anuario 2011 en pdf - Asociación de Ex Alumnos - Colegio Marianista

La Magia del
Colegio Marianista
Adolfo A. Valvaroza
Mis primeros shows,
a los diez años.
En la TV, con
Marta González
(1989)
Después de mucho pensar un título para
ponerle a mi historia; creo que he
acertado ya que el Colegio Marianista
fue uno de los hechos más mágicos e
influyentes en mi vida para haber
llegado a ser lo que soy.
Mi nombre es Adolfo Andrés Valvaroza, de
profesión… mago. Sí, leyeron bien, mago, y
vivo desde hace 22 años en Madrid, España.
Corría el año 1973. Tenía seis años y mi
primer grado “B” me esperaba. Nunca imaginé
que ese primer día de clases en el patio central
iba a ser tan importante en mi vida. Mis primeras
sensaciones, el uniforme con esa corbatita
que mi mamá y mi abuela me compraron con
mucho sacrificio, la primera cartuchera, mi
primer amor de niño que fue mi maestra
Graciela y, lo más importante, esos otros
chicos que, con el tiempo y hasta el día de hoy,
iban a ser mis amigos.
Fue pasando el tiempo y empezaron las
actividades en grupo, las primeras salidas al
campo de Pinitos y las excursiones.
Ahora me doy cuenta de que esos eran
momentos claves para nosotros porque nos
alejaban del entorno familiar y escolar, y nos
obligaban a arreglarnos solos, lo que nos
ayudaba a nuestra superación personal. Estas
actividades fueron momentos, circunstancias
que le agradezco al colegio.
Ya en esos tiempos y durante primero,
segundo y tercer grado, yo notaba que mis
aficiones y hobbies no coincidían con los de la
mayoría de mis compañeros . Estando en un
colegio de varones era muy extraño que, a
pesar de las motivaciones que recibía de mis
maestros, a mí no me gustara jugar al fútbol ni
hacer mucho deporte. Era un “bicho raro” y lo
pasaba muy mal ya que me sentía desplazado
por la inocente crueldad de los otros chicos.
Sin embargo, mientras ellos quedaban los
fines de semana para ir a jugar al fútbol o al
rugby, yo me pasaba horas y horas jugando
con las típicas cajas de magia que me
regalaban para mis cumpleaños y, encerrado
en mi habitación, haciendo obras de teatro con
mis títeres. De vez en cuando me metía en el
baño y me pintaba la cara de payaso con las
pinturas de maquillaje de mi mamá. Un
“artista” estaba naciendo en mí.
A los ocho años – jamás se me olvidará–,
recuerdo que se celebró el cumpleaños de uno
de los chicos del colegio, para lo cual habían
contratado a un mago. Yo estaba viendo el
espectáculo y estaba en otro mundo. Cómo
sería mi cara de asombro que aquel hombre
paró el espectáculo y me empezó a zarandear
porque creía que me había pasado algo ya que
me hablaba y yo no reaccionaba. Estaba
absorto.
Fueron pasando los años y el colegio, con
sus actividades, su sentido de familia y su
sistema educativo, me iba aportando un
crecimiento cultural y espiritual muy importante,
dándome la seguridad necesaria a la
hora de decantar en mi el interés por el mundo
del espectáculo.
El año 1977 lo recuerdo como uno de los
más importantes de mi vida. Estaba en quinto
grado y teníamos de maestro a Julio Pichi. Ya
solo por eso, tanto yo como mis compañeros,
éramos unos afortunados. Julio era “el
maestro”, un maestro de la vida, creo yo; la
persona que nos empezó a enseñar a manejar
los valores humanos para ser hombres.
A principios del año 1977 mi papá, que ya
llevaba años percatándose de mi interés (por no
decir obsesión) por el ilusionismo encontró,
después de mucho buscar, una Escuela de
Magia. Le estoy tan agradecido a mi “viejo”
por haber tenido tan brillante idea.
Sí, en el mundo sólo había entonces tres
escuelas de magia, una de ellas en Buenos
Aires; ¡y yo, sin saberlo! Era la escuela del gran
mago Fu-Manchú.
Era lo más parecido a una universidad de la
magia, con sus materias y sus exámenes, muy
parecido a lo que sería hoy en día la Academia
Hogwarts de las películas de Harry Potter. La
escuela se encontraba en Riobamba y
Bartolomé Mitre, y mis padres me llevaban los
martes y sábados a tomar clases.
A partir de ese momento me empecé a
relacionar con ese mundo fascinante en el cual
pude aprender de los grandes maestros de la
magia todos esos secretos que tanto me
intrigaban. Asistía a sus reuniones y me
empezaba a fabricar mis propios trucos de
magia para luego animar los cumpleaños de
mis primos y familiares.
Recuerdo que a finales del mismo año, mis
padres me mandaron a la colonia de vacaciones
Marianista en Casagrande, Córdoba. Yo ya
llevaba unos cuantos meses en la escuela de
magia y ya controlaba un poco el tema. En la
colonia estábamos a cargo de nuestro maestro
Julio Pichi, el cual una noche nos congregó a
todos los chicos para mostrarnos “La Magia
del Lobizón”. ¡Oh sorpresa la mía cuando veo
que Julio nos estaba sorprendiendo con un
show de magia profesional, haciendo los
mismos trucos que yo había aprendido en la
escuela! Me sentí realizado ya que, ante el
asombro que tenían mis compañeros, yo sabía
cómo Julio lo estaba haciendo.
Hablé con él y le comenté que yo estaba
estudiando magia. A partir de ese momento,
Julio me tomó un cariño especial y en los
recreos me pedía que le explicara mis últimos
aprendizajes mágicos.
La noticia de mi afición por la magia corrió
como reguero de pólvora por el colegio y ya
todo el mundo sabía a qué dedicaba mi tiempo
libre. Ya no era el tonto que no jugaba al fútbol,
sino que empezaban a verme como algo más
raro todavía.
Así, al año siguiente, en sexto grado,
tuvimos de maestro a Juan Carlos Merullo; el
que les mandaba a hacer cuentas a los chicos y
me llevaba a mí al pasillo, fuera del aula, para
que le hiciera y le enseñara juegos de magia
para hacerle a sus hijos, con lo que, por parte de
mis compañeros, me gané el titulo de
“chupamedias”.
El tiempo pasó y yo tenía clara la idea de
que deseaba seguir el secundario en el colegio
junto a la mayoría de mis amigos. Ya para esa
época tenía cierta experiencia en el mundo de
la magia ya que, cuando me lo pedían, animaba
fiestas familiares y dedicaba mucho tiempo a
ensayar mi pequeño repertorio.
Sería en el año 1983, estando en tercer año
del bachillerato, cuando comienzo a animar
fiestas infantiles ya de forma profesional. Me
contrata la empresa de animación de fiestas
infantiles más importante de Buenos Aires y
empecé a tener trabajo todos los días: de lunes a
jueves, una actuación por la tarde y los viernes,
sábados y domingos, ¡hasta dos y tres shows
por día! Durante esa época trabajé también en
la confitería “Los Dos Chinos”, en la calle
Brasil de la zona de Constitución, junto al
cómico Pepe Iglesias “El Zorro”.
A fin de mes ganaba yo más dinero que mi
papá ¡con sólo 15 años! Pero se empezó a
complicar el estudiar y hacer mis deberes; la
secundaria me exigía mucho y mi trabajo como
mago me obligaba a llegar a casa, comer e irme
a hacer la actuación. Si había tiempo a la vuelta
hacía los deberes y si no lo había, me tenía que
levantar al otro día muy temprano para
terminarlos. Mi mamá, que era maestra, me
ayudaba en todo lo referente a los estudios y me
acompañaba a las actuaciones; pero eso sí, me
La maga,
Teresa -mi esposa-
y yo
36| Anuario 2011 Anuario 2011 |37