Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada
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“A lo oscuro, por lo más oscuro; a lo desconocido, por lo más desconocido” Lema alquimista de la Edad Media “... Y me trajisteis aquí para contar las estrellas, para bañarme en el río y para hacer dibujos en la arena” León Felipe
Capítulo I Era la primera vez que veía a un muerto. Raimundo Carbajal contempló el cuerpo sin vida de aquel anciano como si no fuera el de su padre. Al principio lo miró sin sentir nada, pero conforme sus ojos se iban posando en las arrugas de aquel rostro familiar, experimentó un gran resentimiento. Desde lo más profundo de su interior surgió una especie de rencor creciente, que se fue transformando en odio. Ese sentimiento le asustó. Pero enseguida se justificó diciéndose que, al fin y al cabo, aquel no era su padre de verdad y, por tanto, no existía ninguna razón por la que no pudiera odiarlo. Pensó que quizás siempre lo había odiado. Pero hasta ese momento no se había permitido experimentar libremente esa sensación. Mirando al cadáver con frialdad, inspiró profundamente y expulsó el aire por la boca, sintiendo una gran liberación. Sólo habían transcurrido unas horas desde que se enterase de que aquel hombre no era su verdadero padre. El mismo viejo se lo había confesado en su lecho de muerte. No había querido llevarse a la tumba el secreto que con tanto esmero había guardado durante los últimos 33 años. Lo último que Raimundo había esperado oír ese día era una confesión semejante. Nunca dudó de que Tomás Carbajal, más conocido como “El Brujo”, fuera su padre. ¿Por qué había de dudarlo? Ningún niño alberga dudas sobre la autenticidad de sus progenitores. Y tampoco él lo había hecho, a pesar de que ni su rostro ni su figura habían tenido nunca ningún parecido con aquel hombre. Raimundo fue siempre un chico muy guapo. Su pelo lacio, de color rubio ceniza, y sus ojos azules, hacían juego con su talla esbelta y su buen porte, que en nada se parecía a la imagen tosca de Tomás Carbajal: cabello rizado, tez morena, escasa estatura y cuerpo entrado en carnes. Pero esas diferencias físicas también
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Capítulo I<br />
Era la primera vez que veía a un muerto. Raimundo Carbajal contempló el<br />
cuerpo sin vida <strong>de</strong> aquel anciano como si no fuera el <strong>de</strong> su padre. Al principio lo miró<br />
sin sentir nada, pero conforme sus ojos se iban posando en las arrugas <strong>de</strong> aquel rostro<br />
familiar, experimentó un gran resentimiento. Des<strong>de</strong> lo más profundo <strong>de</strong> su interior<br />
surgió una especie <strong>de</strong> rencor creciente, que se fue transformando en odio. Ese<br />
sentimiento le asustó. Pero enseguida se justificó diciéndose que, al fin y al cabo,<br />
aquel no era su padre <strong>de</strong> verdad y, por tanto, no existía ninguna razón por la que no<br />
pudiera odiarlo. Pensó que quizás siempre lo había odiado. Pero hasta ese momento<br />
no se había permitido experimentar libremente esa sensación. Mirando al cadáver con<br />
frialdad, inspiró profundamente y expulsó el aire por la boca, sintiendo una gran<br />
liberación. Sólo habían transcurrido unas horas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se enterase <strong>de</strong> que aquel<br />
hombre no era su verda<strong>de</strong>ro padre. El mismo viejo se lo había confesado en su lecho<br />
<strong>de</strong> muerte. No había querido llevarse a la tumba el secreto que con tanto esmero<br />
había guardado durante los últimos 33 años. Lo último que Raimundo había esperado<br />
oír ese día era una confesión semejante. Nunca dudó <strong>de</strong> que Tomás Carbajal, más<br />
conocido como “El Brujo”, fuera su padre. ¿Por qué había <strong>de</strong> dudarlo? Ningún niño<br />
alberga dudas sobre la autenticidad <strong>de</strong> sus progenitores. Y tampoco él lo había hecho,<br />
a pesar <strong>de</strong> que ni su rostro ni su figura habían tenido nunca ningún parecido con aquel<br />
hombre. Raimundo fue siempre un chico muy guapo. Su pelo lacio, <strong>de</strong> color rubio<br />
ceniza, y sus ojos azules, hacían juego con su talla esbelta y su buen porte, que en<br />
nada se parecía a la imagen tosca <strong>de</strong> Tomás Carbajal: cabello rizado, tez morena,<br />
escasa estatura y cuerpo entrado en carnes. Pero esas diferencias físicas también