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Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada

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sólo reflejaban una mueca. Y cuando la tristeza o la alegría moraban en nuestro<br />

interior, nada podía evitar que los ojos, esas ventanas <strong>de</strong>l alma, pudieran reflejar los<br />

sentimientos que llevamos <strong>de</strong>ntro. Teresa estaba tan contenta con la experiencia que<br />

acababa <strong>de</strong> vivir, que por un momento había olvidado el mensaje <strong>de</strong> su abuela.<br />

-¡La carta –dijo <strong>de</strong> pronto- tengo que leer esa carta!<br />

Con rapi<strong>de</strong>z, recogió <strong>de</strong>l suelo la pequeña mochila que había llevado, y se dispuso a<br />

volver a su alojamiento en Lameiros, don<strong>de</strong> tenía guardada la carta que su abuela le<br />

había dado para “El Brujo”. Antes <strong>de</strong> ponerse en camino, Teresa se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong>l<br />

cruceiro y <strong>de</strong>l roble. Con las palmas abiertas, puso sus manos sobre la piedra y<br />

<strong>de</strong>spués sobre la corteza <strong>de</strong>l árbol. Hablando en voz baja, les agra<strong>de</strong>ció que hubieran<br />

compartido su sabiduría con ella. Su abuela le había enseñado que, siempre que se va<br />

uno <strong>de</strong> un lugar, hay que dar las gracias a ese sitio y a todos los seres que habitan en<br />

él, por habernos acogido. Con sincera gratitud, la joven se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> aquel paisaje y,<br />

sin saber muy bien por qué, cuando había emprendido el camino <strong>de</strong> regreso hacia la<br />

al<strong>de</strong>a, volvió la mirada hacia el lugar y afirmó con gran convicción: “Volveré”.<br />

Cuando llegó a su alojamiento, el sol estaba a punto <strong>de</strong> ponerse y pronto<br />

empezaría a anochecer. Al pasar por el bar, se encontró con la anciana que lo<br />

regentaba, y ésta le informó <strong>de</strong> la hora <strong>de</strong> la cena y <strong>de</strong>l menú, que compartiría con<br />

otros peregrinos que se alojaban allí. Sin <strong>de</strong>tenerse a darle conversación a la mujer,<br />

Teresa subió corriendo las escaleras hasta su habitación. Visiblemente excitada,<br />

revolvió su equipaje hasta que encontró la carta. Con ella en la mano, se sentó en la<br />

cama y pensó que ésa era la mejor ocasión <strong>de</strong>l día para abrirla. Si su abuela hubiera<br />

estado allí, le habría dicho que aquella era la hora más a<strong>de</strong>cuada para leerla, y le<br />

habría recordado que el crepúsculo es un momento <strong>de</strong> mucho po<strong>de</strong>r. ¡Cómo la echaba<br />

<strong>de</strong> menos! Cuánto habría disfrutado su abuela aquella tar<strong>de</strong> con ella, regresando a la<br />

al<strong>de</strong>a que la había visto nacer. Pero la mujer que tanto había representado en su vida,<br />

ya no estaba en este mundo. Teresa sabía perfectamente que, estuviera don<strong>de</strong><br />

estuviera, ella siempre iba a contar con la ayuda <strong>de</strong> la anciana. Como había ocurrido

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