El viaje de El viaje de Tivo el Arriesgado

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09.05.2013 Views

-¿Tú que opinas? -preguntó Tivo. Manuel Alfonseca -Ya te dije, en otra ocasión, que las cuestiones sobrenaturales no me interesan. Kial no me ha perjudicado nunca, por lo que me considero neutral hacia él. De todas formas, es justo que os avise de las consecuencias que puede tener para vosotros declararos abiertamente en su favor mientras estéis en mi país. -Yo no pienso negar su amistad. ¡Sería indigno! -exclamó Elavel. -No es eso lo que te sugiero. Absténte, simplemente, de mencionarlo. Prosiguieron la marcha con gran cuidado, conduciendo por la brida a los caballos a lo largo de la peligrosa cornisa. El camino que hubieron de recorrer de esta forma no era muy prolongado: unos trescientos pasos, todo lo más. Pero emplearon casi media hora en atravesarlo de parte a parte. Cuando al fin pusieron pie de nuevo en terreno firme, todos ellos, sin excluir a Toral, emitieron un fuerte suspiro de alivio. La tensión nerviosa que acababan de sufrir había sido muy grande. Ésta fue la última dificultad que encontraron en esta etapa de su viaje. Poco después de dejar atrás el abismo sin fondo, terminó bruscamente la región de las colinas. La última ladera les llevó hasta una llanura muy extensa, que se perdía de vista en el horizonte del oeste y que estaba cruzada por un ancho río. Al verlo, Toral dijo a sus compañeros: -Éste es el río Gilo, que antes de llegar al mar une sus aguas con las del Levi. En la confluencia de ambos se encuentra la ciudad de Klír. Aun hubieron de seguir adelante durante diez largos días, pero la cercanía de la meta de su viaje y la seguridad que Toral les proporcionó de que lo peor ya había pasado y que la marcha no presentaría nuevos contratiempos, les dieron ánimos. A veces Tivo rompía a cantar, murmurando con voz queda alguna tonada de su país. Sólo el recuerdo de Larsín le entristecía de cuando en cuando. Por fin, un día, a la caída de la tarde, divisaron a lo lejos la cinta plateada de otro río que confluía con el que venían siguiendo al otro lado de un montículo. Los últimos rayos del sol poniente se reflejaban sobre la cumbre de éste en mil y una cúpulas y minaretes dorados, rojos y azules, alrededor de los cuales se extendían, por las laderas del cerro y en las cercanías de sus faldas, numerosos tejados de color rojo ladrillo y negro pizarra. Ante sus ojos veían, por primera vez, la ciudad de Klír, donde esperaban encontrar la respuesta a todas sus preocupaciones, el objetivo de su viaje y el medio de devolver la salud a Aguamarina. Habían transcurrido setenta y dos días desde su partida de Itin. El día estaba ya muy avanzado y pernoctaron por última vez al aire libre, pero tan pronto despuntó el alba reanudaron la marcha. Era temprano aún cuando llegaron al puente que atravesaba el río Gilo al pie del cerro sobre el que se alzaba la ciudad y en las afueras de ésta. Una vez sobre el puente se encontraron en medio de un tráfico animado. Unos viandantes se dirigían, como ellos, a la ciudad, llevando mercancías en carros tirados por bueyes. Otros procedían de Klír y marchaban a los campos próximos a realizar sus tareas cotidianas. 66

El viaje de Tivo el Arriesgado Toral les guió a través de un laberinto de callejuelas en las que Elavel y Tivo se habrían perdido irremisiblemente sin su ayuda. El rey interrogó a su amigo respecto a la facilidad con que habían podido entrar en la ciudad, que no estaba amurallada y en cuyos accesos no parecía haber un cuerpo de guardia digno de tal nombre. -No sucede lo mismo en Ecto o en Cti, ciudades fronterizas del país -explicó el klíraíta-. Pero la capital se encuentra a una distancia considerable de la estepa y del reino de Tacta, nuestros vecinos más peligrosos. Además, los caminos que llevan hasta aquí no son fáciles de recorrer para un ejército numeroso. La región de las colinas nos proporciona una protección considerable. -A pesar de todo, supongo que alguna vez habréis sido atacados -insistió Tivo. -Ciertamente, pero siempre sin éxito. Esta ciudad no ha caído jamás en manos del enemigo. Es más: nos enorgullecemos de no haberle permitido acercarse a menos de tres días de marcha. Por esta razón, como veis, la vigilancia está relajada y no tenemos excesivo temor a los extraños. -Espero que esto nos favorezca -murmuró el rey. Poco después, Toral hizo alto ante una casa de aspecto sencillo y bien cuidado, que se encontraba en una calle no demasiado estrecha que ascendía en pendiente bastante pronunciada, lo que les indicó que estaban en las faldas del cerro de Klír. El barrio tenía un aspecto algo más elegante que las zonas próximas a la entrada de la ciudad. Seguramente vivían aquí mercaderes y artesanos relativamente desahogados. A juzgar por el aspecto de la ciudad, vista de lejos, las secciones más ricas se encontraban en la parte alta de la capital. -Aquí vivo yo -dijo Toral-. ¡Pasad! Desmontaron, entregaron los caballos a un sirviente y entraron en la casa. Ésta, amueblada con gusto, estaba atendida por una fiel criada, que lanzó gritos de alegría al ver a su amo y recibió con deferencia a sus invitados. Toral les había advertido que no pronunciaran palabra sobre su misión en presencia de nadie que no fuera él mismo. Tivo y Elavel se vieron, por tanto, obligados a guardar silencio durante bastantes horas, pues la noticia del regreso del dueño de la casa se extendió rápidamente, recibiéndose numerosas visitas de amigos, parientes y colegas que deseaban conocer noticias de los países que había visitado o, simplemente, volver a verle después de su larga ausencia. Toral presentó a sus compañeros de viaje como comerciantes de lejanas tierras. Nadie demostró demasiado interés en ellos, limitándose a hacerles algunas preguntas corteses sobre la distancia a la que se encontraba su país y los principales productos del mismo. Toral mostró gran impaciencia por obtener noticias de Valaz, que sin duda había llegado a Klír antes que ellos, pero nadie pudo darle razón de él. Su ex-compañero parecía haberse esfumado totalmente. -No se habría perdido nada si hubiese caído al abismo sin fondo -dijo. Elavel se horrorizó. A pesar de lo ocurrido, no deseaba la muerte de Valaz. 67

-¿Tú que opinas? -preguntó <strong>Tivo</strong>.<br />

Manu<strong>el</strong> Alfonseca<br />

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justo que os avise <strong>de</strong> las consecuencias que pue<strong>de</strong> tener para vosotros <strong>de</strong>clararos<br />

abiertamente en su favor mientras estéis en mi país.<br />

-Yo no pienso negar su amistad. ¡Sería indigno! -exclamó <strong>El</strong>av<strong>el</strong>.<br />

-No es eso lo que te sugiero. Absténte, simplemente, <strong>de</strong> mencionarlo.<br />

Prosiguieron la marcha con gran cuidado, conduciendo por la brida a los caballos a lo<br />

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Ésta fue la última dificultad que encontraron en esta etapa <strong>de</strong> su <strong>viaje</strong>. Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>jar atrás <strong>el</strong> abismo sin fondo, terminó bruscamente la región <strong>de</strong> las colinas. La última<br />

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-Éste es <strong>el</strong> río Gilo, que antes <strong>de</strong> llegar al mar une sus aguas con las <strong>de</strong>l Levi. En la<br />

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Aun hubieron <strong>de</strong> seguir a<strong>de</strong>lante durante diez largos días, pero la cercanía <strong>de</strong> la meta <strong>de</strong><br />

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Por fin, un día, a la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, divisaron a lo lejos la cinta plateada <strong>de</strong> otro río que<br />

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dorados, rojos y azules, alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> los cuales se extendían, por las la<strong>de</strong>ras <strong>de</strong>l cerro y<br />

en las cercanías <strong>de</strong> sus faldas, numerosos tejados <strong>de</strong> color rojo ladrillo y negro pizarra.<br />

Ante sus ojos veían, por primera vez, la ciudad <strong>de</strong> Klír, don<strong>de</strong> esperaban encontrar la<br />

respuesta a todas sus preocupaciones, <strong>el</strong> objetivo <strong>de</strong> su <strong>viaje</strong> y <strong>el</strong> medio <strong>de</strong> <strong>de</strong>volver la<br />

salud a Aguamarina. Habían transcurrido setenta y dos días <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su partida <strong>de</strong> Itin.<br />

<strong>El</strong> día estaba ya muy avanzado y pernoctaron por última vez al aire libre, pero tan<br />

pronto <strong>de</strong>spuntó <strong>el</strong> alba reanudaron la marcha. Era temprano aún cuando llegaron al<br />

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