Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada
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detrás de cada uno de esos rostros similares, que resultaban uniformes más allá de su parecida forma de vestir. Según su abuela, la mayoría de esas personas estaban como dormidas, y no eran conscientes de que vivían en una especie de laberinto onírico, del que no podían escapar, y cuyos sueños no se cumplirían jamás. Mientras estos pensamientos acudían a su mente, todo aquel lugar comenzó a difuminarse, y Teresa volvió a ver la escena desde afuera, como si no formase parte de ella. Sólo la insistente voz de un camarero, que le preguntaba si se encontraba bien, hizo que la joven regresara corporalmente a la cafetería. Tras informar al hombre, que la miraba con extrañeza, que estaba perfectamente, Teresa pidió la cuenta, la pagó, y se marchó. Nada más salir a la concurrida calle, pasó junto al escaparate de una tienda de modas, donde una maniquí vestía un traje de chaqueta y pantalón. Al verlo, supo de inmediato que ése era el conjunto que llevaría puesto por la noche, para cenar con Raimundo Carbajal. Con una satisfacción infantil reflejada en la cara, entró al comercio y se sintió muy contenta al encontrar lo que había estado buscando.
Capítulo X Teresa Campoamor llegó en un taxi a “El loto azul”. Cuando entró en el restaurante, Raimundo Carbajal ya la estaba aguardando en su mesa favorita, situada en un rincón del comedor. Al verla, el joven quedó gratamente impresionado. Teresa vestía un elegante traje de chaqueta y pantalón azul marino, que estilizaba su figura, y se había recogido en un moño su rizada melena blanca. Mientras ella era conducida hasta la mesa por un camarero, Raimundo pensó que no parecía la misma. Estaba muy guapa, y su ropa se parecía mucho más a la que podría llevar una primera dama. Mientras se acercaba, él no pudo evitar mirarle a los pies, y comprobó con satisfacción que había cambiado sus gastadas botas por unos modernos botines de color crema, con un poco de tacón. Cuando Teresa llegó hasta donde él estaba, Raimundo se levantó y, con una amplia sonrisa, la saludó efusivamente, besándola en las mejillas. Ella, un poco desconcertada ante tanta familiaridad, sonrió a Raimundo y ocupó el asiento que quedaba libre en la mesa. Nada más sentarse, echó un rápido vistazo al comedor y comentó que el sitio era agradable y resultaba muy acogedor. A petición de Teresa, fue él el que encargó la cena y eligió el vino, después de consultar la carta. Cuando el maitre los dejó solos, se produjo un breve pero incómodo silencio, que los dos quisieron romper hablando al mismo tiempo. La coincidencia provocó que ambos se echasen a reír. Desde ese momento, el hielo quedó roto y la conversación, aunque intrascendente, empezó fluir con normalidad. Raimundo, que era el que llevaba la iniciativa, empezó a interesarse por cómo se vivía en La Habana. Antes de que la joven llegara se había hecho el firme propósito de no hablar con Teresa de política ya
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Capítulo X<br />
Teresa Campoamor llegó en un taxi a “El loto azul”. Cuando entró en el<br />
restaurante, Raimundo Carbajal ya la estaba aguardando en su mesa favorita, situada<br />
en un rincón <strong>de</strong>l comedor. Al verla, el joven quedó gratamente impresionado. Teresa<br />
vestía un elegante traje <strong>de</strong> chaqueta y pantalón azul marino, que estilizaba su figura, y<br />
se había recogido en un moño su rizada melena blanca. Mientras ella era conducida<br />
hasta la mesa por un camarero, Raimundo pensó que no parecía la misma. Estaba<br />
muy guapa, y su ropa se parecía mucho más a la que podría llevar una primera dama.<br />
Mientras se acercaba, él no pudo evitar mirarle a los pies, y comprobó con satisfacción<br />
que había cambiado sus gastadas botas por unos mo<strong>de</strong>rnos botines <strong>de</strong> color crema,<br />
con un poco <strong>de</strong> tacón. Cuando Teresa llegó hasta don<strong>de</strong> él estaba, Raimundo se<br />
levantó y, con una amplia sonrisa, la saludó efusivamente, besándola en las mejillas.<br />
Ella, un poco <strong>de</strong>sconcertada ante tanta familiaridad, sonrió a Raimundo y ocupó el<br />
asiento que quedaba libre en la mesa. Nada más sentarse, echó un rápido vistazo al<br />
comedor y comentó que el sitio era agradable y resultaba muy acogedor. A petición <strong>de</strong><br />
Teresa, fue él el que encargó la cena y eligió el vino, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> consultar la carta.<br />
Cuando el maitre los <strong>de</strong>jó solos, se produjo un breve pero incómodo silencio, que los<br />
dos quisieron romper hablando al mismo tiempo. La coinci<strong>de</strong>ncia provocó que ambos<br />
se echasen a reír. Des<strong>de</strong> ese momento, el hielo quedó roto y la conversación, aunque<br />
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iniciativa, empezó a interesarse por cómo se vivía en La Habana. Antes <strong>de</strong> que la<br />
joven llegara se había hecho el firme propósito <strong>de</strong> no hablar con Teresa <strong>de</strong> política ya