Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada
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alterada con esta sincronía, Teresa miró el reloj y comprobó que podía darse una<br />
ducha y comer algo, antes <strong>de</strong> dirigirse hacia el cruceiro que tanto le había llamado la<br />
atención durante su estancia anterior. Con un sentimiento <strong>de</strong> urgencia que no atinaba<br />
a compren<strong>de</strong>r, pero guiada firmemente por su instinto, la joven se duchó con rapi<strong>de</strong>z,<br />
se cambió <strong>de</strong> ropa y bajó al bar <strong>de</strong> la planta baja <strong>de</strong> la casa para comer cualquier cosa<br />
que le sirvieran.<br />
Después <strong>de</strong> tomar un sabroso y reconfortante caldo gallego, la joven salió a<br />
toda prisa <strong>de</strong> la casa y se encaminó hacia el lugar don<strong>de</strong> se ubicaba el cruceiro <strong>de</strong><br />
Lameiros, junto al roble centenario. Mientras se dirigía hacia allí, notó cómo el corazón<br />
le golpeaba fuertemente en el pecho. Desconcertada por su propia inquietud, Teresa<br />
se preguntó qué le pasaba, y hasta intentó buscar una explicación lógica al porqué<br />
estaba tan alterada. Pero no pudo hacerlo, y tampoco le importó <strong>de</strong>masiado. Se<br />
encogió <strong>de</strong> hombros y continuó andando con rapi<strong>de</strong>z, mientras divisaba a lo lejos las<br />
frondosas ramas <strong>de</strong>l árbol y la parte alta <strong>de</strong>l cruceiro, don<strong>de</strong> estaban representadas<br />
las dos caras <strong>de</strong> la existencia: la vida y la muerte. Cada vez más emocionada, siguió<br />
acercándose hasta el lugar, cuando divisó a un hombre que, sentado en el suelo,<br />
apoyaba su espalda en el tronco <strong>de</strong>l roble. Sin saber por qué, el corazón <strong>de</strong> Teresa<br />
empezó a latir aún más <strong>de</strong>prisa y entonces ella lo reconoció.<br />
- ¡Pero si es Gabriel Olmo! –exclamó en voz alta-<br />
Al verlo, Teresa sintió una profunda alegría y supo, al instante, que Gabriel<br />
Olmo había sido el aprendiz <strong>de</strong> su abuela, lo mismo que lo fue ella. Supo que, al igual<br />
que Tomás Carbajal y Esperanza Milagros, ellos también formaban parte <strong>de</strong> un<br />
ancestral linaje <strong>de</strong>stinado a iluminar los caminos sombríos <strong>de</strong> la humanidad. Supo que<br />
aquel hombre que había hecho florecer su feminidad, estaba <strong>de</strong>stinado a acompañarla<br />
en su tránsito por esta tierra. Ambos pertenecían a la misma familia y eran<br />
compañeros <strong>de</strong>l alma. Y supo también que el encuentro que ahora tenían junto al<br />
cruceiro y el roble centenario, era algo que ya estaba concertado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> más allá <strong>de</strong>