Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada
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Sin dejar de examinar prendas de un sitio y de otro, Teresa reflexionó sobre cual era la parte más complicada del asunto. Y tuvo que reconocer que lo que más le preocupaba, no era cómo iba a realizar el contraembrujamiento. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer, y también que no estaba en su mano ni el éxito ni el fracaso de la operación. Pues eran los poderes que actúan en este mundo los que decidirían el resultado. Lo que más le preocupaba, era la intimidad que debía fingir con Raimundo para conseguir los fluidos corporales que necesitaba para poder realizar su hechizo protector. Teresa se mostró preocupada porque controlaba bien el mundo de la magia. Pero tenía muy poca experiencia para desenvolverse en el mundo cotidiano de los seres humanos corrientes. Cuando fue iniciada como hechicera, su abuela la preparó para vivir en el mundo de una forma distante y desapegada, puesto que se necesitaba mucha energía y mucho poder para manejarse en el mundo de la hechicería. Y aunque podía tener las mismas emociones y sentimientos que cualquier persona normal, ella, como hechicera, los vivía de forma muy distinta. Su abuela le había alertado constantemente sobre el peligro de caer en las redes de las personas comunes. Y especialmente de los hombres. Y le advirtió de que cada vez que mantuviera relaciones sexuales, el hombre depositaría en ella una pequeña parte de su energía. Pero a cambio, se llevaría una cantidad muy importante de la que ella tuviera. Y no sólo eso, también le puso sobre aviso de la mutua dependencia que mujeres y hombres creaban entre ellos. La mujer –le dijo- creaba una dependencia emocional hacia el hombre. Mientras que éste generaba una gran supeditación sexual hacia la mujer, ya que es a través del sexo como los hombres vampirizan la energía de las mujeres. La anciana justificaba así la subordinación de algunos hombres hacia determinadas mujeres, generalmente con las que estaban emparejados, volviendo una y otra vez con ellas, aunque no sintieran amor ni tuvieran nada en común. Su abuela también le decía que la mayoría de las personas corrientes eran una especie de “brujos malignos”. Ya que practicaban la peor de la magia negra. La que consiste en esclavizar sutilmente a sus semejantes, para que los demás hagan lo que ellos
quieran. Ahora, recordando todas estas enseñanzas, Teresa se dio cuenta de lo poco que había vivido en el mundo cotidiano de las personas normales, ya que la anciana, al ser su maestra, la había protegido excesivamente de su contacto con los demás. La joven recapituló sobre las circunstancias que habían rodeado la pérdida de su virginidad. Para ella sólo había sido un ritual más, preparado minuciosamente por su abuela. Fue ella la que eligió al hombre que fornicaría con Teresa, por primera y última vez, ya que no había vuelto a copular con ningún otro. El elegido fue un santero cubano, Gabriel Olmo, que acudía a su casa con frecuencia para consultar con la anciana. Ni para ella ni para él hubo acto amoroso de ningún tipo. Sólo un ceremonial en el que aquel hombre, con delicadeza profesional y sumo cuidado, la hizo oficialmente mujer. Teresa, por su parte, no experimentó ni dolor ni placer. Se mantuvo todo lo desapegada que pudo, con más curiosidad que excitación, y cuando quiso darse cuenta, aquel hombre yacía a su lado, después de haber eyaculado dentro de su cuerpo. Aunque Teresa quiso comentar la experiencia con su abuela, ésta no se lo permitió. Sólo le dijo que tenía mucha suerte de haber perdido la virginidad con alguien con el que no crearía ningún tipo de dependencia. Pero también le advirtió de que esa fría experiencia no debía ser obstáculo, en un futuro, para que tuviera relaciones sexuales con alguien que la amase y a quien ella pudiera corresponder. Teresa aún no había conocido a esa persona. Y, sin embargo, ahora tenía que hacer el amor con Raimundo Carbajal, porque necesitaba su semen para contrarrestar el hechizo mortal que iban a lanzar contra él. Algo malhumorada salió de los grandes almacenes, y se metió en una cafetería para comer. Mientras tomaba un plato combinado, Teresa se dedicó a observar a la gente que había alrededor. Se les veía despreocupados y ausentes. Aunque las mesas estaban muy juntas, nadie parecía fijarse en las personas que tenía al lado. Algunos, la mayoría hombres, comían solos. Otros lo hacían con sus parejas, y varias mujeres comían y reían juntas. Teresa se preguntó si sus vidas serían tan simples como aparentaban ser. Concluyó que era imposible saber qué es lo que se escondía
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Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> examinar prendas <strong>de</strong> un sitio y <strong>de</strong> otro, Teresa reflexionó sobre<br />
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Pero tenía muy poca experiencia para <strong>de</strong>senvolverse en el mundo cotidiano <strong>de</strong> los<br />
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aunque podía tener las mismas emociones y sentimientos que cualquier persona<br />
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comunes. Y especialmente <strong>de</strong> los hombres. Y le advirtió <strong>de</strong> que cada vez que<br />
mantuviera relaciones sexuales, el hombre <strong>de</strong>positaría en ella una pequeña parte <strong>de</strong><br />
su energía. Pero a cambio, se llevaría una cantidad muy importante <strong>de</strong> la que ella<br />
tuviera. Y no sólo eso, también le puso sobre aviso <strong>de</strong> la mutua <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia que<br />
mujeres y hombres creaban entre ellos. La mujer –le dijo- creaba una <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia<br />
emocional hacia el hombre. Mientras que éste generaba una gran supeditación sexual<br />
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las mujeres. La anciana justificaba así la subordinación <strong>de</strong> algunos hombres hacia<br />
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“brujos malignos”. Ya que practicaban la peor <strong>de</strong> la magia negra. La que consiste en<br />
esclavizar sutilmente a sus semejantes, para que los <strong>de</strong>más hagan lo que ellos