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Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada

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habían burlado <strong>de</strong> él, por no querer abandonar la dirección territorial, y estar dispuesto<br />

a mantenerla, aún a costa <strong>de</strong> que Raimundo Carbajal fuera el candidato. ¡Pero ya<br />

veríamos al final quien se reía más!<br />

-El que ríe el último ríe mejor –dijo en voz alta mientras se anudaba la corbata- Ya me<br />

reiré yo cuando vengan a pedirme que acepte ser el candidato –añadió mientras se<br />

daba un último vistazo <strong>de</strong> aprobación ante el espejo.<br />

Como todos los días, a Diego le esperaba en la cocina Mauricio, tomando el<br />

café que le había servido Antonia, la mujer que llevaba más <strong>de</strong> 20 años al servicio <strong>de</strong><br />

la casa. Cuando ésta le vio entrar, se miró el reloj y dijo con extrañeza:<br />

-Hoy baja con media hora <strong>de</strong> retraso. Qué raro, con lo puntual que es usted. La señora<br />

hace ya un rato que se fue. Me encargó que le preguntase si vendría a comer<br />

-No, Antonia, no vendré –respondió Diego antes <strong>de</strong> llevarse a los labios la humeante<br />

taza <strong>de</strong> café que le acababa <strong>de</strong> dar la sirvienta- Hoy almuerzo con los empresarios.<br />

¿Cómo vamos <strong>de</strong> tiempo? –preguntó a su chófer- esta noche no he pegado ojo. Me he<br />

dormido casi al amanecer, y por eso me he retrasado.<br />

-Vamos mal –contestó Mauricio consultando su reloj- hoy tiene la cita semanal, y ya<br />

llegamos tar<strong>de</strong>. Habrá que correr.<br />

-Pues corramos –dijo Diego mientras <strong>de</strong>jaba rápidamente la taza, y se dirigían al<br />

coche oficial que le esperaba en la puerta <strong>de</strong>l chalet don<strong>de</strong> vivía. Una vez instalado en<br />

el asiento <strong>de</strong> atrás, intercambió con su chófer algunas frases intrascen<strong>de</strong>ntes sobre el<br />

tráfico y el buen tiempo que hacía.<br />

Le caía muy bien Mauricio. Con gran satisfacción, recordó aquella fecha<br />

histórica en la que apareció en el marcador <strong>de</strong>l coche la cifra <strong>de</strong> un millón <strong>de</strong><br />

kilómetros recorridos. Para celebrarlo, ese día fue Diego el que hizo <strong>de</strong> chófer y<br />

Mauricio se sentó en el asiento <strong>de</strong> atrás. Pero la cualidad que más le gustaba <strong>de</strong> su<br />

conductor era la discreción. Sólo hablaba cuando se le preguntaba. El resto <strong>de</strong>l tiempo<br />

era sordo y mudo. Y si alguna vez tuvo que mirar para otro lado, hizo como si no se<br />

diera cuenta <strong>de</strong> nada. Su conductor había visto y oído <strong>de</strong> todo <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> aquel coche,

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