Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada
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tranquilamente a la vera de aquel roble. Intentó reflexionar pero de pronto se frenó en seco y dijo en voz alta: -No, ella siempre me repetía que no intentase comprender con la mente estos sucesos. Que sólo los atestiguase, pero que no quisiera entenderlos, porque la vida es un misterio, y no un problema que haya que resolver. Mucho más tranquila, respiró varias veces profundamente, y dirigiéndose al cruceiro y al árbol les dijo: -Vaya, vosotros si que habéis visto cosas desde aquí. Sin embargo, la mayoría de la gente que ha pasado por vuestro lado os ha ignorado. Muy pocos han entendido vuestro mensaje. Si se hubieran detenido un poco a observar, quizás les habríais mostrado todo lo que me habéis enseñado a mí. Mi abuela llevaba razón –añadió de pronto, como si hubiera descubierto algo muy importante- no he sido yo la que he hecho nada. Sois vosotros los que me habéis hablado con vuestro lenguaje silencioso. Yo sólo me he sentado a observar en calma. Y al hacerlo, algo se ha abierto dentro de mí y por esa puerta han entrado todas esas imágenes, escondidas en algún lugar donde conviven el espacio y el tiempo. Y sin embargo –prosiguió- vosotros tampoco habéis hecho nada especial. Vosotros estáis ahí, en el mismo sitio, desde hace casi cuatro siglos. ¡Como todo lo demás! –añadió mientras giraba sobre sí misma, mirando a su alrededor con los brazos extendidos- Mi abuela tenía razón. Todo lo que existe en la tierra nos habla del misterio de la vida continuamente. Está delante de nuestras narices. El problema es que nosotros ni vemos ni escuchamos. Teresa se sintió muy contenta con su descubrimiento. En realidad ya lo sabía. Su abuela se lo había repetido infinidad de veces, y ella lo comprendía perfectamente con su intelecto. Pero nunca hasta ese momento lo había experimentado en su interior. Ahora veía la diferencia entre conocer y saber. El conocimiento era algo que se comprendía a través de la mente. Pero saber era otra cosa. Se sabía con el cuerpo. El cuerpo era más sabio que la mente. La mente era engañosa, pero el cuerpo no. El cuerpo no tenía capacidad para mentir. A veces uno quería sonreír, pero los labios
sólo reflejaban una mueca. Y cuando la tristeza o la alegría moraban en nuestro interior, nada podía evitar que los ojos, esas ventanas del alma, pudieran reflejar los sentimientos que llevamos dentro. Teresa estaba tan contenta con la experiencia que acababa de vivir, que por un momento había olvidado el mensaje de su abuela. -¡La carta –dijo de pronto- tengo que leer esa carta! Con rapidez, recogió del suelo la pequeña mochila que había llevado, y se dispuso a volver a su alojamiento en Lameiros, donde tenía guardada la carta que su abuela le había dado para “El Brujo”. Antes de ponerse en camino, Teresa se despidió del cruceiro y del roble. Con las palmas abiertas, puso sus manos sobre la piedra y después sobre la corteza del árbol. Hablando en voz baja, les agradeció que hubieran compartido su sabiduría con ella. Su abuela le había enseñado que, siempre que se va uno de un lugar, hay que dar las gracias a ese sitio y a todos los seres que habitan en él, por habernos acogido. Con sincera gratitud, la joven se despidió de aquel paisaje y, sin saber muy bien por qué, cuando había emprendido el camino de regreso hacia la aldea, volvió la mirada hacia el lugar y afirmó con gran convicción: “Volveré”. Cuando llegó a su alojamiento, el sol estaba a punto de ponerse y pronto empezaría a anochecer. Al pasar por el bar, se encontró con la anciana que lo regentaba, y ésta le informó de la hora de la cena y del menú, que compartiría con otros peregrinos que se alojaban allí. Sin detenerse a darle conversación a la mujer, Teresa subió corriendo las escaleras hasta su habitación. Visiblemente excitada, revolvió su equipaje hasta que encontró la carta. Con ella en la mano, se sentó en la cama y pensó que ésa era la mejor ocasión del día para abrirla. Si su abuela hubiera estado allí, le habría dicho que aquella era la hora más adecuada para leerla, y le habría recordado que el crepúsculo es un momento de mucho poder. ¡Cómo la echaba de menos! Cuánto habría disfrutado su abuela aquella tarde con ella, regresando a la aldea que la había visto nacer. Pero la mujer que tanto había representado en su vida, ya no estaba en este mundo. Teresa sabía perfectamente que, estuviera donde estuviera, ella siempre iba a contar con la ayuda de la anciana. Como había ocurrido
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Mucho más tranquila, respiró varias veces profundamente, y dirigiéndose al cruceiro y<br />
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-Vaya, vosotros si que habéis visto cosas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquí. Sin embargo, la mayoría <strong>de</strong> la<br />
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Yo sólo me he sentado a observar en calma. Y al hacerlo, algo se ha abierto <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />
mí y por esa puerta han entrado todas esas imágenes, escondidas en algún lugar<br />
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abuela se lo había repetido infinidad <strong>de</strong> veces, y ella lo comprendía perfectamente con<br />
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Ahora veía la diferencia entre conocer y saber. El conocimiento era algo que se<br />
comprendía a través <strong>de</strong> la mente. Pero saber era otra cosa. Se sabía con el cuerpo. El<br />
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cuerpo no tenía capacidad para mentir. A veces uno quería sonreír, pero los labios