anuario 2011 en pdf - Asociación de Ex Alumnos - Colegio Marianista

Ochenta años, tres generaciones, cinco ex alumnos...
Un mismo “Faro que siempre dirige
con su vivo resplandor”
Tomas Merlos (90)
En 1929, a mis ocho años, la Argentina
nos daba su bienvenida. Veníamos
desde España. Sin recursos, y con la
Gran Depresión, el futuro deparaba
mucho esfuerzo para salir adelante,
pero… sabíamos que así sería, y agradecíamos
la oportunidad.
Por las tardes, para colaborar con la
economía familiar, hacía un reparto de huevos
(¡los cajones eran más pesados que mi
persona!) y, por las mañanas, asistía al Colegio
que mis padres, siempre preocupados por mi
formación, habían elegido y estaba cerca de
donde vivíamos, en la calle Rawson; era el
Benito Nazar, de la Obra de la Conservación de
la Fe.
Ya casi con 12 años, al comenzar el año
escolar en marzo de 1933, el Colegio tenía un
nuevo director, un hombre de contextura
pequeña y ojos vivaces, don Pedro Martínez
Saralegui; y con él, varios nuevos maestros.
Yo, que no sabía muy bien quiénes eran, no
podía creer que durante las clases ¡volvía a
tener contacto con las costumbres de donde
había nacido! ¡Mis maestros eran españoles y
hablaban con el mismo acento de mis padres!
Comenzaba el primer curso de los
Marianistas en Argentina; y desde allí mi
relación con ellos, que conservo hasta hoy.
Fueron ellos quienes me llevaron al
Congreso Eucarístico Internacional de 1934,
en los jardines de Palermo, con la presencia
del Cardenal Eugenio Pacelli. Fue emocionante
asistir entre una multitud de 200.000
personas.
Poco después, llegaba a la Argentina quien
fuera mi mentor, Don Fermín Fernández,
como Director del Benito Nazar.
Recuerdo que un día, debido a alguna
travesura, mi maestro me envió a ver al señor
director. Antes de dejar su oficina, le pregunté
tímidamente: “Señor, ¿usted es español?” Y
me respondió que sí. “¡Yo también!”, le dije. A
partir de allí, nació una relación que sólo
terminó con su fallecimiento, en 1985.
Él, conociendo lo ajustado de la situación
económica de mi familia, se encargaba de
guardarme alguna ropa y zapatos que la
Asociación de Damas Católicas, de la Obra de
la Conservación de la Fe traía al Colegio, así
como libros que mis padres no podían
comprar.
Como agradecimiento, lo invitamos a
comer a casa. Cuatro veces tuvimos que
insistirle, pues él consideraba que no correspondía.
En la cuarta, mi madre logró convencerlo,
y le preparó unos gurullos, como los que
solía hacer en España.
Por las tardes, el señor Fernández se hacía
un rato para enseñarme a jugar al ajedrez.
Siempre me ganaba... ¡y qué bronca me daba!
Pero él decía: “Así aprenderás”. Y así fue.
Poco tiempo después, las clases quedaban
atrás, dejándome un título de Perito Mercantil
que siempre agradeceré a los hermanos
Marianistas.
A partir de allí –y sepan disculpar las malas
jugadas que me hace la memoria con relación a
las fechas–, fui por siete u ocho años el segundo
presidente de la Asociación de Ex Alumnos
del Colegio Marianista.
Organizamos dos Carreras de Regularidad
que culminaban en Lobos con un gran
asado. Fue toda una sana fiesta.
Muchos nombres vienen a mi mente: el
padre Gordejuela, el padre Marañón, don
Lorenzo Aspe, don Francisco Ruiz de Angulo,
Vidal Ochoa, Otilio Ortega, Julio García,
Calixto Menoyo, Dionisio Juez, Francisco
Salazar, entre otros.
Asistí a la fundación de los Colegios de 9 de
Julio y Junín. Y no pocas fueron mis visitas en
el primero de ellos a don Fermín Fernández,
quien era el Director, allá por 1963. Las
comidas con él en el Colegio y los paseos por la
laguna eran infaltables. Y cuando él estaba en
Buenos Aires, sus visitas a mi casa.
Por ese año, mi hijo mayor, Juan Alberto,
comenzaba su secundaria en el Colegio.
Juan Alberto (61)
Algunos chispazos de memoria. En
segundo año, tuve en Instrucción
Cívica al “Profesor” que jamás
olvidaré: don Calixto Menoyo, un
vasco nacido en Vitoria, con un espíritu
formidable. Todavía seguía en el país el debate
de “escuela laica o libre” y él nos explicaba por
qué debíamos defender la “libre” con todas
nuestras fuerzas. Inteligente y muy culto, luego
nos enseñó literatura y geografía. Uno de mis
compañeros, en un examen de diciembre, se
refirió a los norteamericanos –de EE.UU–,
como “americanos”. Don Calixto lo detuvo de
inmediato; “Americanos somos todos”, fue su
réplica. Y, señalándole la puerta del aula, le
dijo: “¡A marzo!”
Muchos son los recuerdos de aquéllos con
los que compartí tantos momentos: Carlitos
Teixidor, Roberto Petracca, Enrique Martín –a
quien volví a ver muchos años después en el
Colegio–, los cariñosamente llamados
“gallegos”, el padre Marañón –hacíamos cola
para confesarnos con él quien, ya con su
sordera, nos daba siempre la misma penitencia–
y aquel patio de la Virgen, donde tantas
veces canté el Himno Marianista. El mismo
que, poco después, cantaríamos a coro con don
Otilio Ortega, mi padre, mi hermano y mi
sobrina, al finalizar la misa por las Bodas de
Oro de mis padres, donde, obviamente, los
marianistas no podían faltar.
Tomás Merlos (90)
Alberto terminaba, pero once años atrás
venía Tomás Ricardo, el menor de mis
hijos. Y así comenzó en el Colegio en
1973.
Tomás Merlos padre y “Pancho” Ruiz de Angulo, dos grandes amigos
Victoria exhibe su diploma de egresada junto a sus abuelos y tíos.
Tomas Ricardo (50)
Crecí escuchando hablar del Marianista.
Aunque muy chico, recuerdo los
almuerzos de días domingo en mi casa
con el señor Fermín Fernández. En uno
de aquellos almuerzos, me enseñó que
la India tenía ¡1000 millones de habitantes!
Iba de acompañante en las carreras de
regularidad, junto con mi hermano, en el auto
de mi tío, ya que mi padre no podía “correr” por
ser organizador. Y, además, tenía las historias
de mi hermano, con sus compañeros de
Colegio que venían a casa. ¡Y las kermeses!
Con esos antecedentes, ¿alguien podía
tener alguna duda de cuál iba a ser mi Colegio?
Eliseo González, Roque Llamas, Villapún,
Rojo como director (los “gallegos”), el
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