Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada
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“Este tío es la leche –pensó Teresa- primero me <strong>de</strong>ja plantada en el cementerio sin<br />
querer hablar, me suelta que el hombre que acaban <strong>de</strong> enterrar no es su padre, y<br />
ahora preten<strong>de</strong> que le dé la carta que traía para él. ¡Es increíble!<br />
“¿Qué historia será esa <strong>de</strong> la carta –pensó Raimundo- ¿Debería pedírsela<br />
abiertamente? Resulta muy raro que alguien haga un viaje tan largo sólo para traer<br />
una carta que se pue<strong>de</strong> mandar por correo. Esta chica es muy extraña. ¿En qué líos<br />
estaría metido el viejo? Y ¿cómo lo ha llamado? ¿Ha dicho el Brujo? Nunca he oído<br />
que nadie le llamase así”.<br />
Al repetir para sus a<strong>de</strong>ntros la <strong>de</strong>nominación <strong>de</strong> “El brujo” que le había dado la chica,<br />
algún recuerdo enterrado en la infancia <strong>de</strong> Raimundo luchó por salir al exterior. Sin<br />
embargo, los altavoces <strong>de</strong> la estación anunciaron en esos momentos la llegada <strong>de</strong>l<br />
tren que <strong>de</strong>bía tomar. Cuando fue a <strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> Teresa, vio que esta cogía su<br />
equipaje y se disponía a dirigirse al andén. Antes <strong>de</strong> que él dijera nada, la joven le dijo:<br />
-También es mi tren.<br />
Asintiendo con la cabeza, Raimundo caminó en silencio al lado <strong>de</strong> Teresa, mientras<br />
pensaba que no iba a ser tan fácil <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> su compañía. Sin embargo, la<br />
joven no mostraba el más mínimo interés por proseguir la conversación con él.<br />
Cuando subieron al tren, ambos <strong>de</strong>scubrieron con fastidio que sus asientos, junto a la<br />
ventanilla, estaban uno frente al otro. Nada más acomodar su equipaje, Teresa se<br />
sentó y, casi inmediatamente, se quedó dormida. Raimundo, que hasta ese momento<br />
se había mostrado muy interesado en mirar el paisaje, pasó a observar a Teresa<br />
<strong>de</strong>scaradamente, aprovechando que la joven no podía darse cuenta <strong>de</strong> que la estaba<br />
examinando. Lo primero que llamó su atención era el color blanco <strong>de</strong> su pelo. Algo<br />
poco habitual –pensó- en una persona cuya edad no <strong>de</strong>bía superar los veintipocos<br />
años. Raimundo se preguntó por qué una mujer tan joven tenía el pelo <strong>de</strong> una<br />
anciana. Sin embargo, convino en que el color blanco <strong>de</strong> su cabellera rizada no la<br />
hacía parecer mayor. Al contrario, esos bucles que le llegaban hasta los hombros le<br />
daban cierto aire infantil. Y también irreal, como si fuera un personaje sacado <strong>de</strong> un