Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada
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-Te confesaré un secreto –añadió Diego bajando la voz- la casa Rólex me ha regalado otro con mi nombre grabado. Es lo menos que podía hacer después de haberles encargado un pedido tan caro. Como Raimundo aún parecía dudar, Diego le animó a probárselo, y el joven así lo hizo dejando sobre la mesa el reloj que llevaba puesto. Inmediatamente, Diego alargó el brazo y lo cogió, al tiempo que decía a su invitado: -Nada, nada, no se hable más. Te lo quedas y yo me quedo con el que traías. Así será un cambio, y no podrás poner como excusa que no puedes aceptar un regalo tan caro. Ya no es un regalo, ahora se trata de un canje –concluyó metiéndose en el bolsillo el reloj de Raimundo y dando por finalizada la conversación- Como si hubieran estado esperando este momento tras la puerta, apareció nuevamente Guillermo Maestre acompañado de un fotógrafo. Su llegada fue muy celebrada por Diego, y éste empezó a comentar con él los mejores lugares para hacer las fotos, mientras que Raimundo se ponía la corbata que le acababan de facilitar, frente a un pequeño espejo que había en la sala. Cuando todo estuvo dispuesto, Diego y el joven posaron juntos de pie, sentados, estrechándose las manos y hasta dándose un abrazo. La sesión continuó con varias fotos a Raimundo solo, mientras éste, obedientemente, se dejaba colocar en distintas posiciones. Cuando parecía que ya habían terminado, Diego sugirió que se trasladasen a su despacho para que el fotógrafo pudiera retratar al joven sentado a su mesa, junto a la bandera del Territorio. Raimundo se resistió un poco, pero finalmente accedió. Al sentarse en aquel cómodo sillón, experimentó una íntima satisfacción que intentó disimular poniendo un gesto de seriedad. Pues lo que menos le habría gustado es que en la foto saliera un rostro sonriente, reflejando el placer que había sentido por dentro. Acabada la sesión fotográfica, Diego se despidió de Raimundo, alegando que tenía mucho trabajo, y una agenda repleta de visitas para esa tarde.
-Ya verás, ya verás lo sacrificado que es este puesto cuando lo ocupes –dijo mientras acompañaba al joven por las escaleras, hasta la puerta de la calle, seguido a una prudente distancia de su fiel colaborador.- Cuando Raimundo estuvo ya fuera del Palacio, Diego apremió a Guillermo para que revelasen las fotos cuanto antes, y se las pasase a su despacho en cuanto las tuviera. -¿Has visto qué cara de gusto ponía cuando se ha sentado en mi mesa? –dijo a Guillermo mientras éste asentía sonriendo- ¡Será maricón! Al salir de la sede del Gobierno territorial, Raimundo Carbajal decidió caminar lentamente hacia el Partido, donde debía ver a Jaime Espinosa. No quedaba demasiado lejos, y a él le venía bien pasear un rato para que se fueran amortiguando los efectos del vino, y también para reflexionar un poco sobre el almuerzo que acababa de mantener con Diego Castillo. La verdad es que, además de mareado, se sentía un poco desconcertado. El comportamiento de Diego con él había sido impecable. Lo que habría que saber es si la colaboración que éste le había ofrecido era sincera. Quizás sí lo fuera. Diego sería un cabrón, pero no se podía decir que fuera tonto. Y era muy posible que al darse cuenta de que la decisión sobre su retirada ya estaba adoptada, y no había nada que hacer, hubiera decidido aceptarla y colaborar de buena gana. Mientras continuaba con estos pensamientos, notó que algo le oprimía en el cuello y se acercó la mano en un gesto mecánico. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no había devuelto la corbata que le habían dejado para las fotos, y a continuación, se acordó del regalo que le había hecho su anfitrión. Muy satisfecho, alzó la mano izquierda para admirar el reloj, y en esos momentos le vino a la cabeza una historia que le había contado Espinosa. Según éste, Diego tenía la costumbre de regalar relojes a todo el mundo, con el escudo de la institución, en sus recorridos por el Territorio. Pero lo hacía de una forma singular. El mismo llevaba uno de esos relojes puesto en su muñeca, y cuando quería dárselo a alguien, le decía que era el suyo. Así, la persona en cuestión –que en la mayoría de los casos era anciana- se quedaba muy satisfecha y orgullosa al comprobar que tenía el reloj del mismísimo
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-Ya verás, ya verás lo sacrificado que es este puesto cuando lo ocupes –dijo mientras<br />
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Cuando Raimundo estuvo ya fuera <strong>de</strong>l Palacio, Diego apremió a Guillermo para que<br />
revelasen las fotos cuanto antes, y se las pasase a su <strong>de</strong>spacho en cuanto las tuviera.<br />
-¿Has visto qué cara <strong>de</strong> gusto ponía cuando se ha sentado en mi mesa? –dijo a<br />
Guillermo mientras éste asentía sonriendo- ¡Será maricón!<br />
Al salir <strong>de</strong> la se<strong>de</strong> <strong>de</strong>l Gobierno territorial, Raimundo Carbajal <strong>de</strong>cidió caminar<br />
lentamente hacia el Partido, don<strong>de</strong> <strong>de</strong>bía ver a Jaime Espinosa. No quedaba<br />
<strong>de</strong>masiado lejos, y a él le venía bien pasear un rato para que se fueran amortiguando<br />
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acababa <strong>de</strong> mantener con Diego Castillo. La verdad es que, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> mareado, se<br />
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impecable. Lo que habría que saber es si la colaboración que éste le había ofrecido<br />
era sincera. Quizás sí lo fuera. Diego sería un cabrón, pero no se podía <strong>de</strong>cir que<br />
fuera tonto. Y era muy posible que al darse cuenta <strong>de</strong> que la <strong>de</strong>cisión sobre su retirada<br />
ya estaba adoptada, y no había nada que hacer, hubiera <strong>de</strong>cidido aceptarla y<br />
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le oprimía en el cuello y se acercó la mano en un gesto mecánico. Fue entonces<br />
cuando se dio cuenta <strong>de</strong> que no había <strong>de</strong>vuelto la corbata que le habían <strong>de</strong>jado para<br />
las fotos, y a continuación, se acordó <strong>de</strong>l regalo que le había hecho su anfitrión. Muy<br />
satisfecho, alzó la mano izquierda para admirar el reloj, y en esos momentos le vino a<br />
la cabeza una historia que le había contado Espinosa. Según éste, Diego tenía la<br />
costumbre <strong>de</strong> regalar relojes a todo el mundo, con el escudo <strong>de</strong> la institución, en sus<br />
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era el suyo. Así, la persona en cuestión –que en la mayoría <strong>de</strong> los casos era anciana-<br />
se quedaba muy satisfecha y orgullosa al comprobar que tenía el reloj <strong>de</strong>l mismísimo