El viaje de El viaje de Tivo el Arriesgado
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Manuel Alfonseca -Eran dos de los monstruos del desierto, de la misma raza que los que terminaron con la expedición del rey Duva. Ignoro si poseen inteligencia aunque, después de haberlos visto, dudo que tengan mucha. -Entonces, una de las piezas del rompecabezas pudo caer en su poder -repuso Elavel-. ¿No haríamos bien en buscarla? -No estoy seguro de que estos seres sean capaces de reconocer el valor de un objeto mágico, aun cuando lo tengan a su alcance. Si se apoderaron de él, seguramente lo habrán perdido durante los tres siglos largos transcurridos. -Entonces temo que sería inútil buscarla -dijo Tivo-. Debió de quedar abandonada en el desierto hace mucho tiempo y, o bien alguien la encontró y se la llevó consigo, o estará enterrada bajo la arena. Al mediodía del día siguiente percibieron por primera vez una señal de que el fin de la travesía del desierto no se hallaba lejano. Directamente frente a ellos y en la dirección de su marcha, distinguieron a gran distancia un objeto blanco que destacaba en el horizonte. Pronto no les cupo duda de su naturaleza: era una cumbre nevada. A medida que se acercaban a ella vieron surgir a su alrededor otras tres manchas semejantes. Lo que les aguardaba en el oeste, por consiguiente, no era una montaña aislada, sino todo un macizo o quizá, incluso, una cordillera. Su marcha se prolongó aún por espacio de otros cinco días. Pero no llegaron a sufrir escaseces y la vista de las montañas, que cada día se acercaban visiblemente, les alegró en extremo y les dio fuerzas para resistir las últimas penalidades de esta etapa de su viaje. Diez días después de la partida de la boca del túnel que les sirvió para abandonar el valle perdido, llegaban por fin a las estribaciones de la nueva cordillera. Pronto encontraron comida y agua, aunque no en abundancia. Caía la noche cuando los viajeros alcanzaron uno de los contrafuertes de la primera montaña que habían distinguido a lo lejos, en el desierto. Estaban rodeando el saliente rocoso para llegar a su vertiente norte, donde esperaban encontrar un lugar adecuado para pasar la noche, cuando se abrió ante ellos la boca oscura y de aspecto imponente de una caverna enorme. 34
El viaje de Tivo el Arriesgado 7. LA CAVERNA DE LA MONTAÑA -¿Qué hacemos? -consultó Tivo a sus compañeros-. ¿Entramos? -Es un sitio tan bueno como cualquier otro para pasar la noche -exclamó Elavel. -Pero también puede ser el cubil de algún animal salvaje -dijo Larsín. Tivo estudió el terreno en las proximidades de la boca de la caverna. Al cabo de un rato, dijo: -No parece haber por aquí huellas ni restos de comida. Creo que esta cueva está deshabitada. -Lo dudo -repuso Larsín-. Es un lugar demasiado conveniente. En cualquier caso, es casi de noche. No es el momento más adecuado para explorar una caverna desconocida. -El día y la noche no tienen importancia ahí dentro -dijo Tivo, asomándose a la boca de la cueva-. Parece muy profunda. ¿Qué opinas, Elavel? -No lo sé. Es posible que Larsín tenga razón y esta caverna sea la guarida de alguna bestia feroz, pero en ese caso estamos igualmente en peligro aquí fuera. Suponed que saliera. -Al menos podríamos verla y tal vez huir de ella -exclamó Larsín-. Ahí dentro estaremos perdidos si somos atacados en plena oscuridad. -Creo que no terminaremos con éxito esta aventura si nos comportamos siempre con prudencia -adujo Tivo-. He decidido entrar. Si queréis seguirme, podéis hacerlo. Si no, iré solo. -Por supuesto que vamos contigo -exclamaron sus dos compañeros. Algunos árboles resinosos que crecían cerca de la entrada les proporcionaron la materia prima necesaria para fabricar unas cuantas antorchas. Así preparados, nuestros viajeros trabaron sus cabalgaduras, regresaron a la boca de la caverna y se dispusieron a entrar. Lo primero que vieron sus ojos fue un espacio inmenso, rodeado por todas partes por la negrura más absoluta. La luz de las antorchas se perdía a treinta pasos de distancia, sin descubrir las paredes ni el techo del recinto. Sólo en las proximidades de la entrada eran visibles las dos grandes murallas de roca que la enmarcaban y que se alejaban rápidamente en ángulo muy abierto. -Esto es enorme -susurró Tivo-. Parece como si la montaña estuviera hueca. -¡Adelante! -exclamó Elavel. 35
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Manu<strong>el</strong> Alfonseca<br />
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Al mediodía <strong>de</strong>l día siguiente percibieron por primera vez una señal <strong>de</strong> que <strong>el</strong> fin <strong>de</strong> la<br />
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Su marcha se prolongó aún por espacio <strong>de</strong> otros cinco días. Pero no llegaron a sufrir<br />
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Diez días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la partida <strong>de</strong> la boca <strong>de</strong>l tún<strong>el</strong> que les sirvió para abandonar <strong>el</strong><br />
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