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Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada

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<strong>de</strong>nominaba también a esta carta, a Enriqueta le vino a la cabeza una frase <strong>de</strong>l Libro<br />

Tibetano <strong>de</strong> los Muertos: “Moriréis igual que habéis vivido”. Con gesto rápido, la<br />

anciana empezó a recoger la baraja <strong>de</strong>l tarot, al ver que Guillermo se acercaba hacia<br />

ella con un cheque en la mano. Enriqueta envolvió las cartas en la gastada tela negra<br />

don<strong>de</strong> las traía, y las metió en su bolso. Sin <strong>de</strong>cir palabra, cogió el talón que le daban<br />

y se marchó <strong>de</strong> la estancia arrastrando los pies, pero con paso <strong>de</strong>cidido hacia la calle.<br />

A la salida <strong>de</strong>l Palacio la esperaba el chófer <strong>de</strong> Diego Castillo para llevarla a su casa.<br />

Pero la mujer rechazó la oferta con un gesto, y se alejó a paso lento por la acera.<br />

Aunque se sentía muy cansada, necesitaba respirar un poco <strong>de</strong> aire fresco. El<br />

ambiente <strong>de</strong>nso <strong>de</strong> aquel lugar le estaba provocando cierto malestar en la boca <strong>de</strong>l<br />

estómago.<br />

A Diego Castillo, sin embargo, le había reconfortado la visita <strong>de</strong> Enriqueta y se<br />

sentía <strong>de</strong> muy buen humor. Durante el resto <strong>de</strong> la mañana <strong>de</strong>spachó los asuntos<br />

pendientes, con la agradable sensación <strong>de</strong> saber que todo estaba bajo control. Como<br />

siempre. Al día siguiente estaba citado para comer con Raimundo Carbajal y, <strong>de</strong> forma<br />

casual, le propondría un intercambio <strong>de</strong> corbatas, para po<strong>de</strong>r quedarse con el objeto<br />

<strong>de</strong>l joven que necesitaba. Sin embargo, algo en su interior empañaba su alegría.<br />

Cuando se aseaba antes <strong>de</strong> ir al almuerzo que tenía previsto con los empresarios, se<br />

preguntó a qué se podía <strong>de</strong>ber esa molesta sensación. De pronto lo supo: era<br />

Enriqueta. Estaba muy rara últimamente. Des<strong>de</strong> luego, no era la vi<strong>de</strong>nte que conoció<br />

hace unos años. Ahora se la veía vieja y cansada. Ya no tenía nada que ver con<br />

aquella mujer que siempre le había animado en su carrera, y tan bien le había<br />

aconsejado para vencer a sus rivales políticos. “Quizás sea el momento <strong>de</strong> jubilarla” –<br />

pensó en voz alta- “Cuando termine todo esto, le daré una gratificación y prescindiré<br />

<strong>de</strong> sus servicios” –concluyó, mientras se ponía la chaqueta y bajaba al encuentro <strong>de</strong><br />

su chófer-. Mauricio le esperaba hablando con Guillermo Maestre. Cuando Diego llegó,<br />

su secretario le preguntó:

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