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Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada

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Dejando que estos recuerdos calasen en su interior, Teresa se levantó <strong>de</strong> la<br />

cama <strong>de</strong> un saltó y miró el reloj. Aunque aquel interminable viaje en autobús <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />

Gran Ciudad la había <strong>de</strong>jado casi exhausta, no podía esperar hasta el día siguiente<br />

para dar un paseo por aquellos bosques. Sólo había tomado un bocadillo durante una<br />

parada, pero como no tenía hambre, pensó que ya cenaría por la noche. Calculó que<br />

todavía quedaban un par <strong>de</strong> horas <strong>de</strong> luz solar, y metiendo en una pequeña mochila<br />

una linterna y un botellín <strong>de</strong> agua, que rellenó en el lavabo <strong>de</strong> la habitación, salió a la<br />

calle. La al<strong>de</strong>a era muy pequeña, así que no tuvo que andar mucho tiempo para salir<br />

<strong>de</strong> ella. Muy cerca <strong>de</strong> la carretera, en una elevación <strong>de</strong>l terreno junto a una curva, algo<br />

llamó su atención. Era un antiguo cruceiro <strong>de</strong> piedra, que estaba junto a un roble<br />

centenario <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s proporciones. Al verlo, recordó que su abuela le había hablado<br />

<strong>de</strong> esa señal en el Camino, y <strong>de</strong> cómo ella, durante el tiempo que vivió en Lameiros,<br />

solía sentarse a la sombra <strong>de</strong> aquel árbol. Enseguida tuvo tentaciones <strong>de</strong> hacer lo<br />

mismo, pero antes <strong>de</strong>jó la mochila junto al roble, y miró <strong>de</strong>tenidamente el cruceiro. Tal<br />

y como le había contado su abuela, simbolizaba la vida y la muerte. En los cuatro<br />

lados <strong>de</strong> su base, había tallados martillos, clavos y espinas, que representaban al<br />

calvario <strong>de</strong> Jesús. En otro <strong>de</strong> los lados había una calavera, símbolo universal <strong>de</strong> la<br />

muerte. Elevando su mirada hacia arriba, vio una cruz con dos tallas bien distintas. A<br />

un lado estaba Cristo crucificado, y al otro una mujer preñada y un ángel. Con gran<br />

emoción, Teresa puso sus manos extendidas sobre el cruceiro, y no pudo evitar que<br />

se le saltasen las lágrimas. Porque allí, en aquella cruz <strong>de</strong> piedra que algún iniciado<br />

<strong>de</strong>bió tallar varios siglos atrás, se encontraba simbolizado el misterio <strong>de</strong> la dualidad <strong>de</strong><br />

la existencia. La vida y la muerte juntas, inseparable una <strong>de</strong> otra. Sin pensárselo más,<br />

abandonó su pretensión inicial <strong>de</strong> a<strong>de</strong>ntrarse en el bosque, y se sentó junto al roble,<br />

apoyando la espalda en su tronco. Des<strong>de</strong> don<strong>de</strong> estaba, podía ver la parte <strong>de</strong>l cruceiro<br />

que representaba a la vida, porque la imagen <strong>de</strong>l crucificado quedaba al otro lado.<br />

Cruzó las piernas y se puso lo más cómoda posible, con la intención <strong>de</strong> contemplar la<br />

talla <strong>de</strong> aquella mujer preñada y la cabeza y alas <strong>de</strong>l ángel que estaba junto a ella.

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