Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada
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presidente. Y que éste, había tenido la gran deferencia de quitárselo de su mano, para ponérselo en la suya. Acabada la visita a ese pueblo, Diego sacaba de su coche otro reloj similar –“pues lleva en el maletero más que un viajante”, le había dicho Espinosa- y de nuevo se lo ponía en su muñeca para volver a regalárselo a otra persona, en el pueblo siguiente, siempre con el mismo cuento. Al recordar esta historia, Raimundo no pudo evitar una sonrisa. “Menos mal –pensó- que conmigo no ha hecho lo mismo. Si se hubiera quitado el Rólex de su mano, habría sospechado que me creía estúpido, y estaba tratando de engañarme. Pero no –se dijo, mirándolo nuevamente- tampoco había que ser tan suspicaz. El reloj ya era suyo y, en realidad, Diego llevaba razón cuando decía que era a él a quien le correspondía llevarlo. “Y esto es sólo el principio” –continuó pensando mientras andaba- Y entonces, sin saber muy bien por qué, le vino a la memoria aquella escena de su adolescencia que tanto le había traumatizado. Con la cabeza alta y rabia contenida murmuró: “Ningún borracho volverá a mearme nunca en la cara. Nadie volverá a humillar jamás al futuro presidente”. Con el Rólex en su muñeca y sintiéndose internamente como un triunfador, llegó Raimundo Carbajal a la sede del Partido. Mientras, su viejo reloj y su fotografía eran llevados en un paquete a casa de Enriqueta Beltrán. Desde allí, iniciarían un rápido viaje hasta La Habana.
Capítulo VIII Raimundo Carbajal fue conducido al despacho de Jaime Espinosa en cuanto llegó a la sede del Partido. El dirigente le recibió con un abrazo, y tras los saludos de rigor, ambos se sentaron en el sofá que había en un rincón de la estancia, mientras Espinosa pedía que les trajeran unos cafés. -Es el quinto que me tomo hoy, y eso que el médico me ha dicho que no pase de tres. No sé por qué los cuento, debo tener una vena masoquista –se justificó Espinosa- Bueno, tú dirás, me tienes en ascuas. ¿Para qué te quería ese cabrón? Jaime Espinosa odiaba a Diego Castillo, y no se molestaba en disimularlo. Por eso utilizaba toda clase de apelativos peyorativos, cada vez que se refería a él. Rápidamente, Raimundo le relató el encuentro que habían tenido, incluyendo la sesión fotográfica y las palabras tranquilizadoras de Diego, sobre la colaboración que le ofrecía para facilitarle la sucesión. Sin embargo, Raimundo no hizo ninguna referencia al Rólex que le había regalado. Y tampoco le contó a Espinosa que, según Diego Castillo, todo lo que en el Partido decían sobre su oposición a la candidatura de Raimundo, era mentira. A decir verdad, no había ningún motivo para que el joven ocultase esta parte de la información, ni tampoco el regalo del reloj. Raimundo consideró más prudente no avivar más el fuego de la ya explosiva relación entre Diego Castillo y Jaime Espinosa. El dirigente nacional, sin embargo, no se quedó conforme con la explicación que le estaba dando, y reflexionó en voz alta: -No sé, no sé, no me fío de este pájaro. Está claro que te ha engañado, porque lo que me dices no concuerda con la información que yo tengo.
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Con el Rólex en su muñeca y sintiéndose internamente como un triunfador,<br />
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