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Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada

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primeras luces <strong>de</strong>l alba empezaban a iluminar las <strong>de</strong>siertas calles <strong>de</strong> la Gran Ciudad, y<br />

Teresa interpretó este momento como la señal <strong>de</strong> un nuevo amanecer en su propia<br />

vida. A esas horas <strong>de</strong> la mañana el tráfico era fluido y enseguida llegaron a su <strong>de</strong>stino.<br />

En las taquillas sacó el billete y, mientras hacía tiempo esperando la salida <strong>de</strong> su<br />

autobús, se entretuvo mirando las revistas y los libros expuestos en un quiosco. Allí vio<br />

que todos los periódicos <strong>de</strong>l día reproducían en su primera página la foto <strong>de</strong> Raimundo<br />

Carbajal. Con una gran sonrisa reflejada en el rostro, su amigo aparecía en el<br />

escenario <strong>de</strong> los espejos, con los brazos levantados, durante la Convención <strong>de</strong>l día<br />

anterior en la que había sido <strong>de</strong>signado candidato a la presi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong>l Territorio.<br />

Teresa compró uno <strong>de</strong> esos periódicos y, al hojearlo, se dio cuenta <strong>de</strong> que Raimundo,<br />

la información relativa a su candidatura, acaparaba la mayor parte <strong>de</strong>l espacio <strong>de</strong> ese<br />

diario. Mientras que <strong>de</strong>l entierro <strong>de</strong> Diego Castillo sólo sacaban una foto y un breve<br />

texto en el interior. Teresa reflexionó sobre esta circunstancia, y se preguntó qué<br />

pensaría Diego Castillo si pudiera ver la rapi<strong>de</strong>z con la que Raimundo había ocupado<br />

su lugar, y cómo éste había monopolizado el interés informativo, reduciendo su<br />

entierro a un lugar secundario. Contemplando aquellas fotos, volvió a sentir, sin<br />

ninguna duda, que había sido Diego Castillo el que había encargado el hechizo mortal<br />

contra Raimundo. Y por eso no le extrañó que éste muriera. Ella sabía que nada se<br />

pier<strong>de</strong> en el universo. Y que cuando se ponen <strong>de</strong>terminadas fuerzas en movimiento<br />

pue<strong>de</strong>n terminar volviéndose en contra <strong>de</strong> quien las ha generado. Ignoraba las<br />

circunstancias que habían provocado que esas fuerzas terminasen alcanzando a<br />

Diego Castillo. Pero no le extrañaba que esto hubiera ocurrido. Y por ello no tenía<br />

ninguna duda <strong>de</strong> que el repentino infarto sufrido por el presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l Territorio, era<br />

sólo la forma que el <strong>de</strong>stino había adoptado para hacer que se cumpliera la Ley que<br />

rige en este universo. La que establece que cada uno cosecha lo que siembra o, como<br />

<strong>de</strong>cía su abuela, que “el que a hierro mata, a hierro muere”.<br />

Las reflexiones <strong>de</strong> Teresa quedaron interrumpidas por una voz femenina que, a<br />

través <strong>de</strong> los altavoces <strong>de</strong> la estación, anunciaba la dársena en la que estaba situado

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