anuario 2011 en pdf - Asociación de Ex Alumnos - Colegio Marianista

Este año, en El Bolsón,
Hernán con toda
su familia
y entrelazan con las de nuestros hijos en un
sinnúmero de relaciones personales y eventos
cotidianos que conectan experiencias inolvidables
del ayer con el día a día que se teje en el
Marianista de hoy. Ese hoy en el que alumnos,
ex alumnos, padres, hermanos, personal,
docentes, directivos y animadores laicos y religiosos
conformamos una gran comunidad que
quiere seguir brindando a nuestra sociedad un
ámbito de formación integral no sólo de
nuestros niños, sino de todos los que atravesamos
el mundo colegial.
Este ejercicio de bucear en el pasado, al
igual que cualquier otra reflexión sobre la
historia y la vida, puede llevarnos a caer en
distintos engaños. Por un lado, suele estar el
engaño de creernos que “todo lo pasado fue
mejor” y, desde ahí, recrear con melancolía las
experiencias vividas con la amargura de saber
que aquello no va a volver nunca a sucedernos,
magnificando lo bueno en contraposición con
lo no tan bueno que pudo venir después.
También podemos evaluar lo pasado desde el
engaño del pesimismo que nos lleva a criticar
implacablemente todo, destacando exclusivamente
lo negativo sin poder admirar todo lo
lindo y bueno de la experiencia. En uno u otro
caso, no es el acontecimiento en sí lo que cambia
sino el ojo del observador. Será nuestra
propia trama vital, la subjetividad que hemos
construido, la que nos hará ver desde una u otra
perspectiva un mismo hecho. De ahí que
podemos intentar sortear aquellos extremos y
admirar en toda su dimensión lo vivido, sabiendo
que en su esencia posee una mezcla imprecisa
y abundante de trigo y cizaña; trigo sano y
fuerte que necesitamos como nutriente fundamental
para la vida y yuyo inútil que se coló
entre las buenas espigas.
Esta perspectiva “agrícola” de las cosas me
pareció didáctica y elocuente a partir de la
reflexión de un amigo, Xavier de Aguirre, ex
alumno y cura Marianista, que en una reciente
homilía, en su parroquia Cristo Resucitado de
General Roca, nos invitaba a observar cómo es
la mirada de Dios sobre la realidad en la
parábola del trigo y la cizaña (Mt. 13, 24-30).
Allí Jesús cuenta que en el campo que el Señor
preparó y sembró con trigo, por la noche vino
el enemigo y sembró cizaña. Al comprobar
esto, los peones van a ver al Señor y se ofrecen
para ir a arrancar la cizaña; pero Él se lo
prohíbe por cuanto “al arrancar la cizaña,
corren el peligro de arrancar también el trigo”
(dicen los que saben que ambas plantas son
bastante parecidas). Y agrega “Dejen que
crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces
diré a los cosechadores: arranquen primero lo
cizaña y átenla en manojos para quemarla, y
luego recojan el trigo en mi granero”.
Vemos así que la sabiduría de Dios, al
mirar la realidad –de las cosas, de la historia,
de nuestra propia interioridad–, observa con
paciencia que en su campo ha crecido lo bueno
y lo malo; y, como modo de cuidar y proteger
lo bueno, no se ensaña contra lo otro sino que
espera al tiempo de la cosecha, momento en el
que separará la paja del trigo, quemando la
primera y aprovechando el segundo.
Estos pensamientos me llevaron a
comprobar que, como todo en la vida, en
nuestro paso por el Colegio hemos constatado
cómo en esa porción de la realidad hubo
mucho, muchísimo trigo, pero no por eso dejó
de haber también cizaña. ¡Cuántas cosas tan
buenas y esenciales para hacernos crecer, para
permitirnos experimentar vivencias positivas,
de valores, compartir vidas ejemplares y
ejemplos de vida fundamentales! Allí tuvimos
ocasión de aprender, en gran medida, la
centralidad del amor, de la amistad, de la
entrega a los demás, el sentido del sacrificio
por el otro, a través de experiencias radicales
como los grupos juveniles, las misiones de
verano, los servicios; espacios de vida que han
marcado un antes y un después en nuestro ser,
para muchos de nosotros.
Pero también fuimos testigos de otras
mezquindades propias de nuestra condición,
participando muchas veces de situaciones
atravesadas por la intolerancia. A veces
callamos ante situaciones de desprecio que
entre nosotros generábamos respecto de
ciertos compañeros o, incluso, participamos
de ellas activamente estigmatizándolos;
festejamos bromas crueles sin medir el
sufrimiento que podíamos estar infligiendo;
algunas veces, tal vez, nos deslumbramos
frente a incoherencias y banalidades que, con
los años, vemos que no nos dejaron nada.
Pero, en definitiva, es bueno que tomemos
conciencia de que en el Colegio vivimos ese
proceso natural maravilloso, en el que
crecieron juntos el abundante y generoso trigo
y la cizaña que, como en todo, está entre y
dentro de nosotros. El mundo colegial nos
permitió compartir con muchos otros esta
experiencia, creando así lazos de amistad que,
por profundidad y por historia, llegan hasta lo
más íntimo de nuestro ser y nos acompañan en
el camino de la vida. También hallamos en ese
mundo adolescente muchas de las orientaciones
fundamentales que marcaron nuestro
rumbo principal y que hacen que seamos
quienes somos.
En ese sentido, el Marianista contri-buyó
mucho a que descubriera lo fantástico que es
acompañarse y disfrutar la vida en comunión
con mi tierna “compañera de yugo”, Paula, que
hace más de veinte años conocí gracias a los
grupos juveniles. Con ella gozamos de ver
crecer a nuestros cuatro retoños, Juan
Francisco, María Milagros, Ignacio y Lourdes
(alumnos actualmente los tres primeros, y
próximamente la más pequeña), enamorados
de su Colegio. Un Colegio muy distinto del de
antaño, arriesgo a afirmar que –incluso– en
muchas cosas mejor, que ha sabido mantener
renovados los mismos valores, la misma
esencia. Y que ha tenido la capacidad de
rediseñar esquemas como para continuar
captando el palpitar de sus jóvenes y niños
desde los nuevos desafíos que el mundo actual
plantea, siguiendo la impronta que nos legó
Chaminade: “A vino nuevo, odres nuevos”.
Lo vivido aquellos años también fue fuente
de lo que soy como profesional. No fue casual
que luego de experimentar los encantos del
ejercicio de la abogacía de forma independiente
y en una empresa multinacional, haya
optado por dedicarme de lleno a una actividad
que, aunque bastante menos rentable, resulta
para mí mucho más apasionante, más
vinculada con el hombre, con el servicio a los
demás, como es la carrera judicial.
Estoy convencido de que las elecciones
importantes tomadas en mi vida, las que han
marcado el rumbo fundamental, que me han
posicionado en el presente y que trazaron
también lo principal de mi futuro, fueron
tejidas –en gran medida– en esa urdiembre de
vivencias únicas que el Señor puso en mi
camino dentro del Colegio Marianista.
A veinticinco años de haber egresado, alzo
mis ojos al cielo y agradezco por tanto trigo
regalado y también por la cizaña, que nos
permite asumir desafíos superadores; y pido a
Dios que nos ayude a continuar reconociendo
lo que haya de cizaña en el campo de nuestro
corazón, de nuestro entorno, de nuestra historia
y de la historia de nuestra amada Argentina que
tanto necesita de miradas maduras y asentadas,
conscientes de que la paja y el trigo vienen
enlazadas y evitan “comprar” el discurso
simplista y engañoso de quienes pintan las
cosas sólo en blanco o negro.
Hernán H. Pagés
hhpages@yahoo.es
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