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Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada

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podía engañarlos, pero no tenía sentido engañarse a sí mismo. Des<strong>de</strong> que finalizó la<br />

carrera <strong>de</strong> Derecho sólo había <strong>de</strong>seado una cosa: llegar a ocupar un cargo político, y<br />

sólo con esa intención había montado el <strong>de</strong>spacho, con el dinero que le dio su padre.<br />

En aquellos momentos no supo <strong>de</strong> don<strong>de</strong> había sacado el viejo aquella importante<br />

cantidad, que le sirvió para instalarse en la mejor zona profesional <strong>de</strong> la Gran Ciudad.<br />

Ahora podía suponer cual era el origen <strong>de</strong> ese dinero. Estaba claro que no procedía <strong>de</strong><br />

los ahorros <strong>de</strong> su padre, tal y como le dijo Tomás Carbajal. O quizás sí, pensó. Quizás<br />

el viejo que le había criado se estuviera refiriendo a los ahorros <strong>de</strong> su verda<strong>de</strong>ro<br />

padre. Hasta ese momento, Raimundo no había pensado si su auténtico padre habría<br />

muerto ya, o aún seguiría vivo. Si investigase un poco podría <strong>de</strong>scubrir su i<strong>de</strong>ntidad y<br />

saber <strong>de</strong> quien se trataba y si aún vivía. Pero ¿quería saberlo realmente? Si cuando<br />

<strong>de</strong>jó preñada a su madre era un hombre mayor, lo natural es que ya hubiera muerto<br />

pero, al fin y al cabo, qué más daba. Tampoco tenía <strong>de</strong>masiado interés en saberlo.<br />

Fuera quien fuera ese hombre, lo cierto es que se había <strong>de</strong>sentendido <strong>de</strong> él. Y,<br />

aunque hubiera asegurado su educación, Raimundo sintió en su interior un profundo<br />

<strong>de</strong>sprecio por su auténtico padre. Este, le había abandonado a su suerte, <strong>de</strong>jándole<br />

vivir en un sótano bajo los cuidados <strong>de</strong> un pobre hombre: un curan<strong>de</strong>ro, según le<br />

había dicho Teresa. Mientras albergaba estos pensamientos, un rictus se instaló en la<br />

comisura <strong>de</strong> su boca. Era un gesto <strong>de</strong> orgullo, muy característico suyo, que asomaba a<br />

su rostro cada vez que pensaba en su infancia, y en las humillaciones que tuvo que<br />

sufrir a lo largo <strong>de</strong> su adolescencia. Pero, afortunadamente, todo eso ya había pasado<br />

y él, Raimundo Carbajal, estaba a punto <strong>de</strong> convertirse en alguien po<strong>de</strong>roso. Con<br />

gesto mecánico miró el Rólex que le había regalado Diego Castillo, y pensó que muy<br />

pronto tendría a su disposición un coche oficial con chófer, y <strong>de</strong>jaría su apartamento<br />

para vivir en un palacio. También tendría que <strong>de</strong>jar el bufete para <strong>de</strong>dicarse <strong>de</strong> lleno a<br />

su actividad como presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l Territorio. Y, quien sabe, pensó, quizás más a<strong>de</strong>lante<br />

tuviera que competir por la presi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> la nación.

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