Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada

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08.05.2013 Views

entender la hechicería, a las dos personas que fueron sus aprendices en esta vida. Es decir, a él mismo y a su nieta Teresa. Quizás por eso, razonó, su maestra le había transmitido la necesidad de que buscase a la joven. Muy inquieto, pero con este pensamiento cada vez más asentado en su interior, la mente de Gabriel empezó a funcionar a toda velocidad. De repente, la vaga sensación que tenía de que debía buscar a Teresa, se convirtió en una auténtica certeza, y en una verdadera urgencia. Rápidamente pensó que si la joven había vendido la casa de su abuela y se había ido a España, lo más probable es que se hubiera encaminado a Galicia. Y más concretamente a Lameiros. Pues ése había sido el punto de referencia al que constantemente estaba aludiendo su maestra, a lo largo de toda su vida. Recordó cómo la anciana hablaba con verdadero deleite de aquellas tierras gallegas. Y también rememoró cómo siempre se lamentaba de que no volvería al lugar que la había visto nacer. “No es mi destino volver allí –decía una y otra vez- qué le vamos a hacer”. Ahora, al recordar la infinidad de veces que había oído a su maestra hacer ese comentario, Gabriel tuvo la íntima certeza de que, si debía buscar a Teresa, tendría que viajar hasta Galicia. Con la emoción contenida y cada vez más agitado, Gabriel saltó de la cama y miró el reloj. Eran las siete menos diez de la mañana, y había muchas cosas por hacer. Mentalmente, calculó que en España sería casi la una, y pensó que, antes que nada, debía de ponerse en contacto con Enriqueta Beltrán para comunicarle que renunciaba a hacer el hechizo mortal contra Raimundo Carbajal. Mientras adoptaba en firme esta decisión, Gabriel experimentó una gran liberación interior. Como si se hubiera quitado un gran peso de encima. Por unos instantes se detuvo a pensar que el tal Raimundo Carbajal había tenido mucha suerte. Sin duda, alguna jugada del destino había obrado a su favor para que conservase la vida. También le vino a la cabeza qué opinaría la vidente de su decisión. Pero inmediatamente concluyó que eso a él le daba lo mismo. Como también le tenía sin cuidado los trastornos que podía ocasionar al poderoso político que había encargado el maleficio. Imaginaba que a ese personaje no

iba a hacerle ninguna gracia su renuncia. Pero tampoco eso le importaba. Es más, en esos momentos incluso se alegraba de que los planes del político no le fueran a salir como había previsto. Pensó que alguien que tenía tan pocos escrúpulos como para eliminar de esa manera a sus rivales, no merecía ningún miramiento por su parte. Al hilo de este último pensamiento, Gabriel sonrió pesando que, hace sólo unos días, nunca hubiera razonado de esa manera. En realidad no habría razonado de ninguna. Simplemente se habría limitado a hacer el hechizo mortal, y punto. También pensó en la fuerte suma de dinero que le iban a pagar por realizar el ritual. Pero tampoco en eso había problema. El nunca cobraba hasta que no se habían confirmado los resultados de su hechizo. Y la verdad es que no lo necesitaba. Siempre había vivido de una manera tan austera que, hasta tenía ahorrados algunos pesos. Y ahora ese dinero le serviría para viajar a España sin ningún problema. Vivía solo. De su familia hacía mucho tiempo que se había alejado. En realidad su única familia de verdad había sido su maestra. No tenía amigos. Con sus vecinos mantenía una actitud distante. Y sus únicos conocidos eran los que se acercaban a él para encargarle algún trabajo de santería, puesto que los demás le tenían miedo. No tenía que dar explicaciones a nadie, ni dejaba ningún asunto pendiente. “Por lo tanto –dijo en voz alta, con gran seguridad en la voz- no hay nada que me impida hacer el equipaje y coger el primer avión que salga para España”. Al verbalizar esta resolución, Gabriel sintió por dentro una gran congoja que le provocó un nudo en la garganta, y que hizo que se le saltasen las lágrimas. Con el ánimo exaltado, el santero experimentó un profundo agradecimiento hacia toda la existencia. Emocionado por este sentimiento desconocido para él, Gabriel se dirigió hacia la habitación oscura, donde habitualmente realizaba sus hechizos y, con gran energía, arrancó de la ventana la tela negra que la cubría. En esos momentos, una tenue luz que iluminaba el patio interior a donde daba ese cuarto, se coló a través de los cristales difuminándose por la estancia. Con gesto de satisfacción, Gabriel salió de la habitación y al cabo de unos momentos volvió con un saco. Abrió el pequeño baúl y,

enten<strong>de</strong>r la hechicería, a las dos personas que fueron sus aprendices en esta vida. Es<br />

<strong>de</strong>cir, a él mismo y a su nieta Teresa. Quizás por eso, razonó, su maestra le había<br />

transmitido la necesidad <strong>de</strong> que buscase a la joven. Muy inquieto, pero con este<br />

pensamiento cada vez más asentado en su interior, la mente <strong>de</strong> Gabriel empezó a<br />

funcionar a toda velocidad. De repente, la vaga sensación que tenía <strong>de</strong> que <strong>de</strong>bía<br />

buscar a Teresa, se convirtió en una auténtica certeza, y en una verda<strong>de</strong>ra urgencia.<br />

Rápidamente pensó que si la joven había vendido la casa <strong>de</strong> su abuela y se había ido<br />

a España, lo más probable es que se hubiera encaminado a Galicia. Y más<br />

concretamente a Lameiros. Pues ése había sido el punto <strong>de</strong> referencia al que<br />

constantemente estaba aludiendo su maestra, a lo largo <strong>de</strong> toda su vida. Recordó<br />

cómo la anciana hablaba con verda<strong>de</strong>ro <strong>de</strong>leite <strong>de</strong> aquellas tierras gallegas. Y también<br />

rememoró cómo siempre se lamentaba <strong>de</strong> que no volvería al lugar que la había visto<br />

nacer. “No es mi <strong>de</strong>stino volver allí –<strong>de</strong>cía una y otra vez- qué le vamos a hacer”.<br />

Ahora, al recordar la infinidad <strong>de</strong> veces que había oído a su maestra hacer ese<br />

comentario, Gabriel tuvo la íntima certeza <strong>de</strong> que, si <strong>de</strong>bía buscar a Teresa, tendría<br />

que viajar hasta Galicia.<br />

Con la emoción contenida y cada vez más agitado, Gabriel saltó <strong>de</strong> la cama y<br />

miró el reloj. Eran las siete menos diez <strong>de</strong> la mañana, y había muchas cosas por<br />

hacer. Mentalmente, calculó que en España sería casi la una, y pensó que, antes que<br />

nada, <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> ponerse en contacto con Enriqueta Beltrán para comunicarle que<br />

renunciaba a hacer el hechizo mortal contra Raimundo Carbajal. Mientras adoptaba en<br />

firme esta <strong>de</strong>cisión, Gabriel experimentó una gran liberación interior. Como si se<br />

hubiera quitado un gran peso <strong>de</strong> encima. Por unos instantes se <strong>de</strong>tuvo a pensar que el<br />

tal Raimundo Carbajal había tenido mucha suerte. Sin duda, alguna jugada <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stino<br />

había obrado a su favor para que conservase la vida. También le vino a la cabeza qué<br />

opinaría la vi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> su <strong>de</strong>cisión. Pero inmediatamente concluyó que eso a él le daba<br />

lo mismo. Como también le tenía sin cuidado los trastornos que podía ocasionar al<br />

po<strong>de</strong>roso político que había encargado el maleficio. Imaginaba que a ese personaje no

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