de Egipto pueda amar de nuevo y sin avergonzarse a aquel gallardo capitán que parecía dispuesto a devorar el mundo con sus hermosos dientes blancos.

No digas que fue un sueño 128 Terenci Moix Él la cubrió de besos. Y mientras lo hacía sintió que el sueño se acercaba. Y que desde un cómodo trono junto al mar, su amor se convertía en un cetro que gobernaría sobre todos los tronos de la tierra. -¡Reina pendenciera! ¿Qué más pide nuestro sueño? -Debes coronar a Cesarión como rey de Egipto. -¡Sangre romana en el trono de los faraones! No deja de ser divertido. Y ya que empiezo a conocer tu ambición, imagino que, después, la parte egipcia de Cesarión aspirará al trono de Roma. -Eso nunca. Los derechos de Cesarión han de ser otros. Los romanos nunca aceptarán a un rey. Fue esta pretensión la que le costó la vida a César. No debes olvidarlo, incluso cuando acaricies tus propias pretensiones. Pongámonos contra quienes gobiernan Roma, pero sin que el pueblo nos odie por ello. Lentamente, los brazos que rodeaban el grácil cuerpo de Cleopatra recobraron la fuerza que ella creía perdida. Un corazón indómito reanudaba sus latidos bajo el pecho que recibía su cabeza. Del poderoso cuello volvía a brotar una risotada enérgica llena de orgullo, en modo alguno quebrada por las indecisiones del vino. Y ella sintió que el amado la liberaba finalmente de su fuerza. -¡Apostaré mi vida entera por una sola carta! -exclamó Antonio-. ¡Que nuestro sueño la lleve a la victoria! Transcurrieron los meses sobre las cúpulas doradas de Antioquía. Y los soldados romanos acampados extramuros supieron que su general los mantendría inactivos durante algún tiempo. La conquista de Partia debería esperar porque había regresado la Serpiente del Nilo. Mientras la naturaleza teñía con colores oscuros los bosques de encinas, mientras los cielos se empapaban de negro anunciando la estación de las grandes lluvias, el palacio de Marco Antonio se fue llenando con los abigarrados tonos propios de un zoco abierto a todas las aportaciones. Y Cleopatra se ocupaba personalmente de que éstas respondiesen a la necesidad de mantener continuamente avivados los sentidos. Pues del mismo modo que conocía los imperativos de renovación constante que exige la belleza, no ignoraba que los sentidos se avivan mejor cuanto más apropiados son los objetos que los rodean. Así devolvió a su amante el gusto por el refinamiento y la obsesión por el lujo. ¡Voluptuosos incentivos del deseo! Ninguno hubo que no entrase por los ojos antes de llegar al sexo. Se presentó la reina sobre alfombras de vistosos colores, pobladas por bestias quiméricas -grifos, dragones, aves fénix- o bien resaltadas por ornamentaciones geométricas cuya exquisitez rayaba con la filigrana pura. Se apoyó la reina en muebles de formas fantasiosas, construidos con los metales y maderas más preciados de Asia. Planeó que ningún objeto que llegase a tocar el romano fuese vulgar o ni siquiera conocido. Hizo que le sirviesen los mejores vinos en airosos vasos de vidrio esmaltado que reproducían las esfinges alíferas que fueron adoradas por culturas ya extinguidas. Buscó los más suntuosos recipientes de porcelana azul a fin de recoger suntuosamente sus vómitos en los excesos de la borrachera (por demás continua). Puso incrustaciones de nácar en las puertas de su estudio, carbunclos en su silla de lectura, oro en el fondo de su bañera y plata del Sinaí en los bordes de su calzado. Asimismo en la gran mesa de los mapas, destinada a absorberle durante muchas horas de meditación, no faltaron escribanías de cobre repujado, vasos de exquisito damasquinado y hasta lámparas de marfil. Todo ello en medio de una intensa exhalación de perfumes y esencias que contribuían a encender el ánimo del amante al tiempo que llenaban de indignación a sus oficiales.

<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

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<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

Él la cubrió de besos. Y mientras lo hacía sintió <strong>que</strong> el <strong>sueño</strong> se acercaba. Y <strong>que</strong> desde<br />

<strong>un</strong> cómodo trono j<strong>un</strong>to al mar, su amor se convertía en <strong>un</strong> cetro <strong>que</strong> gobernaría sobre<br />

todos los tronos de la tierra.<br />

-¡Reina pendenciera! ¿Qué más pide nuestro <strong>sueño</strong>?<br />

-Debes coronar a Cesarión como rey de Egipto.<br />

-¡Sangre romana en el trono de los faraones! <strong>No</strong> deja de ser divertido. Y ya <strong>que</strong><br />

empiezo a conocer tu ambición, imagino <strong>que</strong>, después, la parte egipcia de Cesarión<br />

aspirará al trono de Roma.<br />

-Eso n<strong>un</strong>ca. Los derechos de Cesarión han de ser otros. Los romanos n<strong>un</strong>ca aceptarán<br />

a <strong>un</strong> rey. Fue esta pretensión la <strong>que</strong> le costó la vida a César. <strong>No</strong> debes olvidarlo, incluso<br />

cuando acaricies tus propias pretensiones. Pongámonos contra quienes gobiernan Roma,<br />

pero sin <strong>que</strong> el pueblo nos odie por ello.<br />

Lentamente, los brazos <strong>que</strong> rodeaban el grácil cuerpo de Cleopatra recobraron la<br />

<strong>fue</strong>rza <strong>que</strong> ella creía perdida. Un corazón indómito reanudaba sus latidos bajo el pecho<br />

<strong>que</strong> recibía su cabeza. Del poderoso cuello volvía a brotar <strong>un</strong>a risotada enérgica llena de<br />

orgullo, en modo alg<strong>un</strong>o <strong>que</strong>brada por las indecisiones del vino. Y ella sintió <strong>que</strong> el<br />

amado la liberaba finalmente de su <strong>fue</strong>rza.<br />

-¡Apostaré mi vida entera por <strong>un</strong>a sola carta! -exclamó Antonio-. ¡Que nuestro <strong>sueño</strong><br />

la lleve a la victoria!<br />

Transcurrieron los meses sobre las cúpulas doradas de Antioquía. Y los soldados<br />

romanos acampados extramuros supieron <strong>que</strong> su general los mantendría inactivos<br />

durante algún tiempo. La conquista de Partia debería esperar por<strong>que</strong> había regresado la<br />

Serpiente del Nilo.<br />

Mientras la naturaleza teñía con colores oscuros los bos<strong>que</strong>s de encinas, mientras los<br />

cielos se empapaban de negro an<strong>un</strong>ciando la estación de las grandes lluvias, el palacio<br />

de Marco Antonio se <strong>fue</strong> llenando con los abigarrados tonos propios de <strong>un</strong> zoco abierto a<br />

todas las aportaciones. Y Cleopatra se ocupaba personalmente de <strong>que</strong> éstas<br />

respondiesen a la necesidad de mantener continuamente avivados los sentidos. Pues del<br />

mismo modo <strong>que</strong> conocía los imperativos de renovación constante <strong>que</strong> exige la belleza,<br />

no ignoraba <strong>que</strong> los sentidos se avivan mejor cuanto más apropiados son los objetos <strong>que</strong><br />

los rodean.<br />

Así devolvió a su amante el gusto por el refinamiento y la obsesión por el lujo.<br />

¡Voluptuosos incentivos del deseo! Ning<strong>un</strong>o hubo <strong>que</strong> no entrase por los ojos antes de<br />

llegar al sexo. Se presentó la reina sobre alfombras de vistosos colores, pobladas por<br />

bestias quiméricas -grifos, dragones, aves fénix- o bien resaltadas por ornamentaciones<br />

geométricas cuya exquisitez rayaba con la filigrana pura. Se apoyó la reina en muebles<br />

de formas fantasiosas, construidos con los metales y maderas más preciados de Asia.<br />

Planeó <strong>que</strong> ningún objeto <strong>que</strong> llegase a tocar el romano <strong>fue</strong>se vulgar o ni siquiera<br />

conocido. Hizo <strong>que</strong> le sirviesen los mejores vinos en airosos vasos de vidrio esmaltado<br />

<strong>que</strong> reproducían las esfinges alíferas <strong>que</strong> <strong>fue</strong>ron adoradas por culturas ya extinguidas.<br />

Buscó los más s<strong>un</strong>tuosos recipientes de porcelana azul a fin de recoger s<strong>un</strong>tuosamente<br />

sus vómitos en los excesos de la borrachera (por demás continua). Puso incrustaciones<br />

de nácar en las puertas de su estudio, carb<strong>un</strong>clos en su silla de lectura, oro en el fondo<br />

de su bañera y plata del Sinaí en los bordes de su calzado. Asimismo en la gran mesa de<br />

los mapas, destinada a absorberle durante muchas horas de meditación, no faltaron<br />

escribanías de cobre repujado, vasos de exquisito damasquinado y hasta lámparas de<br />

marfil.<br />

Todo ello en medio de <strong>un</strong>a intensa exhalación de perfumes y esencias <strong>que</strong> contribuían<br />

a encender el ánimo del amante al tiempo <strong>que</strong> llenaban de indignación a sus oficiales.

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