Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada
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Capítulo VI Sentada en el autobús que la llevaría hasta la aldea donde nació su abuela, Teresa Campoamor iba pendiente del paisaje que se precipitaba a través del cristal de la ventanilla. Había oído tantas veces a la anciana hablar de los bosques gallegos, que la joven no quería perderse ningún detalle. El día era soleado, y desde la carretera se adivinaba, a través de los eucaliptos, la fértil vegetación de esos grandes y verdes espacios boscosos. Ahora, viendo aquel derroche de especies arbóreas, y aquella abundancia de flora, Teresa sintió deseos de adentrarse cuanto antes en la espesura de aquellos bosques, y comprendió la nostalgia de su abuela hacia su tierra natal.“La morriña” de su Galicia, como la denominaba Esperanza Milagros. Sin apartar la vista de aquel paisaje, Teresa lo comparó con el de La Habana. Allí todo era cálido y luminoso. Sin embargo, una parte de su espíritu se sintió terriblemente atraída por la oscuridad y la fecundidad de aquellos bosques. Como si su interior albergase algún misterio escondido que era imposible hallar en ningún otro lugar. Conforme se iban acercando a Lameiros, Teresa se mostraba más inquieta, pero a la vez más segura. Tenía el convencimiento de que hacía bien viajando hasta allí, porque algo tendría que decirle ese sitio. Su abuela le había enseñado cómo debía escuchar para que los lugares le revelasen sus secretos. La anciana la había instruido en el arte de la meditación. Le había dicho que cuando consigues acallar los pensamientos que acuden a tu mente, entonces puedes entender el lenguaje del universo. Porque sólo en esos momentos en que logras vaciar tu mente, eres capaz de escuchar cómo te habla todo lo que está vivo. Su abuela le había recalcado, una y otra vez, que nunca debía sentirse sola porque ella, como el resto de los seres humanos, formaba parte de
un universo que, al sintonizar con él, te ayudaba y protegía. Al recordar aquellas palabras, la joven se sintió reconfortada en su interior. Ciertamente, los acontecimientos ocurridos en las últimas semanas la habían desconcertado. No sabía muy bien qué hacer, ni qué se esperaba que hiciera. Sin embargo, en esos momentos tenía la absoluta certeza de que estaba haciendo lo correcto. Sentía que si existía algún lugar en el mundo que le pudiera hablar y orientar sobre los pasos que debía seguir, ese lugar estaba allí mismo. Ella no había nacido en aquellas tierras, era la primera vez que las veía. Pero algo en su interior le hacía sentirse como en casa. Su abuela siempre le había dicho que cuando estuviera inquieta, debía acallar sus pensamientos y mantenerse en calma. “No pienses –solía repetirle- porque la mayoría de los pensamientos no nos pertenecen; sólo nos invaden, o los tomamos prestados de aquí y de allí. Déjalos pasar, mira cómo se alejan de ti y concéntrate en tu interior para que aflore la intuición. Si te dejas llevar por los pensamientos te equivocarás. Pero si permites que la intuición te guíe, acertarás”. Por eso Teresa llegó a la aldea donde había nacido su abuela, totalmente decidida a permitir que fuera la intuición la que guiase sus pasos futuros. Cuando bajó del autobús, contempló fascinada cómo un montón de vacas rodeaban al vehículo. Cogió su escaso equipaje y se encaminó a la calle principal de aquel pequeño núcleo urbano. Allí pudo ver de cerca, por primera vez, esa típica construcción gallega, el hórreo, de la que tanto le había hablado su abuela. En el único bar que encontró a su paso, preguntó a una anciana dónde podía encontrar alojamiento. Allí mismo le ofrecieron una habitación en la planta superior del edificio, y Teresa aceptó quedarse en ella. Según le explicó la mujer, con marcado acento gallego, utilizaban la parte alta de la casa para alquilar habitaciones a los peregrinos que hacían el Camino de Santiago. Cuando le preguntó a Teresa si ella también era peregrina, la joven respondió que no. Aunque inmediatamente rectificó y dijo: - Todos somos peregrinos en esta vida y, naturalmente, yo también lo soy.
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Ciertamente, los acontecimientos ocurridos en las últimas semanas la habían<br />
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embargo, en esos momentos tenía la absoluta certeza <strong>de</strong> que estaba haciendo lo<br />
correcto. Sentía que si existía algún lugar en el mundo que le pudiera hablar y orientar<br />
sobre los pasos que <strong>de</strong>bía seguir, ese lugar estaba allí mismo. Ella no había nacido en<br />
aquellas tierras, era la primera vez que las veía. Pero algo en su interior le hacía<br />
sentirse como en casa. Su abuela siempre le había dicho que cuando estuviera<br />
inquieta, <strong>de</strong>bía acallar sus pensamientos y mantenerse en calma. “No pienses –solía<br />
repetirle- porque la mayoría <strong>de</strong> los pensamientos no nos pertenecen; sólo nos inva<strong>de</strong>n,<br />
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concéntrate en tu interior para que aflore la intuición. Si te <strong>de</strong>jas llevar por los<br />
pensamientos te equivocarás. Pero si permites que la intuición te guíe, acertarás”. Por<br />
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Cuando bajó <strong>de</strong>l autobús, contempló fascinada cómo un montón <strong>de</strong> vacas<br />
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construcción gallega, el hórreo, <strong>de</strong> la que tanto le había hablado su abuela. En el único<br />
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Teresa aceptó quedarse en ella. Según le explicó la mujer, con marcado acento<br />
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peregrina, la joven respondió que no. Aunque inmediatamente rectificó y dijo:<br />
- Todos somos peregrinos en esta vida y, naturalmente, yo también lo soy.