El viaje de El viaje de Tivo el Arriesgado
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Manuel Alfonseca Por fin decidieron aplazar la decisión. Al día siguiente volverían a visitar el templo para observar más atentamente el lugar. Tal vez descubrieran algo que les hubiera pasado desapercibido e incluso pudiera ser que se presentara una oportunidad de conseguir lo que deseaban. Tivo estaba casi dispuesto a intentarlo en presencia de todo el mundo, apoyándose en la sorpresa para apoderarse del objeto y escapar antes de que nadie lograra reaccionar. De todas formas, Toral le hizo prometer que no haría nada sin estar razonablemente seguro del éxito. Para prever cualquier eventualidad, decidieron tener preparados tres caballos, así como pellejos de agua y una provisión suficiente de alimentos, por si era preciso abandonar precipitadamente la ciudad. El día siguiente se les hizo muy largo, tanto más cuanto que no esperaban conseguir nada de forma inmediata, aquella misma noche. Tampoco se atrevían a pedir información sobre la Bola de Duva, por temor a que alguien sospechara y adivinara su propósito. El sol se puso. El tiempo, que había amanecido nublado, fue empeorando a lo largo del día hasta el punto de que, cuando los tres conspiradores salieron de la casa, amenazaba inminentemente una tormenta. Las calles estaban tan oscuras que no vieron una sombra que surgía de pronto de una travesía próxima a la casa de Toral y que les seguía. Llegaron al templo y ocuparon su lugar en la fila de visitantes. Avanzaron lentamente, penetraron en el interior y se acercaron por segunda vez a la tarima donde estaba la urna, flanqueada por dos centinelas. Ninguno de ellos era el soldado que el día anterior se había fijado en Tivo y Elavel, como si sospechara algo. Estaban ya en el centro del recinto, junto a su objetivo. Era el momento de tomar la decisión de actuar ahora o dejarlo para otra ocasión mejor. De pronto se oyó ruido de pasos acompasados. En la entrada del templo apareció un grupo de soldados dirigidos por un civil. Era Valaz. Junto a él estaba el guardián del día anterior, que evidentemente les había delatado. Señalando hacia Tivo y sus amigos, Valaz exclamó: -¡Detenedlos! ¡Quieren destruir la Bola de Duva! Toral reaccionó inmediatamente. -¡A la torre! -gritó a sus compañeros y corrió hacia la puertecilla, seguido de cerca por Tivo y Elavel, antes de que los guardianes de la urna pudieran evitarlo. Al otro lado de la estrecha entrada comenzaba una escalera empinadísima, que los tres fugitivos subieron con toda la velocidad que les permitían las piernas. Tras ellos oían el ruido de la persecución. Llegaron a la terraza. Se accedía a ella por una trampilla muy pesada que lograron levantar, dejaron caer ante sus perseguidores y aseguraron con una barra de metal que se introducía en dos anillas dispuestas al efecto. Por el momento se sintieron relativamente seguros, aunque comprendían que sus enemigos no tardarían en buscar medios más contundentes para penetrar en su refugio. Poco a poco, los sitiadores se cansaron de dar golpes en la trampilla, aguardando la llegada de refuerzos. De pronto se hizo el silencio debajo de ellos y se oyó un terrible 70
El viaje de Tivo el Arriesgado estrépito, al tiempo que toda la torre temblaba. Al tremendo golpe del ariete sucedió otro, y otro más. La madera de la trampilla comenzó a resquebrajarse. -¡Kial, ayúdanos! -exclamó Elavel, mientras corría al lado de sus compañeros que, situados frente a la trampilla, se disponían a vender caras sus vidas. Del cielo nublado, negro como la tinta, descendió una sombra oscura. Un momento más tarde, el hombre-murciélago se posaba sobre la terraza, junto a ellos. Mirándolos con infinita tristeza, habló así: -He venido, como os predije, para ayudaros en el momento de vuestra mayor necesidad. Mientras esto decía, un último golpe violento hizo saltar en pedazos la tapa de la abertura. Inmediatamente, varias cabezas aparecieron en el hueco, pero quedaron inmóviles al ver a Kial. Éste avanzó hacia ellos. Sus enemigos retrocedieron. Se hizo un silencio absoluto. Kial se acercó a la boca de la escalera y bajó a ésta. Los klíraítas descendieron ante él. Todos ellos desaparecieron de la vista de los tres amigos, que se habían quedado como clavados en tierra. -Vamos tras él -dijo Toral, dando un codazo a Tivo, quien movió la cabeza como si tratara de despejarse. Cogiendo el brazo de Elavel, condujo a la muchacha tras de su compañero. La escalera estaba desierta. Al pie de los escalones vieron que el templo había sido abandonado hasta por los centinelas. Todos habían salido en silencio a la explanada, retrocediendo ante el avance de Kial. De un salto, Toral subió a la tarima, golpeó la urna de cristal con el pomo de la espada y la rompió en mil pedazos. Guardando entre sus ropas la Bola de Duva, se dirigió hacia la entrada del templo, seguido por sus compañeros. En la plaza se había reunido una enorme multitud que se retiraba delante del hombremurciélago, que continuaba avanzando lentamente. Por fin, en el centro de la explanada, Kial se detuvo, apoyando la espalda en el monumento y cruzando los brazos sobre el pecho. Durante algunos momentos, que parecieron eternos a todos los presentes, todos mantuvieron una inmovilidad absoluta. Kial contemplaba a los klíraítas y éstos le miraban fijamente, como hipnotizados. De pronto, como si se hubiera roto un hechizo, se deshizo el silencio. Una babel de gritos y aullidos procedentes de los espectadores se elevó en un estruendo repentino. - ¡Es el demonio Kial! ¡Matadlo! -repetían cientos de voces. Al mismo tiempo, algunos de los circunstantes le atacaron con piedras y palos, que le arrojaron desde una distancia prudencial. Por el momento, nadie se atrevía a acercarse a él. Kial no se movió ni hizo ademán alguno. Elavel dio un grito y se lanzó a la carrera hacia el centro de la plaza, pero Toral fue más rápido. Alcanzándola en cuatro zancadas, la sujetó fuertemente mientras le decía: 71
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Manu<strong>el</strong> Alfonseca<br />
Por fin <strong>de</strong>cidieron aplazar la <strong>de</strong>cisión. Al día siguiente volverían a visitar <strong>el</strong> templo para<br />
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<strong>de</strong>sapercibido e incluso pudiera ser que se presentara una oportunidad <strong>de</strong> conseguir lo<br />
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lograra reaccionar. De todas formas, Toral le hizo prometer que no haría nada sin estar<br />
razonablemente seguro <strong>de</strong>l éxito. Para prever cualquier eventualidad, <strong>de</strong>cidieron tener<br />
preparados tres caballos, así como p<strong>el</strong>lejos <strong>de</strong> agua y una provisión suficiente <strong>de</strong><br />
alimentos, por si era preciso abandonar precipitadamente la ciudad.<br />
<strong>El</strong> día siguiente se les hizo muy largo, tanto más cuanto que no esperaban conseguir<br />
nada <strong>de</strong> forma inmediata, aqu<strong>el</strong>la misma noche. Tampoco se atrevían a pedir<br />
información sobre la Bola <strong>de</strong> Duva, por temor a que alguien sospechara y adivinara su<br />
propósito.<br />
<strong>El</strong> sol se puso. <strong>El</strong> tiempo, que había amanecido nublado, fue empeorando a lo largo <strong>de</strong>l<br />
día hasta <strong>el</strong> punto <strong>de</strong> que, cuando los tres conspiradores salieron <strong>de</strong> la casa, amenazaba<br />
inminentemente una tormenta. Las calles estaban tan oscuras que no vieron una sombra<br />
que surgía <strong>de</strong> pronto <strong>de</strong> una travesía próxima a la casa <strong>de</strong> Toral y que les seguía.<br />
Llegaron al templo y ocuparon su lugar en la fila <strong>de</strong> visitantes. Avanzaron lentamente,<br />
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Estaban ya en <strong>el</strong> centro <strong>de</strong>l recinto, junto a su objetivo. Era <strong>el</strong> momento <strong>de</strong> tomar la<br />
<strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> actuar ahora o <strong>de</strong>jarlo para otra ocasión mejor.<br />
De pronto se oyó ruido <strong>de</strong> pasos acompasados. En la entrada <strong>de</strong>l templo apareció un<br />
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Valaz exclamó:<br />
-¡Detenedlos! ¡Quieren <strong>de</strong>struir la Bola <strong>de</strong> Duva!<br />
Toral reaccionó inmediatamente. -¡A la torre! -gritó a sus compañeros y corrió hacia la<br />
puertecilla, seguido <strong>de</strong> cerca por <strong>Tivo</strong> y <strong>El</strong>av<strong>el</strong>, antes <strong>de</strong> que los guardianes <strong>de</strong> la urna<br />
pudieran evitarlo. Al otro lado <strong>de</strong> la estrecha entrada comenzaba una escalera<br />
empinadísima, que los tres fugitivos subieron con toda la v<strong>el</strong>ocidad que les permitían<br />
las piernas. Tras <strong>el</strong>los oían <strong>el</strong> ruido <strong>de</strong> la persecución.<br />
Llegaron a la terraza. Se accedía a <strong>el</strong>la por una trampilla muy pesada que lograron<br />
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seguros, aunque comprendían que sus enemigos no tardarían en buscar medios más<br />
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Poco a poco, los sitiadores se cansaron <strong>de</strong> dar golpes en la trampilla, aguardando la<br />
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