Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada

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A Teresa volvieron a saltársele las lágrimas al releer la carta firmada por su abuela. Sin embargo, no había tiempo para llantos. Mientras se sonaba la nariz con un pañuelo de papel, se preguntó por qué lloraba: ¿Por la ausencia de su abuela? ¿Por la muerte de Tomás Carbajal? ¿O por lo que pudiera pasarle a alguien a quien apenas conocía? Respirando profundamente, se interrogó en su interior y concluyó que, en realidad, lloraba por ella misma. Por si no tenía poder suficiente para evitar que Raimundo Carbajal muriera. Ya no era una aprendiza, ahora se había convertido en maestra. Había sido iniciada por su abuela en la hechicería, y sabía perfectamente qué es lo que tenía que hacer, y qué pasos debía seguir para neutralizar el hechizo contra Raimundo. Sin embargo, también sabía que no todo dependía de su magia. Ella podía hacer los conjuros adecuados, pero que éstos fueran efectivos era algo que sólo podía determinar el destino de Raimundo Carbajal. Y no le había gustado nada lo que había visto reflejado en los fríos ojos azules de aquel joven. Lanzando un gran suspiro, se dirigió muy decidida hacia el teléfono que tenía en la mesilla, y marcó el número del móvil que figuraba en la tarjeta. Raimundo se sobresaltó al oír el sonido del teléfono, y tardó unos instantes en reaccionar. Se incorporó de la cama y buscó en el bolsillo de su chaqueta el pequeño aparato que siempre llevaba consigo. Al escuchar la voz de Teresa, el corazón le dio un vuelco y, rápidamente respondió: -Si, soy yo. Perdona, me había quedado dormido. ¿Dónde estás? La joven le respondió que había estado en el pueblo de su abuela, pero que ya había vuelto a la Gran Ciudad. Antes de que continuase, Raimundo le preguntó si quería que quedasen al día siguiente. La respuesta de Teresa fue afirmativa, y se citaron para cenar juntos en un conocido restaurante, donde él acudía con frecuencia. Ella apuntó la dirección y luego se despidieron. Al colgar el teléfono, Raimundo se sintió de pronto de muy buen humor. Con el ánimo exaltado, se dispuso a arreglar el apartamento, pensando que quizás pudiera invitar a Teresa a tomar una copa en su casa, después de cenar. Sin darse cuenta, notó cómo se empalmaba al pensar en esa posibilidad. Su
primera reacción fue la de masturbarse para aliviar la tensión. Pero en lugar de hacerlo, empezó a quitar cosas de en medio mientras se tocaba ligeramente el sexo abultado entre las piernas. Le gustaba aquella sensación, y no quería terminar tan pronto con ella. Mientras recogía el apartamento, pensó que ninguna mujer le había excitado nunca tanto como aquella extraña muchacha de rizos blancos.
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“A lo oscuro, por lo más oscuro;
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existen en otras muchas familias. T
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levantina. Sin embargo, la urgencia
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transitando por caminos que no son
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Capítulo XX Cuando Teresa Campoamo
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el autobús que debía coger, así
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Este libro se publicó en el mes de
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