Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada

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-Si, eso sí lo sé, porque siempre repetía con nostalgia que nunca volvería allí. Nació en una aldea de la provincia de Lugo: Lameiros. Cuando oyó el nombre, a Teresa le dio un vuelco el corazón. Era el mismo lugar donde había nacido su abuela. Con una alegría infantil reflejada en su rostro, le dijo a Raimundo: -Pues ahí es hacia donde tengo que ir. Descansaré algún día en la Gran Ciudad, y después viajaré a esa aldea –afirmó entusiasmada- Porque, por si no lo sabes, mi abuela también nació allí. Y además nació el mismo día y el mismo año que tu padre: el 24 de junio de 1918, en la festividad de San Juan y en plena celebración del solsticio de verano ¿No es asombroso? –preguntó a Raimundo- -¡Es increíble! –respondió éste con poca convicción-
Capítulo IV Diego Castillo se miró al espejo y no le gustó nada el reflejo que éste le devolvió. Tenía unas profundas ojeras y se vio con menos pelo que nunca. Las entradas que se habían iniciado en sus sienes varios años atrás, amenazaban ahora con convertirse en una calvicie en toda regla. Aún medio dormido, se acercó más al espejo como si no pudiera creer lo que estaba viendo. Notó el cansancio reflejado en su rostro e hizo una mueca de contrariedad. Decían que la cara era el espejo del alma y, si esto era verdad, no se podía decir que su alma gozase de muy buena salud. ¿Pero quien se preocupaba del alma en estos tiempos? “Nadie” –dijo en voz alta, respondiendo a sus pensamientos- Sin dejar de observar las arrugas de su rostro, comenzó a afeitarse. Poco a poco, cubrió la parte inferior de su cara con la espuma blanca, y se alejó del espejo para ver el efecto. ¿Y si se dejase barba? No, nunca la había llevado y eso le haría parecer aún mayor. El se consideraba todavía una persona joven, y no entendía por qué, a sus 55 años, tenía que abandonar la actividad política que había venido desarrollando en los últimos 25 años. Este pensamiento le alteraba, lo que provocó que le temblase el pulso y se cortase con la cuchilla. -¡Mierda! –gritó, mientras un hilillo de sangre le discurría por la comisura del labio- Cuando pensaba en que debía dejar la dirección del Partido y el Gobierno del Territorio, en manos de alguien como Raimundo Carbajal, no podía evitar la rabia y la indignación. ¿Cómo era posible que alguien en su sano juicio intentase convencerle para que le nombrara su sucesor? Lo malo es que no le habían dejado elección, y la cosa ya no tenía remedio...
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Capítulo X Teresa Campoamor llegó
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Capítulo XI Gabriel Olmo sujetaba
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detenían ante su puerta, para hace
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Capítulo XIII Diego Castillo no po
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Capítulo XVII Teresa estaba durmie
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Capítulo XIX Sentado en un banco d
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Capítulo XX Cuando Teresa Campoamo
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