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Laberinto de sueños - Libros de Rosa Villada

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Capítulo II<br />

Cuando Teresa Campoamor bajó <strong>de</strong>l tren, lo primero que vio fue el mar <strong>de</strong><br />

aquella pequeña ciudad costera. Al contemplarlo, le recordó al Caribe <strong>de</strong> su amada<br />

Cuba, aunque quizás su azul fuera distinto, menos intenso. Dejó su escaso equipaje<br />

en la consigna <strong>de</strong> la estación, y se dispuso a buscar la dirección <strong>de</strong> Tomás Carbajal, a<br />

quien su abuela le había encargado, encarecidamente, que le llevase una carta. A<br />

Teresa le extrañó un poco la insistencia <strong>de</strong> la anciana para que cumpliera el encargo,<br />

hasta el punto <strong>de</strong> que le hizo jurar, en su lecho <strong>de</strong> muerte, que no <strong>de</strong>jaría <strong>de</strong> llevarla. Y<br />

allí estaba, en una ciudad <strong>de</strong>sconocida y en un país que no era el suyo, para cumplir el<br />

juramento que le había hecho a su abuela. Esperanza Milagros: la persona que más<br />

había influido en su vida; la mujer que la había educado y cuidado, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que los<br />

padres <strong>de</strong> Teresa murieran en un acci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> tráfico, cuando ella sólo tenía cinco<br />

años. Si no hubiera sido por aquella persona extraordinaria, Teresa no sabía lo que<br />

hubiera sido <strong>de</strong> ella. No sólo le <strong>de</strong>bía su cuidado y educación, sino también todo su<br />

aprendizaje <strong>de</strong> la hechicería. Porque su abuela no era una persona común. Tenía<br />

conocimientos sobre las plantas, sobre los <strong>sueños</strong>, y sobre el funcionamiento <strong>de</strong>l<br />

universo. Todos la conocían como “La Hechicera”, y ahora, tras su muerte, los<br />

conocimientos que le había transmitido su abuela habían pasado a formar parte <strong>de</strong> la<br />

herencia <strong>de</strong> Teresa. Ahora, había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> ser la aprendiza para convertirse en<br />

maestra. Algún día, ella misma <strong>de</strong>bería traspasar esos conocimientos a otra persona,<br />

puesto que no le pertenecían. A lo largo <strong>de</strong> su vida, su abuela se encargaba <strong>de</strong><br />

recordarle, un día sí y otro también, que podía disponer <strong>de</strong> cualquier cosa que<br />

existiera en el mundo, pero que nada <strong>de</strong> lo que tenía era suyo en realidad. Pertenecía

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