Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada

porque llevaban ya muchos años juntos, pero jamás había cometido ninguna
indiscreción. Y eso es lo que él necesitaba: gente de la que se pudiera fiar. Si Mauricio
hubiera querido gastarle una putada, lo habría podido hacer sin ningún problema.
Alguna correría también habían pasado juntos. Como cuando estuvieron en aquélla
fiesta de disfraces, en la que todos terminaron desnudos. Claro que su chófer ignoraba
que él había mandado grabar a todo el que participase en la juerga; incluyendo al
propio Mauricio. Aunque no era el caso de su conductor, había por ahí gente sin
escrúpulos que estaba dispuesta a utilizar cualquier cosa para acabar con su carrera
política, y era bueno tener siempre un as en la manga. Así, si alguno tenía la tentación
de contar algo, él siempre podía disuadirlos esgrimiendo la grabación. Se rió para sus
adentros al pensar en la cantidad de cintas que había ido acumulando a lo largo del
tiempo. Naturalmente, su intención era la de utilizarlas en casos de extrema
emergencia, y sólo con la intención de darles una lección a aquellos indeseables que
piensan que en política vale todo. Lástima que no tuviera ninguna grabación de Jaime
Espinosa o de Raimundo Carbajal. Pero esa gente aún estudiaba primaria cuando él
ya era presidente del Territorio. Estaban fuera de su alcance, y no había habido
manera de pillarles en ningún sarao del que pudieran avergonzarse. De forma muy
distinta hubiera discurrido la conversación con Espinosa, si él hubiera tenido en su
poder alguna grabación o cualquier otro documento que comprometiera al dirigente
nacional de su partido. Pero no había conseguido nada. Y no sería por no haberlo
intentado. Si algo había aprendido en estos 25 años de ejercicio de la política, era que
todo el mundo tenía un precio. Y también alguna página oscura en su vida que quería
ocultar. Algunos lo reconocían con facilidad y no era complicado entenderse con ellos.
Pero otros, los que iban de puros, tenían cierta dificultad para reconocerlo. Aunque al
final terminaban pasando por el aro. Diego Castillo sonrió al recordar la cantidad de
enemigos políticos que había desactivado por este sistema, y que habían terminado
pasándose a su lado. Y hasta ocupando puestos de responsabilidad en su Gobierno.