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• Una amistad andaluza. Correspondencia<br />
entre Julio Caro Baroja y Gerald Brenan<br />
> GerAlD BrenAn y cAro BAroJA<br />
• Enterrad mi corazón en Wounded Knee.<br />
Historia india del Oeste americano<br />
> Dee BroWn<br />
• La invención del mundo<br />
> oliVier rolin<br />
• Ya verás<br />
> PeDro SorelA<br />
• Diarios indios<br />
> cHAntAl MAillArD<br />
• Fumadores de opio<br />
> JUleS BoiSSiÈre<br />
• El despertar de Samoilo<br />
> DAniel SAMoiloVicH<br />
• El lago de los botes<br />
> eDGArDo DoBry<br />
CORRESPONDENCIA<br />
Una amistad singular<br />
Gerald Brenan (1894-1987),<br />
en una carta a V. S. Pritchett de 1983,<br />
consideró a Julio Caro Baroja (1914-<br />
1995) el más brillante y el más erudito<br />
de todos los escritores de España. Según<br />
Gathorne-Hardy, Caro “fue el único<br />
amigo íntimo que Gerald tuvo entre los<br />
españoles” (Jonathan Gathorne-Hardy,<br />
Gerald Brenan. El castillo interior: Biografía,<br />
El Aleph, 2003). En cuanto al autor de<br />
Los Baroja, menciona a Brenan con relación<br />
a la casa que el gran erudito compró<br />
en Churriana, por intercesión del<br />
escritor inglés, y hace referencia, en otro<br />
momento, a The Spanish Labyrinth (1943)<br />
y a que su casa era centro de muchos<br />
escritores ingleses, además de lugar de<br />
saraos notables. No es mucho para tra-<br />
54 <strong>Letras</strong> <strong>Libres</strong> abril 2006<br />
Gerald Brenan<br />
y Caro Baroja<br />
Una amistad<br />
andaluza.<br />
Correspondencia<br />
entre Julio Caro<br />
Baroja y Gerald<br />
Brenan<br />
Ed. Caro Raggio,<br />
Madrid, 2006,<br />
237 pp.<br />
tarse de dos escritores importantes que<br />
entraron en contacto en 1953, cuando<br />
Caro escribió a Brenan tras haber leído<br />
su libro sobre los orígenes de la Guerra<br />
Civil española y The Literature of the Spanish<br />
People y dialogaron durante veinte<br />
años. Pero sabríamos más si se hubieran<br />
conservado todas las cartas que Caro<br />
envió a su corresponsal, residente entonces<br />
en Churriana (Málaga).<br />
La publicación, a cargo de Carmen<br />
Caro de la correspondencia existente de<br />
ambos escritores revela estas ausencias<br />
pero también datos importantes para<br />
conocer su amistad. Se han conservado<br />
nueve cartas de Caro y 41 de Brenan.<br />
Por las cartas de Brenan sabemos que<br />
hacía tiempo que quería conocer a Caro<br />
y que, a lo largo de los años, leyó sus<br />
libros con provecho y admiración. La<br />
última carta de Brenan es de octubre<br />
de 1970, así que no sabemos qué pensó<br />
de esa gran biografía familiar que es<br />
Los Baroja. Cabe pensar que debió de<br />
interesarle mucho y decepcionarle un<br />
poco. En 1974 Brenan publica Personal<br />
Record (1920-1972), memorias en las que<br />
no menciona a Caro, como nos recuerda<br />
Carmen Caro sin duda con alguna<br />
indignación. ¿Cómo se explica esta au-<br />
> Gerald Brenan<br />
• Y del esparto la invariabilidad (Antología:<br />
1983-2004)<br />
> JoSé KoZer<br />
• Libra<br />
> Don Delillo<br />
• Diccionario de adioses<br />
> GABriel AlBiAc<br />
• El huésped<br />
> GUADAlUPe nettel<br />
sencia? Quizás, teniendo en cuenta los<br />
pocos nombres españoles que aparecen<br />
en sus memorias. De hecho, Brenan<br />
estuvo fascinado por España (la mayoría<br />
de sus libros y artículos tienen por tema<br />
su historia, literatura y costumbres),<br />
pero dialogó, sobre todo, con ingleses.<br />
Caro Baroja y Gerald Brenan fueron<br />
personas muy distintas, aunque tuvieron<br />
afi nidades intelectuales y temas<br />
comunes. Caro fue un erudito excepcional,<br />
que abarcó la arqueología, la<br />
antropología, la historia, el folclore...<br />
Hombre elegante y reservado, de pensamiento<br />
escéptico y poco dado a elucubraciones<br />
fi losófi cas o fantasías teóricas,<br />
estaba tocado, como Pío Baroja, por<br />
un espíritu realista. Su mentalidad es<br />
clasifi catoria y científi ca y, muy español<br />
en esto: desconfi ado con la imaginación<br />
y sus saltos. Fue, de nuevo como<br />
su tío, y al parecer por decisión personal,<br />
soltero, y la sexualidad así como el<br />
enamoramiento están ausentes de sus<br />
consideraciones. Cuenta, es cierto, un<br />
noviazgo que no prosperó, pero apenas<br />
revela nada de sus pasiones, si las tuvo.<br />
La imagen femenina más fuerte en sus<br />
memorias es su madre, a cuya muerte<br />
pasó por un momento verdaderamente<br />
crítico. Como él dijo de sí mismo,<br />
sufrió de un puritanismo del que trató<br />
de desembarazarse sin conseguirlo. Él<br />
mismo explicó que había disociado el<br />
amor del placer físico y no creo que se<br />
entregara nunca a este último. Espíritu
nada gregario, orgullosamente independiente,<br />
vivió fuera de la Universidad<br />
y de las instituciones. A diferencia<br />
de muchos escritores de su generación<br />
(Laín Entralgo, Ridruejo, Rosales, Maravall)<br />
no fue falangista ni se dejó tentar<br />
por los delirios del nacional-socialismo<br />
alemán, aunque hay que decir que<br />
los mencionados, y no por casualidad,<br />
fueron de los que tuvieron el valor de<br />
cambiar. Caro fue un hombre honrado<br />
en una España donde la vileza, alimentada<br />
por el régimen dictatorial, tocó<br />
a muchos. Caro Baroja mantuvo una<br />
amplia correspondencia con el antropólogo<br />
Julian Pitt-Rivers (1919-2001),<br />
por la que podríamos saber numerosos<br />
datos de nuestro gran erudito, pero lamentablemente<br />
está inédita.<br />
En cuanto a Brenan, comparte con<br />
Caro cierto valor personal y esa apuesta<br />
por la tarea solitaria y terca (cada uno<br />
a su manera). Brenan también fue un<br />
erudito, pero de forma más desordenada<br />
e impulsiva: escribió un solo libro de<br />
historia, aunque quedará como pionero<br />
en su tema, y, más allá de matices o<br />
alguna falta notable, por su lucidez a la<br />
hora de desentrañar los antecedentes de<br />
nuestra Guerra Civil. Es verdad que en<br />
su extraordinario Al sur de Granada (que<br />
gustó a Caro, según se deduce de una<br />
carta) hay algo de historia, también de<br />
geología, botánica y folclore, pero todo<br />
eso está integrado en unas memorias y<br />
en un testimonio que abarca disciplinas<br />
distintas que no excluyen la literatura.<br />
También hizo historia literaria, en su<br />
notable e imaginativa Historia de la literatura<br />
española, a la que hay que añadir<br />
su biografía de Juan de la Cruz. Durante<br />
muchos años escribió cientos y cientos<br />
de páginas sobre Teresa de Jesús, pero<br />
finalmente destruyó el manuscrito. Brenan<br />
fue también novelista, elogiado por<br />
Cyril Connolly pero denostado por casi<br />
el resto. Mantuvo muchas correspondencias,<br />
algunas de ellas copiosas, en las<br />
que las confesiones personales –relativas<br />
a veces a sus amores y controvertida<br />
sexualidad– se mezclan con ensayos<br />
sobre la literatura francesa, española,<br />
alemana, inglesa o rusa. Una selección<br />
de la cruzada con su gran amigo Ralph<br />
Partridge fue recogida en Best of Friends<br />
(1986). La cultura de Brenan fue enorme,<br />
quizás tanto como la de su joven<br />
amigo español... A diferencia de Caro,<br />
Brenan siempre anduvo detrás de alguna<br />
mujer y las fiestas en su casa, a las que<br />
a veces invitaba a Caro cuando andaba<br />
cerca –y siempre declinaba– debieron<br />
de ser notables.<br />
Pasemos ahora a mirar un poco estas<br />
cartas. Hay unas aseveraciones de Brenan,<br />
en 1955, que Caro sin duda habrá<br />
sentido como suyas: “cuanto más vivo,<br />
otorgo menos importancia al talento<br />
y más a la integridad, al carácter y a<br />
la moral”. Las referencias a los libros<br />
mutuos son siempre ligeras, aunque tocadas<br />
por una rápida admiración, sean<br />
los estudios de Caro sobre epigrafía y<br />
numismática o su obra sobre el Sahara.<br />
Pero nos enteramos de que La realidad<br />
Histórica de España (1954) de Américo<br />
Castro le pareció a Caro, como la de<br />
casi todos los intelectuales españoles,<br />
“producto de una imaginación rabínica”;<br />
también, que no se sentía muy<br />
cercano de la excesiva posición fisiológica<br />
de Unamuno ante el mundo y<br />
que –ahora vemos a don Julio patinar<br />
un poco– prefería el Càntic espiritual de<br />
Joan Maragall a “toda la poesía castellana<br />
de nuestra época junta”. De hecho,<br />
la lectura de poesía no era su fuerte, y<br />
cuando quería leer algo de este género,<br />
antes que a cualquier poeta español leía<br />
a Alfred de Vigny. Brenan fue mejor<br />
lector de literatura, incluida la poesía,<br />
aunque recuerdo que elogió algo tan insoportablemente<br />
absurdo (poéticamente)<br />
como “La tierra de Alvargonzález”<br />
de Antonio Machado. En 1954 Brenan<br />
confiesa (ay) que ha estado defendiendo<br />
el franquismo ante Aiken (quizás para<br />
complacerlo, porque Aiken creía que<br />
Franco y los españoles eran lo mismo y<br />
de lo mejor en esta estrecha relación).<br />
Debió Brenan de insistir un poco en<br />
esta visión de la política española, porque<br />
en 1955 le responde que ahora él<br />
entiende mejor la postura de las gentes<br />
conservadoras. “Pero lo malo es –añade–<br />
que también comprendo mejor la<br />
de los revolucionarios, así es que nada<br />
adelanto con ello”. Y concluye: “El<br />
psicólogo se hace conservador, el sociólogo,<br />
reformista”. Pero Brenan era<br />
agudo en sus reticencias y en su visión<br />
de futuro: creyó que los republicanos no<br />
hicieron todo lo que debían para salvar<br />
su proyecto político, pero que en ese<br />
periodo se dio un extraordinario florecimiento<br />
de la inteligencia, del que en<br />
el futuro los españoles podrían sentirse<br />
orgullosos. Supone “que España no será<br />
nunca un país de la Europa Occidental<br />
hasta que sus potenciales económicos<br />
se desarrollen y la brecha entre el nivel<br />
de vida de las clases trabajadoras y las<br />
clases medias se estreche”. También<br />
pensó –en otra parte– que el futuro<br />
de España pasaba por una monarquía<br />
parlamentaria y un triunfo del partido<br />
socialista... Todo esto antes de la muerte<br />
de Franco.<br />
A diferencia de Caro, admiró a Menéndez<br />
Pelayo como crítico literario.<br />
Caro le cuenta la muerte de Ortega y<br />
Gasset y valora al hombre y a la obra,<br />
aunque Caro apenas si se interesó por<br />
la filosofía de su siglo. Ortega le parecía<br />
“un hombre muy del país”, sin duda<br />
junto con Unamuno el intelectual más<br />
influyente de su tiempo, pero frente<br />
a Galdós, Pío Baroja y Azorín, tanto<br />
Unamuno como Ortega, “estos dos profesores<br />
argumentadores y políticos”, le<br />
parecen muy típicos, muy mediterráneos<br />
y muy de ágora. ¡Pobre Sócrates!<br />
A Brenan no le gustan las sociedades<br />
cerradas, como las musulmanas (acaba<br />
de visitar Tánger, Fez, Mequinez) pero<br />
ama los pueblos pequeños y aburridos<br />
en los que ve una paciente enseñanza de<br />
la vida matizada, imagino que como el<br />
matrimonio. Abreviando este baturrillo<br />
propio del guisado de las correspondencias:<br />
tras la muerte de su mujer, la<br />
poeta norteamericana Gamel Wolsey,<br />
después de más de treinta años de matrimonio,<br />
el viejo y siempre renovado<br />
don Geraldo mantiene una nueva relación<br />
con una jovencísima Lynda Nicholson<br />
(a la que lleva cincuenta años)<br />
y se siente más feliz que nunca con su<br />
pupila y amante. Pero me temo que esto<br />
ya fue demasiado para don Julio (que<br />
nunca aceptó tutearse con Brenan ni<br />
con casi nadie), y rehusó pasar por la<br />
abril 2006 <strong>Letras</strong> <strong>Libres</strong> 55
Libros<br />
casa del viejo sátiro imaginativo, ahora<br />
situada en Alhaurín el Grande, y, por lo<br />
que se ve, el diálogo, ya mermado, tocó<br />
a su fi n. ¿Una amistad íntima, como<br />
afi rmó Gathorne-Hardy? No lo creo,<br />
pero sí una larga conversación erudita<br />
y educada basada en la mutua admiración,<br />
aunque nos faltan cartas para<br />
saber más, y tal vez no estén escritas. ~<br />
– JUAn MAlPArtiDA<br />
HISTORIA<br />
Voz para los olvidados<br />
56 <strong>Letras</strong> <strong>Libres</strong> abril 2006<br />
Dee Brown<br />
Enterrad<br />
mi corazón en<br />
Wounded Knee.<br />
Historia india del<br />
Oeste americano<br />
trad. Carlos<br />
Sánchez<br />
Rodrigo,<br />
Madrid, Turner,<br />
2005, 459 pp.<br />
Lo ocurrido el 29 de diciembre<br />
de 1890 en Wounded Knee ha sido<br />
relatado en infi nidad de ocasiones.<br />
Constituye, de hecho, una referencia<br />
ineludible en cualquier cronología o<br />
historia de los Estados Unidos. Aquel<br />
día, al menos ciento cincuenta sioux<br />
–algunos autores hablan de casi trescientos–,<br />
hombres desarmados, mujeres<br />
y niños, fueron abatidos por un destacamento<br />
del Séptimo de Caballería en<br />
las cercanías del arroyo de Wounded<br />
Knee, en territorio de Dakota. Poco<br />
antes, no lejos de ahí, en Standing Rock,<br />
el jefe Toro Sentado había muerto de<br />
una bala en la cabeza cuando la policía<br />
india intentaba detenerle y poner fi n<br />
a una manifestación de la misteriosa<br />
“danza de los espíritus”. El juego de espejos<br />
traía necesariamente al recuerdo<br />
otra masacre, la de Little Big Horn, en<br />
el vecino territorio de Montana, en 1876,<br />
que segó la vida del general Custer y<br />
muchos de sus hombres, pertenecientes<br />
a aquel mismo mítico regimiento. Entre<br />
una y otra fecha, la situación había dado<br />
un vuelco que se antojaba defi nitivo.<br />
Wounded Knee simboliza la conclusión<br />
de las denominadas “guerras indias”. La<br />
frontera del Oeste desapareció en 1890<br />
y los indios, como los en otros tiempos<br />
abundantes búfalos de las praderas,<br />
fundamento de su economía y de su<br />
cosmología, se convirtieron entonces<br />
en una especie en real peligro de extinción.<br />
Solamente una pequeñísima parte<br />
sobreviviría en las reservas. El ganado<br />
vacuno y el hombre blanco pasarían a<br />
ocupar aquellas tierras.<br />
Los hechos de Wounded Knee dan<br />
título y, asimismo, ponen punto y fi nal<br />
al libro del estadounidense Dee Brown<br />
(1908-2002), Enterrad mi corazón en<br />
Wounded Knee. Historia india del Oeste<br />
americano, que la editorial Turner acaba<br />
de reeditar en España. La obra apareció<br />
por vez primera en inglés en 1970, convirtiéndose<br />
en un best-seller en Estados<br />
Unidos y en otros países, así como en<br />
una obra de “culto” en algunos sectores.<br />
La editorial Bruguera la tradujo<br />
y editó en español en 1971 e hizo varias<br />
reimpresiones. Un par de años antes<br />
de fallecer y tres décadas después de<br />
la publicación de la primera edición,<br />
Dee Brown escribió unas palabras –más<br />
formales que otra cosa– para prologar el<br />
libro. La edición actual de Turner, en<br />
la colección Armas y <strong>Letras</strong>, recupera la<br />
antigua traducción e incorpora el nuevo<br />
prefacio.<br />
Dee Brown se propone contrarestar<br />
la imagen transmitida, salvo contadísimas<br />
excepciones, por las populares<br />
películas, novelitas y cómics de<br />
indios y vaqueros, también denominados<br />
“del Oeste”. Se trata, a fi n de cuentas,<br />
de una reacción contra el manido<br />
estereotipo del salvaje despiadado. Para<br />
ello había que otorgar, en especial, la<br />
palabra a los indios. Como decía Lobo<br />
Amarillo, un indio de la tribu de los<br />
nez percés, citado por el autor en el libro:<br />
“Los blancos contaron sólo una<br />
parte, la que les placía. Dijeron muchas<br />
cosas falsas. Sólo sus mejores proezas,<br />
sólo los peores actos de los indios; eso<br />
es cuanto ha contado el blanco”. Las<br />
pocas voces de los indios que habían<br />
llegado hasta nosotros lo habían hecho<br />
a través de las plumas de los blancos.<br />
Era imprescindible, por consiguiente,<br />
recuperar las voces indias del pasado,<br />
que todavía podían encontrarse en<br />
pictogramas, antiguos textos y, por encima<br />
de todo, en una fecunda historia<br />
oral, recopilada desde fi nales del siglo<br />
xix. A partir de estas fuentes, inéditas<br />
en gran medida, Brown construye una<br />
narración de la conquista del Oeste<br />
“según fue vivida por sus víctimas y<br />
valiéndome de sus propias palabras en<br />
lo posible”. La segunda parte de la frase<br />
merece un pequeño comentario. Cada<br />
capítulo empieza con las palabras de<br />
uno o más protagonistas de esta historia,<br />
y muchas partes terminan con la letra<br />
de una canción. Asimismo se utiliza<br />
frecuentemente la manera india de<br />
nombrar a las personas y las cosas: el<br />
“hombre blanco”; el “gran padre”, esto<br />
es, el presidente de los Estados Unidos;<br />
“Cabellos Largos Custer” o “Chaqueta<br />
de Oso Miles”; o, en referencia a una fecha<br />
concreta, la “luna de la hierba seca”<br />
o “la luna que cambia la cornamenta del<br />
ciervo”. Las palabras construyen signifi -<br />
cados y transmiten siempre particulares<br />
y complejas visiones del mundo.<br />
En el libro se relatan los acontecimientos<br />
de la etapa 1860-1890; unas<br />
décadas, como escribe el autor, de<br />
“increíble violencia, codicia, astucia,<br />
riqueza de sentimientos y exhuberancia<br />
en todos los aspectos”. La guerra<br />
civil americana, los expolios de tierras,<br />
el incumplimiento de todos los tratados<br />
fi rmados con los indios, el confi namiento<br />
en míseras reservas, los éxodos, las<br />
batallas y la corrupción de las ofi cinas<br />
de asuntos indios desfi lan a lo largo de<br />
las páginas de este volumen. Apaches,<br />
comanches, cheyenes, navajos y sioux,<br />
entre otros, y jefes como Caballo Loco,<br />
Toro Sentado, Cochise, Jerónimo, Joseph<br />
o Manuelito, constituyen los auténticos<br />
protagonistas. Brown construye un relato<br />
en el que la famosa frase atribuida<br />
al general Sheridan, identifi cando a los<br />
indios buenos con los indios muertos,<br />
constituye una buena síntesis de la actitud<br />
del “hombre blanco”. No resulta<br />
difícil pensar, en muchos pasajes, en la<br />
memorable escena de la gran película de
John Ford, The Searchers (Centauros del desierto),<br />
de 1956, en la que Ethan Edwards,<br />
interpretado por John Wayne, dispara a<br />
los ojos de un comanche muerto y semienterrado.<br />
El libro de Dee Brown es, más de<br />
tres décadas después de haber sido<br />
escrito, un clásico. Y como tal debe<br />
leerse. Su aparición causó un notable<br />
impacto por su reivindicación de una<br />
voz para los grandes olvidados de la<br />
historia norteamericana. Ponía en letras<br />
de molde el fi nal del sueño del pueblo<br />
indio, para decirlo en palabras de Alce<br />
Negro. El toque de alerta y el tono reivindicativo<br />
fueron sus mayores virtudes,<br />
pero no conseguían esconder lagunas,<br />
inexactitudes y generalizaciones. De<br />
ahí que, por ejemplo, en The Limits<br />
of Liberty: American History, 1607-1992<br />
(1995), Maldwyn A. Jones escriba que<br />
el libro de Brown es un relato popular<br />
claramente favorable a los indios, pero<br />
escasamente fi able. Enterrad mi corazón<br />
en Wounded Knee sigue siendo hoy una<br />
lectura agradable y recomendable,<br />
siempre teniendo en cuenta, está claro,<br />
que la historia de los Estados Unidos<br />
en la segunda mitad del siglo xix y, específi<br />
camente, la de los pueblos indios,<br />
se ha nutrido en los últimos tiempos de<br />
innovadores, profundos e interesantes<br />
estudios. La voluntad de comprender<br />
sustituye a los maniqueísmos. Al fi n y al<br />
cabo, el libro de Dee Brown ha pasado a<br />
convertirse en integrante destacado de<br />
la historia, de una historia india.<br />
– JorDi cAnAl<br />
NOVELA<br />
Y el verbo creó el mundo<br />
Olivier Rolin<br />
La invención<br />
del mundo<br />
trad. Carlos<br />
Manzano,<br />
Reverso,<br />
Barcelona, 2005,<br />
567 pp.<br />
La invención del mundo de Olivier<br />
Rolin supuso en el momento de su<br />
publicación en Francia (1993) una doble<br />
anomalía: era una rareza literaria en<br />
tanto que constituía un esfuerzo léxico<br />
y sintáctico sin precedentes desde el<br />
nouveau roman (e incluso, si me apuran,<br />
desde Viaje al fondo de la noche de Louis-<br />
Ferdinand Céline) y, asimismo, resultaba<br />
un hecho insólito en el mercado<br />
editorial, pues iba a contracorriente de<br />
la lógica crematística y de los gustos<br />
gregarios del público. La recepción<br />
del libro, entre sus colegas y los profesionales<br />
de los medios literarios, fue<br />
paradójica: algunos lo apoyaron con<br />
entusiasmo, unos pocos se atrevieron<br />
a denostarlo (especialmente Josyane<br />
Savigneau en Le Monde) y la mayoría,<br />
perplejos y apocados, se encogieron de<br />
hombros. La invención del mundo debería<br />
haber sido un revulsivo para la novelística<br />
francesa, pero no fue así y ésta<br />
siguió sumida –con contadas excepciones–<br />
en su languidez y decadencia:<br />
Houellebecq es prueba de ello.<br />
La invención del mundo es la magna<br />
obra de Olivier Rolin: ni sus dos anteriores<br />
novelas (Phénomène futur y Bar<br />
des fl ots noirs) ni sus cuatro posteriores<br />
(Port-Soudan, Meroé, Tigre de papel y Suite<br />
à l'hôtel Crystal), pese a la correcta factura<br />
literaria de todas ellas, la igualan.<br />
Que este libro haya tardado doce años<br />
en traducirse al español (en una espléndida<br />
y trabajada versión de Carlos<br />
Manzano) también es una notable ano-<br />
malía que pone en evidencia la precaria<br />
salud de la literatura en España; lo cual<br />
honra todavía más la arriesgada apuesta<br />
de la editorial Reverso al optar por la<br />
calidad en lugar de buscar un posible y<br />
cómodo lucro.<br />
No es fácil de precisar, dada su complejidad,<br />
la composición de la obra.<br />
Consciente de ello Rolin, en una inhabitual<br />
posdata que debiera ser prólogo,<br />
defi ne sus propósitos y explica el método<br />
empleado para construir su atípica<br />
narración. Ahí reconoce la difi cultad<br />
de la tarea y cómo, desde un principio,<br />
ya que jamás podía aprehender y<br />
representar al mundo en su totalidad,<br />
estaba condenada al fracaso como les<br />
ocurrió a aquellos cartógrafos del relato<br />
de Borges (titulado “Del rigor en la<br />
ciencia” y perteneciente a El Hacedor)<br />
que pretendían realizar un mapa que<br />
coincidiera con su imperio. Un fi asco<br />
anunciado, pero relativo, pues de lo<br />
que se trataba era de demostrar que<br />
la literatura todavía podía forzar sus<br />
formas y llevar al límite sus recursos<br />
lingüísticos. Rolin recurre a una cita<br />
de Italo Calvino como emblema de<br />
su empresa: “La literatura no puede<br />
vivir salvo si se le asignan objetivos<br />
desmesurados o incluso imposibles de<br />
alcanzar. Si queremos que la literatura<br />
siga desempeñando su función, es<br />
necesario que los poetas y escritores<br />
se lancen a empresas que nadie podía<br />
imaginar”.<br />
El tema del libro –en consonancia<br />
con la pasión viajera de su autor– consiste<br />
en la descripción de los acontecimientos<br />
acaecidos durante un día en el<br />
mundo, para evidenciar que su diversidad<br />
conforma una heteróclita unidad.<br />
Parodiando a los teóricos de la economía,<br />
Rolin propone una “globalización<br />
verbal” del espacio y la multiplicidad.<br />
Comenzó a pergeñar este libro a partir<br />
del otoño de 1988 estableciendo una<br />
red de contactos por todos los continentes<br />
y solicitando que le enviasen<br />
un diario de su país correspondiente al<br />
22 de marzo (jornada equinoccial donde<br />
la luz tiene la misma duración que<br />
las tinieblas) del siguiente año. Tras<br />
una ardua labor de correspondencia,<br />
abril 2006 <strong>Letras</strong> <strong>Libres</strong> 57
Libros<br />
llamadas telefónicas y aseguración de<br />
compromisos, logró a finales de aquel<br />
marzo recibir 491 diarios en 31 lenguas.<br />
Después de encargar la traducción de<br />
la mayoría de ellos, inició un ingente<br />
trabajo para seleccionar los hechos más<br />
destacables, reunirlos por temas y dotarlos<br />
de calado literario. Es aquí donde<br />
se evidencia el talento narrativo de<br />
Rolin, pues no encontraremos ninguna<br />
brusquedad o cesura en la progresión<br />
de los sucesos, fluyendo las páginas en<br />
un continuo acorde aunque torrencial.<br />
Esa labor previa de escrutinio le llevó<br />
dos años, y otros tantos, la escritura de<br />
la trama del relato donde la realidad<br />
parece ficción, a pesar de que todos los<br />
sucesos contados sean verídicos, con la<br />
excepción de una historia que, según<br />
confiesa el autor, es falsa.<br />
La invención del mundo está narrada<br />
en primera persona. El narrador se erige<br />
en una suerte de Argos-panoptes (el<br />
que todo lo ve); un ojo hiperestésico<br />
que barre como un satélite la superficie<br />
terrestre a fin de vigilar, captar<br />
y constatar lo que allí ocurre. La voz<br />
del narrador, “araña telépata en su tela<br />
mundial”, es febril, vehemente y, en<br />
ocasiones, procaz. Suele contrastar sus<br />
opiniones con un interlocutor llamado<br />
Fix (homenaje al protagonista de La<br />
vuelta al mundo en ochenta días, de Julio<br />
Verne), quien representa la convención,<br />
lo canónico y el orden; a diferencia<br />
del facundo narrador que es puro<br />
instinto y caos.<br />
Detrás de la semántica de las palabras<br />
en idiomas extranjeros incluidas<br />
en el relato, suena el eco babélico de lo<br />
que una vez (¡bendito sea el mito!) fue<br />
una sola lengua. La confusión posterior<br />
poco importa ahora. La palabra, por<br />
serlo, nos humaniza y hermana razas<br />
e idiomas en tanto que logos. La palabra,<br />
el Verbo, permite que el mundo<br />
exista. “Enunciar significa producir”,<br />
decía Mallarmé. Al enunciar el mundo<br />
Rolin lo reinventa. De la misma manera<br />
que aquel demiurgo pintado por<br />
Blake que traza con compás y cartabón<br />
el universo, me imagino a Rolin, con su<br />
máquina de escribir y un mapamundi<br />
sobre la mesa, configurando el orbe<br />
58 <strong>Letras</strong> <strong>Libres</strong> abril 2006<br />
letra tras letra, pues “no hay tiempo ni<br />
lugar ni historia ni geografía que no<br />
sea un puro juego de letras”; vocal tras<br />
vocal, pues cada una de ellas impera<br />
en determinados ámbitos: “La A reina<br />
sobre los subterráneos [...], la E son los<br />
casquetes polares [...] la I es pirómana<br />
[...], la U hace serpentear sus alambiques<br />
de la tierra al cielo [...], azul la<br />
O”. Y así, conforme las palabras que<br />
resultan escritas cobran significado, va<br />
emergiendo el mundo.<br />
Desde el principio la narración<br />
dará cuenta de la simultaneidad de<br />
hechos que tienen lugar en el globo<br />
terráqueo. Una sincronía como si fuese<br />
la palpitación de un ser vivo. Una inmanencia.<br />
En la sucesión vertiginosa<br />
de los sucesos contados, unos eclipsan<br />
a otros, los reducen a inventario o<br />
dato de hemeroteca (del propio texto),<br />
como esas noticias que nutren a los tele-<br />
diarios caracterizadas por su fugacidad.<br />
Se enumeran los acontecimientos<br />
como si fuese una relación notarial,<br />
pero en algunos el narrador se detiene<br />
e irrumpe en ellos, les agrega fantasía e<br />
ímpetu, amplía su contexto, presupone<br />
sus posteriores y contingentes derroteros.<br />
Rolin expone lo acontecido evitando<br />
entrar en valoraciones morales: que<br />
sea el lector quien evalúe y saque sus<br />
propias conclusiones. Es obvio que no<br />
se puede inventariar todo. Sobresalen<br />
determinados sucesos (crímenes, robos,<br />
tragedias...), pero también alude, menos<br />
explícito, a hechos triviales como<br />
“la joven que se aburre en su casa” o “los<br />
locos que dan vueltas y más vueltas en<br />
su habitación de hospital”.<br />
Al igual que en La vida es sueño de<br />
Calderón de la Barca, el mundo constituye<br />
aquí un gran teatro, una escenificación<br />
constante y casi obscena (que<br />
excede el escenario). Palabras, frases,<br />
idiomas, argot, forman la arquitectura,<br />
barroca como las cárceles de Piranesi,<br />
de ese monumental escenario. Tantos<br />
son los individuos, lugares, nombres y<br />
casos convocados que, forzosamente,<br />
ese torbellino virtual satura el texto y lo<br />
conduce hasta el límite de la hipertrofia.<br />
Llega un momento en que todo es<br />
intercambiable y así “Dublín puede ser<br />
Raphahi, después Bo, luego Norwood”<br />
o las jóvenes que acompañan al narrador<br />
(Dana, Sonia, Naomi, Molly…)<br />
encarnan a una única e ideal fémina.<br />
El raudal de palabras es tan incesante<br />
y nervioso que conforme se va leyendo,<br />
el sentido se desnorta: el origen de la<br />
obra se desdibuja y su fin cobra cada vez<br />
más incertidumbre. Por otro lado, la<br />
acumulación suscita que las ausencias<br />
(siempre mayores que las presencias),<br />
cobren relieve y el vacío que se cierne<br />
sobre el mundo se haga manifiesto.<br />
No siempre el curso de la narración<br />
puede mantener su habitual<br />
ritmo ingenioso y frenético. Dada la<br />
extensión de la obra eran inevitables las<br />
similitudes, el fárrago o los desfallecimientos.<br />
Sin embargo, esos aspectos<br />
negativos no son frecuentes ni desequilibran<br />
la armonía del conjunto del<br />
texto. También hay que señalar que la<br />
lectura –que en ocasiones precisa una<br />
lentitud que choca con la rapidez en la<br />
enunciación de los hechos– agota tanto<br />
como asombra. Al final, el narrador,<br />
asimismo exhausto, empieza a dudar<br />
sobre si lo que escribe es fruto del delirio:<br />
“Oh, ya no sé... si el mundo está<br />
fuera de mí o dentro de mí o bien soy yo<br />
incluso quien está fuera de sí (...). Una<br />
esfera de Moebius, podríamos decir,<br />
cuyo punto de paso entre ‘dentro’ y<br />
‘fuera’ fuese yo (...). ¡Yo, todo el mundo,<br />
cualquiera, nadie! ¡Ulises, Utis!”. Y<br />
así es, pues la procesión de personas<br />
que intervienen en el relato, su voz<br />
coral, acaba componiendo un difuso<br />
nosotros, mientras que, a su vez, el narrador<br />
se funde en un rimbaudiano “yo<br />
en el otro”. Incluso, en esa disolución<br />
simbólica del sujeto que tiene efecto<br />
en las postrimerías del texto (hasta ese<br />
momento el narrador mantiene un Yo<br />
mayúsculo), la existencia del mundo<br />
se pone en cuestión y todo lo escrito<br />
se presenta como una impostura destinada<br />
a timar la inocencia del lector:<br />
“Os he ofrecido un relato que trataba de<br />
una multitud de hombres y mujeres esparcidos<br />
por la superficie de la Tierra,<br />
encerrados en el paréntesis de un día:<br />
¡Y me habéis creído! (...) ¡Niños! ¡Eran<br />
cuentos para niños! Nada de todo eso,
en lo que estáis acostumbrados a creer,<br />
existe”.<br />
¿Cómo califi car, al cabo, todo ese<br />
despliegue estructural y verbal que<br />
conforma La invención del mundo?: ¿elocuencia,<br />
retórica, derroche de artifi cios,<br />
virtuosismo estilístico, charlatanería?<br />
En el meridiano de la obra, el propio<br />
Rolin, a modo de homeopatía y en boca<br />
de Fix, señala las posibles críticas que<br />
se pueden hacer a su narración:<br />
Nunca saldría de ello una novela,<br />
sino un pesado fárrago. ¿Dónde están<br />
los personajes? ¿Dónde está la<br />
historia, la psicología? No veo nada<br />
por ningún lado, sólo una pulverización<br />
de fi guras sin consistencia<br />
(...). Esos caballeretes (la mayoría,<br />
por lo demás, nótese bien, ¡antiguos<br />
izquierdistas aburguesados,<br />
que han cambiado de chaqueta!),<br />
esos maestrillos trágicamente desprovistos<br />
de imaginación creen poder<br />
dárselas de listos liberándose<br />
de las reglas que nos legaron nuestros<br />
antepasados, pero, ¡con eso no<br />
engañan a nadie! Su impotencia<br />
para dominar un verdadero relato,<br />
para conducirlo del comienzo al<br />
fi nal, para inventar tipos humanos<br />
(impotencia debida, en el fondo,<br />
a la esterilidad de su inteligencia,<br />
a la aridez de su alma) es lo único<br />
que los incita a dárselas de originales,<br />
de iconoclastas de salón (...)<br />
¡Y el estilo! ¡Hablemos del estilo!<br />
Ilegible... Ahora bien, el estilo es<br />
el hombre.<br />
Por supuesto que la sentencia de<br />
Fix es beligerante, exagerada e injusta.<br />
Más allá de los defectos o carencias<br />
que pueda tener el libro, es de rigor<br />
reconocer el denodado empeño narrativo<br />
de Rolin. De esa porfía, él no es<br />
el benefi ciario en primera instancia,<br />
sino la propia literatura. No hay duda<br />
de que Rolin devuelve a la literatura<br />
lo que de ella ha recibido. El acervo<br />
cultural de Rolin (de Ovidio a Rabelais,<br />
de Flaubert a Proust, de Kafka a Joyce,<br />
de Conrad a Cortázar, de Céline a Malcolm<br />
Lowry...) afl ora en el texto como<br />
tributo a sus maestros, pero, asimismo,<br />
afi rma su voluntad de contribución y<br />
pertenencia –¡franceses, un esfuerzo<br />
más si queréis ser escritores!– a una<br />
tradición literaria inacabada y abierta.<br />
Una prueba irrefutable de la valía y<br />
consistencia de La invención del mundo es<br />
que sigue manteniendo, a pesar de haber<br />
trascurrido doce años desde que fue<br />
editada, su frescura y vivacidad. Cabe,<br />
fi nalmente, plantear una cuestión: si<br />
una invención (el mundo en este caso)<br />
constituye una manera de revelar un<br />
misterio, ¿qué arcano se desvela en este<br />
texto? Me atrevo a contestar: ¡la inefable<br />
potencia de la palabra fecunda! ~<br />
– AlBerto HernAnDo<br />
NOVELA<br />
Historias de frontera<br />
Pedro Sorela<br />
Ya Ya verás verás<br />
Alfaguara,<br />
Madrid, 2006,<br />
254 pp.<br />
Hace ya algún tiempo que<br />
vengo destacando el singular espacio<br />
que ocupa la obra narrativa de Pedro<br />
Sorela en el actual panorama peninsular<br />
y ahora he de insistir de nuevo<br />
en ello, y doblemente, porque en Ya<br />
verás –su última obra– el autor retorna<br />
al mundo abarcado en Viajes de Niebla<br />
(1997) y al de Trampas para estrellas<br />
(2001), sus dos novelas anteriores.<br />
Siguiendo el esquema tripartito<br />
que caracteriza algunas obras de Sorela,<br />
Ya verás está dividida en tres partes.<br />
La primera –“Media historia del aviador<br />
y la tresmarina”– nos transporta<br />
de nuevo a Tres de Marzo, la capital<br />
de un imaginario país sudamericano,<br />
Santiago (ambos espacios de fi cción se<br />
corresponden, respectivamente, con<br />
las Bogotá y Colombia reales), donde<br />
transcurría parcialmente Viajes de Niebla,<br />
pero en la historia que ahora se<br />
nos cuenta y que transcurre mediado<br />
ya el siglo xx, asistimos al momento<br />
en que aquel mundo de antes irá desvaneciéndose<br />
y cerrándose para derivar<br />
en lo que ya sabemos, o leemos<br />
en estas páginas: “por entonces Tres<br />
de Marzo tenía la reputación de ser<br />
la ciudad más peligrosa de América,<br />
junto a Nueva York, y una de las<br />
más arriesgadas del mundo. Allí, ya<br />
se decía entonces, allí era más caro<br />
llevar a una novia a un restaurante que<br />
contratar a un asesino, y allí, según la<br />
prensa extranjera, los criminales de<br />
cuello blanco tenían tanto dinero que<br />
encargaban sus leyes a medida a un<br />
parlamento de sastres”.<br />
En ese espacio y en aquel tiempo<br />
donde aún eran posibles los juegos y<br />
los viajes, transcurre parte de la niñez<br />
y la adolescencia de un joven –el<br />
narrador– que empieza a oír de labios<br />
de su padre la extraña historia de un<br />
piloto, Bernard, y una niña bien, Marina<br />
Uría. Extraña y trágica esa historia,<br />
por su desenlace. Extraña y enigmática<br />
porque así, tal como se hablaba<br />
de ella –entre alusiones y silencios, a<br />
ráfagas–, aquella historia que el joven<br />
querrá luego contar afl ora en el relato,<br />
sorteando las vacilaciones y lagunas<br />
de la memoria. Y es que, según viene<br />
siendo rasgo destacado en la narrativa<br />
de Sorela, en la historia que se<br />
cuenta cabe también el cuento de esa<br />
historia. O, si se prefi ere, dentro de la<br />
fi cción, cabe la metafi cción, aunque<br />
yo prefi ero eludir la terminología de<br />
rigor para aproximarme en lo posible<br />
a un lenguaje –el de este autor– que,<br />
ante todo, sugiere y evoca (dado que<br />
no estamos metidos dentro de uno de<br />
esos artilugios que cuando enseñan el<br />
engranaje producen ruidos).<br />
Lo singular de Ya verás, entre otras<br />
cosas, es el modo en que el autor va<br />
haciendo afl orar ante el lector –mostrándole–<br />
esguinces de aquel mundo<br />
desaparecido, fragmentos de una historia<br />
(y sus ecos) que sucede en escenarios<br />
que llevan incorporados a los<br />
abril 2006 <strong>Letras</strong> <strong>Libres</strong> 59
Libros<br />
personajes, o al revés, como escribe el<br />
narrador: “Acaso sea cierto que no hay<br />
escenarios, sólo personajes que llevan<br />
el escenario ya puesto”. Un narrador<br />
que se autorretrata como lector apasionado<br />
y como artista adolescente,<br />
alguien que, de muchacho, “hacía girar<br />
todos mis atractivos en torno al<br />
único que me parecía indiscutible, y<br />
era mi capacidad de hacer como si la<br />
vida real se pareciera a los libros en los<br />
que vivía como en la más exigente de<br />
las patrias”, dado que los sucesos de la<br />
vida real, las historias que contenían<br />
los periódicos le parecían “relatos de<br />
ciencia fi cción desprestigiados por su<br />
barroquismo y el envoltorio de papel<br />
que manchaba”. Un muchacho desvelado<br />
por recordar para poder contar<br />
aquellas historias de las que su padre<br />
hablaba sólo a medias: “pedazos de<br />
historia o historias incompletas, si se<br />
quiere, y ésa es, creo, la razón más<br />
profunda de las que me convirtieron<br />
en escritor: el desafío, el deseo –eso<br />
hago– de alguna vez completarlas”.<br />
De ahí que en las páginas de Ya verás<br />
leamos refl exiones como ésta: “Aún no<br />
sé si la memoria es verdad o falsifi ca, y<br />
sospecho que no lo sabré nunca, pero<br />
en cualquier caso es lo único que pone<br />
orden y jerarquía en el tiempo”. U<br />
otras apuntaciones todavía más breves,<br />
que pespuntean el discurso narrativo:<br />
“Así, con una sospecha, comienzan las<br />
intrigas”.<br />
La segunda parte de Ya verás –“Teatro<br />
en el cielo”– es un canto al arte<br />
de viajar –tan vinculado en Pedro<br />
Sorela a la propia escritura–, que<br />
tiene como centro a la joven Sol (o<br />
Soledad), “la azafata que corregía los<br />
destinos”, una criatura misteriosa y<br />
singularísima cuya identidad no desvelaré.<br />
El mundo de Sol –móvil, casi<br />
etéreo, proteico– atrae y genera una<br />
serie de historias de frontera que en<br />
algunos casos son perfectos y deliciosos<br />
microrrelatos (lo cual entronca esta<br />
novela con el otro libro reciente de<br />
Sorela: los Cuentos invisibles, a los que<br />
se alude también aquí). “Teatro en el<br />
cielo” contiene asimismo una elegía:<br />
la que cifra la muerte del Viaje en la<br />
60 <strong>Letras</strong> <strong>Libres</strong> abril 2006<br />
era de la globalización y del turismo<br />
de masas:<br />
Filas y fi las de asientos sujetos entre<br />
sí que igualan a la gente sentada.<br />
Basta que uno solo estornude para<br />
que toda la fi la se sacuda, igual que<br />
muñecos riendo sin chiste. Puede<br />
que lancen alaridos de fútbol o que<br />
enarbolen los sombreros comprados<br />
en sus vacaciones… Es inútil:<br />
las compras de relojes y chándals<br />
hacen que los viajeros se parezcan<br />
hasta que resulta imposible<br />
diferenciarlos, salvo en detalles<br />
sin importancia: hombre, mujer,<br />
anciano… No se sabe muy bien cuál<br />
es la utilidad pero alguna debe de<br />
tener desde el momento en que<br />
todos los aeropuertos del mundo<br />
quieren parecerse y que sus pasajeros<br />
se parezcan.<br />
Lo que esta veta narrativa tiene de<br />
crítica de la realidad presente enlaza<br />
particularmente con la tercera parte<br />
de la novela –“Nieve sobre un pez”–,<br />
en que reaparece el mundo de Trampas<br />
para estrellas, es decir, el espacio<br />
del Instituto Superior de Alta Exploración<br />
El Polo, donde ejerce de<br />
Profesor aquel joven artista soñador<br />
que había vivido su adolescencia<br />
en Tres de Marzo y que ahora,<br />
en su madurez, proyecta su lúcida<br />
mirada sobre una realidad que atañe<br />
al mundo universitario, a los holdings<br />
de la información y poderes mediáticos,<br />
a la especulación inmobiliaria<br />
y mobbing urbano y a los comportamientos<br />
y valores de una sociedad<br />
siempre entregada al espectáculo,<br />
pivotando entre la mascarada y la<br />
farsa, y regida por un pragmatismo<br />
tan obsceno como acomodaticio.<br />
Allí reaparece Sol, y con ella la sorpresa<br />
y la posibilidad de la aventura (el<br />
viaje), de otra historia que no desvelaré<br />
porque para eso –para que el lector la<br />
conozca de primera mano y le llegue<br />
en estado de gracia, sin mediaciones<br />
innecesarias– ha escrito Pedro Sorela<br />
una novela que en nada se parece a lo<br />
que más abunda en las librerías. Una<br />
novela, Ya verás, que, como las otras del<br />
autor, no está aquejada del mal que<br />
diagnostica el Profesor: “El principal<br />
problema de la literatura moderna es<br />
que no le ocurre nada y, como enfermos<br />
sin más dolencia que el tedio, a<br />
la larga muchos escritores se tienen<br />
que inventar problemas o copiarlos del<br />
cine y a sus dolencias se les ve pronto<br />
el lado de mentira”.<br />
Y lean ustedes también con mucha<br />
calma el arranque de esta tercera parte<br />
–el capítulo “Pájaros felices en el Aula<br />
303”–, que encierra una excelente<br />
poética (y ética), la del autor, verbalizada<br />
a través de ese alter ego que es el<br />
Profesor.<br />
– AnA roDríGUeZ FiScHer<br />
DIARIO<br />
Un diario de ida y vuelta<br />
Chantal Maillard<br />
Diarios indios<br />
Pre-Textos,<br />
Valencia, 2005,<br />
120 pp.<br />
“Identifi carse con los propios<br />
estados mentales es la condición natural<br />
del ser humano; observarlos no es<br />
propio de esa condición, es el resultado<br />
de un entrenamiento, algo así como un<br />
ejercicio de esquizofrenia controlada”,<br />
leemos nada más abrir estos Diarios indios<br />
de la fi lósofa y poeta, o viceversa,<br />
Chantal Maillard. Y tiene razón. Que<br />
la observación es el resultado de un<br />
aprendizaje, nadie lo discutirá. Y que<br />
la observación cambia al objeto observado<br />
tampoco, creo yo. Claro que en<br />
este caso –en el caso del libro de Chantal<br />
Maillard, me refiero–, no estamos<br />
hablando de un objeto de observación<br />
cualquiera, un cuadro por ejemplo, o<br />
tal vez un paisaje, sino de un sujeto, un
hombre, o una mujer, que por añadidura<br />
somos nosotros mismos. Tenemos<br />
que reconocer entonces que cuando el<br />
que observa y lo que observa son una<br />
misma cosa, la operación de observar<br />
adquiere su máxima complejidad. Tal<br />
vez por eso Chantal Maillard la llama<br />
“ejercicio de esquizofrenia controlada”.<br />
Y por lo que respecta a identifi carse<br />
con los propios estados mentales, la<br />
difi cultad estriba sobre todo en defi nir<br />
esos “estados mentales”, a no ser que<br />
los reduzcamos a los “estados mórbidos”.<br />
Pero no creo que se refi era a eso<br />
Chantal Maillard, sino más bien a esos<br />
estados límite en los que el sujeto debe<br />
andarse con cautela. De estos Diarios<br />
indios dice su autora que “exploran la<br />
desorientación que supone franquear<br />
los propios límites”. Yo no estoy muy seguro<br />
de que podamos franquear nuestros<br />
límites, pero con lo de la desorientación<br />
estoy totalmente de acuerdo. Hasta es<br />
posible que el pensamiento consista<br />
hoy en buscar orientación, y que los<br />
fi lósofos, con sus libros, consciente o<br />
inconscientemente, estén procediendo<br />
a cartografi ar de nuevo el mundo, a<br />
señalizar nuevas vías, proponer nuevas<br />
rutas, modernizar las antiguas, controlar<br />
la velocidad, y cosas por el estilo.<br />
Formalmente hablando, si es que puede<br />
hablarse así, estos Diarios son las notas<br />
y las refl exiones que Chantal Maillard<br />
tomara en sus sucesivos viajes a la India,<br />
viajes que emprendió con un propósito<br />
y una voluntad determinados: “la creencia<br />
de que traspasando las fronteras de<br />
los territorios acostumbrados lograría<br />
ensanchar los límites del conocimiento<br />
que tenía de mí misma”. No dice si<br />
consiguió su empeño, aunque hay empeños,<br />
y éste es sin duda uno de ellos,<br />
cuyo éxito consiste en no conseguirse<br />
nunca del todo, en repetirlos una y otra<br />
vez, elevando un poco el listón en cada<br />
intento. Eso es lo que son estos Diarios<br />
para su autora, “una obra en marcha”,<br />
como su propia vida. Para los lectores<br />
en cambio, estos Diarios son ante todo<br />
un libro, donde fi losofía y poesía intercambian<br />
sus papeles. Pero su propósito<br />
al leerlo, al disponerse a leerlo, viene<br />
a ser el mismo que el de la autora al<br />
escribirlo: “ensanchar los límites del<br />
conocimiento de sí mismo”. Este es un<br />
propósito casi nunca declarado, casi<br />
nunca explícito, porque incluso a la<br />
lectura la hemos privado de su carácter<br />
misterioso y “aporético”, como dice la<br />
autora de esas situaciones frente a las<br />
que nos encontramos inermes y desnudos.<br />
Y a nadie le gusta encontrarse<br />
inerme y desnudo. Esta es seguramente<br />
la razón por la que son pocos los que se<br />
aventuran, los que se exponen, a salir<br />
de sí mismos para volver a sí mismos,<br />
a pesar de ser éste un viaje de ida y<br />
vuelta bastante necesario. ¿Un viaje<br />
iniciático? Yo no diría tanto. Los viajes<br />
iniciáticos tienen turbias resonancias.<br />
Y turbias motivaciones también. Yo lo<br />
llamaría más bien, a la manera clásica,<br />
el viaje del conocimiento.<br />
Los comienzos son siempre decisivos.<br />
También los comienzos de los<br />
libros. Sobre todo de los libros de fi losofía.<br />
En los comienzos del suyo Chantal<br />
Maillard asienta sus premisas. De lo que<br />
se trata, viene a decirnos, es de invertir<br />
la mirada. Para entrar en nuestro mundo<br />
interior, tan ignoto como temido,<br />
debemos cerrarnos el mundo exterior,<br />
tan conocido y previsible. Debemos forzar<br />
la entrada, empujarnos a nosotros<br />
mismos. Algo así, entiendo, como tirarse<br />
al agua sin saber nadar. Parece<br />
que funciona. Aunque parece también<br />
que algunos se ahogan en el intento.<br />
Chantal Maillard no se ahoga. Y pienso<br />
que no se ahoga fundamentalmente por<br />
dos razones. Ha elegido las aguas a las<br />
que se lanza. Y ya sabía nadar. A lo mejor<br />
es que lo que nos quería dar era una<br />
lección de natación. Incitarnos, con su<br />
texto, a que nos arrojáramos al agua con<br />
ella, por decirlo metafóricamente. Pero<br />
Chantal Maillard prefi ere otras metáforas.<br />
La ciudad interior por ejemplo. La<br />
ciudad amurallada, fortifi cada, prácticamente<br />
inexpugnable que nos hemos<br />
ido construyendo. Sólo que no era tan<br />
inexpugnable como comprobamos<br />
continuamente. Ni siquiera hace falta<br />
un enemigo astuto y valiente para forzarla,<br />
pues somos nosotros mismos los<br />
que muchas veces abrimos las puertas al<br />
enemigo. Por lo demás, la ciudad tiene<br />
tantas fi suras como defensas, tantos<br />
puntos débiles como puntos fuertes. Y<br />
en ocasiones son los mismos. Todo esto<br />
sólo debe querer decir una cosa: dudar<br />
de las certezas adquiridas. Porque<br />
pensar, como sabemos hace tiempo, es<br />
aprender a dudar tanto como dudar de<br />
lo que hemos aprendido. “Que nuestras<br />
únicas certezas sean nuestras dudas”,<br />
dice un aforismo famoso. Y hay todavía<br />
otras muchas metáforas más en este libro<br />
de una poeta que fi losofa. Sin ir<br />
más lejos, las vacas y los camellos que<br />
deambulan por él son una metáfora. Y<br />
también son una metáfora las ardillas,<br />
las palomas y los grajos. Metáforas sin<br />
duda de esos estados mentales de que<br />
habla la autora, tal vez la única forma de<br />
hablar de ellos, para quien estos Diarios<br />
no son fi nalmente, nos dice, más que<br />
un punto de vista. Pero, ¿el punto de<br />
vista del que observa o el del que es<br />
observado? Ninguno de los dos, evidentemente.<br />
El punto de vista del que<br />
aquí se trata es el del que se observa<br />
observándose, el del que anota sus estados<br />
mentales, que son también, no<br />
se olvide, estados de ánimo, el del que<br />
viaja, el del que escribe diarios, en una<br />
palabra, el del que escribe yo y lee tú.<br />
O viceversa. ~<br />
– MAnUel ArrAnZ<br />
RELATO<br />
Una perturbadora lucidez<br />
Jules Boissière<br />
Fumadores<br />
de de opio opio<br />
trad. Antonio<br />
Rodríguez<br />
Esteban,<br />
Pre-Textos,<br />
Valencia, 2005,<br />
300 pp.<br />
Jules Boissière, poeta, colonizador<br />
y opiómano, partió a Indochina<br />
a los 23 años donde, tras de haber sido<br />
secretario del gobernador de Toquín,<br />
abril 2006 <strong>Letras</strong> <strong>Libres</strong> 61
Libros<br />
militar, funcionario del imperio francés<br />
y director de la Revue Indochinoise,<br />
encontró la muerte una década más<br />
tarde. Su afición por el opio, como al<br />
De Quincey de las Confesiones, lo llevó a<br />
obsequiarnos páginas de perturbadora<br />
lucidez. De los siete relatos que habitan<br />
este volumen destacan “Cómicos<br />
ambulantes”, donde un grupo circense<br />
recorre los pueblos arrasados por la<br />
conquista y el hambre hasta encontrar,<br />
en un paraje escarpado, aún libre de la<br />
codicia del imperio, el lujoso reino de<br />
un adolescente lánguido y sanguinario;<br />
“Los espíritus del monte Tan-Vien”,<br />
que narra de manera exquisita la paulatina<br />
rendición del robusto comandante<br />
Ferrier ante los poderes del opio; y el<br />
“Diario de un soldado”, que refleja los<br />
años que Boissière pasó en el ejército,<br />
su proceso de adicción a la droga sutil,<br />
su mirada de extranjero, capaz de<br />
elogiar la belleza del entorno, pero sin<br />
llegar a conmoverse, y el azoro ante la<br />
inexplicable tortura y expoliación que<br />
implicaba la colonia; el tono intimista<br />
de esta bitácora de recuerdos nos transporta<br />
con su melancolía a la Indochina<br />
devastada y dolorida, pero también a la<br />
conciencia de un hombre que, después<br />
de haber visitado esos paraísos, decide<br />
no volver a casa, y ofrendar su vida y su<br />
literatura, casi como un ajuste de cuentas,<br />
a la tierra que sus compatriotas no<br />
dejan de humillar.<br />
A lo largo de Fumadores de opio desfilan<br />
ante nosotros soldados valerosos,<br />
invencibles, que, sin embargo, traicionarían<br />
a su ejército bajo la promesa de<br />
mantener la pipa llena; reyes melancólicos,<br />
presos de la desidia, desposeídos de<br />
odio y de clemencia; letrados cuya suprema<br />
vanidad es llegar a la perfección<br />
del verso en lengua extranjera; tiranos<br />
benévolos y débiles que observan con<br />
apatía a sus amantes desolladas; bailarinas<br />
infelices, desesperadas por entregar<br />
su cuerpo a la rudeza de los oficiales, y<br />
gozar, antes de perder su gracia pronto<br />
marchita; almas agitadas, conscientes<br />
de un desenlace terrible, inexorable,<br />
que buscan como último refugio la aguja,<br />
la lámpara y la pipa; rameras que,<br />
sin asco ni vergüenza, pasan de los<br />
62 <strong>Letras</strong> <strong>Libres</strong> abril 2006<br />
prostíbulos “al lecho de un occidental<br />
que apesta a cadáver”; sabios, músicos,<br />
cerdos feroces, insectos, paisajes que<br />
huelen a ciénaga, paja quemada, sangre<br />
coagulada y opio.<br />
El joven Boissière gustaba de proclamar<br />
la legitimidad de los vicios, la indiferencia<br />
ante los crímenes, y aplaudir,<br />
por mero juego filosófico, la violencia<br />
y crueldad de los embrutecidos. Pero<br />
llama la atención que a pesar de la insensibilidad<br />
beatífica hacia el dolor y<br />
POESÍA<br />
Poesía reciente<br />
Daniel Samoilovich<br />
El despertar<br />
de Samoilo<br />
Adriana Hidalgo<br />
Buenos Aires, 2005,<br />
253 pp.<br />
Edgardo Dobry<br />
El lago de los botes<br />
Lumen, Barcelona,<br />
2005, 104 pp.<br />
1.Durante la década de 1960<br />
pareció conseguirse, a pesar de los<br />
contratiempos históricos –que parecían<br />
iluminar la poesía, dotarla de un<br />
sentido exterior a ella misma–, cierta<br />
estabilidad en la poesía de América<br />
Latina. Muchos poetas, amparados por<br />
acontecimientos como la “Revolución<br />
Cubana” (sic), creían haber encontrado,<br />
por fin, el lazo que encadenaba la<br />
poesía a su doble en la realidad. Una<br />
extensión, a la vez sublime y constatable,<br />
parecía abrirse sin oposiciones<br />
al esfuerzo del poeta por ubicarse más<br />
allá de los ismos y ritmos. Incluso un<br />
poeta como José Lezama Lima, rotundamente<br />
ligado a las extensiones<br />
autónomas de la metáfora, creyó verse<br />
iluminado por un momento en 1966<br />
la desvergüenza que parece obsequiar<br />
el opio, en sus páginas se encuentra,<br />
al mismo tiempo, gracias a esa lucidez<br />
taciturna de la pipa desde la que Boissière<br />
“escuchaba crecer la hierba”, el<br />
registro de unas circunstancias bajo la<br />
mirada crítica de quien no es capaz de<br />
guardar la compostura. Fumadores de opio<br />
es un libro que nos invita a un viaje en<br />
cuyas páginas nos aguardan pesadillas<br />
y sueños de asombroso placer. ~<br />
– Héctor J. AyAlA<br />
José Kozer<br />
Y del esparto<br />
la invariabilidad<br />
(Antología:<br />
1983-2004),<br />
Visor, Madrid, 2005,<br />
234 pp.<br />
–sólo por un momento– en el espacio<br />
de la Historia: “La Revolución cubana<br />
significa que todos los conjuros negativos<br />
han sido decapitados. El anillo<br />
caído en el estanque, como en las antiguas<br />
mitologías, ha sido reencontrado.<br />
Comenzamos a vivir nuestros hechizos<br />
y el reinado de la imagen se entreabre<br />
en un tiempo absoluto”.<br />
2. El intento –o invento– “creacionista”<br />
de Vicente Huidobro, que encontró en<br />
Octavio Paz un notable seguidor, aún<br />
con las restricciones que el método podía<br />
depararle al ojo mental del poeta,<br />
envarado en sus propias evoluciones del<br />
espacio y la palabra, supuso un salto en<br />
las poéticas americanas; pero el salto, en<br />
sí mismo, como los saltos macro-estela
es de Mallarmé en la página en blanco,<br />
no parecía arrastrar suficiente tierra<br />
–telos telúrico– ni arrastrar la blancura<br />
de una extensión que de tan vacía se<br />
tornó invisible, indivisible, escasamente<br />
acumulativa para un ojo cegado por<br />
el blanco resplandor. Sólo unos pocos<br />
poetas, como Juan L. Ortiz, Rodolfo<br />
Hinostroza, Arturo Carrera, pudieron<br />
encontrar en el espacio de la página en<br />
blanco un habitáculo donde el signo<br />
no se encogiera ante tanto contraste.<br />
Mirándolo bien –depende de cómo se<br />
mire, si uno prescinde de los ojos–, la<br />
blancura es una actividad de la mente<br />
y de la naturaleza tan absoluta como<br />
la nada o la nieve, y los poetas suelen<br />
percatarse del “error” –error sublime,<br />
claro está– cuando la madurez, o la vejez,<br />
acomodan el párpado a una nueva<br />
precisión, como en “Espacio”, el gran<br />
poema de Juan Ramón Jiménez, ya despojado<br />
de la retícula modernista.<br />
3. Abundaron los poetas “coloquialistas”<br />
o “conversacionalistas” (el poeta<br />
creía conversar consigo mismo, con<br />
su otro o con los otros, y eliminaba<br />
el riesgo de la locura), que creyeron<br />
socavar la lírica en nombre de la civitas<br />
–tal vez una lectura demasiado literal<br />
del Platón de La República–: la poesía<br />
creyó volver a su fuente oral, liberándose<br />
de la represión de la metáfora.<br />
Mal cálculo.<br />
4.También se pensó que la poesía latinoamericana<br />
habría de seguir básicamente<br />
tres caminos: los marcados por<br />
el Huidobro de Altazor, el Neruda de<br />
Residencia en la tierra y el Vallejo de Trilce<br />
y Poemas humanos. Pero eran caminos<br />
demasiado enérgicamente individuales<br />
como para abrir, por sí solos, las<br />
compuertas de la traditio. Huidobro,<br />
Neruda y Vallejo, de cierto modo, son<br />
los Whitman de nuestra tradición:<br />
aventajan al resto de los poetas por su<br />
singularidad, o por su capacidad de reducir<br />
la poesía al “talento individual”.<br />
Sirven para iniciar una tradición, pero<br />
no para completarla.<br />
5. La poesía bufa –en el doble sentido:<br />
que bufa y que hace guiños de sarcas-<br />
mos–, la poesía que se vuelve teatro<br />
de sí misma –operación que hiere el<br />
centro lírico del poeta, del poema–,<br />
retoma esa otra poesía americana que<br />
Lezama conjuga con desmesura y fijación:<br />
Cuando el negro come melocotón<br />
tiene los ojos azules.<br />
¿En dónde encontrar sentido?<br />
El ciclón es un ojo con alas.<br />
Ya había preguntado Fray Luis de<br />
León en La perfecta casada:<br />
¿Para qué se afeita<br />
La mujer casada?<br />
¿Para qué se afeita?<br />
6. En el libro El despertar de Samoilo,<br />
que lleva por subtítulo El siglo xx, ¿qué<br />
se fizo?, hace que el poeta, vuelto de la<br />
muerte, pregunte por la luz, y no sabe<br />
si se asoma a la caverna de su propia<br />
desmesura muerto-vivo:<br />
Samoilo<br />
¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué es? ¿Qué<br />
pasa?<br />
Un borde levemente agitado,<br />
una costura –una solución<br />
de continuidad en la oscuridad.<br />
El corifeo aclara, acerca de la duda de<br />
si son “bichos, cosos o bultos” lo que<br />
el redivivo ve:<br />
No tenían sus miedos fundamento:<br />
no sólo porque aquellos bultos<br />
eran<br />
un sofá, un sillón, una jofaina<br />
sobre una mesa enclenque y patilarga<br />
La perspectiva del Cambio Absoluto<br />
–¿qué se fizo el siglo xx, aquel donde la<br />
Historia parecía por fin un dinamo?–,<br />
tiene un punto débil, cosa que ignoran<br />
los revolucionarios: el pasado no cuenta.<br />
De ahí que uno de los mendigos se<br />
pregunte:<br />
¿Qué pasto crece en nuestro pasado?<br />
En la hierba más verde<br />
se desliza venenosa sierpe.<br />
A los mendigos (son cuatro, en el libro,<br />
suficientes para comenzar una Revolución,<br />
o para abolirla, en nombre del<br />
azar), finalmente sólo les interesaba<br />
“aquella provisoriedad nimbada de<br />
luz”. Y bailar. ¿Acaso a los mendigos no<br />
les interesan los estados de conciencia,<br />
como son el baile y otros menesteres?<br />
7. En la poesía hispanoamericana<br />
–contando a la española– por lo general<br />
el ojo no precisa lo que ve. Los<br />
norteamericanos –sólo así pudieron<br />
separarse de la visión de Whitman–<br />
pusieron el ojo –Williams, Stevens,<br />
Olson, Blackburn, Oppen, Bronk,<br />
Creeley...– a disposición de la poesía.<br />
O, para ser más exactos, de la mente,<br />
de la mente-poética, pues el problema<br />
de la poesía es un problema finalmente<br />
moral-mental. Se trata de una “política<br />
de las formas”: allí donde la Política,<br />
la Historia, el Paisaje, la Economía, la<br />
Enfermedad, la Inquietud, la Muerte,<br />
el ser humano: son auténticos problemas.<br />
Auténticos emblemas.<br />
8. (Interesa, tal vez, para la comprensión<br />
de “estados de conciencia”, la vía<br />
–via rupta– que hoy abren poetas como<br />
Gerardo Deniz, Enrique Lihn, Wilson<br />
Bueno, Paulo Leminsky, Haroldo de<br />
Campos, Juan L. Ortiz, Cabral de Melo<br />
Neto, Oliverio Girondo, D. G. Helder,<br />
el primer Ernesto Cardenal, Marosa Di<br />
Giorgio, Néstor Perlonguer, Coronel<br />
Urtecho, los hermanos Lamborguini,<br />
Virgilio Piñera, Olvido García Valdés,<br />
etc.: unos muertos, otros vivos, la mayoría<br />
muertos-vivos, o redivivos).<br />
9. Así, la Casa del Ser se repleta en<br />
abundancia diferencial. El ojo se aplica<br />
no a recortar la distancia sino a engrosar<br />
su sentido, según avance o recule<br />
la luz. A la Casa se entra bailando –o<br />
“nimbado de luz”–. Lezama diría: un<br />
ángel bailón.<br />
En “La casa del ser” de Edgardo<br />
Dobry, hay motivo para entes como<br />
“abollado”:<br />
abril 2006 <strong>Letras</strong> <strong>Libres</strong> 63
Libros<br />
Un fl uorescente verde<br />
en un nicho sobre un potus,<br />
el cromo abollado de las sillas<br />
rielando en la mesa de cristal,<br />
toallas traídas de Tahití<br />
¿Y potus? ¿Qué quiere decir potus?<br />
Hay que ponerle nombre al nombre.<br />
Especula Dobry: una gramática de<br />
fl ejes calcinados. (Edgardo, poeta en<br />
moto, ve lo que la velocidad le deja ver.<br />
Así Barcelona se le borra de la vista).<br />
10. En el cubano José Kozer el barroco<br />
se dispara. Lo han clasifi cado en el<br />
“neo-barroco” porque ciertamente es<br />
pródigo en gramáticas, en excesos verbales,<br />
en distancias reunidas de golpe<br />
o por acumulaciones reiteradas. No se<br />
afi la el diente, como los otros, sino que<br />
traga. Traga y devuelve: antropófago,<br />
como los brasileños. Sigue la huella<br />
de Lezama pero no penetra en la Casa<br />
del Ser como ángel bailón, sino como<br />
ángel tragón y devolutivo. Las toallas<br />
traídas de Tahití se despliegan. La calcinación<br />
abunda, pero no deteriora. Es<br />
demasiado judío para no encontrar en<br />
la letra un motivo de concordia, aunque<br />
no exactamente numérica. Escribe<br />
en “Ánima”:<br />
Escucha: no hay palabras (y por<br />
tanto un número infi nito será doce<br />
veces mayor que otro número infi -<br />
nito): así dice Baruch Spinoza (Ética):<br />
a quien (Herem) maldijeron de<br />
día y maldijeron de noche (cuando<br />
se acueste y cuando se levante) y<br />
contra él dijeron (que Dios no lo<br />
perdone) no hay palabras. Sólo,<br />
ofi cio: darse la vuelta no mirar<br />
atrás no convertirnos en estatua<br />
de sal: escucha. Una liendre vale<br />
ante Dios. Un gamo. Un espino.<br />
Y un puercoespín. Todo ante Dios<br />
es núbil.<br />
11. O: Todo ante Dios es inútil. Incluso<br />
la poesía, que como Dios, no habla,<br />
sino que escucha. ~<br />
– rolAnDo SÁncHeZ MeJíAS<br />
64 <strong>Letras</strong> <strong>Libres</strong> abril 2006<br />
NOVELA<br />
La teología de los secretos<br />
Don DeLillo<br />
Libra<br />
trad. Margarita<br />
Cavándoli,<br />
Seix-Barral,<br />
Barcelona, 2005,<br />
489 pp.<br />
El asesinato de John F.<br />
Kennedy es quizá el hecho político más<br />
polisémico de la historia del siglo xx<br />
norteamericano. Es probable que no<br />
se haya dibujado aún el diagrama que<br />
comprenda todas las causas y las repercusiones<br />
de este hecho. Pero lo cierto<br />
es que afectó a la manera en que los<br />
norteamericanos veían su país, quizá<br />
inaugurando la solidifi cación de un<br />
bloque de la sociedad civil que ejercitaría<br />
a lo largo de los años sesenta<br />
y setenta su conciencia crítica. Afectó<br />
también la manera en que los norteamericanos<br />
se miraban a sí mismos,<br />
mucho antes del once de septiembre de<br />
2001. Si después del atentado a las torres<br />
gemelas la nación se sabe vulnerable a<br />
los ataques del exterior, allá, el 22 de<br />
noviembre de 1963, se sabe vulnerable<br />
a los ataques desde el interior. Esto, por<br />
supuesto, si uno suscribe alguna de las<br />
teorías de la conspiración.<br />
El caótico informe de la comisión<br />
Warren señalaba a Oswald como asesino<br />
único, pero una comisión especial<br />
del Congreso expuso conclusiones distintas<br />
en 1979: se acepta la posibilidad<br />
de que más de un francotirador actuara<br />
en la escena y la posibilidad de una<br />
conspiración en la que podrían haber<br />
participado miembros del crimen organizado.<br />
Que Don DeLillo elija la conjura<br />
para estructurar Libra puede sorprender<br />
poco, por lo que es necesario colocar la<br />
novela en perspectiva. Leída hoy –des-<br />
pués de la película de Oliver Stone,<br />
JFK (1991) y del furor conspirativo que<br />
desataron los atentados a las Torres Gemelas–,<br />
la novela no luce infl amatoria,<br />
pero debemos recordar que la primera<br />
edición en inglés es de 1988, cuando se<br />
cumplían apenas 25 años de la muerte<br />
de Kennedy, siendo ya entonces una de<br />
las primeras, y sobre todo más inteligentes,<br />
voces en manifestar una disensión<br />
monolítica ante el discurso ofi cial. Así<br />
que es bastante anterior a la malhadada<br />
cinta de Stone, basada, según los créditos,<br />
sólo en los libros Crossfi re: The Plot<br />
That Killed Kennedy de Jim Marrs y On<br />
the Trial of the Assasins de Jim Garrison,<br />
pero que parece haber recibido también<br />
fuertes infl uencias de Libra.<br />
Y si Libra es la gran novela del asesinato<br />
de Kennedy se debe a que está<br />
fundamentada en una organización gubernamental<br />
(la ciA) y en un hombre<br />
de la calle (Oswald), es decir, en dos<br />
grandes mitos del caso, casi dos abstracciones<br />
o “conceptos”. Para ello, en un<br />
extremo, DeLillo propone que la conspiración<br />
no fue orquestada en el seno de<br />
ningún departamento ofi cial de la ciA<br />
(como han afi rmado otros), sino que es<br />
el producto de un trío de agentes de la<br />
ciA quienes, después de fracasar como<br />
artífi ces en Bahía de Cochinos, deciden<br />
espolear a la opinión pública para que se<br />
justifi que una invasión en toda regla a<br />
Cuba, eligiendo como medio un atentado<br />
al presidente. En principio ellos sólo<br />
querrían que “pareciera” un atentado,<br />
no que muriera Kennedy, pero las cosas<br />
van más lejos.<br />
En el otro extremo el libro es la biografía<br />
novelada del supuesto asesino,<br />
de la Némesis de Kennedy, Oswald.<br />
Su punto de mira no es el de un héroe<br />
ni el de un paladín de la verdad, como<br />
pretendían serlo el Jim Garrison real y<br />
el personaje de Kevin Costner (encarnación<br />
de una defensa a ultranza de<br />
los “mejores valores” norteamericanos).<br />
El personaje de DeLillo es polivalente,<br />
lleno de matices y contradicciones profundas,<br />
es el antihéroe: un chico pobre<br />
que nunca llega a nada, de altos ideales<br />
pero de recursos inexistentes, confundido,<br />
siempre, permanentemente con-
fundido. Su confusión semeja el pulso<br />
de esa nación. Pues resulta a todas luces<br />
espeluznante (y realista) que queriendo<br />
ser el típico joven norteamericano de su<br />
época (estudios, servicio en el ejército,<br />
esposa e hijos, trabajo constante) el sistema<br />
mismo parezca decidido a llevarlo<br />
a los polos opuestos (estudios truncos<br />
y pobreza, servicio en el ejército y deserción<br />
a la UrSS, esposa –soviética–,<br />
necesidad casi patológica de encajar,<br />
donde sea) y que acabe en manos de<br />
quienes lo manipulan para convencerlo<br />
de que su destino y su entrada en<br />
la Historia (el acto más patriótico que<br />
puede acometer) surgirán de disparar<br />
al presidente Kennedy. El personaje<br />
de DeLillo es, en pocas palabras, hijo<br />
de un clima, de una atmósfera en la<br />
que todo se malogra y en la que la Historia<br />
es el pez que se muerde la cola.<br />
Y la novela es la crónica de su caída<br />
en desgracia, la caída del país hacia el<br />
despertar del sueño americano. No es<br />
casual, la muerte de Kennedy marca el<br />
comienzo de la pesadilla política: de la<br />
intensifi cación de Vietnam a la segunda<br />
Guerra del Golfo. También es Oswald<br />
el enojo del ciudadano que se siente<br />
traicionado por su gobierno. Pero no<br />
sería el único. También se sienten traicionados<br />
los agentes de la ciA que fracasaron<br />
en Cuba, la mafi a (que ha perdido<br />
sus benefi cios en el país caribeño), los<br />
anticastristas y los exiliados cubanos,<br />
entre un largo elenco. Y, fi nalmente,<br />
Oswald es el idealismo, la ingenuidad,<br />
es el único que no entiende bien los<br />
pliegues de la política real. El único que<br />
no entiende de secretos; al contrario<br />
que su verdadero antagonista, la ciA.<br />
El personaje que ata la novela con<br />
el presente es Nicholas Branch, un ex<br />
agente contratado para redactar “la historia<br />
secreta” del asesinato de Kennedy<br />
–la Agencia le proporciona toda la información<br />
necesaria– y que lleva ya 15<br />
años dedicado a rastrear las huellas de<br />
todos los participantes. Sabemos desde<br />
el principio que no llegará a esclarecer<br />
el misterio del todo, pero sí alcanza a<br />
plantearse algunos descubrimientos<br />
de inquietante naturaleza. Concluye<br />
que el tema de su investigación no es<br />
“la política o el delito violento, sino<br />
hombres en habitaciones pequeñas”,<br />
las acciones que estos planean ahí, las<br />
conspiraciones que, inevitablemente,<br />
“conducen a la muerte” y, por tanto,<br />
los secretos. El objeto de estudio de<br />
este investigador son los secretos y su<br />
trasmutación alquímica en realidad<br />
histórica. En su opinión la agencia había<br />
“desarrollado una formidable teología,<br />
una recopilación formal y cifrada de<br />
conocimientos que básicamente servían<br />
de material de juego, el mantenimiento<br />
de secretos, uno de los placeres y confl<br />
ictos más agudos de la infancia”. Por<br />
eso resulta sencillamente obvio que Oswald<br />
sea el protagonista, porque no hay<br />
nadie más alejado de ese laboratorio de<br />
verdades que el ciudadano común. Y no<br />
hay nadie más cercano a la verdadera<br />
desesperación y a la acción que el ciudadano<br />
común. La Agencia prefi gura<br />
la Historia pero es él quien aprieta el<br />
gatillo. El que impulsa el fi el de la balanza.<br />
La Agencia es el ministerio de<br />
los secretos, una especie de dios de mil<br />
cabezas que ocupa un lugar de suma<br />
importancia entre los diversos cultos<br />
de los norteamericanos. La novela de<br />
DeLillo es, por todo esto, la esencia de la<br />
épica, tiene todos los ingredientes para<br />
una tragedia de proporciones bíblicas,<br />
monumento no poco apropiado a las<br />
desmesuras de una democracia como<br />
la estadounidense.<br />
DeLillo dice en una nota fi nal que<br />
su novela “no pretende aludir a la verdad<br />
literal”, que “es posible que los<br />
lectores encuentren refugio en ella: un<br />
modo de pensar en el asesinato sin las<br />
limitaciones de las verdades a medias”.<br />
A diferencia de Oliver Stone, que sólo<br />
busca la Verdad, en todo su mayúsculo<br />
y burdo tamaño, DeLillo ha querido<br />
cultivar un jardín de refl exión. Recuerda<br />
un poco la magistral frase que<br />
Francis Ford Coppola dijera en Cannes,<br />
cuando premiaron su Apocalipsis Now,<br />
y en el ánimo de responder a quienes<br />
criticaban la cinta como totalmente<br />
distanciada de la realidad de la guerra<br />
de Vietnam: “Mi película no es sobre<br />
Vietnam, es Vietnam”. ~<br />
– roBerto FríAS<br />
DICCIONARIO DE AUTOR<br />
El siglo xx en nueve<br />
entradas<br />
Gabriel Albiac<br />
Diccionario de<br />
adioses<br />
Seix Barral,<br />
Barcelona, 2005,<br />
419pp.<br />
De entre los distintos géneros<br />
por los que hubiera podido optar<br />
(memoria, diario, autobiografía intelectual<br />
y/o política, ensayo), Gabriel<br />
Albiac se ha decidido por uno tan<br />
literariamente inusual –si es que se<br />
puede considerar género– como es un<br />
diccionario, es decir, según defi nición<br />
académica, un “catálogo de noticias<br />
importantes de un mismo género,<br />
ordenado alfabéticamente”, para dar<br />
nombre a un pensamiento y a una escritura<br />
que –a pesar de tener como<br />
punto de partida las circunstancias<br />
(históricas, políticas, intelectuales y<br />
biográfi cas) que dominaron el siglo<br />
xx, y de las que fue actor y testigo– se<br />
quieren atemporales o, cuanto menos,<br />
permanentes en su transformación, es<br />
decir, clásicos.<br />
La presentación de las nueve entradas<br />
(con sus correspondientes acepciones)<br />
de ese breve y denso catálogo obedece,<br />
por tanto, a un arbitrario orden<br />
alfabético que se inicia con “Escribir”<br />
y concluye con “Terrorismo”. En medio,<br />
la relación y el análisis de todo<br />
aquello (“Exilio”, “Idénticos (los): nacionalismos,<br />
socialismos, fascismos”,<br />
“Idolatrías”, “Judeofobia (de Dreyfuss<br />
a Yenín)”, “Nada: muerte, guerra, política”,<br />
“Revolución” y “Revolucionario”)<br />
que le sirve tanto para defi nir el<br />
siglo pasado como el fi n de una época<br />
que, iniciada con la Revolución Francesa<br />
y su liturgia de muerte (“Porque<br />
abril 2006 <strong>Letras</strong> <strong>Libres</strong> 65
Libros<br />
el terror es, para el constructor de la<br />
nueva república, la verdad terrible de<br />
la revolución: universal presencia del<br />
exterminio”), se consumió en 1989 con<br />
la caída del muro de Berlín, tal y como<br />
ya había enunciado anteriormente en<br />
Desde la incertidumbre (2000). Pues otra<br />
cosa será, es, este siglo xxi inaugurado<br />
por el terrorismo islamista, que pone<br />
“religión donde hubo antes mística<br />
izquierdista”, con la Intifada y el ataque<br />
contra el World Trade Center y su<br />
ausencia 2,749 veces repetida.<br />
La de Albiac es una escritura que<br />
busca la frialdad y el distanciamiento,<br />
que huye de la emoción (“En la escritura,<br />
la emoción no es nada. Peor que<br />
nada: es retórica. Y la retórica regula<br />
juegos”) y la subjetividad. Pero, precisamente<br />
porque se materializa sin<br />
retórica y en tanto que es el resultado<br />
de una extrañeza –de algo real que no<br />
concuerda con la idea que nos habíamos<br />
hecho de ello o que, paradójicamente,<br />
confirma las predicciones de<br />
los clásicos– se ancla en la experiencia<br />
y en una actitud moral que busca<br />
la verdad, más allá de contingencias<br />
personales: “Me quedé sin amigos. Era<br />
un deber moral. No siento simpatía<br />
especial hacia el Estado de Israel. No<br />
la siento hacia ningún Estado. Detesto<br />
lo político; en todas sus formas; es ése,<br />
para mí, el único irrenunciable aprendizaje<br />
del 68. Fue un deber moral. Y<br />
no existe en este mundo afecto alguno<br />
que pueda hacerme escribir lo que sé<br />
falso”, dirá al referirse al falseamiento<br />
informativo en que incurrió la prensa<br />
española al dar pábulo al antisemitismo<br />
en relación a la que denominaron<br />
“masacre de Yenín”.<br />
Y como no quiere convertir en metáfora<br />
ni dejar nada para esa muerte<br />
en la que ya se había adentrado en su<br />
ensayo La muerte. Metáforas, mitologías,<br />
símbolos (1996) y sobre la que, ¡bendito<br />
oxímoron!, resulta imposible hablar<br />
–nada susceptible de ser asimilado<br />
y/o interpretado por posiciones alejadas<br />
quizá de su decisión de contar la<br />
verdad, “nada en cuyo nombre pueda<br />
hablar por nosotros mismos”– el filósofo<br />
asume una incómoda (¿acaso<br />
66 <strong>Letras</strong> <strong>Libres</strong> abril 2006<br />
no la tuvieron Spinoza, Montaigne,<br />
Pascal, Lucrecio y todos los pensadores<br />
y escritores de los que se acompaña?)<br />
condición de no-muerto. Condición<br />
existencial, por supuesto, ya que habla,<br />
como el Quevedo más metafísico<br />
o el Chateaubriand de las Memorias de<br />
ultratumba, en los confines del mundo<br />
desaparecido al que perteneció (“Se<br />
fue el siglo. Nos fuimos. Aunque parezcamos<br />
estar. No somos. Esas que<br />
se pasean entre nuestras cosas, son las<br />
sombras que, efímeramente sólo, nos<br />
suplantan”); pero condición también<br />
legal y jurídica, según el sistema anglosajón,<br />
en tanto sujeto que no puede<br />
ser declarado muerto porque no se<br />
han encontrado evidencias suficientes<br />
para ello, aunque existan sospechas<br />
fundadas.<br />
A pesar de la disolución de sentido<br />
implícita en toda escritura, a pesar de<br />
“la angustia pura de materializar lo<br />
efímero”, a pesar del desgarramiento<br />
y de “la desproporción monstruosa<br />
entre la amputación de sí mismo que<br />
el que escribe ofrenda a su escritura,<br />
y la trivial nadería de lo escrito”<br />
y con el riesgo de condenar a muerte<br />
todo aquello sobre lo que se escribe –o<br />
precisamente por eso–, al igual que el<br />
Louis Aragon de Les chambres, Gabriel<br />
Albiac emprende en su Diccionario de<br />
adioses el análisis de los mitos, epopeyas<br />
y grandes construcciones ideológicas,<br />
con sus correspondientes materializaciones<br />
políticas e históricas, que han<br />
operado en el siglo xx. Sin retórica ni<br />
juegos de palabras. De la mano de los<br />
clásicos y los no tan clásicos (desde<br />
Lucrecio hasta Borges, pasando por<br />
Conrad, el rock, Juan de la Cruz, James<br />
Ellroy o Raymond Chandler), destilados<br />
y convertidos en palabra propia.<br />
Pero también de la experiencia, de los<br />
hechos y las circunstancias, porque su<br />
interés principal, como en su momento<br />
lo fue para Spinoza, es comprender<br />
más allá de subjetivismos o intereses<br />
personales.<br />
Sin embargo, en su Diccionario de<br />
adioses Gabriel Albiac no trata de crear<br />
opinión, ni de decir, a su modo, sobre<br />
los próximos a convertirse en tópicos<br />
políticos e ideológicos del siglo xx:<br />
nacionalismo, fascismo, comunismo,<br />
exilio, revolución o terrorismo. No<br />
quiere un proyecto estilístico, porque<br />
la retórica, como concluye en “Diatriba”,<br />
sólo “regula juegos”, y la muerte,<br />
y por ende la existencia, no es un juego<br />
ni una representación desactivada a<br />
través de las metáforas. Ausentándose<br />
de lo tradicionalmente definido como<br />
derecha e izquierda, el filósofo (“a esa<br />
meditación de lo perdido llamamos,<br />
en rigor, filosofía”), materialista al<br />
modo de Lucrecio, quiere, por encima<br />
de todo, alcanzar el conocimiento<br />
de la naturaleza del hombre en tanto<br />
que ser biológico que, además, vive<br />
y se desarrolla en relación con otros<br />
hombres. Y en su búsqueda, crea pensamiento.<br />
Véase a título de ejemplo<br />
cómo, partiendo de la exposición de lo<br />
que ha sido la judeofobia en la Europa<br />
contemporánea (de Dreyfuss a Yenín),<br />
le da la vuelta al tópico para desenmascararlo<br />
–de un modo tan simple<br />
como contundente– y plantear que el<br />
enigma de lo que condujo a Auschwitz<br />
no fue el judaísmo, “que nada tiene de<br />
excepcional”, ni los judíos, sino el antisemitismo,<br />
“fascinante por la potencia<br />
apisonadora de su pulsión de muerte”.<br />
O cómo, aprovechando los escritos de<br />
Simone Weil o de los taoístas de la<br />
dinastía Tang, retoma las ideas de Carl<br />
von Clausewitz para desvelar la pulsión<br />
de muerte presente en ese constructo<br />
creado por el hombre para destruir al<br />
enemigo que es la guerra (“¿Qué es el<br />
enemigo? –Nada. Y, en esa nada, todo.<br />
Todo de mí, que sólo en la invención<br />
del otro a destruir existo”), tanto como<br />
la función del político, que pasa a ser<br />
considerado su administrador.<br />
Diccionario de adioses es un texto<br />
al que habrá que regresar para comprender<br />
los signos con los que se ha<br />
escrito el fin de la época iniciada en la<br />
Revolución Francesa. Denso y filoso.<br />
Y con un enigma final (“En Madrid,<br />
536 años después de un 3 de mayo”),<br />
discretamente colocado después del<br />
índice, que invita al lector a formular<br />
una pregunta más. ~<br />
– leAH Bonnín
NOVELA<br />
Tras el loco que somos<br />
Guadalupe Nettel<br />
El huésped<br />
Anagrama ,<br />
Barcelona, 2006,<br />
191 pp.<br />
La ceguera y el metro son las<br />
coordenadas por las que se desplaza la<br />
acción de la primera novela de Guadalupe<br />
Nettel (Ciudad de México, 1973): la<br />
ceguera como una concepción de la vida<br />
alternativa a la de los videntes, a partir<br />
de la cual la protagonista intenta hallar<br />
las claves para descifrar la peculiaridad<br />
de su modo de ver el mundo; y el metro<br />
como opción cierta de liberación y refugio<br />
ante el naufragio de la ciudad arriba.<br />
Su aparición obedece a la lógica interna<br />
de la novela, que está enderezada conforme<br />
a la evolución de Ana, la protagonista;<br />
al surgimiento de su naturaleza<br />
más honda: el huésped del título en el<br />
que Ana se transforma. Así, el tema de<br />
este libro es el de la transformación de<br />
uno mismo en “el loco que somos”, como<br />
dice Jean Paulhan en el epígrafe.<br />
El doble, para Nettel, es un parásito<br />
que cohabita con uno mismo y que se<br />
vale de la misma piel, de la misma carne<br />
y huesos para existir. Las comparaciones<br />
son desgranadas por la protagonista: la<br />
caricatura donde el coyote se quita la<br />
piel y es una oveja y ésta, a su vez, hace<br />
lo propio y vuelve a ser coyote, historias<br />
como la de Alien o costumbres como la de<br />
los ácaros que, invisibles, habitan en el<br />
cutis. Más que la de abortar al huésped,<br />
la preocupación de Ana consiste en defender<br />
su identidad ante la invasión del<br />
parásito, en asumirlo, en saber que tarde<br />
o temprano dominará su personalidad,<br />
de tal suerte que sólo queda tenerlo bajo<br />
control conociéndolo a fondo.<br />
Desde la infancia, Ana echa mano<br />
de procedimientos semejantes a los<br />
que más o menos todos hemos practicado<br />
como juegos secretos, aunque<br />
bajo su óptica, y conforme alcanza la<br />
edad adulta, irán perdiendo candor y<br />
ganando complejidad hasta confi gurar<br />
un sistema personal de desciframiento<br />
que, paralelamente, constituye las pautas<br />
del mundo novelesco de El huésped.<br />
Por este camino, Ana descubre que La<br />
Cosa –así llama al parásito– pertenece<br />
a la oscuridad y odia la luz, de modo<br />
que coleccionar recuerdos visuales se<br />
convierte en una estrategia de control;<br />
también lo será, tras una revelación ante<br />
el espectáculo de ver a los ojos de un<br />
invidente, estudiar la ceguera desde la<br />
perspectiva de los ciegos.<br />
¿Por qué de pronto nos sentimos impelidos<br />
a infl igirnos pequeños suplicios<br />
sin razón aparente? ¿Cuántas veces nos<br />
ha sorprendido un extraño de cuya presencia<br />
no teníamos la menor sospecha y<br />
que se revela de pronto, incomprensiblemente,<br />
dentro de nosotros? Las resoluciones<br />
de Nettel a estas preguntas<br />
pertenecen al mundo de Ana, pero la<br />
narración, iluminando zonas sólo lo sufi<br />
ciente para que el lector complete los<br />
hechos relatados, consigue despertar la<br />
refl exión acerca de qué motiva ciertos<br />
resabios de nuestro carácter que suelen<br />
pasar inadvertidos, o a dónde pueden<br />
conducirnos.<br />
Hechos como la muerte del hermano<br />
de la que se auto-inculpa Ana, comer<br />
enajenadamente los odiados chícharos<br />
directamente de la lata, empeñarse en<br />
fabricar recuerdos visuales, buscar ser<br />
mordida por alimañas ponzoñosas, sospechar<br />
de los mensajes escritos en Braille,<br />
entregarse a un mendigo baldado<br />
y sucio sin ápice de amor, constituyen<br />
algunas de las señas que Ana entiende<br />
para moverse en los dominios de La<br />
Cosa y que terminarán por conducirla a<br />
abandonar la vida de la superfi cie.<br />
Quizá lo más interesante del doble<br />
según Guadalupe Nettel sea que no se<br />
trata de un Jekill y Hyde, ni de un lado<br />
bueno y otro malo que libran una batalla<br />
moral. La protagonista de El huésped<br />
entabla a lo largo de su vida un cons-<br />
tante auto-conocimiento, leyendo las<br />
mínimas señales e impulsos para asirse<br />
a la realidad, inventando a cada tramo<br />
sus propias herramientas y soluciones.<br />
Nunca se refi ere a sí misma como una<br />
enferma. De hecho, cuando se contagia<br />
de hepatitis, la lucidez que le otorga el<br />
padecimiento le permite afi nar su percepción<br />
del parásito. No hay, pues, una<br />
Ana convencional y otra ominosa: hay<br />
una sola Ana que asume sus peculiaridades<br />
únicas. Hacia el fi nal de la novela<br />
afl ora La Cosa y sería injusto decir que<br />
esto constituye el fracaso de la protagonista.<br />
Es una realización al revés que<br />
dota al personaje de plena identidad.<br />
En la narrativa mexicana el metro ha<br />
sido objeto de crónicas y de cuentos (“La<br />
fi esta brava” de José Emilio Pacheco es el<br />
más memorable), pero no de la novela.<br />
Buena parte de la acción de El huésped<br />
transcurre en le metro de la Ciudad de<br />
México. Aunque Nettel tropieza con algunos<br />
lugares comunes –las “torteadas”<br />
a las horas pico–, consigue transmitir<br />
algo de la condición subterránea que pocos<br />
usuarios advierten ahí abajo, pues,<br />
como en la lectura, en el metro conviene<br />
saber leer entre líneas. Mediante paseos<br />
ociosos y visitas a los recovecos de las<br />
estaciones, Ana lo hace y es introducida<br />
a una especie de organización secreta<br />
cuyos miembros constituyen una de las<br />
tantas ciudades que coexisten en la de<br />
México. Quiere la trama que hoy Ana<br />
siga vagando y morando en el metro.<br />
Engolosinamiento en detallar<br />
aspectos pueriles cuando Ana evoca su<br />
infancia; anécdotas extravagantes, que<br />
se antojan sólo para turistas, como la<br />
comilona en un panteón, durante un<br />
Día de Muertos, a base de tacos de<br />
manatí de Xochimilco; lances innecesarios<br />
como el rellenado de sobres<br />
electorales con caca que serán repartidos<br />
en un camión de la basura robado<br />
por Ana y su némesis, son pasajes que<br />
desmerecen dentro del conjunto. Con<br />
todo, cuando el huésped, si lo hay, de<br />
Guadalupe Nettel retoma la pluma, la<br />
narración retorna a la lucidez sostenida<br />
que le mereció el tercer lugar del Premio<br />
Herralde de Novela 2005. ~<br />
– noé cÁrDenAS<br />
abril 2006 <strong>Letras</strong> <strong>Libres</strong> 67