Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada

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08.05.2013 Views

Estos pensamientos provocaron que Raimundo llegase al bufete con una sonrisa dibujada en la cara. Estrella celebró verle de tan buen humor, cosa nada habitual en su jefe, y enseguida le puso al corriente de la agenda que tenía prevista para esa jornada. Raimundo la examinó y pidió a su secretaria que desplazara la última cita a otro día, y que reservase mesa para dos en su restaurante favorito: “El loto azul”. -Si es posible –le dijo- que sea la mesa del rincón, resulta más íntima. Este comentario hizo que Estrella le preguntase con un gesto de malicia: -¿Vas de conquista otra vez? -No, que va, es sólo una cena de trabajo –respondió el joven guiñando un ojo- -Pues ten cuidado –afirmó la secretaria siguiéndole la broma- espero que esta vez el “trabajo” te salga gratis. Raimundo se metió en su despacho sin responder, y sonrió al recordar lo que le había pasado recientemente, cuando conoció a una espectacular mujer, tomando copas por la noche, que resultó ser una prostituta de lujo. Raimundo no se dio cuenta de la situación hasta que ésta le pidió los honorarios correspondientes. Y el joven, totalmente desconcertado, la echó de su apartamento con cajas destempladas. No tanto por prejuicios morales, que no tenía, sino por la gran cantidad de dinero que la mujer le pidió por acostarse con él. Cuando al día siguiente contó en el bufete lo que le había pasado, Mario y Estrella estuvieron todo el día riéndose a su costa. Y, desde entonces, no perdían ninguna ocasión para recordarle su metedura de pata. Raimundo pensó que ése no iba a ser el problema de esa noche, pues Teresa no tenía nada que ver con la clase de conquistas que él solía hacer. Lo que realmente le preocupaba era la insólita atracción que sentía por aquella extraña joven. Una atracción que iba más allá del juego de la seducción sexual, y que entraba peligrosamente en el terreno de los sentimientos. Y esa era una parcela que él tenía perfectamente delimitada y acotada, y en la que figuraba un gran letrero que ponía: “Prohibido el paso”.

A sus 33 años, Raimundo nunca se había enamorado. Primero, no había tenido tiempo para hacerlo. Y luego no había surgido la ocasión. Durante su época de estudiante en la Universidad, había conocido a una chica que le gustaba. Pero ésta no le hacía ningún caso, ni él se había atrevido nunca a confesarle su afecto. Pensaba que aún no era el momento de comprometerse con nadie, porque antes debía terminar sus estudios y llegar a ser alguien importante. Durante toda la carrera trabajó muy duro para obtener buenas notas, y no tener nunca que volver a vivir en aquel sótano con su padre. Y aunque a veces pensaba que había sacrificado toda su juventud, se sintió orgulloso cuando, nada más terminar Derecho, pudo abrir su propio bufete y empezó a captar a su selecta clientela. Ahora se daba cuenta de que su vida había transcurrido tal y como él la había planificado. Y en ese proyecto que se había marcado, no había dejado espacio para las relaciones afectivas, porque una novia le habría hecho desviarse de su camino. Sin embargo, ahora que ya estaba social y profesionalmente instalado, y a punto de cumplir su sueño de entrar en la política, Raimundo creía que había llegado el momento de formar una familia. Él deseaba tener hijos y, para ello, necesitaba una mujer. Se daba cuenta de que, dentro del mundo de la política, no tener mujer e hijos era algo que no estaba bien visto. Su soltería, incluso podía inducir a alguien a pensar que era marica. Y eso era algo a lo que no iba a dar lugar. Necesitaba, urgentemente, una mujer a su lado. Pero no sólo para exhibirla en los actos sociales, sino para casarse con ella, para que fuera su esposa y la madre de sus hijos. Y quizás Teresa pudiera ser la mujer que estaba buscando. Dando rienda suelta a sus pensamientos, Raimundo decidió que habría que pulirla un poco. La apariencia contaba mucho en el mundo en el que se iba a desenvolver. La joven estaba muy bien, quizás demasiado baja. Pero poseía una insólita belleza, que no tenía nada que ver con los modelos al uso. Sin embargo, su descuidada forma de vestir, con esos grandes jerséis, esas botas de ganadero, y esos pantalones vaqueros tan raídos, desentonaban completamente en el vestuario de una primera dama. Unos golpes en la puerta de su despacho, hicieron que Raimundo bajara a la realidad. Era

A sus 33 años, Raimundo nunca se había enamorado. Primero, no había tenido<br />

tiempo para hacerlo. Y luego no había surgido la ocasión. Durante su época <strong>de</strong><br />

estudiante en la Universidad, había conocido a una chica que le gustaba. Pero ésta no<br />

le hacía ningún caso, ni él se había atrevido nunca a confesarle su afecto. Pensaba<br />

que aún no era el momento <strong>de</strong> comprometerse con nadie, porque antes <strong>de</strong>bía terminar<br />

sus estudios y llegar a ser alguien importante. Durante toda la carrera trabajó muy<br />

duro para obtener buenas notas, y no tener nunca que volver a vivir en aquel sótano<br />

con su padre. Y aunque a veces pensaba que había sacrificado toda su juventud, se<br />

sintió orgulloso cuando, nada más terminar Derecho, pudo abrir su propio bufete y<br />

empezó a captar a su selecta clientela. Ahora se daba cuenta <strong>de</strong> que su vida había<br />

transcurrido tal y como él la había planificado. Y en ese proyecto que se había<br />

marcado, no había <strong>de</strong>jado espacio para las relaciones afectivas, porque una novia le<br />

habría hecho <strong>de</strong>sviarse <strong>de</strong> su camino. Sin embargo, ahora que ya estaba social y<br />

profesionalmente instalado, y a punto <strong>de</strong> cumplir su sueño <strong>de</strong> entrar en la política,<br />

Raimundo creía que había llegado el momento <strong>de</strong> formar una familia. Él <strong>de</strong>seaba tener<br />

hijos y, para ello, necesitaba una mujer. Se daba cuenta <strong>de</strong> que, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l mundo <strong>de</strong><br />

la política, no tener mujer e hijos era algo que no estaba bien visto. Su soltería, incluso<br />

podía inducir a alguien a pensar que era marica. Y eso era algo a lo que no iba a dar<br />

lugar. Necesitaba, urgentemente, una mujer a su lado. Pero no sólo para exhibirla en<br />

los actos sociales, sino para casarse con ella, para que fuera su esposa y la madre <strong>de</strong><br />

sus hijos. Y quizás Teresa pudiera ser la mujer que estaba buscando. Dando rienda<br />

suelta a sus pensamientos, Raimundo <strong>de</strong>cidió que habría que pulirla un poco. La<br />

apariencia contaba mucho en el mundo en el que se iba a <strong>de</strong>senvolver. La joven<br />

estaba muy bien, quizás <strong>de</strong>masiado baja. Pero poseía una insólita belleza, que no<br />

tenía nada que ver con los mo<strong>de</strong>los al uso. Sin embargo, su <strong>de</strong>scuidada forma <strong>de</strong><br />

vestir, con esos gran<strong>de</strong>s jerséis, esas botas <strong>de</strong> gana<strong>de</strong>ro, y esos pantalones vaqueros<br />

tan raídos, <strong>de</strong>sentonaban completamente en el vestuario <strong>de</strong> una primera dama. Unos<br />

golpes en la puerta <strong>de</strong> su <strong>de</strong>spacho, hicieron que Raimundo bajara a la realidad. Era

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