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Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada

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formaban parte <strong>de</strong> la danza <strong>de</strong>l cortejo <strong>de</strong> un macho para conseguir a la hembra. A<br />

Teresa le resultó patético, y nuevamente volvió a sentir cierta lástima por aquel joven,<br />

que no <strong>de</strong>bía parecerse en nada a la persona que lo había criado como si fuera su<br />

hijo. Pensó en Tomás Carbajal, y no pudo enten<strong>de</strong>r que un hechicero como él hubiera<br />

educado a alguien como Raimundo. Le resultaba difícil compren<strong>de</strong>r por qué “El Brujo”,<br />

no sólo no había iniciado a su hijo en el mundo <strong>de</strong> la magia, sino que había permitido<br />

que creciera lleno <strong>de</strong> arrogancia y orgullo. Aunque quizás Tomás, al igual que su<br />

abuela, fuera <strong>de</strong> la opinión <strong>de</strong> que no hay que intervenir en el <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más. La<br />

anciana le había explicado muchas veces a Teresa la suerte que había tenido. Ya que<br />

si ella la había aceptado como aprendiza y la había iniciado en la hechicería, no era<br />

porque fuera su nieta. Sino porque el po<strong>de</strong>r que gobierna este mundo la había<br />

señalado. Y si no hubiera sido así, Esperanza Milagros no habría podido ejercer como<br />

su maestra.<br />

Los pensamientos <strong>de</strong> Teresa quedaron interrumpidos cuando Raimundo se<br />

sentó junto a ella en el sofá, llevando dos vasos en la mano. Le ofreció el que sólo<br />

llevaba tónica, mientras que él tomaba pequeños sorbos <strong>de</strong> su cuba libre. Después,<br />

ambos <strong>de</strong>jaron los vasos sobre una mesita que había <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l sofá, y se miraron<br />

sonriendo, tratando <strong>de</strong> romper el silencio que se había instalado en la habitación.<br />

Raimundo le preguntó entonces si quería que pusiera música. La joven respondió que<br />

le daba igual, mientras para sus a<strong>de</strong>ntros pensaba que quería acabar cuanto antes<br />

con aquella absurda escena. Por eso no opuso ninguna resistencia cuando Raimundo,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> poner en el equipo una insulsa melodía, <strong>de</strong>cidió pasar directamente a la<br />

acción y le tomó una mano. Era la primera vez que un hombre le tomaba la mano y la<br />

miraba <strong>de</strong> aquella manera que lo hacía Raimundo, por lo que Teresa no pudo evitar un<br />

estremecimiento. Esta ligera sacudida en su cuerpo, le sirvió <strong>de</strong> excusa a él para<br />

echarle el brazo por los hombros y atraerla hacia su cuerpo, mientras le <strong>de</strong>cía:<br />

-No tengas frío, yo te haré entrar en calor.

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