Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada

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soltó una sonora carcajada. Paloma intentaba herirle, al echarle en cara la estrecha y atípica relación que mantenía con el clero. Pero a él le resbalaban todo ese tipo de comentarios. Tenía muy claro cual era su objetivo, y si para conseguirlo tenía que aliarse con el diablo se aliaba. Y si tenía que contentar a los curas, pues lo hacía. Mientras cambiaba su clásico traje por una indumentaria más informal, pensó que las autoridades eclesiásticas no podían tener ninguna queja con él. Las iglesias del Territorio eran las que más se habían rehabilitado de todo el país. Si hasta había obligado a los empresarios a que financiasen la restauración de imágenes, retablos y pinturas de arte sacro. No pudo evitar reírse en voz alta, al recordar las caras que habían puesto algunos de estos empresarios cuando les “sugirió” la idea. Y cómo, a los que se mostraron reacios, les tuvo que explicar que las recalificaciones de terrenos y las adjudicaciones de obras que tenían pendientes de aprobación, dependían en gran medida de su generosidad para recuperar el patrimonio religioso del territorio. “Ay Señor –suspiró- ¿dónde estaría ahora ese patrimonio si no hubiera sido por mí?”. Cuando Diego Castillo bajó a la planta de abajo, su mujer recibía ya en la puerta a los periodistas que acababan de llegar: un joven con melenas, que llevaba una bolsa y dos cámaras fotográficas colgadas al cuello, y una chica, algo mayor que el fotógrafo, cuyas gafas le daban cierto aire de enteradilla. Nada más pasar al salón, la periodista se fijó en la fotografía de una anciana, que estaba enmarcada sobre una mesita, y preguntó al presidente: -¿Es alguien de su familia? Sin poder disimular la satisfacción que le causaba aquella pregunta, Diego respondió meneando la cabeza: -Sí y no. Es una mujer anónima. Una de las muchas mujeres que me he encontrado recorriendo el Territorio. Esta anciana, y los que son como ella, son la única y verdadera razón por la que me he dedicado a la política. Yo trabajo por y para ellos – añadió con lentitud, mientras la periodista tomaba frenéticamente notas en una libreta- por eso aunque no es de mi familia, su foto tiene un lugar preferente en mi casa...
Mientras Diego continuaba con su discurso, Paloma pensó en la cantidad de periodistas que habían hecho esa misma pregunta, ante esa misma foto, a lo largo de los últimos 25 años. Y como ella ya se conocía de memoria la respuesta, dejó allí a su marido y salió al jardín con el fotógrafo, para elegir los mejores lugares donde se podían hacer las fotos.
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