Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada
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tranquila, y siempre bajo el amparo y la protección de su abuela. Pero ahora estaba sola, en un país desconocido y con una importantísima misión que le había caído por obra y gracia del destino, de la que no se podía evadir. Cuando terminó de colocar la poca ropa que llevaba en su equipaje dentro del armario de la habitación, Teresa miró la estancia con detenimiento. Era sencilla, pero amplia y acogedora. Todo el mobiliario, nuevo y en tonos claros, estaba integrado por una cama, la mesilla, un armario empotrado, una mesa, con un gran espejo encima, y una silla. Pero lo que más le gustaba a la joven era su luminosidad, y la pequeña terraza que tenía, dando a una gran avenida. También se sintió muy satisfecha de que el cuarto de baño fuera amplio, y tuviera una gran bañera. No sabía cuanto tiempo tendría que permanecer en esa habitación. Pero lo que estaba claro es que durante varios días ése iba a ser su hogar, y necesitaba que aquel sitio le resultase agradable. Afortunadamente, pensó que el dinero no iba a ser un problema para ella. También de eso se había ocupado su abuela al dejarle en herencia, no sólo la casa donde vivían y todas sus pertenencias, que ella había vendido, sino lo que Teresa consideraba como una pequeña fortuna, ya que la anciana siempre había vivido con su nieta de forma austera. Teresa aún era una niña cuando sus padres fallecieron en accidente de tráfico, mientras viajaban en un autobús. Recordando ahora esos tristes momentos, la joven pensó que cuando murieron sus padres, ella nunca se había sentido huérfana. Sin embargo ahora, desde que había muerto su abuela, un profundo sentimiento de desamparo y de soledad se había apoderado de su alma. Sin querer abandonarse a esa sensación de desvalimiento, Teresa se miró en el espejo de la habitación y dijo en voz alta: -Bueno, ya está bien de compadecerte de ti misma. No hay tiempo para eso. Tienes que llamar a ese chico. De su pequeña mochila, Teresa sacó una tarjeta de visita que le había dado Raimundo Carbajal, cuando se despidieron en la estación al llegar a la Gran Ciudad, unos días atrás. Con ella en la mano, y antes de decidirse a marcar el teléfono, la joven se preguntó qué pensaría aquel muchacho cuando oyera su voz. Por unos
instantes meditó qué era lo que le iba a decir, y no se le ocurrió otra cosa mejor que proponerle abiertamente una cita. Pero, ¿y si él no quería verla y ponía una excusa? Teresa se inquietó ante ese pensamiento, y de forma inmediata lo rechazó. Ella tenía que ver a Raimundo Carbajal, y tenía que verlo cuanto antes. No había tiempo para tonterías. Con una gran preocupación reflejada en el rostro, la joven sacó de la mochila la carta que le había dado su abuela para llevársela a “El Brujo”, y volvió a leerla en voz alta. Estaba fechada en La Habana, y decía: Querido Tomás: Me estoy muriendo. Sé que no voy a durar mucho tiempo. Noto, a cada momento, cómo la energía se escapa de mi viejo cuerpo y ya casi no me quedan fuerzas para nada. Me voy sin haber podido volver a nuestra querida tierra. Pero eso era algo que tu y yo sabíamos que ocurriría. Será mi nieta la que regrese por mí. A lo largo de estos años te he hablado mucho de Teresa, que ha sido la luz de mi vida y también, como sabes, mi aprendiza. Cuando yo muera te llevará esta carta y, con ella, la noticia de que un santero que conozco ha recibido el encargo de realizar un hechizo mortal contra tu hijo, para evitar que acceda a algún puesto político. Tu sabrás mejor que yo quien puede querer que desaparezca. Sé que será pronto, aunque no conozco la fecha concreta. Puedes contar con mi nieta para que te ayude a neutralizar el hechizo mortal. No le he dicho nada a ella sobre el contenido de esta carta, pues prefiero que seas tú quien lo haga, cuando decidas si necesitas o no la ayuda de Teresa. Sé lo importante que es ese rapazo para ti, al que no podrías querer más si fuera tu propio hijo. encontrarse. Como siempre, recibe todo mi amor, hasta que nuestras almas vuelvan a
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instantes meditó qué era lo que le iba a <strong>de</strong>cir, y no se le ocurrió otra cosa mejor que<br />
proponerle abiertamente una cita. Pero, ¿y si él no quería verla y ponía una excusa?<br />
Teresa se inquietó ante ese pensamiento, y <strong>de</strong> forma inmediata lo rechazó. Ella tenía<br />
que ver a Raimundo Carbajal, y tenía que verlo cuanto antes. No había tiempo para<br />
tonterías. Con una gran preocupación reflejada en el rostro, la joven sacó <strong>de</strong> la<br />
mochila la carta que le había dado su abuela para llevársela a “El Brujo”, y volvió a<br />
leerla en voz alta. Estaba fechada en La Habana, y <strong>de</strong>cía:<br />
Querido Tomás:<br />
Me estoy muriendo. Sé que no voy a durar mucho tiempo. Noto, a cada<br />
momento, cómo la energía se escapa <strong>de</strong> mi viejo cuerpo y ya casi no me quedan<br />
fuerzas para nada. Me voy sin haber podido volver a nuestra querida tierra. Pero eso<br />
era algo que tu y yo sabíamos que ocurriría. Será mi nieta la que regrese por mí. A lo<br />
largo <strong>de</strong> estos años te he hablado mucho <strong>de</strong> Teresa, que ha sido la luz <strong>de</strong> mi vida y<br />
también, como sabes, mi aprendiza. Cuando yo muera te llevará esta carta y, con ella,<br />
la noticia <strong>de</strong> que un santero que conozco ha recibido el encargo <strong>de</strong> realizar un hechizo<br />
mortal contra tu hijo, para evitar que acceda a algún puesto político. Tu sabrás mejor<br />
que yo quien pue<strong>de</strong> querer que <strong>de</strong>saparezca. Sé que será pronto, aunque no conozco<br />
la fecha concreta. Pue<strong>de</strong>s contar con mi nieta para que te ayu<strong>de</strong> a neutralizar el<br />
hechizo mortal. No le he dicho nada a ella sobre el contenido <strong>de</strong> esta carta, pues<br />
prefiero que seas tú quien lo haga, cuando <strong>de</strong>cidas si necesitas o no la ayuda <strong>de</strong><br />
Teresa. Sé lo importante que es ese rapazo para ti, al que no podrías querer más si<br />
fuera tu propio hijo.<br />
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Como siempre, recibe todo mi amor, hasta que nuestras almas vuelvan a