Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada
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Con mucha más seguridad y confianza de la que tenía cuando llegó a su habitación por la mañana, Teresa salió del hostal, tomó un bocadillo y compró algunas cosas para improvisar una cena fría en casa de Raimundo. Cuando terminó cogió un taxi y se dirigió a casa del joven. Aunque aún no eran las ocho, Raimundo ya la estaba esperando allí. Cuando Teresa llamó a la puerta, el joven la abrió, visiblemente nervioso. Ella se alarmó y le preguntó con urgencia: -¿Pasa algo? Pero Raimundo no respondió. Le cogió las bolsas que Teresa cargaba y las dejó en el suelo, dentro de su apartamento. A continuación, tomó a la joven de la mano y se la llevó hasta el sofá, indicándole con un gesto que se sentara. Cuando ésta lo hizo, Raimundo se instaló a su lado y, aún con la mano de Teresa entre las suyas, le preguntó a bocajarro: -¿Quieres casarte conmigo?.
Capítulo XIII Diego Castillo no podía creer lo que le estaba pasando. “Y sólo faltan tres días para la Convención” –repetía una y otra vez mientras daba vueltas, a grandes zancadas, por el salón de su vivienda. Había bajado hasta allí porque no podía conciliar el sueño, después de la fuerte discusión que había tenido con su mujer, y de la conversación telefónica que había mantenido con su hija María. “Deben estar locas –dijo en voz alta- yo creo que las mujeres de esta casa han perdido la cabeza. ¡Ojalá hubiera tenido un hijo –añadió continuando con su monólogo- seguramente sería más razonable y, además, qué hostia, seguro que no le habría pasado algo así, hubiera sido más cuidadoso”. Aunque la habitación estaba fresca a esas horas de la madrugada, y sólo iba vestido con el pijama, Diego Castillo sudaba copiosamente. Cansado de dar vueltas como un león enjaulado, se dejó caer en un sillón de orejas y trató de calmarse, pero nuevamente comenzó a hablar en voz alta: “Y además de tres meses. Encima está de tres meses, no sé a qué esperaba para decírnoslo, quizás a que ya hubiera nacido el niño”. Con gesto de desesperación, Diego se frotó las sienes con las manos, y luego echó la cabeza para atrás cerrando los ojos. Por su mente desfilaron los últimos sucesos que había vivido ese día, y que amenazaban con hundir su carrera política, precisamente ahora, cuando estaba tan cerca de alcanzar lo que se proponía. Debió pensar que algo no iba bien cuando Enriqueta Beltrán se negó esa mañana a echarle las cartas. Desde que le había encargado a la vidente que buscase a alguien para hacer un hechizo mortal contra Raimundo Carbajal, cada vez que la vieja había intentado echarle las cartas del Tarot, él no lo había permitido. Sin
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