Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada
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Aún no habían abierto los comercios y esa calle, poco transitada<br />
habitualmente, estaba <strong>de</strong>sierta cuando Diego Castillo se <strong>de</strong>splomó ante la se<strong>de</strong>.<br />
Tuvieron que pasar unos minutos hasta que un empleado <strong>de</strong>l Partido vio, a través <strong>de</strong><br />
la puerta <strong>de</strong> cristales, que había alguien tirado en la acera. Con cierta precaución se<br />
acercó hasta el hombre que yacía en el suelo y, unos segundos <strong>de</strong>spués, reconoció al<br />
presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l Territorio. Con gran nerviosismo y excitación, el empleado cogió la<br />
mano <strong>de</strong> Diego para tomarle el pulso, aunque antes <strong>de</strong> hacerlo ya tuvo el<br />
convencimiento <strong>de</strong> que estaba muerto. Inmediatamente entró al Partido y, a través <strong>de</strong>l<br />
teléfono interior, avisó a Jaime Espinosa, que se encontraba ya en su <strong>de</strong>spacho, junto<br />
a Raimundo Carbajal, esperando la llegada <strong>de</strong> Diego Castillo. Ambos bajaron<br />
corriendo las escaleras y se precipitaron hacia la calle don<strong>de</strong> yacía el cadáver <strong>de</strong>l<br />
presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l Territorio, ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> algunos curiosos que pasaban por allí. También<br />
Espinosa se agachó para comprobar si aún tenía vida. Aunque era evi<strong>de</strong>nte que Diego<br />
estaba muerto. No había más que mirarle a los ojos para saberlo. Estos reflejaban una<br />
mirada vacía hasta que Jaime Espinosa, con un gesto mecánico, le cerró los<br />
párpados. Mientras lo hacía, Raimundo permanecía paralizado por la impresión,<br />
mirando el cuerpo tirado en el suelo, y sin saber cómo reaccionar. Por unos momentos<br />
le vino a la cabeza la imagen <strong>de</strong>l cadáver <strong>de</strong>l hombre que lo crió, y que él había creído<br />
su padre, y pensó que era la segunda vez que veía un muerto en muy poco tiempo.<br />
Mientras Raimundo seguía contemplando absorto la escena, como si no la estuviera<br />
viviendo en realidad, Espinosa or<strong>de</strong>nó al empleado <strong>de</strong>l Partido que avisase a la<br />
funeraria. El hombre entró corriendo en la se<strong>de</strong> a llamar por teléfono, pero al cabo <strong>de</strong><br />
unos instantes regresó y, con gran urgencia en la voz, dijo:<br />
- Me han dicho que a quien tenemos que avisar primero es a la policía, porque ellos no<br />
mueven un muerto sin el permiso <strong>de</strong>l juez. También me han preguntado si se trata <strong>de</strong><br />
un atentado... No sé –se justificó el empleado- como era un político muy importante<br />
-¿Un atentado? –se preguntó en voz alta Jaime Espinosa mirando a Raimundo<br />
Carbajal- No creo, no se ve sangre por ningún sitio.