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No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

119<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

Los heraldos <strong>que</strong> cabalgaban a toda brida por la fértil vega de Antioquía parecían<br />

enlo<strong>que</strong>cidos. Sus gritos traspasaron las murallas, se apoderaron de los guardianes y<br />

llegaron hasta la gente sencilla, <strong>que</strong> <strong>fue</strong> transmitiendo el mensaje por todos los puestos<br />

del mercado. Y a<strong>un</strong><strong>que</strong> Antioquía distaba alg<strong>un</strong>as millas del mar, nadie <strong>que</strong>dó sin<br />

conocer el prodigio.<br />

-¡Oro sobre las aguas! ¡El mar se ha vuelto loco!<br />

-¡Un cofre de tesoros cabalga sobre las olas!<br />

<strong>No</strong> tardó en saber la ciudad <strong>que</strong> <strong>un</strong>a galera de porte excepcional bordeaba sus costas.<br />

Los vigías acababan de atisbarla allá a. lo lejos, destacando sobre el horizonte siempre<br />

igual, siempre impertérrito. Y pese a la indiferencia habitual de los antio<strong>que</strong>nses,<br />

habituados a cuantos esplendores podía proponer el intenso trueco cosmopolita de su<br />

ciudad, la noticia convirtióse en <strong>un</strong> acontecimiento <strong>que</strong> aportaba infiltraciones de pasión<br />

a <strong>un</strong> verano demasiado parecido a todos los demás.<br />

<strong>No</strong>bles y plebeyos, sirios y extranjeros, hombres y mujeres pusieron penachos a sus<br />

corceles; otros prepararon las sillas de manos; los más llenaron carros con parientes y<br />

amigos; pero al cabo, todos salieron de las murallas en dirección a la costa. La noticia se<br />

había esparcido de tal modo <strong>que</strong> la ciudad <strong>que</strong>dó vacía. Y, alg<strong>un</strong>os desde el puerto, otros<br />

desde las rocas, contemplaron con ojos asombrados el lento bogar de la nave egipcia<br />

<strong>que</strong> iba en busca del procónsul de Roma en Oriente.<br />

Desde su palacio j<strong>un</strong>to al mar, Marco Antonio gritaba el nombre de Cleopatra. Su<br />

invocación había dado resultado. Cierta diosa egipcia en quien le enseñaron a creer,<br />

pese a <strong>que</strong> no recordaba su nombre, demostraba más poderío <strong>que</strong> todas las divinidades<br />

del Panteón romano. Y bajo el cielo más puro <strong>que</strong> se había visto en mucho tiempo, sobre<br />

las aguas más diáfanas <strong>que</strong> Antioquía conociese en muchas l<strong>un</strong>as, la galera dorada de<br />

Cleopatra tri<strong>un</strong>faba con <strong>un</strong> arrebato de belleza y <strong>un</strong> manifiesto afán de espectacularidad.<br />

¡El gran espectáculo de Oriente volvía a causar el asombro en los mares!<br />

Antonio lo expresaba desde su mirador privilegiado. J<strong>un</strong>to a él, aferrados al vino, sus<br />

oficiales lanzaban llamas por los ojos.<br />

-Es muy astuta -murmuró Fonteyo Cápito-. Conoce el mejor modo de despertar el<br />

asombro de <strong>un</strong> procónsul <strong>que</strong> se aburre.<br />

-¿Asombro, dices? -y Marco Antonio suspiró prof<strong>un</strong>damente-. Con sólo saber <strong>que</strong> llega<br />

se despierta mi pasión, se inflama mi deseo, alientan mis ímpetus como si volviese a ser<br />

el primer día.<br />

-N<strong>un</strong>ca oí hablar de modo tan rendido al semental más insaciable de Occidente.<br />

Marco Antonio se echó a reír con ansiedad, mientras apuraba de <strong>un</strong> solo trago <strong>un</strong>a<br />

copa de falerno.<br />

-Por<strong>que</strong> n<strong>un</strong>ca conociste a nadie como la jaca egipcia. He tardado mucho tiempo en<br />

comprenderlo. Pero ahora sé <strong>que</strong> está mucho más allá de mi razón. Y al mismo tiempo<br />

excede mi locura.<br />

La galera parecía arder sobre las aguas. La popa era de oro, las velas de púrpura, los<br />

mástiles de marfil. Y tanto perfume esparcían los esclavos <strong>que</strong> el propio viento<br />

languideció al llevarse a la ciudad <strong>un</strong> mensaje de rosas.<br />

Los remos, <strong>que</strong> eran de plata, recordaban con sus golpes el sonido de mil flautas,<br />

divinamente melodiosas. Forzaban al agua a seguir más aprisa, como si se hubiese<br />

enamorado de ellos.<br />

En cuanto a Cleopatra, su aparición empobreció a todas las bellezas <strong>que</strong> la<br />

custodiaban y volvió a ser Venus rediviva. Bajo su baldaquino, hecho de brocado de oro,<br />

había sido colocado <strong>un</strong> lecho de piedra calcárea <strong>que</strong> al recibir las insinuaciones del sol,

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