Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada
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su cuerpo etéreo. Su respiración se volvió tan acelerada, que tuvo que separar los labios para recibir una bocanada de aire. Durante unos minutos practicó una respiración tranquilizadora, tratando de serenar su mente para poder captar el mensaje de su maestra. Pero no pudo percibir nada que no fueran sus propios pensamientos, y el rítmico sonido de las olas del mar estrellándose contra aquellas rocas. Transcurrido cierto tiempo, y un poco decepcionado, Gabriel decidió dejar aquel lugar y volver de nuevo a su casa. Sin embargo, cuando iba a emprender el regreso, una orden que no admitía réplica se introdujo en su mente con la fuerza y la precisión de una flecha lanzada desde otros mundos: “Busca a Teresa”. Desconcertado, pero obediente, Gabriel abandonó el Malecón para dirigirse a la casa donde Esperanza Milagros vivía con su nieta, a la que no había vuelto a ver desde el día en que visitó a su maestra, antes de que ésta muriera. Mientras caminaba con las manos en los bolsillos, ajeno al bullicio de la calle, Gabriel recordó a aquella muchacha vitalista de pelo blanco, a la que había hecho perder la virginidad. Por expreso deseo de su abuela, él nunca había intimado con aquella joven, aunque sentía un gran aprecio por ella. Sin embargo, la anciana se había encargado de mantenerlos alejados al uno del otro. Gabriel sabía que Esperanza Milagros había iniciado a Teresa en la hechicería, pero no tenía ni idea de si la joven conocía que él había sido el aprendiz de su abuela, o simplemente le consideraba un conocido. Para él había supuesto un honor que su maestra le hubiera elegido para hacer perder la virginidad a su nieta, y cuando se acostó con ésta procuró poner lo mejor de él mismo en aquel iniciático acto sexual. A pesar de que era consciente de que se trataba de un ritual, en el que no debía implicarse emocionalmente para no crear ningún tipo de dependencia con la muchacha. Aunque era un brujo y hacía ya muchos años que no mantenía relaciones sexuales con mujeres, porque canalizaba su energía para destinarla a la búsqueda de la libertad, el contacto que mantuvo con Teresa le impresionó vivamente. Por primera vez en su vida había experimentado con ella algo que no había sentido al acostarse con otras mujeres. Una especie de comunión de
almas, que iba mucho más allá del contacto carnal. Ahora, reviviendo aquellos momentos, Gabriel se preguntaba por qué su maestra le ordenaba que buscase a Teresa. Mientras seguía caminando por las calles de La Habana Vieja, para llegar hasta la casa donde vivía la joven, Gabriel iba notando cómo se producían ciertos cambios en su interior. De pronto fue consciente de que su vida carecía de sentido, y este sentimiento le pilló de sorpresa y le sumió en una gran confusión. Era un hechicero y podía ejercer un gran control sobre la vida cotidiana. De hecho, estaba muy por encima de los asuntos mundanos. Sin embargo, el poder que tenía no le hacía más fácil la existencia. Su vida era solitaria y sombría. Desde que se había distanciado de su maestra, no había experimentado cariño por nadie, ni había recibido de los demás la más mínima muestra de afecto. La gente le tenía miedo y no sabía lo que era el contacto de una mano amiga. Un poco molesto consigo mismo por albergar estos pensamientos, Gabriel intentó arrojarlos de su mente. Pero no pudo. Algo en su interior le obligaba a seguir examinándose a sí mismo, aún en contra de su voluntad. Cansado de luchar contra esa voz interior, que surgía de lo más profundo de su conciencia, Gabriel se rindió. Y al hacerlo, notó como si algo cediera dentro de él dando paso a un aluvión de dudas sobre su vida. Dudas que, hasta ese momento, había conseguido tener bajo un férreo control. Abrumado ante esa avalancha de sensaciones desconocidas, Gabriel se detuvo unos instantes, se apoyó en una pared para descansar y se preguntó en voz alta: “¿Qué me está pasando?”. Fue entonces cuando volvió a escuchar la voz de su maestra con toda nitidez que, con un tono cariñoso, le decía: “Deja ya de luchar contra ti mismo. Entrégate a la vida”. Como si un muro se hubiera derrumbado en su interior, Gabriel Olmo empezó a llorar. Por unos momentos, todo lo que había sido su vida desfiló ante sus ojos, y mientras seguían fluyendo las lágrimas se dio cuenta de que el personaje altivo, distante y perverso que había sido, no tenía nada que ver con su auténtica naturaleza. Era solo una máscara que había estado utilizando para no mostrar su verdadero rostro, para no ser vulnerable a los ojos de los demás. El espectáculo de un hombre
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su cuerpo etéreo. Su respiración se volvió tan acelerada, que tuvo que separar los<br />
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había sido el aprendiz <strong>de</strong> su abuela, o simplemente le consi<strong>de</strong>raba un conocido. Para<br />
él había supuesto un honor que su maestra le hubiera elegido para hacer per<strong>de</strong>r la<br />
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mantenía relaciones sexuales con mujeres, porque canalizaba su energía para<br />
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que no había sentido al acostarse con otras mujeres. Una especie <strong>de</strong> comunión <strong>de</strong>