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Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada

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malo. Lo mejor que pue<strong>de</strong>s hacer es actuar como si lo fueras, porque nadie va creer<br />

que eres una buena persona”. Estas palabras <strong>de</strong> su padre impresionaron vivamente al<br />

pequeño Gabriel quien, a partir ese momento, se <strong>de</strong>dicó a ejercer oficialmente <strong>de</strong><br />

malvado. Siendo muy joven empezó a interesarse por la santería y, como si estuviera<br />

pre<strong>de</strong>stinado a este conocimiento, empezó a practicar su magia controlando las vidas<br />

<strong>de</strong> los <strong>de</strong>más. La falta <strong>de</strong> cariño quedó así compensada por el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> un<br />

inmenso po<strong>de</strong>r, que le hacía parecer lejano y altivo a los ojos <strong>de</strong> sus semejantes. Y así<br />

era en realidad. Gabriel Olmo ya no pertenecía a este mundo, y todo lo relacionado<br />

con él se le antojaba distante y extraño. Sin embargo, seguía practicando la santería y<br />

aceptando encargos, como el hechizo que ahora estaba dirigiendo contra Raimundo<br />

Carbajal.<br />

Cuando terminó <strong>de</strong> clavar los alfileres sobre la figura <strong>de</strong> cera, la envolvió en un<br />

paño <strong>de</strong> terciopelo negro, y la metió, junto con el reloj y la foto <strong>de</strong> Raimundo, en una<br />

caja <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, que colocó <strong>de</strong>spués en un pequeño baúl, flanqueado por cuatro velas<br />

blancas. Una vez terminado el hechizo, Gabriel abandonó aquella pequeña habitación<br />

interior con el suelo <strong>de</strong> tierra, que permanecía siempre a oscuras, y cerró la puerta con<br />

llave. Al salir <strong>de</strong>l cuarto una intensa luz solar, que se colaba por las ventanas <strong>de</strong> su<br />

casa, le hizo guiñar los ojos. El hechizo que acababa <strong>de</strong> iniciar <strong>de</strong>bía llegar a<br />

Raimundo al filo <strong>de</strong> la medianoche, y la diferencia horaria con España le había<br />

obligado a Gabriel a realizarlo por la tar<strong>de</strong>. Antes <strong>de</strong> salir a la calle para dar su<br />

acostumbrado paseo vespertino, se lavó las manos en la pileta <strong>de</strong>l patio, que<br />

compartía con otros vecinos <strong>de</strong> la casa, y sacudió repetidamente los <strong>de</strong>dos para<br />

arrojar <strong>de</strong> su cuerpo la energía que pudiera haber quedado atrapada con el hechizo.<br />

Aún con las manos mojadas se las pasó por la cara y el pelo y <strong>de</strong>spués se las secó<br />

con un trapo viejo que había junto a la pileta. Al salir a la calle sus ojos vieron el mismo<br />

panorama <strong>de</strong> todos los días. Una gran cantidad <strong>de</strong> turistas recorría las callejuelas<br />

empedradas <strong>de</strong> La Habana Vieja. La casa don<strong>de</strong> él vivía era una <strong>de</strong> las más típicas y<br />

<strong>de</strong>startaladas <strong>de</strong> la zona. Y estaba acostumbrado a ver cómo los visitantes se

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