Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada
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las encuestas indicaban, una y otra vez, que éste perdería el Gobierno del Territorio, y por otras cosas más que no pensaba desvelar, él nunca habría obtenido el beneplácito de todos para proponer a otro candidato que sustituyera al veterano político. Y ahora que lo había conseguido, no estaba dispuesto a que un niñato como Raimundo Carbajal, que por lo visto se había creído el rey del mambo, le estropease la posibilidad de convertirse en el futuro presidente del Gobierno. Para que él alcanzase ese puesto, era imprescindible que Raimundo ganase las elecciones en el Territorio. Y no iba a consentir que al chulín ése se le subiera el cargo a la cabeza, y empezase a actuar por su cuenta. Si él le iba a servir en bandeja el Gobierno del Territorio a Raimundo, era, ni más ni menos, para utilizar al joven como un hombre de paja que trabajase a su favor. Sin embargo, la reacción violenta que había observado en él esa tarde, le hacía pensar que, tras su apariencia inofensiva y angelical, se escondía una personalidad fría, calculadora y ambiciosa, que no le había gustado un pelo. Mientras pedía que le trajeran otro café -“el sexto”, contó para sus adentros- Jaime Espinosa se sintió más tranquilo al pensar que él era el único del Partido que, a través de su suegro, conocía los orígenes de Raimundo Carbajal. Sabía que era un bastardo y que había sido criado en un sótano por un curandero. Su suegro, que conoció al verdadero padre de Raimundo, le había proporcionado abundante información sobre la procedencia del joven. Y ahora él se alegraba de tener esos conocimientos, porque quizás tuviera que echar mano de ellos para frenar la ambición del nuevo candidato. - Quien sabe- dijo en voz alta- la información es poder. Y a mí no me importaría tener que utilizar ésta para sujetar al cachorro. Cuando Raimundo salió de la sede del Partido, llamó a su secretaria por el teléfono móvil para informarle de que ya no volvería por el bufete. Entre unas cosas y otras se había hecho muy tarde, y la entrevista con Espinosa le había puesto de muy mal humor. Jaime llevaba razón cuando decía que Diego Castillo tramaba algo, pero ¿el qué?. No tenía ninguna lógica lo que le había dicho a los empresarios. Sólo faltaban unos días para la Convención, y éstos iban a descubrir entonces que el
presidente les había engañado, en cuanto anunciase su retirada y le propusiera a él como el próximo candidato. “¿Para qué molestarse tanto en una mentira que se va a descubrir enseguida?”, se preguntó mientras caminaba cabizbajo, rumbo a su apartamento. Cuando llegó hasta el moderno edificio donde vivía, el portero de la finca le dijo que la asistenta que le hacía la limpieza semanal no había podido ir ese día porque estaba enferma. Esta información, que agradeció al conserje con un gruñido casi imperceptible, le pareció un gran contratiempo. Eso suponía que cuando abriera la puerta de su apartamento, se lo encontraría sucio y desordenado. Además de que tendría toda la ropa sin planchar, y ya no le quedaba casi ninguna camisa limpia. Con muy mala cara entró en su casa y, dirigiéndose directamente hacia el dormitorio, se dejó caer en la cama pensando que ahora no tendría más remedio que poner un poco de orden en aquella pocilga. Sin embargo, continuó tumbado pensando en su almuerzo con Diego Castillo, y al poco rato se quedó dormido. El viaje de vuelta a la Gran Ciudad también había resultado agotador para Teresa Campoamor, aunque se le hizo más corto que el que había realizado, en sentido contrario, sólo un día antes. Mientras se instalaba en la habitación del hostal que acababa de coger, por tiempo indefinido, la joven pensó que desde que había llegado a España no había hecho más que viajar de un sitio para otro. Jamás se le había pasado por la imaginación, cuando se subió a un avión en La Habana, que su estancia en este país iba a ser tan ajetreada. Nunca hubiera podido imaginar que traer una carta a Tomás Carbajal, cumpliendo el último deseo de su abuela, se convirtiera en algo tan complicado. Se podía decir que en los pocos días que llevaba fuera de Cuba, había tenido vivencias más impactantes que las que le habían ocurrido allí en los últimos años. Y es que su vida se había desarrollado de una forma bastante
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como el próximo candidato. “¿Para qué molestarse tanto en una mentira que se va a<br />
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Cuando llegó hasta el mo<strong>de</strong>rno edificio don<strong>de</strong> vivía, el portero <strong>de</strong> la finca le dijo que la<br />
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enferma. Esta información, que agra<strong>de</strong>ció al conserje con un gruñido casi<br />
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El viaje <strong>de</strong> vuelta a la Gran Ciudad también había resultado agotador para<br />
Teresa Campoamor, aunque se le hizo más corto que el que había realizado, en<br />
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había pasado por la imaginación, cuando se subió a un avión en La Habana, que su<br />
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Cuba, había tenido vivencias más impactantes que las que le habían ocurrido allí en<br />
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