Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada
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Capítulo IV<br />
Diego Castillo se miró al espejo y no le gustó nada el reflejo que éste le<br />
<strong>de</strong>volvió. Tenía unas profundas ojeras y se vio con menos pelo que nunca. Las<br />
entradas que se habían iniciado en sus sienes varios años atrás, amenazaban ahora<br />
con convertirse en una calvicie en toda regla. Aún medio dormido, se acercó más al<br />
espejo como si no pudiera creer lo que estaba viendo. Notó el cansancio reflejado en<br />
su rostro e hizo una mueca <strong>de</strong> contrariedad. Decían que la cara era el espejo <strong>de</strong>l alma<br />
y, si esto era verdad, no se podía <strong>de</strong>cir que su alma gozase <strong>de</strong> muy buena salud.<br />
¿Pero quien se preocupaba <strong>de</strong>l alma en estos tiempos? “Nadie” –dijo en voz alta,<br />
respondiendo a sus pensamientos- Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> observar las arrugas <strong>de</strong> su rostro,<br />
comenzó a afeitarse. Poco a poco, cubrió la parte inferior <strong>de</strong> su cara con la espuma<br />
blanca, y se alejó <strong>de</strong>l espejo para ver el efecto. ¿Y si se <strong>de</strong>jase barba? No, nunca la<br />
había llevado y eso le haría parecer aún mayor. El se consi<strong>de</strong>raba todavía una<br />
persona joven, y no entendía por qué, a sus 55 años, tenía que abandonar la actividad<br />
política que había venido <strong>de</strong>sarrollando en los últimos 25 años. Este pensamiento le<br />
alteraba, lo que provocó que le temblase el pulso y se cortase con la cuchilla.<br />
-¡Mierda! –gritó, mientras un hilillo <strong>de</strong> sangre le discurría por la comisura <strong>de</strong>l labio-<br />
Cuando pensaba en que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>jar la dirección <strong>de</strong>l Partido y el Gobierno <strong>de</strong>l<br />
Territorio, en manos <strong>de</strong> alguien como Raimundo Carbajal, no podía evitar la rabia y la<br />
indignación. ¿Cómo era posible que alguien en su sano juicio intentase convencerle<br />
para que le nombrara su sucesor? Lo malo es que no le habían <strong>de</strong>jado elección, y la<br />
cosa ya no tenía remedio...