antinerudismo - Fundación Pablo Neruda
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nerudiana<br />
<strong>Fundación</strong> <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> Santiago Chile nº 7 Agosto 2009 Director Hernán Loyola<br />
<strong>antinerudismo</strong><br />
De la envidia<br />
y sus alrededores<br />
escriben<br />
Mélina Cariz<br />
Gunther Castanedo P.<br />
Greg Dawes<br />
María Luisa Fischer<br />
Pedro Lastra<br />
Cristián Montes Capó<br />
Enrique Robertson<br />
Alain Sicard<br />
Mario Valdovinos<br />
José Miguel Varas<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
1
Sumario<br />
De la envidia y sus alrededores 4<br />
ALAIN SICARD<br />
El <strong>antinerudismo</strong> iconográfico de<br />
Javier Marías 10<br />
ENRIQUE ROBERTSON // ALAIN SICARD<br />
El <strong>antinerudismo</strong> delirante:<br />
<strong>Pablo</strong> de Rokha 13<br />
MARIO VALDOVINOS<br />
<strong>Neruda</strong> ante la «New Criticism»<br />
anglosajona 16<br />
GREG DAWES<br />
Un recado para Santí 20<br />
HERNÁN LOYOLA<br />
Larrea / <strong>Neruda</strong>: itinerario de una<br />
enemistad 21<br />
GUNTHER CASTANEDO PFEIFFER<br />
¿De qué murió César Vallejo? 24<br />
ENRIQUE ROBERTSON<br />
Ricardo Paseyro, el profesional 26<br />
MÉLINA CARIZ<br />
Navegaciones y anclajes del<br />
<strong>antinerudismo</strong> 30<br />
MARÍA LUISA FISCHER<br />
CRÓNICA 33<br />
ADIOSES:<br />
Jorge Enrique Adoum<br />
(1926-2009)<br />
Recuerdo de Adoum 34<br />
JOSÉ MIGUEL VARAS<br />
PUBLICACIONES 35<br />
TESTIMONIO<br />
Nerudiana personal 40<br />
PEDRO LASTRA<br />
Los juicios y opiniones vertidos en los artículos y<br />
demás materiales aquí publicados, son responsabilidad<br />
de sus respectivos autores.<br />
nerudiana<br />
nº 7 Agosto 2009<br />
director y editor<br />
Hernán Loyola<br />
secretaria de edición<br />
Adriana Valenzuela<br />
diseño y diagramación<br />
Juan Alberto Campos<br />
FUNDACIÓN PABLO NERUDA<br />
Fernando Márquez de la Plata 0192<br />
Providencia. Santiago-Chile<br />
2 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
nerudiana 7
Premisa necesaria: el <strong>antinerudismo</strong> no es un delito. Nuestro dossier<br />
dedicado a algunos casos de <strong>antinerudismo</strong> no se propone denunciar<br />
ni demonizar a quienes no aman a <strong>Neruda</strong>, o están en desacuerdo<br />
con su figura y/o con su escritura, o tienen frente a él reservas de cualquier<br />
tipo, o que derechamente lo odian. <strong>Neruda</strong> eligió ser un personaje<br />
público y exponer, por lo tanto, su trayectoria personal y su obra al abanico<br />
de divergentes cuanto legítimas opiniones, a exámenes, a críticas<br />
en favor y en contra, a valoraciones y rechazos, a simpatías y denuestos.<br />
Ni falta que le hace a <strong>Neruda</strong>, por lo demás, que alguien lo defienda<br />
de los infinitos ataques o agresiones de que fue y sigue siendo objeto (y<br />
que han alcanzado niveles verdaderamente extraordinarios, y únicos en<br />
Chile, por cantidad, ferocidad y mezquindad: basta hojear el reciente<br />
volumen El Bacalao para tener una idea de ello). Lejos de nuestra intención,<br />
por lo tanto, la de defender al poeta. Nos atenemos a su lema: «Yo<br />
respondo con mi obra». Nos guía sólo el propósito de dar un toque de<br />
atención hacia un fenómeno histórico-cultural que, no siendo raro en los<br />
itinerarios de las literaturas occidentales, adquiere en el de la literatura y<br />
de la cultura de los países que hablan español (y de Chile con particular<br />
relieve, por supuesto) características y formas dignas de notar por su<br />
volumen, virulencia y vitalidad en el tiempo — dura al menos desde el<br />
11 de noviembre de 1932 (fecha de la primera agresión pública de <strong>Pablo</strong><br />
de Rokha en el diario La Opinión) hasta hoy, a casi 36 años de la muerte<br />
de <strong>Neruda</strong>.<br />
El dossier se abre con un texto contextualizador de Alain Sicard,<br />
“De la envidia y sus alrededores”, versión abreviada de uno de los más<br />
penetrantes ensayos del estudioso de Poitiers. Siguen artículos sobre algunos<br />
“clásicos” como Juan Larrea, Ricardo Paseyro, <strong>Pablo</strong> de Rokha,<br />
más una curiosidad antinerudista del español Javier Marías. Incluimos<br />
también una nota de Greg Dawes sobre algunos representantes de la New<br />
Criticism norteamericana en sus análisis de <strong>Neruda</strong>.<br />
Nuestra aproximación al tema del <strong>antinerudismo</strong> no quiere ser dramática<br />
o indignada sino, en lo posible, humorística. Porque sus numerosas<br />
manifestaciones constituyen en su conjunto, desde nuestro punto de<br />
vista, un desmesurado cuanto involuntario homenaje al revés dedicado<br />
a <strong>Neruda</strong>. Lo tragicómico del asunto reside justamente en que sus principales<br />
actores no son conscientes del significado real de sus afanes y fatigas.<br />
Paseyro y de Rokha, los antinerudistas ‘profesionales’ por excelencia,<br />
despilfarraron penosamente muchos años de sus vidas, energías inmensas<br />
y hasta dinero (Paseyro) en intentar sin ningún éxito el derrumbe<br />
de <strong>Neruda</strong>. Un triste modo de quemar incienso ante el altar del odiado<br />
enemigo.<br />
La compilación antinerudista El Bacalao, publicada en 2004 con<br />
ocasión del centenario del nacimiento de <strong>Neruda</strong>, constituye el más emblemático<br />
de los ejemplos recientes. El volumen es una importante cuanto<br />
pintoresca recolección de documentos (diatribas antinerudianas según<br />
el subtítulo), hoy difícilmente accesibles en su mayoría, que cabría leer<br />
sólo como el resultado de una recherche científica de gran utilidad para<br />
ESTE NÚMERO<br />
la nerudología, si no fuera por el prólogo del compilador que declara una<br />
intención combatiente. Pero aunque su verdadera intención haya sido<br />
sólo la de ganar algún dinero, lo cierto es que su realización no habría<br />
sido posible ni tanto menos exitosa —porque la publicación misma del<br />
volumen no habría interesado a ningún editor— sin la derrota de los<br />
textos compilados (o sea, sin el fracaso de las tentativas demoledoras<br />
que ellos representan). Es por eso que El Bacalao, visto al trasluz, fue un<br />
importante acto de reconocimiento al Bacalao mismo durante su centenario:<br />
el homenaje del enemigo.<br />
En esta ocasión consideramos en particular algunos casos históricos<br />
de <strong>antinerudismo</strong> declarado y militante, pero también ciertas formas de<br />
un nerudismo que podríamos llamar ‘reticente’ porque fundado sobre<br />
reservas de orden ideológico que, legítimas por cierto en ese específico<br />
nivel, en el de la exégesis literaria terminan por debilitar las mejor intencionadas<br />
tentativas. El resultado es una suerte de nerudismo perdonavidas<br />
en cuanto salva al poeta a pesar de su tenaz adhesión al comunismo.<br />
Por supuesto que no se trata de compartir la ideología política del<br />
poeta y de sus textos, pero sí de examinarla desde la óptica de <strong>Neruda</strong><br />
mismo, teniendo en cuenta su perspectiva. Es lo que NO hace, por ejemplo,<br />
el crítico italiano Giuseppe Bellini, amigo de <strong>Neruda</strong> además de<br />
estudioso, traductor y difusor de su obra, cuando escribe con evidente<br />
buena fe: «<strong>Neruda</strong> ha sido efectivamente el intérprete de un siglo. Ninguno<br />
como él lo ha vivido con tanta intensidad y pasión. Podemos decir<br />
todo lo que parezca en torno a su ‘humanidad’, criticarlo por sus equivocaciones<br />
políticas, de las que a veces, con bastante torpeza, intentó justificarse<br />
o rescatarse, pero nadie puede negarle función de intérprete de<br />
toda una época.» (epígrafe a J. C. Rovira, <strong>Neruda</strong>, testigo de un siglo,<br />
Madrid, Atenea, 2007). Pasando por alto la implícita presunción de que<br />
las propias ideas políticas son las justas (por lo cual constituyen el indiscutible<br />
parámetro que autoriza a Bellini a declarar o decretar equivocadas<br />
las de <strong>Neruda</strong>), es como si un crítico agnóstico o protestante salvara<br />
el alto valor literario de la poesía mística de san Juan de la Cruz, pero<br />
precisando: a pesar de sus equivocaciones religiosas.<br />
En suma, digamos que nuestra propuesta podría reconocerse en<br />
sintonía con el propósito de un reciente libro de María Luisa Fischer:<br />
«La historia de la constitución de “<strong>Neruda</strong>” como unidad reconocible<br />
sería la historia de cómo realidad, ficciones textuales y lectores se<br />
interconectan estrechamente, hasta el punto de que aquello que nombramos<br />
como “<strong>Neruda</strong>” se constituye en el resultado complejo de esa interconexión»<br />
(<strong>Neruda</strong>: construcción y legados de una figura cultural, Santiago,<br />
Universitaria, 2008). A los factores que Fischer señala como constitutivos<br />
de la figura “<strong>Neruda</strong>” querríamos agregar aquí el <strong>antinerudismo</strong>,<br />
vale decir la contrarrecepción.<br />
—El Director<br />
loyolalh@gmail.com<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
3
De la envidia y sus alrededores*<br />
ALAIN SICARD<br />
Université de Poitiers, CRLA<br />
4 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
Tengo en el Sur tantos amigos<br />
como los que tengo en el Norte,<br />
y no se puede poner el sol<br />
entre mis amigos del Este,<br />
y cuántos son en el Oeste?<br />
No puedo numerar el trigo.<br />
— <strong>Neruda</strong>, OC, II: 738.<br />
Sin que fueran, como el trigo y como sus amigos, innumerables, <strong>Neruda</strong> tuvo muchos<br />
enemigos. Sus nombres son conocidos de todo lector de las biografías del poeta<br />
[v.gr. las de Rodríguez Monegal, Teitelboim, Schidlowsky...], aunque habría que establecer<br />
jerarquías, dentro del odio, entre Juan Ramón Jiménez, Juan Larrea, Vicente<br />
Huidobro, Octavio Paz, <strong>Pablo</strong> de Rokha, Ricardo Paseyro, para citar los más destacados.<br />
Mi propósito no es explorar los antros del <strong>antinerudismo</strong>. El <strong>antinerudismo</strong> pertenece<br />
al contexto biográfico, y mi propósito no será biográfico. La envidia en cambio,<br />
en la obra de <strong>Neruda</strong>, pertenece al texto poético.<br />
Su corpus es abundante y abarca la casi totalidad de la poesía escrita por el chileno<br />
[a comenzar por el violento “Aquí estoy” de 1935]. No hay escritor que no haya<br />
tenido sus enemistades: el mundo literario es muy propicio a generar polémicas y<br />
rivalidades. Pero no es frecuente —si es que existe— el caso de una obra donde la<br />
envidia se haya convertido en un tema poéticamente autosuficiente.<br />
Esto significa, para empezar, que no nos interesará el punto de vista de los envidiosos,<br />
no nos importará sino marginalmente su identidad, y aún menos las justificaciones<br />
estéticas, éticas, o ideológicas que esgrimen. Tampoco se tratará de analizar el<br />
fenómeno desde un punto de vista psicológico — punto de vista que ha dañado tanto<br />
al examen que se suele hacer del yo poético nerudiano, cerrando las puertas a una<br />
verdadera comprensión del proyecto nerudiano.<br />
Alain Sicard<br />
1<br />
Al contemplar en su globalidad este corpus,<br />
una constatación se impone: si la polémica<br />
no está ausente, incluso violentísima<br />
como en el “Aquí estoy” contra Huidobro y<br />
De Rokha, o acerbamente satírica como en<br />
la “Oda a Juan Tarrea” contra Juan Larrea,<br />
no es ella la que domina. Ante los ataques<br />
de la envidia —o ante su veneno insidioso–<br />
lo que <strong>Neruda</strong> expresa principalmente es<br />
una dolorosa incomprensión: es que, las más<br />
veces, los envidiosos han sido seres amados.<br />
Antes de encarnar el odio, han encarnado<br />
la amistad: antes de disimularse en la<br />
sombra, han compartido con el poeta el reino<br />
de la transparencia [el caso más doloroso:<br />
los amigos cubanos que firmaron la<br />
Carta abierta de 1966] :<br />
De uno a uno saqué a los envidiosos<br />
de mi propia camisa, de mi piel,<br />
los vi junto a mí mismo cada día,<br />
los contemplé<br />
en el reino transparente<br />
de una gota de agua:<br />
los amé cuanto pude: en su desdicha<br />
o en la ecuanimidad de sus trabajos:<br />
y hasta ahora no sé<br />
cómo ni cuándo<br />
substituyeron nardo o limonero<br />
por silenciosa arruga<br />
y una grieta anidó donde se abriera<br />
la estrella regular de la sonrisa.<br />
Aquella grieta de un hombre en la boca!<br />
Aquella miel que fue substituida!<br />
[“Para la envidia”, OC, II: 1286]
Como se sabe, la sustitución es un concepto<br />
importante en el pensamiento de<br />
<strong>Neruda</strong> porque toca a un problema esencial<br />
de su personalidad poética que es la<br />
identidad. La enajenación de la identidad<br />
—bien sea la suya propia o, como aquí, la<br />
de otro ser humano— hunde al poeta en<br />
una perplejidad dolorosa, crea en él un<br />
ahínco casi patético. ¿Cómo entender esta<br />
constante persecución de los envidiosos<br />
que, según lo cuenta en la “Oda a la envidia”<br />
(OC, II: 93), acompañó todas y cada<br />
una de sus sucesivas vidas? ¿Cómo explicar<br />
la envidia?<br />
<strong>Neruda</strong> acude a diferentes tipos de explicaciones.<br />
Primero —pero no son las<br />
más frecuentes ni las más interesantes—<br />
a las explicaciones sociohistóricas, formuladas<br />
al margen del texto poético: en entrevistas<br />
o en sus memorias. Así, en Confieso<br />
que he vivido <strong>Neruda</strong> considera que<br />
la envidia, a pesar de ser una plaga universal,<br />
es un fenómeno que cobra particular<br />
relevancia en los países latinos: «Supongo<br />
que los conflictos de mayor o menor<br />
cuantía entre los escritores han existido<br />
y seguirán existiendo en todas las<br />
regiones del mundo. / En la literatura del<br />
continente americano abundan los grandes<br />
suicidas. En Rusia revolucionaria,<br />
Mayakovski fue acorralado hasta el disparo<br />
por los envidiosos. / Los pequeños<br />
rencores se exacerban en América Latina.<br />
La envidia llega a ser a veces una profesión.<br />
Se dice que ese sentimiento lo heredamos<br />
de la raída España colonial. La<br />
verdad es que en Lope y en Góngora encontramos<br />
con frecuencia las heridas que<br />
mutuamente se causaron.»<br />
En la misma página extiende su reflexión<br />
a la literatura actual y a los escritores<br />
del boom, y ve en la envidia la principal<br />
causa del exilio voluntario de muchos<br />
de ellos lejos de su continente de origen:<br />
«Yo los he conocido a casi todos y los hallo<br />
notablemente sanos y generosos. Comprendo<br />
—cada día con mayor claridad—<br />
que algunos hayan tenido que emigrar de<br />
sus países en busca de un mayor sosiego<br />
para el trabajo, lejos de la inquina política<br />
y la pululante envidia.» (OC, V, 719).<br />
Esas explicaciones de tipo sociohistórico,<br />
por interesantes que sean, alumbran<br />
desde fuera el tratamiento poético de la<br />
envidia, el cual, fundamentalmente, pone<br />
en el centro de la reflexión la inseguridad<br />
del envidioso. Sirva un ejemplo, sacado de<br />
El mar y las campanas para introducir el<br />
tema.<br />
Viajando en un barco, el poeta, a<br />
regañadientes, acepta encontrar y conocer<br />
a un pasajero –designado en el poema por<br />
sus iniciales H.V. [Hernán Valdés]. Se impone<br />
finalmente este deber a causa, dice<br />
maliciosamente <strong>Neruda</strong>, de su mujer «alta<br />
y bella, con frutos y con ojos». Más tarde<br />
leerá con tristeza en una revista el relato<br />
malintencionado que hace su compañero<br />
de viaje de aquellos momentos, y concluye<br />
(OC, III: 925):<br />
Fui generoso provincianamente.<br />
No creció su mezquina condición<br />
por mi mano de amigo, en aquel barco,<br />
su desconfianza en sí siguió más fuerte<br />
como si alguien pudiera convencer<br />
a los que no creyeron en sí mismos<br />
que no se menoscaben en su guerra<br />
contra la propia sombra. Así nacieron.<br />
Tal vez haya en este «Así nacieron» un<br />
asomo de psicologización de la envidia que<br />
refleja de modo inexacto —o, por lo menos,<br />
incompleto— el modo nerudiano de<br />
contemplar la envidia. La desconfianza en<br />
sí mismo no se puede abstraer de una relación<br />
en la que están igualmente implica-<br />
dos el envidioso y el envidiado. Hay, en el<br />
mecanismo mismo de la envidia, algo que<br />
obliga al envidiado, si quiere tratar de entender<br />
su secreto, a volcarse hacia sí mismo<br />
para buscarlo dentro de su propia idiosincrasia.<br />
Ahora bien: existe una configuración<br />
muy particular del yo nerudiano, y ella<br />
va a determinar los contornos, la temática<br />
de la envidia. Destacaré dos rasgos<br />
esenciales.<br />
El primero es la relación original que<br />
instaura el pseudónimo entre poesía y<br />
biografía.<br />
El yo poético nerudiano está profunda<br />
y definitivamente afectado por la decisión<br />
que tomó un adolescente, en una casa de<br />
madera de La Frontera, de ser poeta y de<br />
llamarse <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>. «Yo creí<br />
inaugurarme» dirá, años más tarde (OC,<br />
III, 676). De esto, en efecto, se trataba: el<br />
pseudónimo tiene, en la vida y en la poesía<br />
de <strong>Neruda</strong>, una función fundacional. El<br />
sujeto poético se autofunda simultáneamente<br />
como sujeto de la escritura y sujeto<br />
de la biografía.<br />
Otro rasgo del yo poético nerudiano es<br />
su carácter expansivo. También deriva del<br />
pseudónimo. Perder sus nombres verdaderos<br />
fue para el poeta adolescente un modo<br />
2<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
5
de darse todos los nombres a la vez («Yo<br />
me llamaba Reyes, Catrileo...», en OC, III,<br />
911): el pseudónimo es la señal de que, desde<br />
su origen, el sujeto poético nerudiano trabaja<br />
en ensanchar sus propios límites, con<br />
la perspectiva utópica de borrarlos para confundir<br />
su desarrollo con el crecimiento material:<br />
«estoy unido / al crecimiento» (OC,<br />
II, 1261). Esta noción de crecimiento<br />
(homóloga, dentro de la poética nerudiana,<br />
a la noción de canto) ocupará un puesto<br />
esencial entre las causas de la envidia.<br />
La señalada confusión entre el yo de<br />
la escritura y el yo de la biografía tiene<br />
como primera consecuencia que <strong>Neruda</strong><br />
recibe y enjuicia los ataques de los envidiosos<br />
desde su estatuto exclusivo de poeta.<br />
Cuando él trate de entender el porqué<br />
de la envidia, la referencia decisiva será<br />
su propia poética —por eso sus textos<br />
sobre la envidia suelen tener un trasfondo<br />
metapoético—, al extremo de considerar<br />
la envidia como inseparable de su propio<br />
trabajo poético y al envidioso como su propia<br />
sombra:<br />
Donde voy van detrás de mí pasos amargos,<br />
donde río una mueca de horror copia mi cara,<br />
donde canto la envidia maldice, ríe y roe.<br />
Y ésa es, amor, la sombra que la vida me ha<br />
dado:<br />
es un traje vacío que me sigue cojeando<br />
como un espantapájaros de sonrisa sangrienta.<br />
6 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
Tal vez haya en estos versos (son del<br />
Soneto LX, en OC, II, 892) un lejano recuerdo<br />
de un tema clásico de la literatura<br />
fantástica que <strong>Neruda</strong> apreciaba tanto. Y es<br />
cierto que la solidaridad del envidiado con<br />
el envidioso a veces bordea la temática del<br />
doble. «Existen porque existo», dice <strong>Neruda</strong><br />
de los envidiosos en la “Oda a la envidia”<br />
(OC, II, 96). Es preciso darle a la frase su<br />
sentido completo: no solamente los envidiosos<br />
–sus escritos, sus declaraciones– sacan<br />
su única importancia de la existencia<br />
del envidiado, sino que la envidia, como lo<br />
hace el vampiro –¡otra imagen sacada de<br />
lo fantástico!–, se sustenta de la sangre, de<br />
la vida del envidiado.<br />
No sólo hay una solidaridad del envidiado<br />
y del envidioso, sino que la envidia<br />
misma se inscribe dentro de una dinámica<br />
que es la dinámica objetiva del crecimiento<br />
poético. Es cuando interviene la<br />
segunda característica que hemos destacado<br />
del Yo nerudiano cuyo destino natural<br />
es ser parte del movimiento irreprimible<br />
que habita todas las manifestaciones<br />
de lo viviente.<br />
Cuando en “Conducta y poesía”, su<br />
prólogo al tercer Caballo Verde para la<br />
Poesía (1935), <strong>Neruda</strong> se yergue contra las<br />
mezquindades de la envidia literaria, no lo<br />
3<br />
hace a partir de consideraciones éticas ni,<br />
aún menos, ontológicas, sino a partir de la<br />
experiencia que en aquel momento –acaba<br />
de terminar y publicar Residencia en la<br />
tierra– estructura todo su pensamiento<br />
poético: la experiencia del tiempo. Frente<br />
al trabajo frío del tiempo la envidia revela<br />
su rasgo esencial que es la incapacidad de<br />
superar los límites del «miserable tesoro<br />
de persona preferida» (OC, IV, 382) y de<br />
alzarse a ese nivel donde el poeta participa<br />
de los grandes movimientos cósmicos. La<br />
noción de crecimiento —que luego va a<br />
ser la piedra angular de la reflexión sobre<br />
la envidia— está ya presente en la evocación<br />
que sigue (ibídem), aunque la palabra<br />
no esté pronunciada:<br />
Ay, el tiempo avanza con ceniza, con aire y<br />
con agua! La piedra que han mordido el<br />
légamo y la angustia florece de pronto con<br />
estruendo de mar, y la pequeña rosa vuelve<br />
a su delicada tumba de corola. El tiempo<br />
lava y desenvuelve, ordena y continúa.<br />
Y entonces, qué queda de las pequeñas<br />
podredumbres, de las pequeñas conspiraciones<br />
del silencio, de los pequeños<br />
fríos sucios de la hostilidad? Nada, y en la<br />
casa de la poesía no permanece nada sino<br />
lo que fue escrito con sangre para ser<br />
escuchado por la sangre.<br />
En la participación del yo al crecimiento<br />
hay incidencias contradictorias con la<br />
percepción que tiene el sujeto de la envidia.<br />
Por una parte es, como acabamos de<br />
verlo, un estatuto que lo sitúa en un plano<br />
donde el odio deja de tener sentido, lo aparta<br />
de la tentación individual de la venganza.<br />
Está condenado a la bondad, a una<br />
bondad que no pertenece al campo de las<br />
virtudes morales, y aun menos cristianas<br />
—«no se trata de cristianismos» (OC, II,<br />
734)–, sino que es el corolario de esa pertenencia<br />
suya a la universal fecundación,<br />
a la fertilidad. Hace del poeta un indefenso,<br />
pero un indefenso dotado de una defensa<br />
inexpugnable que es la evidencia de<br />
su propio canto y del irreprimible movimiento<br />
material que en él se encarna: «Vengan<br />
a deshacerse en mis dominios», exclama<br />
en un poema del Canto general, «mor-
derán sombra y sangre de campanas / bajo<br />
las siete leguas de mi canto» (OC, I, 825).<br />
A la vez que hace del poeta ese indefenso<br />
invencible, la participación al crecimiento<br />
parece que exonera al Yo —inicialmente<br />
al menos— de toda responsabilidad<br />
: «Qué puedo hacer para restituir / lo<br />
que yo no robé?» (OC, II, 1289). ¿Quién<br />
puede abolir el crecimiento? El sujeto poético<br />
declara su inocencia: su única culpa<br />
fue cantar, crecer, cantar.<br />
Pero el crecimiento solamente abstrae<br />
en apariencia al sujeto del proceso envidioso.<br />
En realidad lo coloca ante una dialéctica<br />
en la que la envidia deja de tener<br />
una existencia separada y separable para<br />
convertirse en el producto fatal de su condición<br />
de poeta. Su propio crecer al unísono<br />
con el universo revela al envidiado la<br />
faz oscura del crecimiento, la negatividad<br />
engendrada por la dinámica de lo positivo.<br />
Era inevitable, entonces, que la temática<br />
de la envidia entroncara con los grandes<br />
temas dialécticos de la poesía nerudiana,<br />
y utilizara como vehículo algunos de sus<br />
símbolos predilectos como el árbol o la<br />
semilla. Así en Canto general (OC, I, 825):<br />
no fui a la plaza a buscar enemigos<br />
acechando con mano enmascarada:<br />
no hice más que crecer con mis raíces,<br />
y el suelo que extendió mi arboladura<br />
descifró los gusanos que nacían.<br />
Ya están aquí presentes el tema de la<br />
poesía como partícipe del crecimiento<br />
material y el de la inocencia del poeta, que<br />
es su corolario: «no hice más que crecer».<br />
Pero la referencia a los gusanos, da al pasaje<br />
un resabio satírico que estará ausente<br />
de las seis páginas de “Para la envidia” del<br />
Memorial de Isla Negra (OC, II, 1286-<br />
1291), donde esta naturalización de la envidia<br />
va a alcanzar toda su dimensión. En<br />
esas seis páginas el poeta en ningún momento<br />
eleva la voz, excluyendo de su discurso<br />
toda alusión circunstancial susceptible<br />
de abrir la puerta a lo polémico: prevalece<br />
hasta el final el puro anhelo explicati-<br />
4<br />
vo. La naturalización de la envidia favorece<br />
este distanciamiento reflexivo. La génesis<br />
de la envidia, en efecto, imita los procesos<br />
naturales de la fecundación y de la<br />
germinación:<br />
El grave viento de la edad<br />
volando<br />
trajo polvo, alimentos,<br />
semillas separadas del amor,<br />
pétalos enrollados de serpiente,<br />
ceniza cruel del odio muerto<br />
y todo<br />
fructificó en la herida de la boca,<br />
funcionó la pasión generatriz<br />
y el triste sedimento del olvido<br />
germinó, levantando la corola,<br />
la medusa violeta de la envidia.<br />
Ni un verso separa las «semillas separadas<br />
del amor» y los «pétalos enrollados<br />
de serpiente». El crecimiento ha revelado<br />
su envés negativo, su producción aberrante.<br />
Esta dialectización del fenómeno de<br />
la envidia reintroduce una decisiva cuestión:<br />
la reponsabilidad del poeta en la proliferación<br />
de los envidiosos.<br />
Entonces es cuando el tema adquiere<br />
su verdadera complejidad. Reaparece la<br />
imagen del poeta-árbol y de su sombra,<br />
ya en Canto general, pero ahora sin la figura<br />
del gusano. La reemplaza otra, de<br />
connotación positiva: la semilla. El envi-<br />
dioso es una semilla hambrienta que no<br />
pudo nacer y quedó sepultada por la sombra<br />
ajena:<br />
Talvez el hombre crece y no respeta,<br />
como el árbol del bosque, el albedrío<br />
de lo que lo rodea,<br />
y es de pronto<br />
no sólo la raíz, sino la noche,<br />
y no sólo da frutos sino sombra,<br />
sombra y noche que el tiempo y el follaje<br />
abandonaron en el crecimiento<br />
hasta que desde la humedad yacente<br />
en donde esperaban las germinaciones<br />
no se divisan dedos de la luz:<br />
el gratuito sol le fue negado<br />
a la semilla hambrienta<br />
y a plena oscuridad desencadena<br />
el alma un desarrollo atormentado.<br />
La reflexión sobre la envidia acaba de<br />
entrar en una fase nueva que es la de la<br />
autocrítica. El árbol, al crecer, no se contenta<br />
con descifrar a los envidiosos que<br />
pululan en su sombra sino que se designa<br />
como la causa de su proliferación. Notar<br />
la diferencia que establece <strong>Neruda</strong> entre el<br />
árbol del bosque y el árbol-poeta: este último<br />
se ha apartado de la ley ecológica que<br />
rige la convivencia de las especies dentro<br />
de la naturaleza: no ha respetado «el albedrío<br />
/ de lo que le rodea». Por más atenuada<br />
que esté por el tan nerudiano talvez, la<br />
autoacusación tiene un peso considerable.<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
7
Alguien podrá juzgar insuficiente este<br />
esbozo de autocrítica que, al fin y al cabo,<br />
no mella la estatua del poeta e incluso la<br />
realza, pero no se puede discutir la sinceridad<br />
de este esfuerzo de reflexión<br />
sobre sí mismo que es visible desde<br />
Estravagario y que será intensificado en<br />
dos libros tardíos: Fin de mundo (1969)<br />
y Defectos escogidos (1973).<br />
“El enemigo” es el título de un poema<br />
de la nona parte de Fin de mundo.<br />
«Hoy vino a verme un enemigo».<br />
Imaginamos que fue una entrevista como<br />
ésta, «en la claridad de un mediodía<br />
pululante», la que reunió a <strong>Neruda</strong> con su<br />
viejo enemigo Vicente Huidobro poco<br />
antes de su muerte en 1948. <strong>Neruda</strong><br />
dejó de ese encuentro dos versiones<br />
contradictorias entre sí, una en “Búsqueda<br />
de Vicente Huidobro” de 1968 (OC, V,<br />
156) y otra en Confieso que he vivido (esta<br />
última parece más fiable por la mención<br />
de un testigo, el editor Losada). El retrato<br />
del enemigo también podría contribuir a<br />
la confusión :<br />
Miré los años en su rostro,<br />
en sus ojos de agua cansada,<br />
en las líneas de soledad<br />
que le subieron de las sienes<br />
lentamente, desde el orgullo.<br />
Los dos hombres conversan, pero debajo<br />
de las palabras está el silencio que<br />
no se puede compartir. A pesar del derroche<br />
de luz marina en torno, cada uno<br />
de los interlocutores queda encerrado en<br />
su propia sombra: «Allí estábamos cada<br />
uno / con su certidumbre afilada / y endurecida<br />
por el tiempo / como dos ciegos<br />
que defienden / cada uno su oscuridad».<br />
Como si la ceguera del envidioso<br />
prisionero de su verdad mezquina hubiera<br />
encontrado en el envidiado su réplica<br />
simétrica. Ya no hay vencedor ni vencido.<br />
La luz de la verdad, si es que un día<br />
los habitó, ha desertado los combatientes:<br />
está allá, fuera de ellos, en el sol jugando<br />
con el viento, en el movimiento<br />
incansable de las olas. Aquí no queda<br />
más que esta yuxtaposición de dos sole-<br />
5<br />
8 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
dades y de dos oscuridades: una incomunicación<br />
amargamente compartida.<br />
La punta extrema de esta igualación<br />
envidiado = envidioso la encontraremos en<br />
un libro póstumo: Defectos escogidos<br />
(1973), donde el poeta se propone archivar<br />
los defectos de algunos de sus contemporáneos,<br />
sin olvidar en su colección los<br />
suyos propios: «las culpas mías sin cesar<br />
desnudas / que al entrar en el baño cada<br />
día / salieron más manchadas a la luz»<br />
(“Repertorio”, en OC, III, 875).<br />
Atención a dos poemas: “Antoine<br />
Courage” y “El otro”, inseparables y complementarios.<br />
La tonalidad de ambos contrasta,<br />
por su vehemencia explicativa, con<br />
el tono satírico-jocoso del resto del libro.<br />
Y, pesar de tratarse de «gente con nombres<br />
y con pies / con calle y apellido», la<br />
identidad de los retratados es enigmática.<br />
Antoine Courage: la elección de un<br />
pseudónimo francés, así como el aspecto<br />
histriónico y exhibicionista del<br />
personaje, orientan la búsqueda hacia<br />
Vicente Huidobro.<br />
Simplificando mucho, el complejo<br />
díptico se justifica por la contraposición de<br />
dos actitudes contradictorias ante el personaje<br />
aludido: la condena y la envidia. En Antoine<br />
Courage, cuyo retrato ocupa la mitad del<br />
primer poema, coexisten dos hombres : «claro<br />
y evidente... cristalino... enseñando la verdad»<br />
el uno; «impuro», orgulloso, desquiciado,<br />
exhibicionista el otro. Es fácil ante semejante<br />
personaje, arrogarse la calidad de juez y<br />
condenarlo. El poeta supera esta tentación y<br />
prefiere la interrogación. Se pregunta quién,<br />
entre el hombre impuro y el cristalino, era el<br />
verdadero, y sobre todo «si fue aquel artesano<br />
del desprecio / esperando el amor del<br />
despreciado / como tantos mendigos<br />
iracundos».<br />
En otros términos, se pregunta si detrás<br />
de aquella arrogancia no se escondía<br />
una carencia, una búsqueda del reconocimiento<br />
o del amor ajeno. Juzgar supone,<br />
de parte del juez, ignorar la contradicción:<br />
la propia y la del otro, postularse a sí mismo<br />
como norma de la homogeneidad, y,<br />
desde esta norma, enfocar negativamente<br />
las contradicciones del otro. Juzgar al soberbio<br />
nos remite a nuestra «secretísima<br />
soberbia», a nuestra cómoda ceguera ante<br />
las propias contradicciones.
A explorarlas dedica <strong>Neruda</strong> la segunda<br />
parte del díptico, “El otro” (OC, III, 877-<br />
878), donde realiza un desplazamiento de<br />
la focalización desde las contradicciones de<br />
Antoine Courage hacia las propias. Y descubre,<br />
no como un siniestro espantapájaros<br />
atado a sus pasos sino como una componente<br />
de su propia personalidad, a su vieja<br />
enemiga: la envidia.<br />
Ayer mi camarada<br />
nervioso, insigne, entero<br />
me volvió a dar la vieja envidia, el peso<br />
de mi propia substancia intransferible.<br />
Te asalté a mí, me asalta<br />
a ti, este frío de cuchillo<br />
cuando te cambiarías por los otros,<br />
cuando tu insuficiencia se desangra<br />
dentro de ti como una vena abierta<br />
y quieres construirte una vez más<br />
con aquello que quieres y no eres.<br />
De la serie de tres calificativos que retratan<br />
al envidiado —nervioso, insigne,<br />
entero— el último es esencial. La entereza<br />
del personaje —su courage— es lo que el<br />
poeta envidia en su insigne camarada, su<br />
«seguridad independiente» que lo sitúa frente<br />
a su propia inseguridad, a ese sentimiento<br />
de insuficiencia que es el rasgo común<br />
de los envidiosos. Pero ahora la envidia el<br />
poeta la examina desde su propia experiencia<br />
de envidioso, y se le aparece como el<br />
deseo natural de dejar de ser el mismo:<br />
Eso es tal vez lo que yo quería<br />
como destino, aquello<br />
que no soy, porque<br />
constantemente cambiamos de sol,<br />
de casa, de país, de lluvia, de aire,<br />
de libro y traje,<br />
y lo mío peor sigue habitándome,<br />
sigo con lo que soy hasta la muerte?<br />
¿Qué maldición, dentro del universal<br />
cambio, me condenaría a ser el mismo? La<br />
envidia ahora se inscribe dentro del rechazo<br />
de aquello mismo que desde Estravagario<br />
se ha vuelto para el poeta —recordemos<br />
“Cierto cansancio”— la esencia misma de<br />
6<br />
lo viviente. «Muerte a la identidad, dice la<br />
vida», leemos en Geografía infructuosa<br />
(1972). La envidia habita a todos los hombres<br />
porque, como lo enuncia el mismo poema,<br />
“Hombres: nos habitamos mutuamente”.<br />
Regresemos a “El otro” y a su confrontación<br />
extraña. El envidioso —el propio poeta—<br />
mira una última vez al envidiado:<br />
Mi camarada, antiguo<br />
de rostro como huella de volcán,<br />
cenizas, cicatrices<br />
junto a sus ojos encendidos<br />
(lámparas de su propio subterráneo)<br />
y lo mira alejarse<br />
llevándose lo que quise ser<br />
y tal vez meláncolico<br />
de no ser yo, de no tener mis ojos,<br />
mis ojos miserables.<br />
La envidia como un bien amargamente<br />
compartido. La envidia por fin aceptada, y<br />
rehabilitada. La envidia como el envés de<br />
esa nueva forma de solidaridad entre los<br />
hombres que el poeta acaba de descubrir<br />
cuando ya lo envidia la muerte.<br />
NOTAS<br />
(*) Versión abreviada. En su forma integral este<br />
ensayo va incluido en Alain Sicard, El mar y la ceni-<br />
za. Santiago, LOM, 2009.<br />
OC = <strong>Neruda</strong>, Obras completas, 5 volúmenes,<br />
edición de Hernán Loyola. Barcelona, Galaxia<br />
Gutenberg & Círculo de Lectores, 1999-2002.<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
9
1 / MARÍAS Y ALEVOSÍAS<br />
Javier Marías representa para mí una forma<br />
especial del <strong>antinerudismo</strong>: la forma<br />
alevosa (vale decir, perpetrada sobre<br />
seguro, sin riesgo de réplica). En 2007,<br />
bajo el título Miramientos (Barcelona,<br />
Random House, prólogo de Élide<br />
Pittarello), el novelista español ha publicado<br />
nuevamente, ahora en edición<br />
económica, quince textos breves que entre<br />
marzo 1995 y septiembre 1997 habría<br />
escrito para la sección “Contrafiguras” de<br />
una cierta revista, Cuadernos Cervantes.<br />
Quince retratos de escritores españoles e<br />
hispanoamericanos, libremente (o arbitrariamente)<br />
elaborados a partir de dos o más<br />
fotografías de los elegidos. Entre ellos, un<br />
asaz mal intencionado texto en el que desarrolla<br />
el ‘miramiento’ al que sometió a<br />
dos fotografías de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>.<br />
¿Cuáles? La primera es una<br />
conocidísima fotografía de estudio<br />
(Temuco 1919) en que aparecen Neftalí<br />
Reyes y su hermana Laura (a ella, por supuesto,<br />
el buen Marías le ahorra su ‘miramiento’).<br />
Ambos adolescentes posan, aburridos<br />
quizá por una larga espera, para un<br />
no muy avispado fotógrafo temuquense<br />
que —un instante antes del fogonazo de<br />
magnesio— no atinó a advertirles que<br />
pusiesen mejor cara y esbozasen una sonrisa<br />
que talvez hubiera dado la chance de<br />
un mejor ‘miramiento’ al pobre Neftalí.<br />
Que en cambio sólo merecerá de Marías<br />
perlas del tipo siguiente:<br />
«No me gusta señalarlo, pero ese<br />
rostro lo hemos visto todos en el colegio,<br />
cada uno en el suyo, y si responde a alguno<br />
de los prototipos que se repiten siempre<br />
en todas las aulas de todos los países y<br />
de todos los tiempos, es al del soplón, al<br />
del chivato. Es la cara de un muchacho<br />
nada agraciado, nublado y no resignado a<br />
ello. La mirada se ve estrábica malamente<br />
10 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
El <strong>antinerudismo</strong> iconográfico de Javier Marías<br />
Bandeja rectangular “Brazo con pistola”.<br />
y no puede ser diáfana, pero es que además<br />
denota maquinación y resentimiento,<br />
ambas cosas aumentadas por las cejas<br />
con tendencia a juntarse y con una rara<br />
insinuación de calvicie por sus extremos.<br />
El pelo surge a poca distancia de ellas y<br />
no permite asomo de nobleza en la frente<br />
(piel rugosa, como de naranja), ni tampoco<br />
las orejas de soplillo ni la nariz<br />
aviesa... Y así son los labios lo más tolerable,<br />
bastante bien delineados y con una<br />
firmeza que contrasta con el resto, algo<br />
inestable, yuxtapuesto, poco fiable: todas<br />
las facciones parecen estar bailando...»<br />
(pp. 79-81).<br />
Sobran los comentarios, salvo que atribuirle<br />
al pobre Neftalí incluso las deficiencias<br />
de la reproducción fotográfica (causa<br />
de la «piel rugosa, como de naranja») me<br />
parece francamente un exceso.<br />
La segunda fotografía propone a un<br />
<strong>Neruda</strong> maduro, sesentón. «Hay que reconocer<br />
[bondad del miramientador] que el<br />
aspecto ha mejorado algo por contraste,<br />
pero sigue sin inspirar confianza ni resultar<br />
muy noble. El antipático pelo ha desaparecido<br />
del todo y las cejas se han separado...<br />
La nariz es ahora lo más conspicuo,<br />
un narigón innegable, y la barbilla... se<br />
funde con la reinante papada, logrando con<br />
ello un conjunto carnoso... en el que las<br />
orejas siguen desentonando. La que se ve<br />
es enorme, como de animal, de no humano.<br />
La mirada ya no maquina, pero... esos<br />
ojos saltones y un poco despreciativos, la<br />
cara ensanchada, confieren al hombre reminiscencias<br />
del batracio... ese brazo se<br />
enseña demasiado, es impúdico... Hay en<br />
la expresión ensimismamiento y puede que<br />
un retazo de padecimiento, pero yo diría<br />
que ambas cosas son momentáneas, talvez<br />
una expresión ensayada para el retrato, sólo<br />
a éste destinada. En el fondo está alerta,<br />
aguardando el clic de la cámara para volver<br />
a dominar la escena y la charla.» (pp.<br />
81-82).<br />
Esta segunda fase del ‘miramiento’ se<br />
comenta por sí sola quizás más que la primera,<br />
lo que no es poco decir. Veamos en cambio<br />
algunos antecedentes de la operación.<br />
En su introducción a Miramientos<br />
Marías declara: «La única condición que<br />
me impuse para la elección de los retratados<br />
fue que no entrara gente cuyo aspecto<br />
me resultara antipático o desagradable...,<br />
ni de la que tuviera tan mala opinión personal<br />
o literaria que pudiera influirme a la<br />
hora de describir y comentar su rostro» (pp.<br />
15-16). Menos mal que <strong>Neruda</strong> no le era<br />
antipático, si ya el miramiento benévolo<br />
que le practicó debe haber suscitado protestas<br />
al aparecer en la revista. Al punto<br />
que, líneas más abajo, Marías parece sen-
tirse obligado a agregar que las circunstancias<br />
hicieron que «en una sola ocasión<br />
incumpliera la condición que me había<br />
impuesto y maltratase al fotografiado, con<br />
el que tuve miramiento sólo en una acepción<br />
de la palabra: ruego que me disculpen<br />
los chilenos en general y los devotos<br />
de <strong>Neruda</strong>, pero aquella vez no tenía otras<br />
imágenes de las que echar mano, y por<br />
desgracia veo en las suyas lo que digo que<br />
veo» (p. 16).<br />
Muy pobre idea debe tener Javier<br />
Marías de «los chilenos en general y [de]<br />
los devotos de <strong>Neruda</strong>» para que se permita<br />
propinarles esta tomadura de pelo como<br />
añadidura a su incalificable miramiento al<br />
poeta. Porque no otra cosa que una<br />
tomadura de pelo es pedir que te disculpen<br />
por tu maltratamiento al fotografiado<br />
en el momento mismo en que reincides<br />
en ello, en que estás por volver a maltratarlo<br />
(ahora en formato económico, con<br />
buena distribución y porcentaje asegurados).<br />
— Enrique Robertson<br />
Bielefeld, Alemania<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
11
2 / ¿UN ANTINERUDISMO DEL<br />
FACIES?<br />
«Y fui yo, delgado niño cuya pálida<br />
forma / se impregnaba de bosques vacíos<br />
y bodegas». ¿Quién no recuerda esos versos<br />
del Canto general al contemplar al joven<br />
Neftalí Reyes retratado, «flaco, pálido<br />
y ausente», con su «corbata de poeta»<br />
, en compañía de su hermana Laura?<br />
No esperen semejantes reminiscencias<br />
bajo la pluma del novelista español<br />
Javier Marías. Otro es su alimento.<br />
Su «miramiento» :<br />
«No me gusta señalarlo, pero ese rostro<br />
lo hemos visto todos en el colegio, cada<br />
uno en el suyo, y si responde a alguno de<br />
los prototipos que se repiten siempre en<br />
todas las aulas de todos los países y de<br />
todos los tiempos, es al del soplón, al del<br />
chivato ».<br />
No me gusta señalarlo, pero este tipo<br />
de prosa lo hemos leído todos en algún<br />
momento de nuestra vida, de nuestra historia.<br />
Los de mi generación —y también,<br />
creo, los de la actual, confrontada con las<br />
consecuencias policiales de la<br />
immigración— algo sabemos de esos<br />
«prototipos». Conocemos [los franceses]<br />
ese momento peligroso en que el ojo humano<br />
convierte un rostro en facies.<br />
Después de tantos años de codearme<br />
con el <strong>antinerudismo</strong> pensaba conocer<br />
todas sus variantes: la literaria, la<br />
anecdótica, la ideológica, la generacional.<br />
Javier Marías acaba de inventar otra que<br />
no sé cómo llamarla sin ceder a<br />
generalizaciones apresuradas y al fin y al<br />
cabo injustas. Pongámosle «iconográfica».<br />
No es discutible en principio. O lo sería,<br />
con el mismo título, el fervor con que el<br />
nerudismo (de cuya medalla el <strong>antinerudismo</strong><br />
es la otra cara) rodea la figura del poeta.<br />
Además: es legítimo comentar una foto,<br />
buscar en el retrato —con o sin<br />
miramientos— la verdad del retratado.<br />
¿Cómo explicar entonces el malestar<br />
que he sentido a la lectura de aquel par de<br />
páginas que Marías dedica al poeta? ¿La<br />
maldad? Sin ella el <strong>antinerudismo</strong> pierde<br />
su principal encanto. ¿Las exageraciones?<br />
La veneración también tiene las suyas. ¿La<br />
mala fe [o mala leche]? Es la ley del género.<br />
12 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
Javier Marías: aquí maduro y abajo<br />
joven.<br />
Imágenes aptas para eventuales<br />
“miramientos” del lector.<br />
No. Se trata de otra cosa. El <strong>antinerudismo</strong><br />
ordinario suele descansar en<br />
juicios políticos o literarios. Por<br />
escandaloso que sea el tratamiento al cual<br />
su ardor iconoclasta somete escritos,<br />
hechos, o comportamientos, de ellos se<br />
nutre. No ocurre así con Javier Marías. Al<br />
enemigo combatido frente a frente<br />
prefiere el símil callado, indefenso. La<br />
polémica no es su arma sino aquellas<br />
agujas que los brujos plantaban<br />
rabiosamente en muñequitos de cera.<br />
No conozco la edad de Javier Marías,<br />
pero dudo que su camino haya podido<br />
cruzar el del poeta chileno. Es posible<br />
—aunque nada permite afirmarlo— que<br />
conozca su obra más que de oídas, y que<br />
sepa algo de su biografía. Pero son<br />
elementos que el «miramientador»<br />
deliberadamente desdeña. Probablemente<br />
para que no empañen la<br />
«objetividad» de la mirada, la «verdad»<br />
que sólo las fotos evidencian.<br />
En el aspecto físico del acusado<br />
descansa el acta de acusación: el<br />
mentón, «tembloroso» (no se sabe si<br />
de miedo o de indignación) es<br />
evidentemente «autoacusatorio». El<br />
pelo, «antipático», «no permite asomo<br />
de nobleza en la frente (piel rugosa<br />
como de naranja)» (¡uy qué asco !…).<br />
La oreja (tendré que medir la que el<br />
joven Marías ostenta en el par de<br />
retratos suyos que nos regala<br />
complacientemente en su libro) es<br />
monstruosa, «enorme, como de animal,<br />
de no humano». El brazo que la<br />
camiseta de verano imprudentemente<br />
deja entrever es «impúdico». En cuanto<br />
a la mirada «bizca» (la foto es antigua<br />
y su reproducción mala) «denota<br />
maquinación y resentimiento».<br />
Pero, en general, Marías desconfía<br />
de la expresión cuando no repite esta<br />
«verdad» ignominiosa de la mirada<br />
infantil. Si el rostro de la edad adulta<br />
dice ensimismamiento o padecimiento,<br />
se trata de «una expresión ensayada para<br />
el retrato, sólo a él destinada». Sin duda<br />
alguna: la verdad verdadera la dice el<br />
físico. Se objetará que, si un hombre es<br />
responsable de lo que escribe y de lo<br />
que hace, no lo es de su mentón o de su<br />
oreja (por los escrúpulos evocados arriba<br />
me abstengo de citar la nariz que <strong>Pablo</strong><br />
tenía muy grande). Pero ¿qué pueden<br />
estas consideraciones ante la evidencia<br />
del «miramiento»?<br />
Creo haber entendido qué es lo que<br />
me hace sentir molesto mirando la<br />
mirada que Javier Marías pone en estos<br />
dos retratos de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>. Al<br />
hombre de carne y hueso con sus<br />
debilidades (que eran muchas), al poeta<br />
con su altos (altísimos) y sus bajos (a<br />
veces no tan bajos), sustituye una<br />
figura moldeada por un odio irracional,<br />
un odio odioso por todo lo que nos<br />
recuerda.<br />
—Alain Sicard<br />
Université de Poitiers, CRLA
Los antinerudianos —digamos los profesionales—<br />
se dividieron en obsesivos,<br />
como Ricardo Paseyro, y delirantes,<br />
sin duda comandados por <strong>Pablo</strong> de Rokha.<br />
¿De dónde surgió ese, a primera vista, odio<br />
parido? ¿Esa virulencia desaforada? ¿Tal<br />
rechazo absoluto? Detrás de tanta energía<br />
malgastada están, a no dudarlo, la envidia<br />
y una indesmentible admiración. Creo que<br />
se atribuye a Napoleón una frase decisiva:<br />
«La envidia es una declaración de inferioridad».<br />
Fiebres como las que padeció De<br />
Rokha por todo cuanto oliera a nerudiano<br />
no son fáciles de hallar en la historia de la<br />
literatura universal. Tal vez Góngora contra<br />
Quevedo, en el Siglo de Oro; Lope de<br />
Vega contra Calderón de la Barca y Tirso<br />
de Molina contra Cervantes, en el Barroco;<br />
Shakespeare contra Marlowe en los<br />
años isabelinos, pero no llegaron al nivel<br />
de la fijación.<br />
El apodo que recibió <strong>Neruda</strong>, mientras<br />
vivía, sin duda ingenioso, no contribuyó a<br />
humillarlo ni menos a destruirlo: el Bacalao.<br />
Para sus adversarios o enemigos era<br />
como una cucharada sopera de aceite de<br />
bacalao, remedio bárbaro que padecieron<br />
varias generaciones de niños.<br />
—Para fortalecerlos, se decía.<br />
En la otra punta, y con el mismo frenesí,<br />
están los chambelanes del Vate, secretarios,<br />
celestinos, trotaconventos, emisarios,<br />
recaderos, aduladores y acechantes<br />
varios que lo orbitaban. Su personalidad<br />
magnética generaba esos mundillos y da<br />
la impresión que atendía a unos y a otros.<br />
El <strong>antinerudismo</strong> delirante:<br />
<strong>Pablo</strong> de Rokha<br />
MARIO VALDOVINOS<br />
Universidad Finis Terrae<br />
Parten los trenes del destino, sin sentido,<br />
como navíos de fantasmas<br />
— <strong>Pablo</strong> de Rokha<br />
<strong>Neruda</strong> fue sabio en no alargar la disputa<br />
y el conflicto histórico con De Rokha y lo<br />
enfrentó sólo hasta donde era prudente<br />
hacerlo, los años juveniles, dejando testimonio<br />
también de su certeza e imaginación<br />
para insultar con estilo y elegancia,<br />
para dar la estocada donde debía darla, para<br />
practicar el legendario arte de la diatriba,<br />
para derramar sobre el alterado De Rokha<br />
la respuesta vitriólica.<br />
De Rokha captó temprano la fuerza<br />
hipnótica no sólo de la palabra poética<br />
nerudiana, sino también de su personalidad<br />
literaria. Ambos eran de egos monumentales,<br />
por lo tanto poseedores de personalidades<br />
inseguras, criados bajo esquemas<br />
familiares y sociales propios de los<br />
patriarcas decimonónicos. En el caso de De<br />
Rokha con frailes de por medio. Fue expulsado<br />
del seminario por sus lecturas<br />
anticlericales, en especial Nietzsche, y<br />
como en el caso del autor de Canto general<br />
poesía y vida resultan difíciles de separar.<br />
Biógrafos, exégetas y académicos las<br />
revisan con un afán incesante, las de<br />
<strong>Neruda</strong>, sin que ocurra lo mismo con su<br />
histórico adversario.<br />
La polémica entre los dos poetas ha<br />
merecido poco espacio dentro del comentario<br />
crítico que vaya más allá de las páginas<br />
de los diarios, salvo el libro de Faride<br />
Zerán, La guerrilla literaria, tal vez porque<br />
se la ha considerado como periférica y<br />
de escasa gravitación intelectual, tomando<br />
en cuenta que el arte de impugnar al<br />
adversario, en nuestro país, tiene su máxima<br />
expresión en la actitud disolvente del<br />
chaqueteo criollo. De hecho, ambos<br />
contendores de esta más bien unilateral<br />
polémica fueron chaqueteados hasta el paroxismo.<br />
<strong>Neruda</strong> se sobrepuso, pero no así<br />
De Rokha que murió ninguneado. Y lo sigue<br />
estando post mortem.<br />
En un rincón del ring algunas veces<br />
estuvo <strong>Neruda</strong>, en el opuesto aparece De<br />
Rokha, desconocido, menospreciado, aunque<br />
posee una obra y una propuesta que<br />
tienen excelentes momentos. No obstante,<br />
el conjunto de su legado, a pesar de los<br />
textos de reflexión consagrados tanto a su<br />
vida como a su obra, donde se destacan<br />
los de Antonio de Undurraga y de Fernando<br />
Lamberg, no logra no sólo crecer, sino<br />
ni siquiera despegar. Tal vez el más penetrante<br />
estudio sobre el conjunto de su obra<br />
sea Una escritura en movimiento (1988)<br />
a cargo del crítico e investigador Naín<br />
Nómez y merece destacarse la brillante<br />
tesis sobre el autor de Los gemidos, hecha<br />
en 2007, por Mauricio Gómez, de la Universidad<br />
de Playa Ancha: El pensamiento<br />
estético en <strong>Pablo</strong> de Rokha. Aun así, De<br />
Rokha no alcanza al público, ni forma parte<br />
del imaginario nacional, en tanto el mito<br />
y la gravitación del <strong>Neruda</strong> real no cesan<br />
de crecer.<br />
El nombre del vate nacido en Licantén<br />
lo lleva una población popular, como él<br />
hubiera querido, y aparece en los letreros<br />
de las micros que llegan a ese remoto sector<br />
de la avenida Santa Rosa. Desconozco<br />
si sus aporreados habitantes saben de la<br />
pasión rokhiana, de sus excesos, de su<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
13
14 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
suicidio, de su existencia llovida y desolada,<br />
del trágico destino de dos de sus hijos,<br />
de la muerte de su mujer, Winétt, de la<br />
autoedición y autoventa de sus obras por<br />
los campos y los barriales del sur chileno,<br />
cambiándolos en las cantinas y en las estaciones<br />
de trenes por provisiones. Un<br />
huaso épico y hambriento, de insaciable<br />
sed, devorador y trotamundos, desmesurado<br />
y tierno, bonachón y bramador. Sin<br />
duda, todo un hombre.<br />
Como puede, buena parte de la obra<br />
rokhiana se sustenta en el correlato ideológico,<br />
en mayor medida que la del vate<br />
nacido en Parral. Su vaivén político fue mayor<br />
que el de <strong>Neruda</strong>. Abjuró del marxismo<br />
para después abrazarlo; adoró a Stalin<br />
y a la Unión Soviética para, a continuación,<br />
repudiarlos y alinearse tras la gesta<br />
maoísta. Da la impresión que no podía<br />
no sólo vivir, sino ser, si no sentía tras<br />
suyo una estela de admiración y de discípulos.<br />
Paradojalmente no hizo escuela,<br />
y propuso, como pocos escritores chilenos,<br />
no sólo poetas, un credo estético<br />
y político a lo menos aceptable, desplegado<br />
a todo pulmón en los años que ocupó.<br />
En él está el deseo de estructurar una<br />
poesía nacional y popular bajo el alero<br />
de la escuela de su invención: El Barroco<br />
Popular Americano.<br />
<strong>Neruda</strong> siempre rechazó la reflexión<br />
sobre el ser, el ethos de la poesía, tal vez<br />
por considerarse más intuitivo que racional,<br />
más cerca de la sangre que de la tinta,<br />
y cumplió su promesa de no dejar textos<br />
sobre el modo de escribir poesía. Su arte<br />
poética la replanteó innumerables veces,<br />
in situ, repartida dentro de sus libros. Si<br />
bien, a lo menos en Residencia en la tierra<br />
asimiló, y de qué forma, el espíritu y el<br />
lenguaje de las vanguardias.<br />
De Rokha, está claro, asumió como<br />
buena parte de su generación —años más<br />
años menos— la dialéctica de la vanguardia.<br />
Como lo hizo el Cholo Vallejo, como<br />
lo hicieron Huidobro y Oliverio Girondo.<br />
Los gemidos es de 1922 y fue recibido por<br />
la crítica como un libro nauseabundo, un<br />
auténtico cúmulo de horrores y barbaridades.<br />
Desde allí empieza el choque del huaso<br />
que leía a Kant —como aparece De Rokha<br />
enmascarado en Escritura de Raimundo<br />
Contreras—, no sólo con la crítica sino con<br />
cuanto pudiese contradecirlo. Embistió a<br />
todo lo que pudo. Nicanor Parra le hizo una<br />
verónica y se salvó de los cuernos del poeta<br />
a quien llamó «toro furioso» en su célebre<br />
“Manifiesto”: Nosotros condenamos /<br />
—y esto sí que lo digo con respeto—, la<br />
poesía de pequeño dios / la poesía de vaca<br />
sagrada / la poesía de toro furioso…, aunque<br />
la opinión de De Rokha sobre la<br />
antipoesía era tajante: «Es un pingajo desprendido<br />
del zapato del Cholo Vallejo».<br />
Nada de mal, después de todo.<br />
El libelo acusatorio <strong>Neruda</strong> y Yo aparece<br />
con el sello de la editorial Multitud,<br />
de la que era dueño De Rokha, en 1955, y<br />
es un tomo farragoso y con la estética del<br />
realismo socialista. Ha sido reeditado en<br />
2007 por Ediciones Tácitas, Santiago de<br />
Chile.<br />
Visto con la perspectiva del diseño actual,<br />
una antiestética. Páginas duras, saturadas,<br />
repletas de signos, reiteraciones y<br />
una cháchara que cansa hasta al más enconado<br />
detractor de <strong>Neruda</strong>. Llama la atención<br />
que encabece el libro con el título de<br />
<strong>Neruda</strong> y Yo, en ese orden, reconociendo<br />
explícitamente la superioridad del<br />
contendor. ¿Supo el residente de Isla Negra<br />
de este horror? Es probable. ¿Lo leyó?<br />
Lo es menos. A la par, y en 1966, once<br />
años después, otro barquinazo —el odio<br />
seguía intacto—, un opúsculo editado bajo<br />
el mismo sello Multitud: Tercetos<br />
dantescos a Casiano Basualto. Tercetos<br />
con rima, que le habrán costado no pocos<br />
desvelos, destinados a repudiar al admirado<br />
y exitoso <strong>Neruda</strong>.<br />
Parte designándolo como: «Gallipavo<br />
senil y cogotero /de una poesía sucia,<br />
de macacos/ tienes la panza hinchada de<br />
dinero».<br />
En el plano ideológico lo despacha<br />
así: «¿Tú revolucionario? La pelota / Del<br />
trotskismo te cuelga del hocico / Enmascarándote.<br />
Y Lenin te azota».<br />
En la comparación de los aportes de<br />
cada uno, proclama: «La épica social americana<br />
/ La escribo yo, rugiendo pueblo<br />
adentro, / Con mi pluma-fusil (gran hacha<br />
humana)».<br />
Y en lo biográfico desciende a lo soez:
«Lo bautizaste como Guillermina / Al<br />
Mascarón” que oculta tus ‘apremios’ / De<br />
bailarín de la Tía Carlina».<br />
En el plano de las ideas políticas es<br />
una disputa de la época el estalinismo<br />
versus el trotskismo, durante los años<br />
treinta, cuando la actitud radical de Trotski<br />
fue considerada una traición, puro<br />
revisionismo, y el líder del ejército rojo<br />
se exilió en México.<br />
Los dos libros acusatarios de De<br />
Rokha contra <strong>Neruda</strong> constituyen un<br />
prontuario, para llevarlo acto seguido a un<br />
juicio, emitir un fallo, condenarlo y, en<br />
definitiva, ejecutarlo sin apelación posible.<br />
Todo aquello desde una postura beligerante<br />
que hacía rato no encontraba respuesta.<br />
Están destinados a demostrar su:<br />
oportunismo marxista, su condición de<br />
pitutero, de panzista, de chanta y aprovechador,<br />
de revolucionario de trasnoche, de<br />
burgués enmascarado, de mentiroso, de<br />
cínico e hipócrita a la vez, de plagiario,<br />
de mediocre, de rastrero ante sus amigos<br />
ricos, de enemigo de los trabajadores,<br />
etcétera.<br />
En el capítulo más enconado, pues en<br />
esta carrera De Rokha se sobrepuja a sí<br />
mismo, “Bacalao y la Banda Negra”, aparece<br />
fustigado Alone —entre otras cosas<br />
por cantinflesco—, quien, puesto que le<br />
gustaron las Odas elementales, le perdona<br />
su comunismo. Por su parte, <strong>Neruda</strong><br />
habría alterado algunos poemas para no<br />
molestar a sus amistades enquistadas en<br />
el poder y los negocios, todos conservadores,<br />
escribiéndolos dos veces o suprimiendo<br />
versos conflictivos para mostrarse<br />
políticamente correcto. De Rokha exhibe<br />
pruebas, diarios, recortes, citas y<br />
vuelve una y otra vez sobre la pérfida y<br />
falsaria condición humana y literaria de<br />
<strong>Neruda</strong>.<br />
Más abajo se entrega, con su habitual<br />
frecuencia majadera, al delirio narcisista:<br />
«Cuando en 1949 yo planteé en Arenga<br />
sobre el Arte los términos categóricos<br />
del Realismo en Hispanoamérica, como<br />
consecuencia natural y lógica de haber venido<br />
yo realizándolo, yo venido experimentándolo,<br />
yo venido organizándolo en<br />
mis poemas durante cuarenta años…».<br />
Por su parte <strong>Neruda</strong>, recatado y so-<br />
brio, lo menciona de este modo en sus Memorias:<br />
«No pocos torcieron por ese atajo<br />
su vida, hacia el delito o hacia la propia<br />
destrucción. Mi legendario antagonista<br />
surgió de ese escenario. Primero trató<br />
de seducirme, de embarcarme en las reglas<br />
de su juego. Tal cosa era inadmisible<br />
para mi provincianismo pequeñoburgués.<br />
No me atrevía y no me gustaba vivir del<br />
expediente. Nuestro protagonista, en cambio,<br />
era un técnico en sacarles el jugo a<br />
las coyunturas. Vivía en un mundo de continua<br />
farsa, dentro del cual se estafaba a<br />
sí mismo inventándose una personalidad<br />
amenazante que le servía de profesión y<br />
de protección. / Ya es hora de que nombremos<br />
al personaje. Se llamaba Perico<br />
de Palothes.» (Confieso que he vivido.<br />
Memorias. 1974).<br />
De Rokha sigue siendo grandilocuente,<br />
retórico, furiosamente agramatical. Es<br />
posible rescatar fragmentos suyos de Los<br />
gemidos, del Canto del macho anciano,<br />
de Escritura de Raimundo Contreras, de<br />
Epopeya de las comidas y las bebidas de<br />
Chile, de su credo estético estridente y<br />
anacrónico. El legado de <strong>Neruda</strong> gravita<br />
mucho más y resplandece en demasiados<br />
momentos y etapas.<br />
<strong>Neruda</strong> lo dejó desgastarse, que corriera<br />
solo, que luchara como un boxeador<br />
contra su sombra. Lo dejó autovictimarse<br />
y degradarse. Está claro que no lo perdonó<br />
y del mismo modo el rencor rokhiano traspasó<br />
la muerte. ¿Exigía <strong>Neruda</strong> sólo una<br />
actitud reverencial? Da la impresión que<br />
no. Si bien sabía lo que pesaba.<br />
Cuesta acceder al mundo lírico de <strong>Pablo</strong><br />
de Rokha, a sus versos gigantescos, a<br />
sus poemas ciclópeos, eternizados en un<br />
despliegue metafórico furibundo, a su<br />
tremendismo, y se le ve, dolorosamente sin<br />
duda, hundirse más en el olvido impune.<br />
Ha pasado harto más de medio siglo<br />
desde el inicio de la polémica. De Rokha<br />
se suicidó el año 1968 y <strong>Neruda</strong> murió un<br />
lustro después, en 1973.<br />
Ambos yacen bajo tierra, equidistantes<br />
para siempre.<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
15
<strong>Neruda</strong> ante la «New Criticism»<br />
anglosajona<br />
Desde sus orígenes en los años 20 hasta<br />
fines de los años 50 y comienzos de los<br />
60, la llamada New Criticism (la Nueva<br />
Crítica) tuvo un impacto decisivo en el<br />
estudio de la literatura en Inglaterra y Estados<br />
Unidos. Sin proponerse como<br />
ideología ejerció, sin embargo, un poder<br />
como ideología dominante que iba de la<br />
mano con el conservadurismo y el liberalismo<br />
y, muy a menudo, también con<br />
el anticomunismo. Ante la modernización<br />
galopante y contradictoria del capitalismo<br />
y su exaltación de la tecnología<br />
y las ciencias por un lado, y el desarrollo<br />
del socialismo por otro, los new critics<br />
(nuevos críticos) buscaban un lugar y una<br />
razón de ser para la literatura y para la<br />
crítica (Eagleton, 40-46). Según estos<br />
pioneros de la nueva crítica en el mundo<br />
anglosajón, la literatura debía ir más allá<br />
de los conflictos sociopolíticos para así<br />
hallar y aportar valores morales humanistas<br />
y universales. Por un lado cavaría<br />
hondo en el alma al llevar a cabo una exploración<br />
espiritual e individual, y por<br />
otro mostraría con el rigor de la forma<br />
su alta calidad. Así también la crítica<br />
mostraría las virtudes éticas de la literatura<br />
para la sociedad y echaría mano de<br />
un método ostensiblemente científico.<br />
El crítico haría caso omiso de las observaciones<br />
del autor sobre su propia obra,<br />
como también de los aportes de los lectores;<br />
estudiaría el poema prácticamente<br />
como un objeto de laboratorio; se referiría<br />
al autor únicamente en tanto figura literaria<br />
que entra en una pugna neorromántica<br />
con sus precursores en la Tradición literaria<br />
(ideas que arrancan de T.S. Eliot y<br />
Harold Bloom); analizaría las tensiones,<br />
1<br />
16 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
GREG DAWES<br />
North Carolina State University at Raleigh<br />
paradojas e ironías para luego ver cómo se<br />
resolvían en el texto poético; y haría todo<br />
ello asumiendo que el análisis de la forma<br />
literaria era primordial y que el contenido<br />
era, a fin de cuentas, un reflejo de la forma.<br />
Este tipo de aproximación teórica calzaba<br />
muy bien con el escepticismo de los<br />
intelectuales liberales que, con el fin de la<br />
Segunda Guerra Mundial y el comienzo de<br />
la Guerra Fría, preferían perderse en la literatura<br />
y olvidar su contexto histórico,<br />
político y social. La poesía, siendo la forma<br />
más condensada del discurso literario, se<br />
prestaba muy bien para dichos propósitos.<br />
Esta escuela teórica —pero sumamente<br />
práctica— surge en Inglaterra, en<br />
Cambridge, con F.R. Leavis y I.A. Richards,<br />
pero poco después aflora en Estados Unidos,<br />
siendo la Universidad de Yale su sede<br />
no-oficial. Durante treinta años reinará<br />
como método dominante de crítica en las<br />
universidades. No es casual, por supuesto,<br />
que haya tenido éxito en Estados Unidos<br />
por lo que sugería como ideología liberal y<br />
a ratos conservadora. Se trataba de una<br />
aproximación individual e individualista a<br />
la literatura que la desvinculaba de su contexto<br />
pero sosteniendo, paradójicamente,<br />
que la literatura brindaba indispensables<br />
valores morales que, a la larga, nos mejoraban<br />
como seres humanos.<br />
Ahora bien, con los años 60 el método<br />
de la New Criticism pasa por una metamorfosis<br />
postestructuralista y deviene, concretamente,<br />
la deconstrucción, también con<br />
sede en Yale. En rigor, la deconstrucción<br />
lleva el escepticismo de la nueva crítica a<br />
un extremo al cuestionar de forma radical<br />
la referencialidad del lenguaje y el discurso,<br />
socavando así el potencial racional de<br />
Greg Dawes<br />
aproximarnos a la verdad. No se puede<br />
interpretar nada sin el discurso, dicen los<br />
deconstructivistas, y, como el discurso se<br />
autosocava, no se puede depender de la<br />
interpretación de obras históricas, económicas,<br />
políticas, psicológicas ni literarias.<br />
Y sin embargo, el método del crítico<br />
postestructuralista es parecido al del crítico<br />
formalista: se trata de aislar el texto<br />
como tal y demostrar cómo el significado<br />
se desmorona sin remitir al autor ni a los<br />
lectores ni al contexto sociohistórico<br />
(Eagleton, 123-130).<br />
2<br />
Esta historia demasiado sucinta de la nueva<br />
crítica y la deconstrucción viene a cuento<br />
porque el grueso de los estudios canónicos<br />
en inglés sobre <strong>Neruda</strong> que se han<br />
escrito en Estados Unidos e Inglaterra lo<br />
hacen en esta línea y desde una óptica liberal<br />
o conservadora. La gran mayoría de<br />
ellos se publicaron en los años 80, la época<br />
de restauración conservadora de Reagan<br />
y Thatcher. The Poetry of <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>,<br />
de René de Costa, se publica en 1979; la<br />
significativa colección de ensayos <strong>Pablo</strong><br />
<strong>Neruda</strong>, a cargo de Emir Rodríguez<br />
Monegal y Enrico Mario Santí, en 1980;<br />
el estudio de Manuel Durán y Margery<br />
Safir, Earth Tones: The Poetry of <strong>Pablo</strong><br />
<strong>Neruda</strong>, en 1981; el de Santí, <strong>Pablo</strong><br />
<strong>Neruda</strong>: The Poetics of Prophecy, en 1982.<br />
Pero a este grupo se pueden sumar el libro<br />
precursor de Rodríguez Monegal, El viajero<br />
inmóvil: introducción a <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong><br />
(1966) y el epigonal de Jason Wilson, A<br />
Companion to <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>: Evaluating<br />
<strong>Neruda</strong>’s Poetry (2008). El uruguayo
Rodríguez Monegal y el español Durán<br />
fueron profesores en Yale; Santí y Safir,<br />
estudiantes de doctorado en esa misma<br />
universidad. Wilson y de Costa se formaron<br />
durante el auge de la estilística y sus<br />
estudios reflejan esa orientación teórica<br />
hacia la poesía del vate chileno. No sorprende<br />
entonces que dichos críticos compartan<br />
método y cosmovisión similares<br />
respecto a la obra nerudiana.<br />
Es natural, podríamos decir, que los<br />
estudiosos de ese corte teórico y político<br />
se sientan incómodos con las posturas políticas<br />
de <strong>Neruda</strong>. Después de todo, los<br />
nerudianos de izquierda también reconocen<br />
las virtudes de la poesía de, digamos,<br />
Ezra Pound o T.S. Eliot, sin compartir para<br />
nada los postulados políticos de esos poetas.<br />
Por generosos que sean como críticos,<br />
siempre se enfrentan (y nos enfrentamos)<br />
con los límites de su (nuestra) ideología.<br />
Es cierto que en determinados momentos<br />
dicha crítica a contracorriente puede<br />
elucidar aspectos de la obra de un<br />
<strong>Neruda</strong> o un Pound que no se hayan apreciado<br />
hasta ese momento y que la izquierda<br />
quiere explorar, hasta donde sea posible,<br />
tanto en la obra como en el pensamiento<br />
político del poeta. En cambio los estudiosos<br />
liberales y conservadores hacen<br />
ciertas referencias a lo extratextual pero no<br />
se ciñen a ello. Siendo así, éstos delimitan<br />
los confines de la ideología liberal.<br />
En primer lugar, esos estudiosos establecen<br />
una periodización de las obras de<br />
<strong>Neruda</strong> que obedece a sus propios<br />
(pre)juicios políticos, pero sosteniendo al<br />
mismo tiempo que sus estudios son objetivos.<br />
Las fechas empiezan con los primeros<br />
poemas del poeta adolescente y llegan<br />
a 1936, momento en el cual <strong>Neruda</strong> ingresaría<br />
a una etapa de dogmatismo que dura<br />
hasta 1958. Según varios de ellos —pero<br />
no todos— desde esa fecha en adelante el<br />
poeta asume su autenticidad propia, ya sin<br />
la influencia imponente y destructora del<br />
marxismo.<br />
En Residencia en la tierra, según la<br />
argumentación «no-partidaria» de René de<br />
Costa (1979, ix), <strong>Neruda</strong> luciría la voz poética<br />
y profética que lucha con los límites<br />
del lenguaje en una suerte de tendencia<br />
metapoética (64). Se formaría una tensión<br />
entonces entre la desesperación del hablante<br />
y su empeño en escribir sus versos (66).<br />
Pero en la fase siguiente, desde la época<br />
de la Guerra Civil Española hasta la defensa<br />
de la URSS y del antifascismo, evidente<br />
en Tercera residencia, de Costa considera<br />
que sus poemas son «como panfletos<br />
escritos casi con fervor de misionero».<br />
El libro tendría valor literario —desde el<br />
punto de vista de la forma— pero sería en<br />
gran parte «propagandístico» (90-91). En<br />
el caso de Canto general —y en “Canto a<br />
los ríos de Alemania”— «el mensaje es<br />
simple, incluso simplista. Pero es poderoso<br />
y persuasivo debido a la forma literaria»<br />
(101). Así también para de Costa<br />
Estravagario —escrito después del XX<br />
Congreso del PCUS de 1956— sería un<br />
«volumen exquisitamente preparado»<br />
(175) que mostraría la «liberación individual»<br />
de <strong>Neruda</strong> (188). Tendría valor el<br />
poemario «no tanto por su revisión política<br />
o personal del pasado cuanto por su<br />
exitosa asunción del tono y estilo de lo que<br />
se ha dado en llamar antipoesía» (180). De<br />
Costa no menciona siquiera el XX Congreso<br />
del PCUS y el impacto que tuvo en<br />
<strong>Neruda</strong> a la hora de escribir Estravagario.<br />
Aferrándose al análisis estilístico, concluye<br />
que con Estravagario <strong>Neruda</strong> no sólo<br />
liberó a su escritura de su propia tradición<br />
literaria sino que al mismo tiempo se libe-<br />
ró, en cuanto persona, de su propio pasado<br />
social, político y literario (199).<br />
3<br />
Para Rodríguez Monegal el primer hito de<br />
singular importancia sería 1937, momento<br />
en el cual <strong>Neruda</strong> proclamaría su «nueva<br />
fe» (1966: 94). Desde ese momento en<br />
adelante, dice el crítico uruguayo, «el poeta<br />
<strong>Neruda</strong> y el combatiente <strong>Neruda</strong> serán inseparables»<br />
(96). Esta fusión de persona<br />
y punto de vista político se consolidaría,<br />
señala Rodríguez Monegal, a partir de<br />
1945. De ese momento en adelante «será<br />
muy difícil el esfuerzo de objetividad crítica<br />
que permita juzgar [sus libros] en términos<br />
estrictamente imparciales» (115).<br />
Difícil sobre todo para los críticos que no<br />
compartan su cosmovisión. Al igual que<br />
de Costa, Rodríguez Monegal rescata y<br />
elogia la parte lírica de la obra de <strong>Neruda</strong>,<br />
pero excluye o critica los versos políticos.<br />
Así, por ejemplo, cree que para valorar<br />
adecuadamente el ciclo residenciario «es<br />
preciso excluir por completo toda la parte<br />
bélica y políticamente comprometida de<br />
Tercera residencia» (204), lo que equivaldría,<br />
como bien lo saben los lectores de<br />
<strong>Neruda</strong>, a eliminar la mitad de los poemas<br />
del libro. Volveremos sobre el tema de la<br />
política, pero por ahora basta señalar que<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
17
la periodización que establece el crítico<br />
uruguayo juzga politizada la obra<br />
nerudiana de 1945 a 1958, momento en el<br />
cual halla nuevamente su «equilibrio» (en<br />
Rodríguez Monegal & Santí, 88).<br />
El estudio de Durán y Safir parece reconocer<br />
la evolución natural de la obra del<br />
vate y quiere entenderla desde la óptica de<br />
<strong>Neruda</strong>, pero los autores se atienen también<br />
a una periodización parecida. <strong>Neruda</strong><br />
deviene poeta público con la publicación<br />
de España en el corazón (1937), obra que<br />
«es una mezcla excepcional de poesía lírica<br />
y política», porque si bien «el tema es<br />
ideológico, el tono y la pasión son líricos»<br />
(Durán & Safir, 79). Lo que da valor al<br />
libro es el dominio de lo lírico que ayuda a<br />
mitigar la presencia de la postura política<br />
de <strong>Neruda</strong>. Según los autores, a esta fase<br />
pública sucedería, a partir de 1958, otra<br />
personal. Esto no quiere decir, sostienen,<br />
que lo político desaparezca de la obra<br />
nerudiana tardía, sino que ella privilegia<br />
la autocontemplación y la introspección.<br />
Vemos que también Durán y Safir confirman<br />
la aserción de Rodríguez Monegal:<br />
analizar la obra nerudiana del período<br />
1937-1957 pone a dura prueba la objetividad<br />
de esos críticos.<br />
18 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
En un principio el libro de Santí parece<br />
ser más ambiguo en cuanto a su presentación<br />
de etapas en la obra nerudiana. Como<br />
el crítico empieza ya con un modelo teórico<br />
de corte postestructuralista pero que<br />
dista poco del enfoque estílistico al fin de<br />
cuentas, y se propone analizar la poesía<br />
de <strong>Neruda</strong> por medio de ese punto de vista,<br />
no parecería haber épocas bien definidas<br />
en su estudio. Sin embargo, los postulados<br />
postestructuralistas (deconstructivistas<br />
de hecho) advierten ya una<br />
preferencia por Residencia en la tierra,<br />
en que se supone que el poeta muestra un<br />
escepticismo con respecto de la palabra<br />
poética y la referencialidad como tal. Esto<br />
es, ve en <strong>Neruda</strong> la figura profética y romántica<br />
que es a su vez un individuo solitario<br />
que lucha por un lugar en la Tradición<br />
literaria —à la T.S. Eliot o Harold<br />
Bloom (Santí 1982: 14-19). Sus versos<br />
llegan a ser metapoéticos desde siempre,<br />
subrayando así esta lucha titánica entre<br />
el poeta y la Tradición, y sus propias capacidades<br />
proféticas de abarcar la realidad.<br />
Pero ese fin profético, según la lectura<br />
de Santí, se socava, muestra la imposibilidad<br />
de captar sus deseos en el lenguaje.<br />
Siguiendo el hilo del pensamiento<br />
deconstructivista (de Paul De Man y de<br />
Jacques Derrida), el lenguaje poético en,<br />
digamos, las Residencias refleja esa imperfección;<br />
constata la insuficiencia del<br />
lenguaje como tal (19, 35). Así, la tensión<br />
que se produce entre los deseos del<br />
vate y el objeto de su conocimiento sólo<br />
puede manifestarse de forma alegórica. El<br />
análisis de Santí, entonces, coincide con<br />
los otros libros a que nos hemos referido<br />
porque destaca el carácter formal del acto<br />
poético en un espacio ahistórico.<br />
En cuanto a periodización, el análisis<br />
de la obra tardía de <strong>Neruda</strong> que hace Santí<br />
coincide con el liberalismo del crítico. En<br />
esta última fase el poeta se volvería más<br />
amargado en relación con el futuro de la<br />
humanidad (225), y criticaría por igual a<br />
la derecha y la izquierda por el caos desatado<br />
en los años 60 y 70 (221). Al analizar<br />
y valorar La espada escendida y Fin<br />
de mundo, y no otras obras tardías del poeta,<br />
Santí sugiere a su vez que para <strong>Neruda</strong><br />
la humanidad se estaría encaminando hacia<br />
el apocalipsis. Esta lectura es parcial<br />
y reductiva. Si bien es cierto que<br />
<strong>Neruda</strong> se vuelve más crítico de Stalin y<br />
de ciertos aspectos del socialismo real en
Memorial de Isla Negra, Elegía e, indirectamente,<br />
en Estravagario y Canción de<br />
gesta, se trata de un giro hacia un marxismo<br />
más fresco, más autocrítico y no del<br />
abandono de esa postura política.<br />
4<br />
Como lectores de estos libros de crítica,<br />
entonces, nos enfrentamos con las demarcaciones<br />
de su ideología liberal y conservadora.<br />
En su biografía reciente de<br />
<strong>Neruda</strong>, Adam Feinstein comenta que<br />
«<strong>Neruda</strong> fue uno de los grandes poetas en<br />
la lengua española en el siglo veinte, y la<br />
belleza de su obra, unida a su pasión por<br />
la justicia social y su amor por la vida son<br />
tan vitales como nunca». Y agrega: «las<br />
convicciones políticas de <strong>Neruda</strong> —fue<br />
un estalinista por mucho años, aunque le<br />
incomodaron los acontecimientos de 1956<br />
en adelante— no tendrán vigencia ya,<br />
pero su humanismo subyacente sigue<br />
siendo vigente a medida que nos acercamos<br />
a su centenario en julio del 2004»<br />
(Feinstein, 1). Se trazan en estas citas los<br />
márgenes del pensamiento liberal del biógrafo<br />
que reconoce y comparte el huma-<br />
nismo en la obra nerudiana hasta cierto<br />
grado, pero no indaga en la complejidad<br />
del marxismo, del socialismo como humanismo<br />
del cual se hablaba en los años<br />
60 y que formaba parte integrante, y en<br />
modo central, de la cosmovisión de<br />
<strong>Neruda</strong>. Muy bien, habría que decir: el<br />
estalinismo, o el socialismo real, influenciaron<br />
el pensamiento político y la vida<br />
del poeta, pero ¿hasta qué grado? ¿Cómo<br />
cambió después del 56? ¿Hasta qué grado<br />
compartió los valores literarios y políticos<br />
soviéticos? ¿Y los chinos? ¿Por qué<br />
lo atrajeron esos pensamientos políticos?<br />
En la biografía de Feinstein, como en la<br />
obra crítica de Rodríguez Monegal, de<br />
Costa, Santí, Safir y Durán, Wilson, esas<br />
preguntas asoman indirectamente pero no<br />
se contestan. Se recurre más bien a sacar<br />
conclusiones predispuestas y rápidas,<br />
como cuando Feinstein dice que <strong>Neruda</strong><br />
fue «el más grande de los guerreros literarios<br />
de la Guerra Fría» (319). Al elogiar<br />
el dominio que tiene <strong>Neruda</strong> de la<br />
forma y de la poesía como tales, pasan<br />
por alto la riqueza del contenido.<br />
REFERENCIAS:<br />
DE COSTA, René. The Poetry of <strong>Pablo</strong><br />
<strong>Neruda</strong>. Cambridge, Mass. & London: Harvard<br />
University Press, 1979.<br />
DURÁN, Manuel & Margery SAFIR. Earth<br />
Tones: the Poetry of <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>. Bloomington:<br />
Indiana University Press, 1981.<br />
EAGLETON, Terry. Literary Theory: An<br />
Introduction. Minneapolis: University of Minnesota<br />
Press, 19962 .<br />
FEINSTEIN, Adam. <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>: a Passion<br />
for Life. New York & London: Bloomsbury, 2004.<br />
RODRÍGUEZ MONEGAL, Emir. El viajero<br />
inmóvil. Introducción a <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>. Buenos<br />
Aires: Losada, 1966.<br />
RODRÍGUEZ MONEGAL, Emir & Enrico<br />
Mario SANTÍ, eds. <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> [compilación de<br />
ensayos de diversos autores]. Madrid: Taurus Ediciones,<br />
1980.<br />
SANTÍ, Enrico Mario. <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> / The<br />
Poetics of Prophecy. Ithaca & London: Cornell<br />
University Press, 1982.<br />
WILSON, Jason. A Companion to <strong>Pablo</strong><br />
<strong>Neruda</strong>. Evaluating <strong>Neruda</strong>’s Poetry. Woodbridge<br />
(UK): Tamesis, 2008.<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
19
Un recado para Santí<br />
En el número 94 de la revista Estudios<br />
Públicos (Santiago, Otoño 2004),<br />
Enrico Mario Santí comenta mi edición de<br />
las Obras Completas de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> en<br />
5 volúmenes (Barcelona, 1999-2002). Si<br />
bien le reconoce algunos méritos a mi trabajo<br />
(y hasta excelencia a las notas), pone<br />
énfasis en lamentar la ausencia de algunos<br />
textos menores (unas «280 lagunas»). La<br />
lamento yo también. Y me excuso por no<br />
haber podido llenar sino dos volúmenes<br />
(cada uno con más mil páginas) con textos<br />
dispersos de <strong>Neruda</strong>, muchos de ellos difícilmente<br />
accesibles. Trataré de componer<br />
un tercero para redimir las 280 lagunas<br />
(en verdad el número es menor porque<br />
no pocas están, pero con otro título).<br />
De todos modos, quiero dar satisfacción<br />
al profesor Santí declarando que la<br />
única laguna (o ausencia) que lamento de<br />
veras es también la única que realmente<br />
importa al académico cubano-norteamericano:<br />
“Saludo a Batista. Palabras de <strong>Pablo</strong><br />
<strong>Neruda</strong> en la Universidad de Chile”<br />
(en El Siglo, Santiago, 27.11.1944). Pero<br />
créame Santí que no «se trata de una decisión»<br />
mía por motivos políticos, ni tampoco<br />
de descuido, sino (peor) de simple<br />
ignorancia. Confieso que antes de leerlo<br />
en el libro de Schidlowsky yo desconocía<br />
ese discurso, se me había escapado. Así<br />
de simple. Lástima que me haya sucedido<br />
precisamente con este texto. Créame<br />
Santí que me habría gustado incluirlo en<br />
Obras completas. Y tengo autoridad para<br />
ser creído porque allí incluyo textos de<br />
<strong>Neruda</strong> aún más lamentables desde su<br />
punto de vista político, como el artículo<br />
“Sobre Teherán de Browder” (OC, IV,<br />
537-540), elogiosa reseña de un libro de<br />
Earl Browder (secretario general del Partido<br />
Comunista de Estados Unidos, que<br />
será ingloriosamente expulsado poco después<br />
por ‘revisionista’) publicada en enero<br />
1945 nada menos que en Principios, órgano<br />
del Comité Central del PC chileno.<br />
Un artículo, éste sí, que <strong>Neruda</strong> habría<br />
20 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
dado cualquier cosa por no haberlo escrito<br />
nunca.<br />
No me reconozco, caro Santí, en eso<br />
que llamas mi torpeza. Ni en mi edición<br />
de Obras completas ni en mi biografía del<br />
poeta me interesa «salvar una supuesta<br />
coherencia política y ética de <strong>Neruda</strong> ante<br />
los vaivenes de su tiempo». Ni falta que le<br />
hizo ayer, ni le hace hoy a <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>,<br />
que alguien lo defienda en ese terreno. Tanto<br />
menos yo, figúrate. Y a propósito de torpeza,<br />
déjame señalarte que algunas de las<br />
«lagunas» que me atribuyes en Obras completas<br />
no sólo NO son lagunas sino que<br />
son textos incluidos justamente en el volumen<br />
I que tú mismo prologaste en 1999.<br />
Cualquier buen lector de <strong>Neruda</strong> sabe que<br />
“Morena la Besadora” (OC, I, 115-116) y<br />
“Playa del Sur” (OC, I, 144-145) son poemas<br />
de Crepusculario (1923). Y que tanto<br />
“Almería” (OC, I, 379-380) como “Los gremios<br />
en el frente” (OC, I, 385) figuraban ya<br />
con esos títulos en la edición 1937 de España<br />
en el corazón. Por lo que concierne al<br />
poema “Es así”, una rápida ojeada a mis<br />
notas (OC, I, 1198) te habría ahorrado acusarme<br />
de una ‘laguna’ decididamente imposible:<br />
porque “Es así” es el título original<br />
de un poema que después fue rebautizado<br />
“Explico algunas cosas”, archiconocido<br />
poema de España en el corazón. Puedo ser<br />
torpe, a veces, pero no a tal punto.<br />
— Hernán Loyola
Larrea / <strong>Neruda</strong>: itinerario de una enemistad<br />
1<br />
Juan Larrea, poeta y ensayista español<br />
(Bilbao, 1895—Córdoba, Argentina,<br />
1980), fue uno de los íntimos amigos de<br />
Vicente Huidobro: no es de extrañar que<br />
también fuera uno de los mayores enemigos<br />
de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>. Pero no siempre<br />
fue así.<br />
Establecido en París, en 1926 publica<br />
con César Vallejo los dos números de la<br />
revista Favorables-París-Poema. El segundo<br />
número (octubre 1926) incluye el poema<br />
11 de Tentativa del hombre infinito<br />
(«admitiendo el cielo profundamente»),<br />
primera publicación de <strong>Neruda</strong> en Europa.<br />
Sucesivamente viaja a Perú, donde reúne<br />
una importante colección arqueológica<br />
que será expuesta como Exposición J.<br />
L. en París 1933 y en Madrid 1935. En su<br />
“Oda a Juan Tarrea”, veinte años después,<br />
<strong>Neruda</strong> dirá que el bilbaíno saqueó las tumbas<br />
incaicas y que «al indio andino / el protector<br />
Tarrea / dio la mano, / pero la retiró<br />
con sus anillos» (OC, II, 405).<br />
En los años 34 al 36, <strong>Neruda</strong> y Larrea<br />
coinciden en Madrid, fraguándose en estos<br />
años su enemistad. En la Navidad de<br />
1934, José Bergamín edita su almanaque<br />
Aviso de escarmentados del año que acaba<br />
y escarmiento de avisados para el que<br />
empieza de 1935, en el que convivirán por<br />
única vez, como creadores, los nombres de<br />
<strong>Neruda</strong> (traduciendo “Pasto en llamas” de<br />
Whitman) y Larrea con una prosa.<br />
A las acusaciones de plagio y a otras<br />
agresiones que desde 1932 le dirigen Vicente<br />
Huidobro y <strong>Pablo</strong> de Rokha, <strong>Neruda</strong><br />
responde y contra ataca en 1935 con el poe-<br />
GUNTHER CASTANEDO PFEIFFER<br />
Santander, España<br />
ma “Aquí estoy”, que no incluye ninguna<br />
referencia a Larrea (texto y notas en OC,<br />
IV, 374-380 y 1247-1249). La segunda respuesta<br />
de <strong>Pablo</strong> será a través del Homenaje<br />
de los poetas españoles, probable iniciativa<br />
de García Lorca. Hubo que preparar<br />
dos textos. Al parecer, el primero incluía<br />
algún ataque directo o indirecto a<br />
Huidobro, por lo que varios poetas no quisieron<br />
firmarlo. Se preparó entonces un<br />
segundo texto donde se excluía todo tipo<br />
de ataques personales y que fue firmado<br />
por una nómina impresionante de poetas<br />
de primera fila, precediendo a la edición<br />
de los Tres cantos materiales: «este grupo<br />
de poetas españoles se complace en manifestar<br />
una vez más y públicamente su admiración<br />
por una obra que sin disputa constituye<br />
una de las más auténticas realidades<br />
de la poesía de lengua española».<br />
Los no firmantes más sonados fueron<br />
Juan Larrea y Juan Ramón Jiménez. En una<br />
carta de noviembre 1935 a José María<br />
Souvirón (Neira, 19), <strong>Neruda</strong> le escribe que<br />
«el pelotas de Huidobro viene a Madrid<br />
en enero. Por muchas razones creo que se<br />
acordará toda su vida de su rentrée en<br />
Madrid. El imperio de Gerardo Diego hace<br />
mucho tiempo que no existe. Su otro discípulo,<br />
Juan Larrea, muy buen amigo mío,<br />
vive completamente alejado del ambiente<br />
literario. Sólo se encontrará con<br />
Aleixandre, Altolaguirre, Cernuda, Federico,<br />
etc., todos ellos indefectibles amigos<br />
míos» (el subrayado es mío). Vemos que<br />
<strong>Pablo</strong> se equivocó, tanto al creer que Larrea<br />
seguía siendo amigo suyo (a pesar de no<br />
Gunther Castanedo Pfeiffer<br />
haber firmado el Homenaje) como al subestimar<br />
su fidelidad hacia Huidobro (al<br />
respecto, ver Larrea 1967).<br />
Meses antes, sin embargo, en carta del<br />
13 de junio del 35, Larrea había preguntado<br />
a Huidobro: «¿qué graves consideraciones<br />
te han impulsado a emprender campaña<br />
contra <strong>Neruda</strong>, buen muchacho inofensivo?»<br />
(en Morelli 2008: 226). La contestación<br />
de Huidobro (5 de julio de 1935) es<br />
contundente: «[<strong>Neruda</strong>] no es tan buen<br />
muchacho como aparenta sino un admirable<br />
hipócrita», y lo acusa de propalar infamias<br />
en su contra mediante anónimos enviados<br />
a Buenos Aires. En sucesivas cartas<br />
del 15.11.1934, del 01.04.1936, del<br />
08.06.1937 y del 29.05.1938 (todas recogidas<br />
en Morelli, ed., 2008), Huidobro insistirá<br />
en su rol de víctima de las maniobras<br />
de <strong>Neruda</strong>.<br />
2<br />
Durante los años de la guerra civil se encuentran<br />
los tres (Larrea, Huidobro y<br />
<strong>Neruda</strong>) en el mismo lado: el republicano.<br />
En su “Carta a un escritor chileno...” [Raúl<br />
Silva Castro] Larrea afirma que la relación<br />
entre <strong>Neruda</strong> y él se habría ido rompiendo<br />
más si no hubiera sido por la guerra (Larrea<br />
1967). La Asociación Internacional de Escritores<br />
para la Defensa de la Cultura, en<br />
carta del 01.05.1937 dirigida a Huidobro<br />
y a <strong>Neruda</strong> (y firmada entre otros por Tzara,<br />
Bergamín, Carpentier, Vallejo y Larrea) les<br />
ruega que depongan toda hostilidad entre<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
21
ellos en beneficio de la causa común: el<br />
congreso de escritores de Valencia y Madrid.<br />
Huidobro comunicará a Larrea (8 de<br />
junio) haber contestado favorablemente a<br />
dicha carta. <strong>Neruda</strong> no responderá.<br />
En su nota “César Vallejo ha muerto”<br />
(Aurora de Chile, nº 1, Santiago, agosto<br />
de 1938), <strong>Neruda</strong> menciona a Larrea escribiéndole<br />
que el peruano «rindió tributo<br />
a sus muchas hambres», lo que parece<br />
indicar una relación no rota. Larrea afirmará<br />
no recordar la carta, pero la considera<br />
posible.<br />
El 13 de marzo de 1939 (la guerra civil<br />
acaba oficialmente el 1º de abril) se<br />
constituye la Junta de Cultura Española,<br />
presidida por Bergamín, Carner y Larrea,<br />
siendo secretario Eugenio Imaz. Esta junta<br />
colaborará al esfuerzo de <strong>Neruda</strong> como<br />
cónsul para la inmigración española (el<br />
Winnipeg desembarcará 2000 refugiados<br />
en Valparaíso, septiembre de 1939).<br />
Larrea lo confirma diciendo que comieron<br />
juntos y se vieron repetidamente, según<br />
consta en su agenda.<br />
En los años en que <strong>Neruda</strong> es cónsul<br />
en México (1940-1943) y a raíz de la polémica<br />
con Bergamín, éste afirma que<br />
<strong>Neruda</strong> y Larrea se han hecho grandes<br />
amigos. No parece ser cierto, sino que sólo<br />
existieron contactos antes de la ruptura<br />
definitiva. Bergamín sí que había roto con<br />
Larrea. Cuenta Max Aub en sus diarios que<br />
cuando llegó a México a casa de <strong>Pablo</strong><br />
<strong>Neruda</strong> en octubre de 1942, Wenceslao<br />
Roces le advirtió: «No veas a Bergamín,<br />
es un traidor. Es un traidor.» (Aub 1998:<br />
388). Bergamín había salido en defensa de<br />
Margarita Nelken que había sido expulsada<br />
del Partido Comunista. Más adelante<br />
Aub (486) adjudica las mismas frases a<br />
<strong>Neruda</strong>. Bergamín se molestaba con quienes<br />
hablaban a Larrea (cuenta éste), lo que<br />
sucedió a <strong>Neruda</strong> en agosto de 1940, aún<br />
no rotas las relaciones entre ellos dos.<br />
Aunque el vasco intenta una cierta<br />
moderación, su carta a Silva Castro afirma<br />
(entre otras falsedades) que <strong>Neruda</strong> consiguió<br />
que la embajada comprara un lujoso<br />
Oldsmobile en el que paseaba por toda la<br />
república. Sabemos que el auto pertenecía<br />
a César Godoy Urrutia, con quien hizo un<br />
viaje a Guatemala aprovechando la suspen-<br />
22 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
sión de empleo y sueldo sufrido por causa<br />
de la concesión de la visa a Siqueiros. Tampoco<br />
es creíble que <strong>Neruda</strong> le haya manifestado<br />
su propósito de abandonar la poesía<br />
para dedicarse a la política y la malacología.<br />
En 1942 Larrea y Jesús Silva Herzog<br />
fundan la revista Cuadernos Americanos,<br />
donde <strong>Neruda</strong> publicará sus poemas “El<br />
corazón magallánico” (nº 2, 1942) y “Melancolía<br />
cerca de Orizaba” (nº 2, 1943),<br />
después recogidos en Canto general. Según<br />
Larrea, <strong>Neruda</strong> se ofreció para integrar<br />
la dirección de la revista, pero el bilbaíno<br />
sutilmente no contestó. Tal desaire<br />
explicaría algunas líneas del prólogo de<br />
<strong>Neruda</strong> al libro Muerte al invasor de Ilyá<br />
Ehrenburg (México 1943): «En estas páginas<br />
de soberanía acongojada, los fusiles<br />
y los panes de un nuevo mundo —no el<br />
Nuevo Mundo que ciertos fakires<br />
paradisíacos y mesiánicos nos quieren regalar—<br />
brillan como centellas en la noche<br />
negra» (en OC, IV, 487). Evidente estocada<br />
contra el «americanismo» deliran-<br />
te de Larrea, ya inaugurado en sus Cuadernos,<br />
y sobre el cual <strong>Neruda</strong> volverá en<br />
su “Oda a Juan Tarrea” («Ha ‘descubierto’<br />
/ el Nuevo Mundo / ... / en todas partes /<br />
sale con su discurso, / con su berenjenal /<br />
de vaguedades / ... / su baratillo viejo / de<br />
saldos metafísicos, / de pseudo magia /<br />
negra / y de mesiánica / quincallería»).<br />
Es la ruptura definitiva, que Larrea sancionará<br />
con la publicación de su ensayo El<br />
surrealismo entre viejo y nuevo mundo (en<br />
tres números sucesivos de Cuadernos Americanos,<br />
entre mayo y septiembre de 1944),<br />
que incluye en su parte final el célebre parangón<br />
Darío / <strong>Neruda</strong>. Entre otras muchas<br />
lindezas: «La voz de <strong>Neruda</strong>, opaca y<br />
purulenta, como de negro engrudo, gusta<br />
de redundar en oscuridades de cripta que<br />
ahueca cuanto puede para que giman lenta<br />
y lúgubremente»; su «sensibilidad, redimida<br />
en parte de aquel estado de gangrena<br />
gaseosa en que por entonces se encontraba...».<br />
Para terminar con un párrafo que<br />
bien ilustra el berenjenal de vaguedades a<br />
que aludirá la “Oda a Juan Tarrea”: «Pronta<br />
está a superarse la etapa representada por<br />
la poesía sub-realista y antimítica de<br />
<strong>Neruda</strong>, en cuyo fértil limo sobresaturado<br />
y descompuesto sepulta ya sus raíces el<br />
rosal luminoso de la Conciencia. Esto es<br />
traspuesto el actual diluvio de cieno y podredumbre<br />
ha de entrar en vigor el concepto<br />
inmarcesible de Realidad.»<br />
3<br />
En la siguiente década <strong>Neruda</strong> y Larrea no<br />
vuelven a encontrarse, pareciendo calmados<br />
los ánimos y apagados los incendios,<br />
hasta que en julio de 1954 El Nacional de<br />
Caracas publica una entrevista de Rafael<br />
Pineda a Juan Larrea en Nueva York, en la<br />
que el bilbaíno reafirma su opinión de que<br />
Darío es el gran poeta de América. Declaración<br />
nada alarmante, pero cuando Pineda<br />
le pregunta si no cree que lo es <strong>Neruda</strong>,<br />
él responde tajante que desde luego no. (El<br />
texto de la entrevista y sucesivas reacciones<br />
de Larrea, en Díaz de Guereñu, editor,<br />
2004: 37-42 y 101-115.)<br />
La “Oda a Juan Tarrea”, escrita en noviembre<br />
1954 y publicada a comienzos de
1956 en Nuevas odas elementales<br />
(154-158), es una explícita réplica a la<br />
entrevista (incluso menciona con simpatía<br />
a Rafael Pineda). Ya vimos cómo acusa<br />
a Larrea de que en «el desamparado /<br />
Perú, saqueó las tumbas». En relación a<br />
César Vallejo, añade: «Después / se colgó<br />
de Vallejo, / le ayudó a bien morir / y<br />
luego puso / un pequeño almacén / de prólogos<br />
y epílogos». Luego se refiere –con<br />
razón— a la prosa de Larrea: «Nadie puede<br />
leer / lo que repite, / pero incansable /<br />
sube / a las revistas, / se descuelga / entre<br />
los capitolios, /... / en todas partes / sale<br />
con su discurso, / con su berenjenal / de<br />
vaguedades, / con su oscilante / nube / de<br />
tontas teorías», para terminar rechazando<br />
su charlatanería: «y no te necesito, /<br />
vendedor / de muertos, capellán / de fantasmas,<br />
/ pálido sacristán / espiritista, /<br />
chalán de mulas muertas, / yo no te doy /<br />
vasija / contra baratijo: / yo, para tu desgracia,<br />
/ he andado, he visto, / canto».<br />
<strong>Neruda</strong> no volverá a ocuparse de<br />
Larrea. Éste, en cambio, el 16 y el 29 de<br />
agosto de 1962 escribe a David Bary (ver<br />
Díaz de Guereñu, ed., 2004: 31-36 y 42-<br />
44) contándole la entrevista con Pineda y<br />
anticipando los argumentos que dos años<br />
después desarrollará para Raúl Silva Castro<br />
en su “Carta a un escritor chileno interesado<br />
por la ‘Oda a Juan Tarrea’ de <strong>Pablo</strong><br />
<strong>Neruda</strong>”, texto fechado en Córdoba, Argentina,<br />
mayo de 1964 (recogido en Larrea<br />
1967: 101-130).<br />
El itinerario del largo y farragoso<br />
<strong>antinerudismo</strong> de Juan Larrea culmina con<br />
la escritura de “Machupicchu, piedra de<br />
toque” (1966), extenso ensayo que,<br />
agregándose como novedad a sus ya conocidos<br />
“El surrealismo entre viejo y nuevo<br />
mundo” y “Carta a un escritor chileno...”,<br />
justificará la publicación del volumen Del<br />
surrealismo a Machupicchu (México, Editorial<br />
Joaquín Mortiz, 1967). Los tres ensayos<br />
aparecen unidos en el tiempo por el<br />
odio a <strong>Neruda</strong>. En el último de ellos Larrea<br />
reorganiza fuerzas y lanza el ataque final,<br />
que comienza con un breve preámbulo<br />
anunciador del tono general: «Antes de que<br />
a resultas de la guerra española rompiera<br />
<strong>Neruda</strong> su compromiso con la poesía para<br />
comprometerse con la política, era él mismo<br />
un poeta deshuesado y crepuscular, de<br />
bajo fondo y suburbio, dotado en el campo<br />
del lenguaje con una extraña retina<br />
como de carcoma, despierta a las descomposiciones,<br />
que le había permitido reunir<br />
en su Residencia algunos acentos de extremada<br />
oquedad y enrarecida lentitud, sin<br />
duda impresionantes» (139).<br />
Siguen cincuenta páginas destinadas a<br />
demoler una de las obras maestras de<br />
<strong>Neruda</strong>, Alturas de Macchu Picchu. Los<br />
resultados de tan patético cuanto mezquino<br />
esfuerzo, cuyos ‘argumentos’ no merecen<br />
siquiera ser resumidos, están a la vista.<br />
El poema de <strong>Neruda</strong> sigue siendo uno<br />
de sus textos más leídos y celebrados, uno<br />
de los pilares más sólidos del prestigio<br />
mundial de su autor.<br />
.<br />
REFERENCIAS<br />
AUB, Max. Diarios 1939-1972. Barcelona,<br />
Alba, 1998, p. 388.<br />
DÍAZ DE GUEREÑU, Juan Manuel, editor: Juan<br />
Larrea. Epistolario. Cartas a David Bary. 1953-1978,<br />
Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes,<br />
2004.<br />
EHRENBURG, Ilyá. Muerte al invasor, México,<br />
Fondo de Cultura Popular, 1943.<br />
LARREA, Juan. Del surrealismo a<br />
Machupicchu, México, Joaquín Mortiz, 1967. Incluye:<br />
“El surrealismo entre viejo y nuevo mundo”<br />
(1944), 15-100; “Carta a un escritor chileno interesado<br />
por la ‘Oda a Juan Tarrea’ de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>”<br />
(1964), 101-130; “Machupicchu, piedra de toque”<br />
(1966), 131-223.<br />
MORELLI, Gabriele, editor. Vicente Huidobro.<br />
Epistolario. Correspondencia con Gerardo Diego,<br />
Juan Larrea y Guillermo de Torre. Madrid, Ediciones<br />
de la Residencia de Estudiantes, 2008.<br />
NEIRA, Julio, editor. “De <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> a José<br />
María Souvirón, una carta inédita”, Ínsula, nº 694,<br />
Madrid (2004).<br />
NERUDA, <strong>Pablo</strong>. Nuevas odas elementales.<br />
Buenos Aires, Losada, 1956.<br />
OC: <strong>Neruda</strong>, <strong>Pablo</strong>. Obras completas, 5<br />
volúmenes. Edición y notas de Hernán Loyola.<br />
Barcelona, Galaxia Gutenberg—Círculo de Lectores,<br />
1999-2002.<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
23
A propósito de la acusación de Larrea contra <strong>Neruda</strong><br />
¿De qué murió César Vallejo?<br />
1<br />
En nerudiana 6 (diciembre 2008) se<br />
conmemoró el 70° aniversario de la muerte<br />
de César Vallejo. El gran poeta peruano<br />
murió durante la mañana del viernes 15 de<br />
abril de 1938 en la Clínica del Boulevard<br />
Arago de París, donde había ingresado muy<br />
enfermo tres semanas antes, sin que el<br />
equipo de cinco médicos encabezados por<br />
el afamado Dr. Lemière hubiese podido<br />
establecer el diagnóstico del misterioso mal<br />
que lo mató lentamente. Los resultados de<br />
las pruebas de sangre y otros análisis<br />
clínicos y radiográficos resultaron inútiles<br />
para aclarar la causa de su enfermedad.<br />
Según Georgette Vallejo, esposa del poeta,<br />
el Dr. Lemière le dijo: «veo que este<br />
hombre se muere, pero no sé de qué». A<br />
falta de un diagnóstico médico, para<br />
explicar la causa de su prematura muerte<br />
abundaron otros diagnósticos establecidos<br />
por amigos, poetas, escritores, músicos e<br />
historiadores. Unos dijeron saber que había<br />
muerto de tuberculosis, otros que de sífilis<br />
secundaria, o fiebre amarilla, o malaria o<br />
paludismo, diagnósticos que la Clínica<br />
Arago había descartado en los 23 días que<br />
estuvo hospitalizado allí. Entonces y<br />
después, se aseguró repetidamente:<br />
murió en cumplimiento de su célebre<br />
profecía «Me moriré en París con<br />
aguacero, / un día del cual tengo ya el<br />
recuerdo» (del soneto “Piedra negra<br />
sobre una piedra blanca”).<br />
<strong>Neruda</strong> dijo: Vallejo murió de hambre<br />
y asfixia: murió del aire sucio de París,<br />
del río sucio de donde han sacado tantos<br />
muertos. Juan Larrea inculpó a <strong>Neruda</strong> de<br />
haber contribuido indirectamente a que<br />
24 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
Dr. ENRIQUE ROBERTSON<br />
Médico en Bielefeld, Alemania<br />
Vallejo muriese de sus muchas hambres,<br />
por no haberlo ayudado a conseguir cierto<br />
trabajo remunerado que le habría permitido<br />
ganar dinero para comer. Según Georgette:<br />
el señor Larrea está mal informado, casi<br />
no hay informe de él que no contenga<br />
alguna inexactitud leve o grave. Otros<br />
dijeron: la muerte de Vallejo es un<br />
paradigma, una página heroica, una<br />
epopeya como la más grande de los fastos<br />
universales, murió por consunción y<br />
agotamiento, en batalla contra el mal y la<br />
muerte, en defensa de la dignidad, el bien<br />
y la nobleza. Vallejo murió de España.<br />
Hace veinte años, el alemán Hans Magnus<br />
Erzensberger dictaminó: las enfermedades<br />
de que sufrió Vallejo eran desconocidas en<br />
la medicina. Una se llamó España, y la otra,<br />
una enfermedad muy vieja y muy<br />
venerable: el Hambre. Antes y ahora, la<br />
mayoría coincide en asegurar que Vallejo<br />
murió de hambre.<br />
Hay mucho de verdad en ello, estaba<br />
crónicamente desnutrido. A más tardar<br />
desde 1923 la pobreza lo había obligado a<br />
acostumbrarse a comer muy poco: «en<br />
París tendremos que vivir de piedrecitas»,<br />
dijo a un amigo. En octubre de 1923, desde<br />
la Sala Boyer del Hospital de la Charité, le<br />
escribe a otro amigo: acabo de ser operado<br />
de una hemorragia intestinal. Después de<br />
esa operación, alimentarse le fue difícil no<br />
sólo por falta de dinero. Privado de buena<br />
parte de su estómago, ya no pudo comer y<br />
beber —carne y vino, es un decir— sin<br />
sufrir las consecuencias. Lo que el resto<br />
de su estómago toleraba era probablemente<br />
la dieta ovo-lacto-farinácea. Pero nunca se<br />
Enrique Robertson<br />
supo que bebiese leche, era más cara que<br />
el vino. También los huevos.<br />
Se alimentaba de patatas, de papas —<br />
originarias del Perú, como él—, según está<br />
indesmentiblemente documentado por<br />
Arturo Serrano Plaja. Recordando la<br />
llegada a París (1935) de la delegación<br />
española al I Congreso Internacional de<br />
Escritores Antifascistas —grupo procedente<br />
de Madrid, al que se sumaron <strong>Neruda</strong><br />
y González Tuñón—, Serrano Plaja<br />
escribe: «para prolongar la estancia en<br />
París cuanto fuese posible, con el no mucho<br />
dinero que teníamos (la mayor parte lo<br />
ponía <strong>Neruda</strong>), decidimos hacer un plan de<br />
austeridad o algo por el estilo. Y como en<br />
París encontramos a Vallejo (alimentado de<br />
casi exclusivamente patatas cocidas<br />
mañana y noche, como cuando le conocí<br />
en España) el plan parecía sobrevenir del<br />
modo más natural.»<br />
Algo menos de tres años después moría<br />
César Vallejo, de un modo que evidentemente<br />
no parecía natural. ¿De qué mueren<br />
los poetas? La ventaja es que mueren para<br />
seguir viviendo, como Vallejo. La señora<br />
Oyarzún —esposa del chileno Cuto<br />
Oyarzún, que en la víspera de su muerte<br />
pasó toda la noche velando junto a su<br />
cabecera— cuenta que a las cinco de la<br />
mañana del 15 de abril César Vallejo llamó<br />
a su madre y poco antes de expirar, ya en<br />
presencia de su esposa y varios amigos,<br />
pronunció estas palabras: «España. Me voy<br />
a España.» Murió poco después de haber<br />
escrito su testamento: el poema dedicado<br />
a exaltar la lucha del pueblo español en el<br />
trance de la guerra civil, que tituló como
una oración al vislumbrar su martirio y<br />
final inmolación.<br />
«Murió —escribió Juan Larrea, esta<br />
vez con exactitud— sin aspaviento alguno,<br />
dignamente, con la misma dignidad con<br />
que había vivido». El músico peruano<br />
Gonzalo More, que estaba en el grupo de<br />
amigos del poeta junto a su lecho de<br />
muerte, escribió: La expresión de su rostro<br />
muerto era verdaderamente maravillosa.<br />
No te imaginas qué belleza interior y qué<br />
luz sobrehumana en la frente del cholo. Su<br />
gesto de dolor desapareció para dar vida<br />
a una expresión de serenidad y bondad<br />
infinitas.<br />
2<br />
Pero ¿de qué murió? ¿Quizá envenenado?<br />
Me lo pregunté porque, hace poco tiempo,<br />
la extraña enfermedad de César Vallejo<br />
despertó también el interés y la<br />
imaginación de Roberto Bolaño. En su<br />
novela Monsieur Pain (Anagrama, 1999)<br />
el escritor fabuló sobre la muerte del poeta<br />
peruano en un ambiente en el que aparecen<br />
formas marginales de la ciencia y supuestas<br />
conspiraciones fascistas para asesinarle.<br />
Bolaño explicó que tuvo noticia de Pierre<br />
Pain por las memorias de Georgette<br />
Philipart, viuda de Vallejo, quien contaría<br />
en ellas que pidió los servicios de Monsieur<br />
Pain, curandero que trataba enfermos<br />
aplicando fenómenos mesméricos<br />
(doctrina del magnetismo animal del<br />
médico alemán Mesmer), para que curase<br />
de un nefasto ataque de hipo que hacía<br />
sufrir mucho a su moribundo esposo.<br />
Bolaño me contagió su interés.<br />
Considerando aspectos anamnésticos y<br />
otros, en cuanto médico —y en cuanto<br />
aficionado a investigar misterios literarios—<br />
me atrevo a sostener un diagnóstico<br />
que hasta ahora nadie ha emitido: César<br />
Vallejo falleció a consecuencias de una<br />
intoxicación crónica por solanina,<br />
agudizada en sus últimas cuatro semanas<br />
de vida. El Dr. Lemière habría debido<br />
considerar esa posibilidad. Que se sepa, no<br />
lo hizo, no obstante una publicación<br />
científica de su país, fechada veinte años<br />
antes —publicación que todavía hoy se<br />
cita—, había tratado detalladamente la<br />
causa de muerte de unos soldados franceses<br />
que saciaron sus muchas hambres —de<br />
semanas, que no de años— con patatas<br />
enverdecidas y con brotes. Consumidas,<br />
además, sin pelar y mal cocidas; es<br />
decir, muy tóxicas por su alto contenido<br />
de solanina. Los brotes de la patata<br />
enverdecida (porque conservada en<br />
ambiente húmedo y expuesta a la luz) son<br />
muy venenosos. En tal condición, una sola<br />
patata puede contener una dosis peligrosa<br />
de solanina.<br />
Hay suficiente información en Internet<br />
acerca de este veneno, cuya ingestión no<br />
mata hoy a muchos adultos porque las<br />
variedades comerciales de patata están<br />
controladas. Sí a niños, por lo que sigue<br />
mereciendo especial mención en el capítulo<br />
de las intoxicaciones alimentarias. Simula<br />
una infección —que el laboratorio no<br />
aclara— con fiebre, progresivo mal estado<br />
general, síntomas gastrointestinales,<br />
neurológicos y psiquiátricos, etcétera.<br />
Causa la muerte —no siempre, afortunadamente—<br />
sin que se sepa por qué: no es<br />
habitual pensar en la papa como causante.<br />
Pocos acumularon nunca tantos<br />
factores para devenir víctima de una<br />
intoxicación letal con solanina como<br />
César Vallejo, «alimentado de casi<br />
exclusivamente patatas cocidas mañana<br />
y noche». Seguramente estaba acostumbrado<br />
a soportar bien el veneno, pero<br />
la acumulación de éste en su organismo<br />
debió —en el transcurso de muchos<br />
años— haber llegado a niveles críticos.<br />
No pocas veces se sintió al borde de la<br />
muerte. Al sentirse muy enfermo, siguió<br />
alimentándose de lo que a él y su mujer<br />
les parecía que era lo único que podía<br />
tolerar. Los jugos gástricos se encargan<br />
de neutralizar parcialmente la toxina. A<br />
él, le habían extirpado parte del estómago;<br />
y seguramente neutralizaba los que<br />
producía con bicarbonato de sodio.<br />
Además, en su pobreza, las patatas que<br />
compraba en 1938 en París eran<br />
seguramente las más baratas que podía<br />
conseguir. Enverdecidas.Y éstas había que<br />
aprovecharlas al máximo, pelarlas poco<br />
o nada; cocerlas, bien cocidas, significaba<br />
un gasto adicional.<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
25
El 5 de febrero de este 2009 murió<br />
en París un poeta y escritor franco-uruguayo<br />
de extrema derecha y excomunista:<br />
Ricardo Paseyro. Murió, quizás,<br />
con poca gloria en cuanto poeta, pero<br />
sin duda con mucha pena en cuanto persona<br />
porque había verificado el fracaso del<br />
proyecto al que dedicó al menos la mitad<br />
de su vida: destruir a <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>. Fue<br />
un profesional del <strong>antinerudismo</strong>, con una<br />
virulencia y una tenacidad sólo comparables<br />
a las de <strong>Pablo</strong> de Rokha, pero al mismo<br />
tiempo muy diversa porque era, diríamos,<br />
abstracta, no fundada sobre razones<br />
de rivalidad personal dentro de un territorio<br />
común. En cierto modo quedan misteriosas<br />
las motivaciones psicológicas que<br />
sostuvieron a Paseyro durante decenios en<br />
su infatigable tarea. ¿Sólo ganar dinero escribiendo<br />
y publicando sobre un tema que<br />
vendía, que tenía buena cotización en el<br />
mercado de la Guerra Fría? No parece<br />
26 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
Ricardo Paseyro, el profesional<br />
MÉLINA CARIZ<br />
Université de la Sorbonne Nouvelle – Paris III<br />
suficiente como explicación. Tampoco su<br />
proclamado amor reverencial hacia la poesía<br />
(pero sólo hacia el tipo de poesía que él<br />
practicaba), sospechosamente machacón. Lo<br />
triste de este asunto, y todo parece indicarlo,<br />
es que Ricardo Paseyro será recordado<br />
sólo o principalmente por sus escritos y gestiones<br />
antinerudianos, vale decir, por su estéril<br />
odio al poeta chileno.<br />
Paseyro nace el 05.12.1925 en Mercedes,<br />
Uruguay. Desde niño viaja a varios países<br />
de América Latina bajo un nombre falso<br />
por la expatriación de su padre, diputado<br />
que, tras el golpe de estado reaccionario del<br />
31 de marzo de 1933, llamó a la insurrección<br />
y marchó al exilio. De retorno a Uruguay,<br />
murió en 1937. El hijo se apasiona<br />
por la literatura, la poesía y la política extranjera,<br />
y es iniciado al marxismo por dos<br />
personajes famosos en el país: el doctor<br />
Emilio Troise, amigo de la familia, y el doctor<br />
Augusto Bunge, traductor al español del<br />
Faust de Goethe. En el aspecto literario y<br />
poético, Paseyro dice haber sido influenciado<br />
en su juventud en particular por Rubén<br />
Darío, Juan Ramón Jiménez, Miguel de<br />
Unamuno y José Bergamín.<br />
Adhiere en su juventud al Partido Comunista<br />
de Uruguay y viaja con la delegación<br />
uruguaya al Congreso Mundial de Partidarios<br />
de la Paz (París 1949). Durante ese<br />
congreso conoce a <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> (Paseyro<br />
pretende, sin embargo, haberlo conocido en<br />
agosto de 1945, supuestamente en Uruguay)<br />
y trabaja durante un mes como factótum del<br />
poeta. De aquel período las memorias de<br />
Paseyro evocan algunos momentos seleccionados<br />
a través de un prisma malintencionado<br />
y unívocamente denigrador: <strong>Neruda</strong> alo-<br />
Mélina Cariz<br />
jando el lujoso Hotel Georges V (el poeta<br />
le había explicado que era para eludir a la<br />
policía francesa y la expulsión del país,<br />
lo que era verdad); su relación con una<br />
«mujer vieja», Delia del Carril, «nacida<br />
de la aristocracia argentina más afortunada»<br />
(Paseyro 2007: 62); como primer<br />
regalo de aquel benévolo secretariado,<br />
<strong>Neruda</strong> le presenta a un cliente habitual<br />
del hotel, Ilyá Ehrenburg; en calidad de<br />
chofer, Paseyro acompaña a <strong>Neruda</strong> a una<br />
cita con Louis Aragon y Elsa Triolet; y<br />
en otra ocasión a una cita con Picasso, a<br />
quien <strong>Neruda</strong> solicita infructuosamente<br />
una ilustración para su Canto general, y<br />
Paseyro se complace en relatar el viaje<br />
de vuelta: «El espectáculo de su vanidad<br />
mortificada era deleitable, en el auto<br />
rumiaba su rabiosa decepción» (Paseyro<br />
2007: 65).<br />
Durante un viaje a Praga, al cual son<br />
invitados todos los delegados sudamericanos,<br />
Paseyro toma conciencia de las<br />
fallas del socialismo real: «la ideología<br />
en la que abstractamente creía me pareció,<br />
de repente, horrible» (ibídem, 75).<br />
Puesto que Francia e Italia se niegan a<br />
acoger al comunista <strong>Neruda</strong> (por razones<br />
de Guerra Fría y por presiones del gobierno<br />
chileno), temiendo ser reconocido el<br />
poeta pide a Paseyro ir al Consulado británico,<br />
haciéndose pasar por su secretario,<br />
para pedir una visa, trámite que no<br />
resultó. Naturalmente Paseyro le dirige la<br />
consabida crítica de querer vivir en occidente<br />
y no en un país socialista: «el más<br />
estalinista de los poetas estaba obligado<br />
a vivir en URSS o en cualquier ‘democracia<br />
popular’» (ibídem, 80).
Su primer libro de poesía Plegaria por<br />
las cosas es publicado en 1950, de vuelta<br />
de su viaje a Europa, en Buenos Aires, con<br />
dedicatoria a su «maestro y amigo» José<br />
Bergamín, escritor y poeta español exiliado<br />
en Uruguay. El Partido Comunista desaprueba<br />
su libro, y es la ocasión para que<br />
el poeta abandone su poco convencida<br />
militancia.<br />
Paseyro se instala en Francia en 1951<br />
y en 1953 contrae matrimonio con Anne-<br />
Marie, la hija menor del poeta francés Jules<br />
Supervielle, de conocida familia de banqueros<br />
franco-uruguayos. La pareja elige<br />
España como destinación para el viaje de<br />
bodas y pasan allí varios meses. La actividad<br />
literaria y de traductor de Ricardo<br />
Paseyro se desarrolla sobre todo en conexión<br />
con España, a donde viaja a menudo.<br />
Allí publica poemas y escribe para la<br />
revista Índice a partir de 1952.<br />
Tras su fugaz militancia de izquierda y<br />
su contacto con <strong>Neruda</strong> (objeto sólo de críticas<br />
y veneno en sus memorias), Paseyro<br />
se desplaza de pronto, y con gran soltura<br />
de cuerpo, hasta el otro extremo del tablero<br />
político y se convierte así en un<br />
anticomunista activo y militante, polemista<br />
infatigable, ligado a los más radicales<br />
grupos de derecha en España y Francia.<br />
Cumple funciones diplomáticas en<br />
Havre y Rouen desde 1960 a 1973, año en<br />
que viene destituido por Juan María<br />
Bordaberry, presidente de facto tras el ‘golpe’<br />
militar de junio 1973. Paseyro obtiene<br />
entonces la nacionalidad francesa. Deviene<br />
redactor de Contrepoint, trimestral político-literario<br />
de circulación confidencial<br />
(1970-1976), propiedad de Patrick<br />
Devedjian, ex-ministro y presidente del<br />
Conseil Général de Hauts-de-Seine. La<br />
colaboración en Contrepoint es el apogeo<br />
de un período muy político, precedido por<br />
el ensayo L’Espagne sur le fil (Laffont,<br />
1976), uno de los primeros libros sobre la<br />
transición española, donde curiosamente se<br />
denuncia el peligro rojo que amenazaría a<br />
España tras la muerte de Franco.<br />
Paseyro colabora también en la revista<br />
L’Aurore, que se interesa en política exterior.<br />
Enviado como corresponsal por esta<br />
revista, vive en Irán durante casi un año, y<br />
viaja también a Afganistán, Estados Uni-<br />
dos y Taiwán. Fue igualmente, hasta poco<br />
antes de su muerte, colaborador del diario<br />
Minute y de Radio Courtoisie, ambos medios<br />
de la extrema derecha francesa.<br />
Paseyro evocará sus reticencias hacia<br />
<strong>Neruda</strong> desde el primer encuentro, acusándolo<br />
retrospectivamente incluso de simular<br />
su condición de perseguido político por<br />
parte del presidente González Videla (lo<br />
que evidencia su mala fe). «Monótona, prosaica,<br />
estancada —le debo este último y<br />
justo epíteto a Juan Ramón Jiménez—, la<br />
poesía nerudiana me interesaba menos que<br />
su mito. Inventando un falso peligro, debido<br />
a la situación política de su país, viajó<br />
a Francia, donde el partido le preparó una<br />
estrepitosa publicidad.» (Paseyro 2007:<br />
62).<br />
«Un día —recordará un amigo— a<br />
Ricardo Paseyro le dio la ventolera de escribir<br />
una crítica acerba, feroz, de la poesía<br />
y de los escritos y actividades políticas<br />
de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>, el gran tótem de la poesía<br />
hispanoamericana del siglo XX. Dar a<br />
la imprenta aquella crítica constituyó un<br />
suicidio literario, juzgó Mario Parajón, director<br />
de la Editorial Verbum, de poesía.»<br />
(Fernando-Guillermo de Castro, en Diario<br />
de Ibiza, 20.03.2009). Alusión al pan-<br />
Paseyro poco antes de su muerte.<br />
fleto La palabra muerta de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>,<br />
publicado en Madrid por el editor H. E.<br />
Munuesa, 1958 [y reproducido en El Bacalao,<br />
Santiago 2004]. El ensayo es traducido<br />
más tarde al francés por su amigo<br />
Dominique Roux y publicado en 1965 y<br />
1972 bajo el título de Le mythe <strong>Neruda</strong>.<br />
Paseyro elige, para prologar su ensayo, el<br />
famoso texto en que Juan Ramón Jiménez<br />
califica a <strong>Neruda</strong> como un «gran mal poeta»<br />
(en Españoles de tres mundos, Buenos<br />
Aires, Losada, 1942). Al desentenderse de<br />
la —también conocida— rectificación del<br />
escritor español en su “Carta pública a <strong>Pablo</strong><br />
<strong>Neruda</strong>”, escrita en Florida en enero<br />
de 1942, Paseyro exhibe una nueva prueba<br />
de su mala fe.<br />
El panfleto se divide en dos partes. En<br />
la primera, “Sobre dos fundaciones de su<br />
mito: la americanidad y la política”,<br />
Paseyro sostiene que «<strong>Neruda</strong> y el<br />
Nerudismo tuercen la poesía sudamericana»<br />
y que el poeta chileno no es realmente<br />
un comunista sino un oportunista, un «poeta<br />
burgués». Según Paseyro, la poesía de<br />
<strong>Neruda</strong> no sigue ni contiene huella alguna<br />
de filosofía, de pensamiento ni de visión<br />
marxista del mundo, y se limita sólo a acatar<br />
las órdenes del partido. Y a seguir sus<br />
intereses particulares. Así, en su libro Las<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
27
De izq. a der.: Paseyro joven, Jorge Guillén y Fernando-Guillermo de Castro en Ibiza, 1958.<br />
uvas y el viento (1954) ataca a todos los<br />
gobernantes hostiles a Moscú, salvo a uno:<br />
Juan Domingo Perón. Y esto porque su<br />
principal editor, Losada, tiene asiento en<br />
Buenos Aires.<br />
En la segunda parte, “El mito literario”,<br />
el nivel de la crítica es aún más penoso.<br />
Condena en particular como<br />
apoética la «enumeración amorfa» en las<br />
Odas elementales y en Las uvas y el viento.<br />
Luego subraya y critica el carácter heroico,<br />
triunfalista y egocéntrico del yo<br />
poético. Más adelante condena la «vulgaridad»,<br />
la «grosería», la «indecencia»<br />
de la poesía amorosa en Los versos del<br />
capitán (refiriéndose a los poemas “El tigre”,<br />
“El cóndor” y “El insecto”). Termina<br />
su ‘investigación’ con esta sentencia:<br />
«Al fin de este periplo ya sabemos qué<br />
destino da <strong>Neruda</strong> a las palabras que le<br />
prestó la lengua para inventar mundos<br />
nuevos. No las cuida, las corrompe... Su<br />
palabra muerta es hojarasca de la tierra.»<br />
(Paseyro 2004: 158-159). Condena total,<br />
absoluta. Ni siquiera el buen gusto, por<br />
parte de alguien que se autodefine «poeta<br />
decadente» (ibídem, 148), de intentar al<br />
menos la ‘comprensión’ de un poeta diferente,<br />
o del fenómeno histórico-culturalliterario<br />
que <strong>Neruda</strong> innegablemente encarnó<br />
durante el siglo XX.<br />
A principios de los años 60, Paseyro<br />
animó una encarnizada campaña de prensa<br />
para impedir que le otorgaran el Nobel<br />
28 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
de literatura a <strong>Neruda</strong>, a través de virulentos<br />
artículos y citas de textos del poeta (sobre<br />
Stalin) en Le Figaro, o de intervenciones<br />
radiales. En sus memorias <strong>Neruda</strong> mismo<br />
refiere las fatigas y afanes de su enemigo:<br />
«Más inconcebible y más aventurado<br />
aún fue el viaje a Estocolmo de este<br />
mismo uruguayo, en el año de 1963. Se<br />
rumoreaba que yo obtendría en aquella<br />
ocasión el premio Nobel. Pues bien, el tipo<br />
visitó a los académicos, dio entrevistas de<br />
prensa, habló por radio para asegurar que<br />
yo era uno de los asesinos de Trotski. Con<br />
esa maniobra pretendía inhabilitarme para<br />
recibir el premio.» (Confieso que he vivido,<br />
en OC, V, 722-723).<br />
Si bien los esfuerzos de Paseyro —sumándose<br />
a los de la CIA— alcanzaron un<br />
éxito transitorio en 1963 y 1964, en definitiva<br />
no lograron impedir que la academia<br />
sueca otorgara finalmente a <strong>Neruda</strong> el Premio<br />
Nobel de Literatura en 1971.<br />
Despechado, como si lo hubieran ofendido<br />
personalmente, Paseyro escribirá entonces:<br />
«La consagración del señor <strong>Neruda</strong><br />
instituye la irresponsabilidad como norma<br />
de la vida intelectual» (Le mythe <strong>Neruda</strong>,<br />
edición 1972, trad. mía).<br />
La campaña personal de Paseyro contra<br />
<strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> se prolongó hasta el final<br />
de sus días, según lo manifiesta su libro de<br />
memorias publicado en 2007. Sus motivaciones<br />
aparentes revelan una compleja y<br />
curiosa mezcla de ojeriza política y encono<br />
personal. Acaso la envidia no haya sido<br />
ajena a la animadversión que el uruguayo<br />
profesó infatigablemente a <strong>Neruda</strong>.<br />
REFERENCIAS<br />
Ricardo PASEYRO, “La palabra muerta de <strong>Pablo</strong><br />
<strong>Neruda</strong>” [1957], en L. Sanhueza, ed., El Bacalao.<br />
Diatribas antinerudianas y otros textos (Santiago,<br />
Ediciones B, 2004), 135-159.<br />
Ricardo PASEYRO, Toutes les circonstances<br />
sont aggravantes. Mémoires politiques et littéraires.<br />
Paris, Éditions du Rocher, 2007. [Trad. de citas:<br />
Mélina Cariz.]<br />
<strong>Pablo</strong> NERUDA, Obras completas, 5 vols., edición<br />
de Hernán Loyola. Barcelona, Galaxia Gutenberg<br />
& Círculo de Lectores, 1999-2002.<br />
El inefable Paseyro<br />
Fragmentos de una carta de Ricardo Paseyro<br />
al profesor Giuseppe Bellini (Universidad de<br />
Milán), estudioso, editor y amigo de <strong>Neruda</strong><br />
en Italia, fechada en Roma el 17.08.1967.<br />
«Distinguido señor Bellini: ... Es inútil recalcarle<br />
que si usted no se acuerda conmigo<br />
en casi nada, a propósito de <strong>Neruda</strong>, yo<br />
no me acuerdo con usted en nada, prácticamente<br />
en nada, de sus opiniones favorables<br />
a él. Ello no impide que podemos hablar<br />
tranquilamente del tema, como se habla<br />
entre gente bien educada, es decir, no<br />
contaminada por la vulgaridad, la soecia,<br />
el fanatismo y la megalomanía que comparten<br />
—¡Fuenteovejuna, todos a una!—<br />
<strong>Neruda</strong> y la unanimidad de sus adictos<br />
—salvo usted, honrosa y sola excepción<br />
que yo conozca. Pues usted, seria y razonablemente,<br />
se refiere a mi ensayo,<br />
me atrevo a mi turno, sin ánimo agresivo<br />
alguno, y porque la poesía es lo único<br />
que me interesa en la vida, me atrevo<br />
a decirle que si no estuviese yo curado<br />
de espanto, su texto sobre <strong>Neruda</strong> me<br />
afligiría. Que un hispanista de su cultura,<br />
de su agudeza y de su calidad pueda citar a<br />
<strong>Neruda</strong> a la altura de Góngora o de Darío<br />
(¡de Rubén, Señor, de Rubén, el Dios de la<br />
poesía, de Rubén, ese artista incomparable,<br />
esa alma religiosa, ese corazón asombrado<br />
de la música astral, ese espíritu impregnado<br />
del sentimiento de lo infinito!),
que pueda usted colocar a la vera del metafísico<br />
Machado ese pedazo de materia<br />
bruta y mimética a la vez a que se reduce<br />
<strong>Neruda</strong>, sobrepasa mi imaginación...<br />
«Usted se preguntará, y yo también me<br />
lo pregunto, por qué me explayo así ante<br />
un adversario. Que somos adversarios,<br />
aun si usted no se considera mi adversario:<br />
yo lo soy, irreductiblemente, de todos<br />
aquellos que, como usted, contribuyen<br />
al mito vergonzoso de <strong>Neruda</strong>, buscón<br />
de la poesía, angurriento de premios,<br />
bufón de honores...<br />
«Para nueva y última muestra de contradicción<br />
perpetua, propia de toda<br />
démarche intelectual honesta, aquí le envío<br />
“En la altamar del aire” y “Mortal amor<br />
de la batalla”. No me placería que estos<br />
poemas le pareciesen malos, pero si le<br />
gustaren, me desconsolaría. Porque si lo<br />
que yo hago es poesía, no lo es lo que hace<br />
<strong>Neruda</strong>. Una cosa excluye la otra. Le agradezco<br />
que me considere usted un poeta de<br />
valor, y le agradeceré más aún si mi libro<br />
lo confirma en ese juicio. Pero no puedo<br />
aceptarlo, porque aceptarlo implicaría que<br />
el amor del coro y la búsqueda del infinito<br />
son compatibles entre sí.»<br />
— de Quaderni Ibero-Americani nº 99,<br />
Torino (junio 2006).<br />
<strong>Neruda</strong> sobre Paseyro<br />
Se irán los crueles dioses con anteojos,<br />
los peludos carnívoros con libro,<br />
los pulgones y los pipipaseyros.<br />
Y cuando esté recién lavado el mundo<br />
nacerán otros ojos en el agua<br />
y crecerá sin lágrimas el trigo.<br />
— Cien sonetos de amor, soneto XCVI<br />
Tan insana, e igualmente persistente, ha<br />
sido la folletinesca persecución literariopolítica<br />
desatada contra mi persona y mi<br />
obra por cierto ambiguo uruguayo de apellido<br />
gallego, algo así como Ribeyro. El<br />
tipo publica desde hace varios años, en<br />
español y en francés, panfletos en que me<br />
descuartiza. Lo sensacional es que sus<br />
proezas antinerúdicas no sólo desbordan<br />
el papel de imprenta que él mismo costea,<br />
sino que también se ha financiado costosos<br />
viajes encaminados a mi implacable<br />
destrucción.<br />
—Confieso que he vivido, en OC, V, 722.<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
29
¿Qué motiva el activo <strong>antinerudismo</strong> que<br />
persiste hasta hoy? O, mejor, ¿qué nos<br />
muestra acerca de los requerimientos a que<br />
debían responder poetas, poesía, intelectuales,<br />
ciudadanos? Los <strong>antinerudismo</strong>s<br />
son de larga y variada estirpe. En el ámbito<br />
nacional, la guerrilla literaria de los años<br />
30 a 50 enfrentó a personalidades en expansión<br />
que se disputaban una estrecha<br />
esfera pública enfocada en la literatura. Se<br />
enfrentaban visiones de la poesía entendidas<br />
como únicas y excluyentes: si había<br />
vanguardismo y surrealismo de marca sellada<br />
y registrada, no podía existir un<br />
<strong>Neruda</strong>; si contábamos con un fundador<br />
de la poesía latinoamericana en vigencia,<br />
el otro debía extinguirse; si un poeta podía<br />
mediar entre la política, el mundo popular<br />
y el proyecto de modernidad literaria<br />
en el país, el otro tenía que ser un advenedizo<br />
y un plagiario a la moda. Hay<br />
una larga historia de rencillas, infidelidades<br />
y fidelidades enceguecedoras, antipatías<br />
personales, chisme y cahuineo, envidias<br />
y susceptibilidades que vincula los<br />
nombres de <strong>Neruda</strong>, el grupo Mandrágora,<br />
<strong>Pablo</strong> de Rokha, Huidobro, Teófilo Cid,<br />
Rosamel del Valle, Tomás Lago, y un largo<br />
etcétera que incluye a un grupo de pares<br />
vinculados por publicaciones, antologías,<br />
casas, bares, calles de la capital, balnearios<br />
y la provincia, en un tiempo cuando<br />
la literatura era también, y de manera<br />
importante, un asunto de grupos y capillas.<br />
Con la mala leche y peleas contrastan<br />
amistades y afectos profundos que forjaron<br />
prólogos, poemas, iniciativas compartidas.<br />
Más tarde, cuando el poeta ciudadano<br />
y hombre público alcanza relevancia<br />
nacional e internacional en un mundo<br />
marcado por la guerra fría, surge un férreo<br />
<strong>antinerudismo</strong> en el que se conjuga<br />
el rechazo a sus posiciones y compromisos<br />
políticos, con un juicio parcializado<br />
de su obra que encuentra en ella tantas fal-<br />
30 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
Navegaciones y anclajes del<br />
<strong>antinerudismo</strong><br />
MARÍA LUISA FISCHER<br />
Hunter College of the City University of New York<br />
tas como las que se identificaban en el<br />
Cominterm, el mundo socialista, o el Partido<br />
Comunista chileno. Hay polemistas<br />
destacados y reflexivos (Octavio Paz, Juan<br />
Ramón Jiménez) y otros mucho menos (un<br />
incansable Ricardo Paseyro que dedica<br />
toda su energía a campañas en contra de<br />
su odiado ante la Academia Sueca; un Jorge<br />
Délano, Coke, que habla del “oro de<br />
Moscú” y, aludiendo a Stalin, de «la musa<br />
bigotuda» que inspiraría Canto general 1 ).<br />
En los sesenta, erigido en símbolo revolucionario,<br />
el nombre de <strong>Neruda</strong> se utiliza<br />
para ventilar las diferencias de orientación<br />
que la dirigencia cubana mantenía<br />
con el PC chileno respecto al carácter de<br />
la lucha por el cambio social en América<br />
Latina. La carta abierta de julio de 1966,<br />
firmada por más de 100 escritores y artistas,<br />
conocida como la “Carta de los cubanos”,<br />
acusaba con retórica retorcida a<br />
<strong>Neruda</strong> de haber abandonado sus principios<br />
y lo convocaba, con un tuteo fraternal que<br />
pretendía ser amistoso, a reconocer que la<br />
única línea correcta estaba marcada por el<br />
enfrentamiento con el imperialismo en el<br />
ámbito internacional, y por la violencia<br />
como método de lucha en América Latina<br />
2 . Con la misma lógica que se observa<br />
en las explicaciones conspirativas paranoicas,<br />
se llamaba a considerar, a partir del hecho<br />
de haber obtenido el visado a los<br />
E.E.U.U, por qué se lo habrían otorgado a<br />
<strong>Neruda</strong> y quién sacaría ventajas con su presencia<br />
en el país. No hay détente ni comienzo<br />
del fin de la guerra fría, se afirma en el<br />
libelo, sino un “programa de castración”<br />
que intenta neutralizar a los intelectuales<br />
de izquierda más influyentes; los EE.UU.<br />
“[e]stán a la búsqueda de quienes, pretendiendo<br />
hablar a nombre nuestro, presentan<br />
la revolución y la violencia como algo de<br />
mal gusto. Y encuentran, pagando su<br />
precio, a esos sensatos, a esos colaboracionistas,<br />
a esos traidores.” (5: 1395). La<br />
María Luisa Fischer<br />
implicación es durísima, hasta insultante.<br />
El lenguaje, de una agresividad pasiva que<br />
se oculta en el género íntimo de la carta<br />
para hacer públicos el dogma y una condena<br />
radical. Se ha establecido que a través<br />
del ataque a <strong>Neruda</strong> se expresaba una disputa<br />
por la orientación de los movimientos<br />
de transformación social en el continente<br />
(la línea guevarista vs la de profundización<br />
de la democracia), pero resulta revelador<br />
que se considerara apropiado apelar a la figura<br />
de un poeta para la misión 3 . Demuestra,<br />
por una parte, el escrutinio al que estaba<br />
sometido el accionar de <strong>Neruda</strong> y la exigencia<br />
de que cada uno de sus actos representara<br />
algo más, mejor y mayor. En un<br />
sentido más amplio es, por otro lado, demostración<br />
del papel central que se le asigna<br />
a la poesía y los poetas en un momento<br />
en que predomina, paradójicamente, un discurso<br />
antiinte-lectualista (al cual el propio<br />
<strong>Neruda</strong> no se sustraía), que rechaza la experimentación<br />
formal y la noción de autonomía<br />
del ámbito de lo social, enfatizando<br />
formas artísticas que se asimilan al trabajo<br />
manual y aporten a la causa. Desde una trinchera<br />
ideológica opuesta a la que motivaba<br />
las diatribas de Coke, la “Carta de los cubanos”<br />
propone una lógica basada en la<br />
continuidad sin fisuras entre la persona pública,<br />
el ciudadano comprometido y las personas<br />
de los libros. Por eso, no es casual<br />
que ambos mencionen al poeta de Canto<br />
general, un volumen cuya ficción se sostiene,<br />
precisamente, en la fusión intrincada<br />
de estas categorías.<br />
Con ocasión del centenario se publica<br />
El Bacalao: diatribas antinerudianas y<br />
otros textos que, recordando el apodo que
le dedicaba Huidobro a <strong>Neruda</strong>, recoge<br />
una prosa en ocasiones desafortunada. El<br />
compilador Leonardo Sanhueza arguye<br />
que la antología busca ser una respuesta a<br />
lo que se estima una excesiva exposición<br />
pública y mediática del poeta, y un intento<br />
de mirar críticamente el sitial que le correspondería<br />
en una historia de la poesía<br />
chilena demasiado regida por la presencia<br />
de los 4 grandes de la lírica nacional. El<br />
Bacalao parece identificar con justeza el<br />
agotamiento de una forma de aproximación<br />
a <strong>Neruda</strong> que privilegia repetitivamente<br />
su personalidad, pero no logra situarla<br />
en contextos que la hagan comprensible<br />
más allá de un afán de figuración<br />
apabullante que resulta, en el caso que nos<br />
ocupa, a todas luces insuficiente. Considero<br />
más certera la observación de Sergio<br />
Missana quien, apuntando algunos efectos<br />
negativos de su elevación en ícono nacional,<br />
señala que «resulta difícil una mirada<br />
fresca . . . sobre <strong>Neruda</strong>, que se ha<br />
transformado en símbolo, en póster y también<br />
en marca. Es difícil entablar un diálogo<br />
íntimo con un monumento. . . . Su<br />
edificación siempre tiene algo de arbitrario<br />
(los centenarios, por ejemplo, son ocasiones<br />
dudosas, homenajes al sistema métrico<br />
decimal) y conlleva un obligado fervor<br />
nacionalista. Celebramos a las figuras<br />
literarias como íconos patrios.» (“Apuntes<br />
sobre la poesía política de <strong>Neruda</strong>”).<br />
Como ilustra El Bacalao, es posible identificar<br />
en la actualidad una extendida reacción<br />
de disgusto-pataleta entre escritores<br />
y animadores culturales jóvenes que,<br />
sin embargo, fallan a la hora de<br />
contextualizar para comprender el fenómeno<br />
<strong>Neruda</strong>, historizándolo, y fallan<br />
también a la hora de leer de manera renovada<br />
y cuidadosa su poesía, más allá<br />
de las nociones estereotipadas que circulan,<br />
sobre todo con respecto de los libros<br />
capitales.<br />
En el contexto de la dificultad de<br />
historizar la figura del poeta que detecto<br />
entre los jóvenes antinerudianos, puede resultar<br />
particularmente significativo un testimonio<br />
de la historia reciente del<br />
<strong>antinerudismo</strong>. Me refiero a las páginas del<br />
diario personal de Hernán Valdés de 1970<br />
incluidas en el número especial con que<br />
la revista Anales de la Universidad de<br />
Chile rinde homenaje al Nobel de Literatura<br />
de 1971. Como un aporte a la celebración,<br />
el texto pone en el tapete los reparos<br />
de intelectuales y escritores que buscan<br />
desplegarse bajo la sombra amplia del<br />
poeta, en un entorno de acelerados cambios<br />
sociales que exigen definiciones y<br />
compromisos. El número especial de Anales<br />
acoge una mirada conflictuada sobre<br />
el homenajeado lo que, a mí entender, representa<br />
un gesto revelador de independencia<br />
y distancia críticas. En “Navegación<br />
con <strong>Neruda</strong> y conflictos de la admiración”,<br />
el autor de Apariciones y desapariciones<br />
(1964), Tejas verdes (1974) y A<br />
partir del fin (1981) analiza el significado<br />
de su interacción cotidiana con el poeta,<br />
con quien coincide durante una larga travesía<br />
por barco desde puertos europeos a<br />
Valparaíso. Valdés apunta las pequeñeces<br />
y mezquindades propias y las de <strong>Neruda</strong>,<br />
de quien anota sus estrategias para preservar<br />
la intimidad y observa, tanto sus susceptibilidades<br />
a la crítica, como sus respuestas<br />
a las formalidades y exigencias<br />
sociales. Hacia el final del fragmento del<br />
diario se entrega la evaluación más completa<br />
sobre “[e]l fenómeno <strong>Neruda</strong> . . . en<br />
la sociedad contemporánea. (299)” El marco<br />
de la reflexión lo provee el bloqueo<br />
creativo que enfrenta el autor durante la<br />
composición de la novela Zoom (1971),<br />
es decir, a la fertilidad nerudiana se opone<br />
la parálisis temporal de un sujeto<br />
hipercrítico que no se permite salidas fáciles<br />
a conflictos internos y externos. Lo<br />
que explica el prestigio excepcional de<br />
<strong>Neruda</strong> es que, con él, la poesía rompe «su<br />
círculo de transmisión elitivo», quien bien<br />
podría ser “el último caso de un individuo<br />
que, a través de [ella], establece una comunicación<br />
con la sociedad” (ídem). El<br />
yo nerudiano de la poesía social “trasciende<br />
la naturaleza y la historia”, asume personalmente<br />
los conflictos sociales, construye<br />
“un discurso moral revolucionario<br />
del vate del pueblo”, en fin, se instala como<br />
una renovación y sobrevivencia del romanticismo.<br />
En el texto de Anales se incluye una<br />
“Nota final” en la que el diarista relee y<br />
revisa sus impresiones que a todas luces son<br />
más conflictivas que admirativas 4 . Vale la<br />
pena citar en extenso esta sección que todavía<br />
hoy ilumina los porqués y los cómo<br />
de los <strong>antinerudismo</strong>s. En un país «mediocre<br />
en personalidades culturales», Valdés<br />
detecta en su propia actitud crítica,<br />
una exigencia aberrante de que las personas<br />
sean una cosa distinta de lo que objetivamente<br />
son. . . . [L]a sobresaliente situación intelectual<br />
de <strong>Neruda</strong> conduce a que uno exija de<br />
su conducta una coherencia y una lucidez superiores.<br />
Debido a esa situación . . . uno hace a<br />
<strong>Neruda</strong> responsable de representarnos en sus<br />
actos. Uno exige que <strong>Neruda</strong> actúe exactamente<br />
como lo habría hecho uno si ocupara su lugar.<br />
De ahí el conflicto y los reproches. De ahí<br />
la enorme cantidad de desencantamientos que<br />
ha producido en su vida y las opiniones contradictorias<br />
que existen sobre él. . . . <strong>Neruda</strong> tendría<br />
que haber sido un prodigio para responder<br />
afortunadamente a tantas exigencias . . . (301)<br />
Enfrentado a la incomodidad o rechazo<br />
ante el <strong>Neruda</strong>-símbolo, Valdés descubre<br />
tardíamente una respuesta alternativa<br />
en la poesía: “sus versos son la única posibilidad<br />
de encontrarlo y de reconocerlo<br />
en su verdadera grandeza” (301).<br />
En una amarga ironía final, <strong>Neruda</strong> reacciona<br />
al diario de navegación con<br />
“(H.V.)”, un poema de ocasión que se recoge<br />
en El mar y las campanas (OC 3:<br />
924-925). En él, un sujeto poético “fatigado<br />
de rostros” que persigue, a pesar de<br />
todo, la comunicación, fustiga al compañero<br />
de barco, acusándolo de mezquindad<br />
e inseguridad, y de menoscabarse en “una<br />
guerra / contra la propia sombra”. Al cotejar<br />
poema y diario se descubre que<br />
subyace en ellos una temática común que<br />
acaso no se explicitó a tiempo: el deseo<br />
de ambos de escapar a sujeciones y obligaciones<br />
sociales (desde la figura símbolo<br />
con su generosa sombra, hasta la más<br />
pedestre de la buena educación) que restringen<br />
la comprensión e impiden relaciones<br />
menos mediadas y más libres. Asimismo,<br />
pienso que la réplica del poema dobla<br />
y reitera los puntos ciegos del propio<br />
<strong>Neruda</strong> y de sus detractores de hoy, que<br />
no consiguen dirimir y distinguir las muchas<br />
capas que componen una compleja<br />
figura.<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
31
OBRAS CITADAS<br />
“Carta abierta a <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>”. Obras Completas<br />
de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>. Vol. 5. Ed. Hernán Loyola.<br />
Barcelona: Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores,<br />
2002. 1390-1396.<br />
DÉLANO, Jorge (“Coke”). Yo soy tú. Santiago:<br />
Zig-Zag, 1956.<br />
FERNÁNDEZ Retamar, Roberto. Recuerdo a.<br />
La Habana: Unión de Escritores y Artistas de Cuba,<br />
1998.<br />
LOYOLA, Hernán. “La otra escritura de <strong>Pablo</strong><br />
<strong>Neruda</strong> II”. Prólogo. Obras Completas de <strong>Pablo</strong><br />
<strong>Neruda</strong>. Vol. 5. Ed. Hernán Loyola. Barcelona: Galaxia<br />
Gutenberg-Círculo de Lectores, 2002. 9-36.<br />
MISSANA, Sergio. “Apuntes sobre la poesía<br />
política de <strong>Neruda</strong>”. 30 jun. 2005 .<br />
NERUDA, <strong>Pablo</strong>. “(H.V)”. Obras completas.<br />
Ed. Hernán Loyola. Vol. 3. Barcelona: Galaxia<br />
Gutenberg-Círculo de Lectores, 2000. 924-925.<br />
SANHUEZA, Leonardo, ed. El Bacalao:<br />
Diatribas antinerudianas y otros textos. Santiago:<br />
Ediciones B, 2004.<br />
—.“<strong>Neruda</strong>, vivo o muerto”. Prólogo. El Bacalao:<br />
Diatribas antinerudianas y otros textos. 11-15.<br />
VALDÉS, Hernán. “Navegación con <strong>Neruda</strong> y<br />
conflictos de la admiración”. Anales de la Universidad<br />
de Chile 157-160 (1971): 297-301.<br />
—.“1970. Navegación con <strong>Neruda</strong>”. Fantasmas<br />
literarios. Una convocación. Santiago: Aguilar,<br />
2005. 181-185.<br />
NOTAS<br />
1 El periodista y dibujante publica su Yo soy tú,<br />
mezcla de autobiografía, crónica y libelo con un largo<br />
subtítulo que alude al interés por el cine del autor:<br />
“Argumento de Jorge Délano F. Dirección de ‘Coke’.<br />
Los episodios que aparecen en esta película son<br />
auténticos y no una mera coincidencia. No<br />
recomendable para señoritas”. Se ilustra, entre otros<br />
materiales, con caricaturas de <strong>Neruda</strong>.<br />
2 La “Carta de los cubanos” se puede consultar<br />
bajo “Carta abierta a <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>” en Obras<br />
Completas de Galaxia Gutenberg-Círculo de<br />
Lectores, Tomo 5, 1390-1396, edición por la que cito.<br />
3 Ver las notas de H. Loyola que acompañan el<br />
texto de la “Carta” y su prólogo “La otra escritura de<br />
<strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> II” que explica el contexto de la misma,<br />
(OC: 5, 12-16). También en las memorias de uno de<br />
sus redactores, Roberto Fernández Retamar, Recuerdo<br />
a (1998).<br />
4 Para otra interesante reelaboración del episodio<br />
del viaje en barco, ver en las memorias literarias del<br />
mismo autor Fantasmas literarios. Una convocación<br />
(2005), “1970. Navegación con <strong>Neruda</strong>”. Allí se<br />
consigna, por ejemplo, que <strong>Neruda</strong> facilitó la<br />
publicación de la novela Zoom en la editorial<br />
mexicana Siglo XXI.<br />
32 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
Apostilla del Director<br />
La publicación del testimonio de Hernán Valdés (aquí aludido por M. L. Fischer)<br />
tiene una pequeña historia que quiero contar en el ámbito del <strong>antinerudismo</strong>. Pocos<br />
meses después de la asignación del Nobel a <strong>Neruda</strong> (octubre 1971) el secretario general<br />
de la Universidad de Chile, Raúl Bitrán, me encargó la edición de un número de homenaje<br />
en la revista Anales de ese ateneo, que aparecerá a comienzos de 1973 pero fechado<br />
1971 (nº 157-160). Valdés era un escritor en ascenso que yo estimaba mucho, por lo cual<br />
le solicité aquel testimonio cuyas «observaciones», como él las llamará en su libro Fantasmas<br />
literarios (2005), me sorprendieron por lo que entonces juzgué, tratándose de un<br />
homenaje al Nobel de <strong>Pablo</strong>, inoportuna desmesura o iconoclastia de un escritor joven.<br />
La publicación de aquel texto de Valdés no fue un gesto mío de independencia crítica<br />
(como M. L. Fischer generosamente supone) sino el difícil resultado, a contrapelo, del<br />
duro e inesperado conflicto que me fue impuesto. Hoy no lo publicaría en el contexto de<br />
un homenaje a <strong>Neruda</strong>. Lo sentí entonces como una respuesta poco amistosa de Valdés a<br />
mi petición, pues él no podía ignorar (aunque hasta ahora finge lo contrario) que su<br />
testimonio suscitaría irritación en <strong>Pablo</strong>. Más aún, ahora creo que era precisamente lo<br />
que buscaba. Y lo logró.<br />
La responsabilidad es mía, sin embargo, porque por un falso sentido de independencia<br />
crítica no fui capaz (no tuve el coraje) de rechazar un texto no exento de méritos pero<br />
tan ajeno al espíritu del volumen. Falso porque, en verdad, de lo que no supe<br />
independizarme (y rechazar) fue de la violencia que Valdés ejerció sobre mí al enviarme<br />
ESE texto. Obviamente no era la única cosa que él podía (y sabía) escribir acerca de<br />
<strong>Neruda</strong> en ESA ocasión, e incluso aquélla, la elegida, habría podido escribirla en otra<br />
clave menos insidiosa y más equilibrada o más dialéctica. Y sobre todo más generosa.<br />
Motivaciones no le habrían faltado, a comenzar por la publicación de Zoom que le debía<br />
a <strong>Neruda</strong>, como el mismo Valdés —y no el poeta— declarará mucho después, en sus<br />
Fantasmas literarios de 2005, y no entonces como habría podido… y debido, quizás.<br />
Porque fue durante esa navegación que <strong>Neruda</strong> ofreció su intervención ante Orfila para<br />
que la novela que Valdés estaba escribiendo entonces, Zoom, destinada a la modesta Zig-<br />
Zag chilena, fuera publicada en cambio por la muy prestigiosa —a nivel internacional—<br />
editora mexicana Siglo XXI. Lo que puntualmente había ocurrido ya (1971).<br />
Sin embargo Valdés prefirió hacerme llegar un testimonio en antipatía, cuyo título<br />
alude a «conflictos de la admiración». Pero ninguna real admiración se advierte en el<br />
texto: su brillante escritura oculta una gélida distancia, una mirada oscura y unilateral,<br />
sin empatía ni ánimo de ecuanimidad. <strong>Pablo</strong> no me dijo nada esta vez (habíamos tenido<br />
otras discrepancias), pero la publicación le dolió mucho a juzgar por el poema “H. V.”<br />
incluido, póstumo, en El mar y las campanas. Sólo muchos años más tarde el libro Fantasmas<br />
literarios —testimonio de una época que leí, yo sí, con auténticos «conflictos de<br />
la admiración»— me aclaró la reacción de <strong>Pablo</strong>. Con respecto a varios de los fantasmas<br />
evocados Valdés se comporta como con <strong>Neruda</strong>. Al cierre del libro, y a pesar del tiempo<br />
transcurrido, Valdés vuelve sobre aquella navegación con <strong>Neruda</strong>, y sobre aquel testimonio<br />
suyo, con la misma mezquindad de treinta años antes y fingiendo no comprender<br />
aún: «Qué opiniones sobre él, qué imagen de su persona, o qué capítulo de la novela<br />
desataron su ira, como para dedicarme después unos versillos resentidos y enconados,<br />
fueron un enigma que entonces no pude resolver.» Cuando leí estas líneas comprendí<br />
finalmente que <strong>Pablo</strong> no había exagerado al dedicarle esos ‘versillos’ (y hasta llegué a<br />
pensar, por primera vez, que tras esas líneas y otras de su libro se esconden las razones<br />
últimas que han impedido a Valdés devenir, de hecho y de reconocimiento, el gran escritor<br />
que en potencia es).<br />
— Hernán Loyola
H. V.<br />
Me sucedió con el fulano aquél<br />
recomendado, apenas conocido,<br />
pasajero en el barco, el mismo barco<br />
en que viajé fatigado de rostros.<br />
Quise no verlo, fue imposible.<br />
Me impuse otro deber contra mi vida:<br />
ser amistoso en vez de indiferente<br />
a causa de su rápida mujer,<br />
alta y bella, con frutos y con ojos.<br />
Ahora veo mi equivocación<br />
en su triste relato de viajero.<br />
Fui generoso provincianamente.<br />
No creció su mezquina condición<br />
por mi mano de amigo, en aquel barco,<br />
su desconfianza en sí siguió más fuerte<br />
como si alguien pudiera convencer<br />
a los que no creyeron en sí mismos<br />
que no se menoscaben en su guerra<br />
contra la propia sombra. Así nacieron.<br />
–<strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong><br />
El mar y las campanas, 1974<br />
CRÓNICA<br />
La Cátedra <strong>Neruda</strong> en la<br />
Universidad de Chile<br />
Un acuerdo firmado en junio 2009 entre la Universidad de Chile (Facultad de<br />
Filosofía y Humanidades) y la <strong>Fundación</strong> <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> puso en marcha el funcionamiento<br />
de la Cátedra <strong>Neruda</strong>. Su primera actividad será (en octubre) el curso del profesor<br />
visitante Greg Dawes (North Carolina State University at Raleigh, USA), autor del reciente<br />
libro Verses Against the Darkness / <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>’s Poetry and Politics (2006), quien<br />
dictará también conferencias en las tres Casas de la <strong>Fundación</strong> (La Chascona, Isla Negra y<br />
La Sebastiana). El Departamento de Literatura ofrecerá cursos de magíster y doctorado<br />
sobre <strong>Neruda</strong> y la poesía chilena, y habrá becas para estudiantes interesados en el tema.<br />
El convenio fue firmado en La Chascona por el presidente de la FPN, Juan Agustín<br />
Figueroa, y por el profesor Jorge Hidalgo, Decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades<br />
de la UCh, en presencia del Vicerrector Académico del ateneo, profesor Íñigo Díaz.<br />
Ambos firmantes recordaron las relaciones que el poeta <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> mantuvo, durante<br />
toda su vida, con la principal universidad del país.<br />
La biblioteca del Departamento de Literatura formará una sección especial dedicada a<br />
la bibliografía nerudiana, a comenzar por las Obras completas del poeta, nueva edición de<br />
H. Loyola en 5 volúmenes (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1999-2002). La Cátedra, coordinada<br />
por Manuel Jofré, propiciará también un número monográfico nerudiano de la Revista<br />
Chilena de Literatura, que aparecerá en 2010 con ocasión del Bicentenario.<br />
El 105º cumpleaños de <strong>Pablo</strong><br />
en La Chascona<br />
El viernes 10 de julio, a las 19:00 horas, en la Casa-Museo La Chascona hubo una<br />
sesión literaria para celebrar el 105º cumpleaños del poeta. En ella participaron:<br />
— Cynthia González (estudios de postgrado en España y de Doctorado en Literatura<br />
Chilena e Hispanoamericana en la Universidad de Chile) sobre el tema “El tiempo en la<br />
obra de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>”.<br />
— Brenda Müller (escritora, concluye su Magíster en Literatura Chilena e Hispanoamericana<br />
en la Universidad de Chile) con un “Examen de La espada encendida”.<br />
— Juan Manuel Silva y Simón Villalobos (poetas, editores de la revista Contrafuerte,<br />
ambos con grado de Magíster en Literatura) con lecturas de poemas de <strong>Neruda</strong>.<br />
— Manuel Jofré (profesor de la Universidad de Chile y miembro del Directorio de la<br />
<strong>Fundación</strong> <strong>Neruda</strong>) dirigió la ceremonia y explicó su significado.<br />
Cynthia González y<br />
Brenda Müller<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
33
ADIOSES<br />
Jorge Enrique Adoum<br />
(1926-2009)<br />
El notable escritor, político y diplomático<br />
ecuatoriano Jorge Enrique<br />
Adoum falleció en Quito el viernes<br />
03.07.2009, a los 83 años, a causa de un<br />
paro cardíaco en la clínica donde se encontraba<br />
hospitalizado.<br />
Nacido en 1926 en Ambato, 120 kilómetros<br />
al sur de la capital de Ecuador, es<br />
recordado por una obra que apela al corazón<br />
más fiel de los amantes de la palabra<br />
escrita, pero también por ser uno de los<br />
representantes de una generación de intelectuales<br />
que rechazaron con la fuerza de<br />
un huracán las injusticias sociales en su<br />
país y en América Latina. Y dentro de su<br />
fuerte compromiso social brindó su apoyo<br />
a la Revolución cubana.<br />
El Turco, como lo llamaban cariñosamente,<br />
fue el autor de Entre Marx y una<br />
mujer desnuda, El amor desenterrado y<br />
otros poemas, Notas del hijo pródigo, No<br />
son todos los que están y Postales del trópico<br />
con mujeres, entre otras muchas obras.<br />
En sus años juveniles estudió Derecho y<br />
Filosofía primero en la Universidad Central<br />
del Ecuador y, más tarde, en la Universidad<br />
de Santiago, Chile, país donde<br />
tuvo el honor de ser, por cerca de dos años,<br />
el secretario privado de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>.<br />
Luego de un golpe militar que tuvo lugar<br />
en Ecuador, Adoum residió en París<br />
donde se desempeñó como lector de literatura<br />
en diferentes lenguas para las ediciones<br />
Gallimard, al tiempo que ejercía<br />
como periodista de la Radio y Televisión<br />
de Francia, traductor de la ONU y la OIT.<br />
[Michel Hernández, Cuba.]<br />
Recuerdo de Adoum<br />
JOSÉ MIGUEL VARAS<br />
Premio Nacional de Literatura<br />
La noticia de su muerte en la prensa<br />
nacional fue breve y errónea. No<br />
completó, como dicen, sus estudios en la<br />
34 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
Universidad de Santiago de Chile, que en<br />
los años 40 no existía, sino en la<br />
Universidad de Chile.<br />
Lo conocí en aquellos tiempos, muy<br />
joven y muy flaco, con unos ojos negros y<br />
prominentes que escudriñaban sin piedad<br />
a hombres y mujeres. Sobre todo a mujeres.<br />
Eran los años de la represión de González<br />
Videla, el tiempo de la Guerra Fría<br />
chilena, al decir de Carlos Huneeus. Me<br />
lo presentó Joaquín Gutiérrez en la Librería<br />
Nascimento. También estaban presentes el<br />
pintor Julio Escámez y el escritor Alfonso<br />
Alcalde. Los tres vivían en el mismo cuarto<br />
de una casa de pensión paupérrima y<br />
atravesaban pellejerías inauditas.<br />
Según los relatos verbales de Julio<br />
Escámez, a veces el hambre los despertaba<br />
a medianoche. Juntaban las chauchas,<br />
atravesaban la Alameda y llegaban a la<br />
fuente de soda “El Negro Bueno”, uno de<br />
los pocos locales de Santiago que<br />
funcionaban toda la noche. Allí tomaban<br />
una taza de café o de chocolate con leche,<br />
acompañada de unas tostadas. Sólo les<br />
alcanzaba para una taza que compartían<br />
entre los tres.<br />
A veces los visitaba Pepe Cases, un<br />
español extravagante, amigo de Alcalde, que<br />
compartía con ellos exiguas provisiones.<br />
La verdad es que su principal aporte era el<br />
ingenio. Los mantenía en vela noches<br />
enteras con el chisporroteo de su portentosa<br />
imaginación. Reían de tal manera que los<br />
vecinos daban golpes en la muralla para<br />
hacerlos callar. Pepe Cases sostenía por<br />
ejemplo que la dueña de la pensión era una<br />
dietista, que tenía su laboratorio en el<br />
sótano. Allí medía, con rigor en una balanza<br />
de precisión, los gramos de alimentos<br />
necesarios para proporcionar a sus<br />
pensionistas las calorías indispensables para<br />
que pudieran levantarse, ir hasta el comedor<br />
y tomar desayuno: unas tostadas con<br />
láminas translúcidas de dulce de membrillo<br />
y una taza de té muy pálido. La científica<br />
calculaba luego en gramos los nutrientes<br />
para generar la energía que les permitiera<br />
tomar el tranvía, llegar a sus centros de<br />
estudio y llegar de vuelta casi arrastrándose<br />
a la comida, una sopa clara de cabellos de<br />
ángel, que les daba exactamente la fuerza<br />
adecuada para levantarse de la mesa y<br />
dejarse caer en las camas. Si alguna vez<br />
tenían que correr tras el tranvía, se<br />
desmayaban. Si por un golpe de suerte<br />
extraordinario surgía la posibilidad de echar<br />
un polvo, iban a dar al hospital. Los sábados<br />
con la infaltable sopa de letras fueron<br />
bautizados por Cases “los sábados<br />
literarios”.<br />
La hambruna sólo tenía tregua cuando<br />
Adoum recibía su mesada desde Ecuador.<br />
Venían entonces dos o tres días<br />
pantagruélicos. Después se retornaba a la<br />
penuria anterior. La persecución política<br />
arreciaba. La policía buscaba a <strong>Neruda</strong>,<br />
entonces senador comunista, por todo el<br />
país. El Presidente González Videla<br />
pretendía procesarlo por “traición a la<br />
Patria”. En la Universidad de Chile los<br />
estudiantes organizaron un mitin de<br />
protesta. Uno de los oradores más fogosos<br />
fue Jorge Enrique Adoum. Logró a duras<br />
penas escabullirse de los carabineros que<br />
llegaron a interrumpir el acto y luego tuvo<br />
que pasar a la clandestinidad. Algo después<br />
pidió asilo en la Embajada de Ecuador y<br />
en 1949 regresó a su país.<br />
En los años del exilio leímos su famosa<br />
novela Entre Marx y una mujer desnuda<br />
(1976) llevada con éxito al cine. Una<br />
estremecedora visión de vidas juveniles<br />
azarosas en Ecuador. Es autor de otras<br />
novelas notables, pero seguramente lo<br />
principal de su obra es su abundante y<br />
valiosa producción poética, muy influida<br />
en sus primeros tiempos por el <strong>Neruda</strong> de<br />
las Residencias. Citamos de su poema “El<br />
desenterrado”:<br />
Si dijeras, si preguntaras de dónde<br />
viene, quién es, en dónde vive, no podría
hablar sino de muertos, de substancias<br />
hace<br />
tiempo descompuestas y de las que sólo<br />
quedan los retratos…<br />
Sin embargo, pronto descubre y<br />
afianza su propio estilo, su voz, su tono,<br />
que contiene un curioso sentido del humor.<br />
Su obra poética es caudalosa. Destacan<br />
sus Cuadernos de la tierra. He aquí una<br />
muestra de su libro Yo me fui con tu<br />
nombre por la tierra, de 1964:<br />
LA VISITA<br />
(Capítulo de novela)<br />
Llamo a la puerta.<br />
—Quién es, pregunto.<br />
—Yo, contesto.<br />
—Adelante, digo.<br />
Yo entro.<br />
Me veo el que fui hace tiempo.<br />
Me espera el que soy ahora.<br />
No sé cuál de los dos está más viejo.<br />
En 1990 lo vimos y lo escuchamos por<br />
última vez leyendo sus versos en el Centro<br />
de Extensión de la Universidad Católica,<br />
en compañía de Gonzalo Rojas, Humberto<br />
Díaz Casanueva y Nicanor Parra. Nada<br />
menos. Frente a ese estado mayor de la<br />
poesía chilena, la de Adoum no desmereció,<br />
antes bien brilló con luz propia.<br />
Santiago, julio 2009.<br />
PUBLICACIONES<br />
jofré<br />
Manuel JOFRÉ, <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> / De los mitos<br />
y el ser americano. Santo Domingo (República<br />
Dominicana), Ediciones Ferilibro, 2004.<br />
Con el fin primero y último de develar el ser<br />
americano y caribeño en la poesía de <strong>Neruda</strong>,<br />
este libro imbrica y hace dialogar perspectivas<br />
teóricas de distintas y variadas matrices<br />
epistemológicas. Por ejemplo, para dar cuenta<br />
de la inscripción y evolución del mito en algunos<br />
momentos de la obra nerudiana, Jofré recurre<br />
al modelo actancial estructuralista de<br />
Algirdas Greimas (Semántica estructural. Investigación<br />
metodológica, Madrid, Gredos,<br />
1976). Ello le permite, por ejemplo, visualizar<br />
cómo el sujeto residenciario se concentra en<br />
las diversas expresiones de la materia, al tiempo<br />
que el objeto se expresa en que dicha materia<br />
llegue a alcanzar la categoría de existencia.<br />
Pero el esquema actancial deja de serle operativo<br />
a Jofré para dar cuenta de una característica<br />
fundamental de la creación nerudiana: la<br />
búsqueda de una obra global, que se expresa en<br />
la renovación constante de estilos. Apela enton-<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
35
ces a los postulados de Northorp Frye<br />
(Anatomy of Criticism, Princeton, Princeton<br />
University Press, 1973), quien, desde la posición<br />
de la Nueva Crítica, postula que el<br />
mito central de toda obra literaria es el fenómeno<br />
de la búsqueda. Específicamente,<br />
Jofré remite a Frye en lo que refiere al<br />
develamiento de las relaciones entre la Naturaleza<br />
y los procesos psicológicos activados<br />
en el discurso poético nerudiano. Esto le<br />
permite constatar cómo a cada período del<br />
día (amanecer, atardecer) y a cada estación<br />
del año se adscriben determinadas significaciones.<br />
En el caso del verano, por ejemplo,<br />
dicha temporada se vincula a los estados<br />
de plenitud, de integración de lo masculino<br />
y lo femenino, etcétera.<br />
Sin embargo, para develar la dualidad<br />
luz / oscuridad, eje de significación presente<br />
en toda la obra de <strong>Neruda</strong>, Jofré abre<br />
nuevamente su caja de herramientas y recurre<br />
a las propuestas que ofrece la<br />
mitocrítica y en especial Gilbert Durand<br />
(Estructuras antropológicas de lo imaginario:<br />
Introducción a la arquetipología general,<br />
Madrid, Taurus, 1982), estudioso que<br />
ha organizado los mitos discursivos desde<br />
el punto de vista de la relatividad de la luz.<br />
Sus postulados ayudan a Jofré a entender<br />
el proceso de la luz en el discurso<br />
nerudiano, cómo en una primera etapa<br />
(desde 1915) la presencia de lo luminoso<br />
y lo solar poseen una activa presencia que,<br />
sin embargo, irá desdibujándose en una<br />
atmósfera crepuscular.<br />
Sobre los conceptos de mito y héroe se<br />
recurre a la semiótica de Juri Lotman (“Myt-<br />
Name-Culture”, in Soviet Semiotics, Daniel<br />
P. Lucid, Editor, 1973), quien define el mito<br />
como «el cruce por parte del héroe del límite<br />
de un estrecho espacio cerrado y su pasaje<br />
a un mundo sin límites». Jofré aplica tal<br />
definición al proceso que va desde Residencia<br />
en la tierra hacia el Canto general, donde<br />
«el héroe parte del espacio cerrado, estrecho<br />
y oscuro de la subjetividad, (...) hacia un<br />
pasaje a un mundo externo sin límites, esto<br />
es, a una realidad abierta donde no hay restricciones<br />
que detengan el desenvolvimiento<br />
de los diversos sectores».<br />
Para ver de qué manera se fundan los<br />
mitos posicionales en la obra de <strong>Neruda</strong>,<br />
Jofré dialoga específicamente con Mircea<br />
36 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
Eliade (Patterns in Comparative Religion,<br />
New York, Meridian Books, 1974). De él<br />
toma algunas reflexiones acerca del sentido<br />
de lo mítico y la morfología de lo sagrado.<br />
En la obra de <strong>Neruda</strong> este espacio central<br />
se condensa en el sujeto poético y en<br />
la vegetación, expresión de la naturaleza<br />
que representa la fertilidad.<br />
Finalmente, para visualizar las metáforas<br />
de lo masculino y lo femenino inscritas<br />
en el imaginario nerudiano y en el<br />
ser americano y caribeño en general, la<br />
investigación apela a la fenomenología de<br />
la percepción de Gastón Bachelard (Psicoanálisis<br />
del fuego, Madrid, Alianza Editorial,<br />
1996). Jofré plantea que «el ser americano<br />
y caribeño, al haber perdido el fuego<br />
iniciático, por el colonialismo que se le<br />
impuso, quedó amputado del tiempo mítico,<br />
sagrado, circular, propio de las culturas<br />
nativas».<br />
Una vez aclarado esto, Jofré se sumerge<br />
en la tarea de organizar el complejo entramado<br />
de la obra de <strong>Neruda</strong>, proponiendo<br />
tres grandes etapas que se suceden de<br />
manera dialéctica. La primera de ellas cubre<br />
los años 1915-1935 y se caracteriza<br />
por ser una poesía eminentemente «subjetiva»<br />
y centrada en el yo, con un claro<br />
dominio de la función expresiva. Dicha<br />
etapa se define además por «la búsqueda<br />
de un lenguaje poético propio», la aventura<br />
amorosa, «la presencia de la palabra<br />
poética» y el despliegue del primer término<br />
de la dualidad agrario / mineral. La se-<br />
gunda gran etapa se inicia en 1936 y se<br />
extiende hasta 1957. Es el momento de la<br />
conversión de <strong>Neruda</strong>, producto de su vivencia<br />
en España: poesía «objetiva» y<br />
comprometida con las circunstancias sociales.<br />
Por último, en 1958 se abre una<br />
etapa que concluye en 1973, tiempo en que<br />
se produce un equilibrio entre lo subjetivo<br />
y lo objetivo, y con ello la integración<br />
de lo social y lo individual, lo luminoso y<br />
lo oscuro, la política y la poesía.<br />
Según Jofré, en la primera etapa la<br />
poetización del sur chileno implicó una<br />
visión luminosa de esa realidad. Posteriormente,<br />
la experiencia amorosa del hablante<br />
parece requerir de una atmósfera más<br />
bien crepuscular. Desde comienzos de 1920<br />
la oscuridad comienza a insinuarse paulatinamente<br />
y a intensificarse en la segunda<br />
etapa. El tipo de subjetividad activada y la<br />
presencia de los procesos materiales acentúan<br />
la atmósfera gris que define el temple<br />
de ánimo del hablante residenciario. Pero<br />
desde la conversión de <strong>Neruda</strong> en España,<br />
en 1936, vuelve a reinar la luz sobre la oscuridad.<br />
El descubrimiento del otro y los<br />
valores de solidaridad que esto conlleva,<br />
hacen de la luz un portavoz del cambio<br />
social que el mundo espera. Por último, en<br />
Odas elementales se produce lo que Jofré<br />
define como la «victoria definitiva de la<br />
luz» y la alegría de vivir, aunque advierte<br />
que posterior a ese libro se inicia una «experiencia<br />
de otoño crepuscular» donde la<br />
melancolía y la nostalgia es lo que prima.
La división en unidades de sentido<br />
como etapas, fases, etc., no anula la existencia<br />
de un continuum responsable del<br />
carácter unitario y articulador de las partes.<br />
Y el proyecto que regula ese continuum<br />
es justamente la indagación del espacio<br />
americano y caribeño. Dicha matriz comenzó<br />
a proyectarse tímidamente en la<br />
primera etapa (con el motivo de la búsqueda<br />
amorosa), se acentuó en la segunda (con<br />
el tema de la subjetividad) y alcanza su máxima<br />
expresión en la tercera y, específicamente,<br />
en el Canto general, que «puede<br />
ser leído como una apertura entre la luz y<br />
la oscuridad» y como el libro donde convergen<br />
todas las líneas de sentido que van<br />
configurando el ser americano y caribeño.<br />
En consecuencia, el ser americano y<br />
caribeño en la obra de <strong>Neruda</strong> se define en<br />
primer lugar por ser un dispositivo de búsqueda<br />
y creación transversal a todas sus<br />
épocas. En segundo lugar el ser americano<br />
y caribeño es una forma de existencia donde<br />
se debate y se gestiona la esencia de la<br />
cultura en sus múltiples expresiones: estructuras<br />
sicológicas, identidades genéricas,<br />
etc. En tercer lugar el ser americano<br />
es una praxis, una acción sostenida en torno<br />
y desde la cual se generan las relaciones<br />
discursivas que el sujeto establece con<br />
el género humano y con la naturaleza. Al<br />
constituirse en la historia y al proponerse<br />
como una argumentación es a la vez un<br />
mito, es decir, un «dispositivo estructural<br />
articulador del discurso».<br />
El corpus nerudiano se erige así como<br />
agente de reivindicación de un sujeto colectivo<br />
preparado para la gesta liberadora.<br />
En Canto general se condensa el impulso<br />
de reescribir poéticamente la historia volviendo<br />
la mirada hacia el origen intocado.<br />
De esta forma en la obra poética de <strong>Neruda</strong><br />
se recupera el mito para dar cuenta de una<br />
nueva forma de bautismo, o, en palabras de<br />
Manuel Jofré, un «nuevo rito redentor».<br />
— Cristián Montes Capó<br />
Universidad de Chile<br />
fischer<br />
María Luisa FISCHER, <strong>Neruda</strong>: construcción<br />
y legados de una figura cultural. Santiago:<br />
Editorial Universitaria, 2008. 231 páginas.<br />
«Pero cuando pido al intrépido / me sale el<br />
viejo perezoso, / y así yo no sé quién soy, /<br />
no sé cuántos soy o seremos», decía <strong>Neruda</strong><br />
en “Muchos somos”, Estravagario. Se<br />
sabe que todo el mundo representa una faceta<br />
diferente de su personalidad pública<br />
y privada según el contexto social. Somos,<br />
por naturaleza, seres sociales. Nada más<br />
lógico entonces que explorar las dimensiones<br />
variadas de la personalidad del vate<br />
chileno. Y sin embargo, si bien es cierto<br />
que la crítica ha solido ver al menos dos<br />
caras del poeta, no ha ido más allá de la<br />
dicotomía <strong>Neruda</strong> auténtico versus <strong>Neruda</strong><br />
dogmático (sus obras hasta 1936 y a partir<br />
de 1958, serían las del auténtico; las obras<br />
escritas entre esas fechas, las del dogmático).<br />
El poeta desatado con sus plenos poderes<br />
poéticos contrasta con el que estuvo<br />
altamente comprometido con el marxismo.<br />
Una exploración más fructífera de las fases<br />
en la vida y obra de <strong>Neruda</strong> la hace<br />
Hernán Loyola al describir al poeta moderno<br />
y posmoderno, este último siendo<br />
el que despliega varios aspectos de su personalidad<br />
y su pensamiento poético y po-<br />
lítico a partir de 1958. 1 Este muy valioso<br />
libro de María Luisa Fischer se propone<br />
explorar precisamente los muchos <strong>Neruda</strong>s<br />
que se generan incluso antes de la consolidación<br />
de su figura en el Canto general.<br />
Su objetivo, dice la autora, es «lograr<br />
explicar la contradicción entre imagen<br />
estatuaria y mutabilidad poética y (…)<br />
poner a circular otros <strong>Neruda</strong>, construidos<br />
ahora conscientemente de tinta, en un espacio<br />
cultural específico» (30). Se trata<br />
de ver las personas poéticas que se inventa<br />
el poeta, así como datos biográficos, y las<br />
interpretaciones de críticos, amigos, y de<br />
los medios de comunicación, para así superar<br />
la imagen monumentalizada tanto en<br />
vida cuanto en obra poética.<br />
En el primer capítulo, “Autobiografías<br />
y memorias” el prisma consiste en las<br />
Memorias del poeta, la biografía de su querido<br />
amigo Volodia Teitelboim, <strong>Neruda</strong><br />
clandestino de José Miguel Varas, Mi vida<br />
junto a <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> de Matilde Urrutia,<br />
y Adiós poeta de Jorge Edwards. Si el<br />
Canto general establece una imagen pública<br />
del poeta que afirma su seguridad<br />
sobre su relación con la marcha de la historia,<br />
Confieso que he vivido solidifica su<br />
certeza en el relato de su vida y su lugar en<br />
la historia. A manera de ver de Fischer,<br />
<strong>Neruda</strong> se vuelve estatua que proyecta una<br />
imagen dominante que se asocia ineludiblemente<br />
con Chile y la lucha contra la<br />
injusticia social. La conocida biografía de<br />
Teitelboim sostendría y no cuestionaría esa<br />
percepción canonizada. Su libro es «garante<br />
de la cara más pública y oficial del<br />
poeta» (36). El de Varas enfocaría al<br />
<strong>Neruda</strong> anterior a la «oficialización de [su]<br />
proyección mundial». El autor de <strong>Neruda</strong><br />
clandestino hilvana los diálogos y pone en<br />
orden las versiones distintas del cruce simbólico<br />
de la cordillera de los Andes. Lo<br />
que sobresale, entonces, es un <strong>Neruda</strong> de<br />
carne y hueso inmerso en un ambiente y<br />
momento sociohistórico (1948) y no el<br />
poeta mítico. Así también, sostiene<br />
Fischer, en general «contrariando imágenes<br />
estereotipadas, en la organización de<br />
la clandestinidad hay lugar para el humor,<br />
la flexibilidad, el error y la precariedad en<br />
las soluciones» (45). En cambio, Matilde<br />
Urrutia resulta ser una «fidelísima herede-<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
37
a de <strong>Neruda</strong>», defensora de su marido y<br />
narradora que representa a los silenciados<br />
por el régimen de Pinochet. Finalmente,<br />
el libro de Edwards (al que da demasiado<br />
peso en mi opinión) narra ante todo sus<br />
propios recuerdos personales del poeta,<br />
queriendo así descubrir, dice Fischer, una<br />
«imagen nueva de quien es su objeto» (62).<br />
Si bien la autora reconoce que el libro del<br />
narrador chileno estriba en muchas anécdotas<br />
antinerudianas, no lo critica a suficiencia<br />
para mi gusto. Hay que depender<br />
demasiado del punto de vista subjetivo de<br />
Edwards, que, en rigor, logra recrear un<br />
<strong>Neruda</strong> binario: el que se aferra ‘ciegamente’<br />
al Partido Comunista y sin embargo<br />
‘subvierte’ la supuesta postura estética<br />
del Partido. No se trata, entonces, de una<br />
visión fresca y múltiple que le permitiera<br />
a Fischer explorar las caras distintas de<br />
<strong>Neruda</strong>, y por eso sorprende que la autora<br />
no lo critique abiertamente.<br />
En el capítulo 2, “Muertes y reapariciones<br />
literarias”, Fischer sostiene que la<br />
imagen de <strong>Neruda</strong> se consolidó y se volvió<br />
más monolítica durante la dictadura,<br />
cuando el poeta llega a ser el símbolo de<br />
la resistencia. Basándose en comentarios<br />
de Edwards y de José Donoso, en esta<br />
época, dice, <strong>Neruda</strong> deviene figura icónica<br />
aunque su obra misma no se leía (69-70).<br />
Fischer busca, entonces, la manera de<br />
aproximarse a la figura del poeta de una<br />
forma más realista, más íntima, al analizar<br />
Ardiente paciencia de Antonio<br />
Skármeta, “Carnet de baile” de Roberto<br />
Bolaño, y La desesperanza de Donoso. Se<br />
refiere en primer término al desfase entre<br />
Il Postino —la versión fílmica de la novela—<br />
y el libro de Skármeta, señalando<br />
que se descontextualiza la riqueza geográfica<br />
e histórica de la época de la Unidad<br />
Popular tan palpable en la novela, la cual,<br />
en cambio, logra asociar al poeta con el<br />
Chile del pre-golpe en una suerte de despedida<br />
nostálgica (75-79). El ensayo de<br />
Bolaño resulta ser para la autora —siguiendo<br />
las ideas de Harold Bloom— un<br />
rechazo a los padres literarios y una «embestida<br />
contra la biografía conocida» de<br />
<strong>Neruda</strong> (85). El libro de Donoso, publicado<br />
durante la dictadura, cuestiona la<br />
cultura política y los postulados de la iz-<br />
38 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
quierda chilena. El novelista logra hacer<br />
eso, de manera parecida a Edwards, al<br />
mismo tiempo que quiere recobrar a<br />
<strong>Neruda</strong> como persona (su afán coleccionista,<br />
sus casas, etcétera). Si es cierto que<br />
La desesperanza desmonta la «recepción<br />
ahistorizada de la figura de <strong>Neruda</strong>», lo<br />
hace al desarticular la síntesis entre el poeta<br />
y su cosmovisión política (92-93). Y esta<br />
postura refleja la desilusión con la izquierda<br />
que sufre Donoso a la par que permite<br />
guardar una imagen particular del poeta.<br />
Algo similar sucede en el caso del<br />
cuento de García Márquez “Alquilo para<br />
soñar”, según Fischer. El cuento del Premio<br />
Nobel colombiano nos permite conocer<br />
a <strong>Neruda</strong>, la persona de carne y<br />
hueso, cotidiano, sólo que en este caso no<br />
percibo la desilusión que la autora cree<br />
ver. Por añadidura, no hay esa bifurcación<br />
—evidente en los libros de Edwards<br />
y Donoso— entre la persona de <strong>Neruda</strong><br />
y su pensamiento político.<br />
El segmento más largo de ese capítulo,<br />
que versa sobre Fin de mundo, saca conclusiones<br />
a base de la obra tardía del poeta<br />
que guardan semejanzas con los estudios<br />
de Enrico Mario Santí (101-113). Se presenta<br />
una visión de la totalidad de las obras<br />
tardías apoyándose sobre un análisis de Fin<br />
de mundo. Se sugiere así que <strong>Neruda</strong> quiere<br />
completar el ciclo profético con ese libro<br />
siguiendo una “modalidad apocalíptica”.<br />
Según esta intepretación el fin de<br />
mundo sería el apocalípsis y no, como sostiene<br />
Hernán Loyola, el fin del mundo capi-<br />
talista y del ‘socialismo real’ 2 . De ahí el<br />
peligro de enfocar un solo libro como si<br />
fuera el representante de la obra tardía en<br />
su totalidad. Si en cambio enfocáramos<br />
otros entre los muchos libros publicados<br />
a partir de 1958, como Canción de gesta,<br />
Memorial de Isla Negra e Incitación al<br />
nixonicidio y alabanza a la revolución<br />
chilena, podríamos concluir que sigue latente<br />
una nueva formulación noapocalíptica<br />
del socialismo en la obra tardía<br />
del poeta.<br />
Aunque esa parte del capítulo no resulta<br />
tan convincente, sí logra darnos una<br />
idea de una paradoja fundamental en la<br />
vida del vate: que en los últimos años de<br />
su vida <strong>Neruda</strong> gozaba de una popularidad<br />
irrefrenable pero no se lo leía (108).<br />
Su personalidad y su postura política, dice<br />
Fischer, ya se había institucionalizado para<br />
esa época, dificultando así el entendimiento<br />
del poeta canónico (113). Ese tema se enlaza<br />
con el siguiente capítulo, “Los libros,<br />
el libro”. El Canto general consolida la<br />
imagen del «yo poético, autobiografía y escritura<br />
de la historia» de una manera insólita<br />
que perdura aún, y especialmente, durante<br />
los años de la dictadura.<br />
A continuación, Fischer pasa a obras<br />
de Raúl Zurita y Enrique Lihn, que procuran<br />
reescribir y reelaborar la imagen proyectada<br />
en el Canto general. Anteparaíso,<br />
de Zurita, no ofrece una resurrección de<br />
los oprimidos y muertos —como el<br />
poemario nerudiano— sino en las mentes<br />
de los sobrevivientes. Esta interpretación<br />
de la obra de <strong>Neruda</strong>, sugiere la autora,<br />
convalidaría la mitificación del poeta (128-<br />
32). En cambio, El paseo Ahumada, de<br />
Lihn, «no es profética ni menos instrumento<br />
para la salvación de nadie». El Pingüino<br />
percibe a la gente aplastada por la historia<br />
en época de la dictadura. El discurso<br />
del Canto general, parecería decirnos Lihn,<br />
ya no puede tener el mismo alcance histórico<br />
y político. Sólo se puede recurrir a un<br />
«canto particular» (134-35). De 1973 a<br />
1989, asevera Fischer, una de las pocas<br />
armas que le queda al escritor es esa óptica<br />
desde lo que Adolfo Sánchez Vázquez<br />
ha llamado el socialismo posmoderno. 3<br />
El capítulo siguiente, “Los libros, el libro<br />
II”, uno de los más interesantes en el
estudio de Fischer, se concentra sobre<br />
Estravagario y el trayecto de la obra<br />
nerudiana a partir del XX Congreso del<br />
PCUS. Dada la fragmentación del sujeto<br />
y la «crítica a las convenciones sociales»,<br />
este poemario reanuda un lazo, dice<br />
Fischer, con las Residencias. <strong>Neruda</strong><br />
retomaría ciertos principios vanguardistas<br />
—neovanguardistas a estas alturas— para<br />
afrontar otra crisis personal y política. Sin<br />
embargo, como apunta acertadamente la<br />
autora, <strong>Neruda</strong> no abandona sus convicciones<br />
políticas ni el Partido, ni tampoco<br />
se desahoga en público (aunque sí en Memorial<br />
de Isla Negra, Elegía, e indirectamente<br />
en Canción de gesta) a la hora de<br />
las revelaciones de Jruschov. Se trata entonces<br />
de la coexistencia del compromiso<br />
político, por un lado, y una poética experimental,<br />
por otro en Estravagario. Fischer<br />
presenta un análisis muy valioso de los diseños<br />
y su relación intertextual con los<br />
poemas, la tipografía y el diseño de la sobrecubierta,<br />
elementos que no se destacan<br />
en las ediciones posteriores a la primera.<br />
Este experimento poético, afirma la autora,<br />
es una manera de reconfigurar el compromiso<br />
entre el poeta como individuo y<br />
el proyecto colectivo (172).<br />
“Figuraciones fotográficas”, en cambio,<br />
a mi ver, es menos persuasivo. Al ver<br />
las identidades diferentes que asume<br />
<strong>Neruda</strong> a lo largo de los años, pero en particular<br />
en la estadía en el Oriente, en las<br />
fotos, Fischer buscaría una figura más<br />
multifacética y menos estatuesca (177).<br />
Interpreta las fotos de corte vanguardista<br />
que revelarían los disfraces y los trajes que<br />
mostrarían el intento del poeta de integrarse<br />
y simultáneamente alejarse de la multitud.<br />
Ya para Estravagario <strong>Neruda</strong> intentaría<br />
disolver su identidad, así como se<br />
autorrepresentó, mutatis mutandis, en Residencia<br />
en la tierra. Habría que añadir<br />
que si es así su auto imagen se va consolidando<br />
—a veces a pesar suyo— a partir<br />
de este momento con una nueva modalidad<br />
autobiográfica que incorpora también<br />
a su compromiso político.<br />
Esto último lo aborda Fischer en el sugerente<br />
epílogo del libro. Después del<br />
golpe y de la muerte de <strong>Neruda</strong>, la «imagen<br />
del escritor político que revela la his-<br />
toria americana y anuncia un futuro mejor»,<br />
sostiene la autora, «va quedando relegada<br />
a un segundo plano...» (199). Y se<br />
celebra una «excesiva exposición pública<br />
y mediática del poeta» que resalta sobre<br />
todo los aspectos biográficos a expensas<br />
de su propia obra (la lectura de ella) y de<br />
su pensamiento político (200). Basta pensar<br />
en el desfase entre Il Postino y Ardiente<br />
paciencia —que, notoriamente, se titula<br />
ahora El cartero de <strong>Neruda</strong>— y el marketing<br />
que desata, así como en la venta de<br />
todo tipo de objeto con la imagen del poeta.<br />
Se ha creado, entonces, un monumento<br />
en la sociedad de consumo a <strong>Neruda</strong>,<br />
haciendo de su biografía, mercancía (200-<br />
203). Irónicamente, como muy bien señala<br />
Armando Uribe, esto se da en el momento<br />
en que la sociedad queda corta de<br />
los ideales y de la sociedad a que aspiraba<br />
el vate. «Hoy somos ordinarios», dice,<br />
«porque el Chile que <strong>Neruda</strong> representaba<br />
no está a la vista» (cito por Fischer, 202).<br />
Se corre el peligro de que <strong>Neruda</strong> represente<br />
un pasado ya caduco sin dejarle un<br />
legado siquiera a los poetas de la actualidad.<br />
Pero ahí Fischer toma el caso de José<br />
Emilio Pacheco —poeta eminente del<br />
neovanguardismo— que, antes de la publicación<br />
de Estravagario, se había alejado<br />
de la obra de <strong>Neruda</strong>, pero que la vuelve<br />
a encontrar. Es más: afirma el poeta<br />
mexicano que sin <strong>Neruda</strong> «no hay poesía<br />
ni narrativa hispanoamericana del siglo<br />
veinte” (206). Por eso hay que buscar en<br />
esa «sombra de un porfiado ausente» que<br />
es el poeta, las lecciones de la historia y la<br />
inspiración para el futuro. Y el libro de<br />
Fischer nos ayuda a dar un paso importante<br />
en esa dirección.<br />
—Greg Dawes<br />
North Carolina State University<br />
NOTAS<br />
1 Ver “Modernidad/Posmodernidad como propuesta<br />
de periodización histórico-cultural”, A contracorriente,<br />
vol. 4, No. 3 (primavera del 2007): 69-85.<br />
http://www.ncsu.edu/project/acontracorriente/<br />
spring_07/Loyola.pdf<br />
2 Ver las notas de Loyola en <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>, Fin<br />
de mundo (Buenos Aires: Debolsillo, 2004), 143-<br />
45; y en OC, III, 978-985.<br />
3 Adolfo Sánchez Vázquez, “Radiografía del<br />
posmodernismo”, Nuevo Texto Crítico, segundo semestre<br />
(1990): 14.<br />
NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
39
Nerudiana personal<br />
PEDRO LASTRA<br />
Universidad Católica de Chile<br />
¿Cómo empieza esta relación? Lo primero<br />
fue el fulgor de una poesía que los adolescentes<br />
que fuimos encontramos de pronto e<br />
incorporamos a nuestras vidas de un modo<br />
casi natural. Hernán Castellano-Girón reseñó<br />
alguna vez esa experiencia en una nota<br />
titulada «El <strong>Neruda</strong> que nos trajo al mundo».<br />
Así fue, y yo me apresuro a suscribir<br />
ese título. Vuelvo a verme en un colegio de<br />
internos en Chillán, a fines de los años cuarenta,<br />
leyendo y releyendo los escasos poemas<br />
de <strong>Neruda</strong> que la avaricia del Estado<br />
ponía a disposición de los estudiantes. Fui<br />
entonces, por obra de una circunstancia que<br />
ya no siento como negativa, lector y relector<br />
de <strong>Neruda</strong>. Entre sus muchas enseñanzas de<br />
vida verdadera le debo ese hábito, intensificado<br />
por los años hasta convertirse en una<br />
amada costumbre. Apetencia de poesía, podría<br />
llamarla, de toda la poesía a mi alcance,<br />
y al comienzo sin más discernimiento entre<br />
lo bueno y lo dudoso que la aplicación de la<br />
precaria tabla de valores que me había fijado:<br />
quería encontrar y vivir un deslumbramiento<br />
parecido en todos los poemas que leía,<br />
y me ganaba una suerte de tristeza (no acierto<br />
a describir de otra manera tal sentimiento)<br />
cada vez que la lectura frustraba esa expectativa.<br />
Me ocurre aún, y seguirá ocurriéndo-<br />
40 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />
me: la vivencia de un límite entre la exaltación<br />
suscitada por los poemas que admiro y<br />
el desencanto –nunca la indiferencia– que<br />
experimento frente a los demás. No es que<br />
esperara oír la misma voz: buscaba voces distintas,<br />
pero de algún modo tan intensas como<br />
aquélla. Y así fue cómo, gracias a las que se<br />
oían en el vasto PAÍS NERUDA, sentí llegar<br />
las otras, las deseadas, que me abrieron<br />
el mundo y me fueron revelando que si el<br />
personaje de Rilke tenía razón al afirmar que<br />
«no existen trescientos poetas», la primera<br />
lección nerudiana, para mí, debía ser ésta:<br />
amar y honrar en sus palabras toda poesía, y<br />
buscar las nuestras, pero no repetirlo.