Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada
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se había quedado a estudiar un examen que llevaba el día siguiente. Era primavera,<br />
pero hacía un calor sofocante. La luz <strong>de</strong>l flexo que iluminaba sus apuntes hacía que el<br />
bochorno fuera aún más inaguantable. Ya <strong>de</strong> madrugada, Raimundo interrumpió por<br />
unos momentos sus estudios y se subió a una silla para abrir la ventana, situada al<br />
nivel <strong>de</strong> la acera <strong>de</strong> la calle. Esa era la única ventana exterior <strong>de</strong> la que disponía la<br />
vivienda, porque las otras dos habitaciones <strong>de</strong> la casa eran interiores y no tenían<br />
ventilación. Aquella ventana <strong>de</strong> cristales sucios casi siempre permanecía cerrada.<br />
Cuando Raimundo la abrió esa madrugada, un soplo <strong>de</strong> aire fresco le llegó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />
calle. Cerró los ojos e inspiró profundamente, tratando <strong>de</strong> refrescarse un poco con el<br />
relente <strong>de</strong> la noche. Aún permanecía con los ojos cerrados cuando notó cómo un<br />
líquido caliente le salpicaba el rostro. Tras unos momentos <strong>de</strong> incertidumbre,<br />
Raimundo abrió los ojos y al instante vio cómo un borracho le meaba en la cara. Junto<br />
con aquel líquido amarillento y asqueroso, el olor a orina mezclado con alcohol le<br />
abofeteó el rostro. Cuando pudo reaccionar, Raimundo empezó a chillar. Los gritos<br />
asustaron al borracho y éste, tambaleándose, se apartó <strong>de</strong> la ventana aún con su sexo<br />
fláccido en la mano. De pronto comprendió lo que había pasado, y al ver al joven que<br />
gritaba, con el rostro empapado en meados, se alejó dando tumbos mientras se reía a<br />
gran<strong>de</strong>s carcajadas. Al intentar bajar rápidamente, Raimundo se cayó <strong>de</strong> la silla y,<br />
tirado en el suelo, empezó a llorar con rabia. Así lo sorprendió su padre, que se había<br />
<strong>de</strong>spertado al oír los gritos. Con la preocupación reflejada en su mirada, Tomás corrió<br />
hacia don<strong>de</strong> estaba su hijo y le preguntó <strong>de</strong> forma apresurada:<br />
-¿Qué te ha pasado?<br />
-¡Déjame en paz!- le respondió Raimundo, mientras se levantaba rápidamente y salía<br />
corriendo a encerrarse en su habitación.<br />
Tomás no insistió en hablar con él. Sabía que era inútil, que no se podía hablar con<br />
Raimundo cuando se encontraba en ese estado <strong>de</strong> furia. Con su acostumbrada<br />
resignación, el hombre se volvió a la cama y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí escuchó a su hijo llorar,<br />
mientras a él también se le saltaban las lágrimas.