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Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada

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Capítulo VI<br />

Sentada en el autobús que la llevaría hasta la al<strong>de</strong>a don<strong>de</strong> nació su abuela,<br />

Teresa Campoamor iba pendiente <strong>de</strong>l paisaje que se precipitaba a través <strong>de</strong>l cristal <strong>de</strong><br />

la ventanilla. Había oído tantas veces a la anciana hablar <strong>de</strong> los bosques gallegos, que<br />

la joven no quería per<strong>de</strong>rse ningún <strong>de</strong>talle. El día era soleado, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la carretera se<br />

adivinaba, a través <strong>de</strong> los eucaliptos, la fértil vegetación <strong>de</strong> esos gran<strong>de</strong>s y ver<strong>de</strong>s<br />

espacios boscosos. Ahora, viendo aquel <strong>de</strong>rroche <strong>de</strong> especies arbóreas, y aquella<br />

abundancia <strong>de</strong> flora, Teresa sintió <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> a<strong>de</strong>ntrarse cuanto antes en la espesura<br />

<strong>de</strong> aquellos bosques, y comprendió la nostalgia <strong>de</strong> su abuela hacia su tierra natal.“La<br />

morriña” <strong>de</strong> su Galicia, como la <strong>de</strong>nominaba Esperanza Milagros. Sin apartar la vista<br />

<strong>de</strong> aquel paisaje, Teresa lo comparó con el <strong>de</strong> La Habana. Allí todo era cálido y<br />

luminoso. Sin embargo, una parte <strong>de</strong> su espíritu se sintió terriblemente atraída por la<br />

oscuridad y la fecundidad <strong>de</strong> aquellos bosques. Como si su interior albergase algún<br />

misterio escondido que era imposible hallar en ningún otro lugar. Conforme se iban<br />

acercando a Lameiros, Teresa se mostraba más inquieta, pero a la vez más segura.<br />

Tenía el convencimiento <strong>de</strong> que hacía bien viajando hasta allí, porque algo tendría que<br />

<strong>de</strong>cirle ese sitio. Su abuela le había enseñado cómo <strong>de</strong>bía escuchar para que los<br />

lugares le revelasen sus secretos. La anciana la había instruido en el arte <strong>de</strong> la<br />

meditación. Le había dicho que cuando consigues acallar los pensamientos que<br />

acu<strong>de</strong>n a tu mente, entonces pue<strong>de</strong>s enten<strong>de</strong>r el lenguaje <strong>de</strong>l universo. Porque sólo<br />

en esos momentos en que logras vaciar tu mente, eres capaz <strong>de</strong> escuchar cómo te<br />

habla todo lo que está vivo. Su abuela le había recalcado, una y otra vez, que nunca<br />

<strong>de</strong>bía sentirse sola porque ella, como el resto <strong>de</strong> los seres humanos, formaba parte <strong>de</strong>

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