anuario 2011 en pdf - Asociación de Ex Alumnos - Colegio Marianista

Lo que el colegio
me dejó
Suena el celular y veo un número que no
reconozco. Generalmente no atiendo,
pero esta vez, por suerte, lo hice. Era
Gabriel, ex alumno del Colegio, para
decirme que cumplíamos 25 años de
egresados y que se estaba organizando
un evento para celebrarlo. Enseguida pensé
que se había equivocado... ¡25 años es mucho,
no me parecía que hubiera pasado tanto tiempo
desde que dejé el Colegio! Pero sí, ya pasaron
25 años. Por lo general, uno recuerda como
“reciente” aquello que lo marcó profundamente.
Y eso es lo que me sucede cuando
pienso en el Marianista.
Entré al Colegio en Primer Año. Venía de
uno mucho más chico en donde nos
conocíamos absolutamente todos. Mi primera
impresión del Marianista fue de “Wooowww”,
qué inmenso que es todo esto, cuánta gente, no
me voy a acordar del nombre de nadie ni nadie
va a recordar el mío. ¡Pero cómo me
equivoqué!
Por supuesto, era un colegio mucho más
grande, con tres divisiones de más de treinta
chicos; pero desde el primer día fui Matías. Los
profesores enseguida sabían quién era cada
uno. La mayoría de mis compañeros venían de
la primaria; pero los nuevos teníamos
hermanos, primos y/o amigos en otros años o
grados, así que era imposible ser un anónimo
entre tantos conocidos. Eso hizo que mi
integración fuera inmediata. Habían pasado
pocas semanas y ya me sentía “local” y mi
inseguridad había desaparecido.
Todavía me acuerdo del lema
del Colegio del primer año
“Cada Uno en lo Suyo y en Todo,
To d o s ” , u n a i d e a q u e
verdaderamente se vivía. A la
distancia, me doy cuenta de que
el sentimiento de Familia no sólo
se debía a que éramos todos
conocidos, sino que todo estaba
preparado para favorecer la
integración de los recién
llegados.
Cuando pienso en mis años
25 años/5°B
de colegio, es imposible no pensar en tres
cosas que sin duda me marcaron.
Primero, las llamadas clases de Catequesis,
que más que clases para hablar de religión
–cosa que también se hacía– fueron momentos
de convivencia para que nos conociéramos en
profundidad y derribáramos inhibiciones.
Hablábamos de nuestros ídolos, de las personas
a quienes nos queríamos parecer, de educación
sexual –que en ese momento todavía
era un tema bastante tabú, de política –era
1983, así que imagínense...
Segundo, los campamentos. ¡Qué bien lo
pasábamos! Tres días de diversión absoluta, en
donde jugábamos y competíamos contra los
otros cursos, lo que unía mucho más a los de
cada división y nos daba un mayor sentido de
pertenencia.
El tercer evento que resalto es uno que no
sólo marcó mi adolescencia sino que marcó mi
vida: los Grupos Juveniles. Para ser franco, lo
que hizo que de entrada me uniera a los Grupos
era la posibilidad de conocer chicas, que en mi
época venían principalmente del Santa Rosa o
del Sagrado Corazón. Misión cumplida: todavía
mantengo como amigas del alma a algunas
de esas chicas que conocí hace casi treinta
años. Pero los Grupos me dieron mucho más
que buenos amigos y amigas. Por sobre todo,
de los Grupos rescaté algo muy bueno de cada
uno de los tres pilares que los sostenían:
Formación, Oración y Servicio. Gracias al
Matías Puente Solari
De campamento:
Rincón, Manzano,
Volpellier y
Ríos Pita (arriba);
Puente Solari, Nadal y
Bruni (abajo)
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