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antinerudismo - Fundación Pablo Neruda

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nerudiana<br />

<strong>Fundación</strong> <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> Santiago Chile nº 7 Agosto 2009 Director Hernán Loyola<br />

<strong>antinerudismo</strong><br />

De la envidia<br />

y sus alrededores<br />

escriben<br />

Mélina Cariz<br />

Gunther Castanedo P.<br />

Greg Dawes<br />

María Luisa Fischer<br />

Pedro Lastra<br />

Cristián Montes Capó<br />

Enrique Robertson<br />

Alain Sicard<br />

Mario Valdovinos<br />

José Miguel Varas<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

1


Sumario<br />

De la envidia y sus alrededores 4<br />

ALAIN SICARD<br />

El <strong>antinerudismo</strong> iconográfico de<br />

Javier Marías 10<br />

ENRIQUE ROBERTSON // ALAIN SICARD<br />

El <strong>antinerudismo</strong> delirante:<br />

<strong>Pablo</strong> de Rokha 13<br />

MARIO VALDOVINOS<br />

<strong>Neruda</strong> ante la «New Criticism»<br />

anglosajona 16<br />

GREG DAWES<br />

Un recado para Santí 20<br />

HERNÁN LOYOLA<br />

Larrea / <strong>Neruda</strong>: itinerario de una<br />

enemistad 21<br />

GUNTHER CASTANEDO PFEIFFER<br />

¿De qué murió César Vallejo? 24<br />

ENRIQUE ROBERTSON<br />

Ricardo Paseyro, el profesional 26<br />

MÉLINA CARIZ<br />

Navegaciones y anclajes del<br />

<strong>antinerudismo</strong> 30<br />

MARÍA LUISA FISCHER<br />

CRÓNICA 33<br />

ADIOSES:<br />

Jorge Enrique Adoum<br />

(1926-2009)<br />

Recuerdo de Adoum 34<br />

JOSÉ MIGUEL VARAS<br />

PUBLICACIONES 35<br />

TESTIMONIO<br />

Nerudiana personal 40<br />

PEDRO LASTRA<br />

Los juicios y opiniones vertidos en los artículos y<br />

demás materiales aquí publicados, son responsabilidad<br />

de sus respectivos autores.<br />

nerudiana<br />

nº 7 Agosto 2009<br />

director y editor<br />

Hernán Loyola<br />

secretaria de edición<br />

Adriana Valenzuela<br />

diseño y diagramación<br />

Juan Alberto Campos<br />

FUNDACIÓN PABLO NERUDA<br />

Fernando Márquez de la Plata 0192<br />

Providencia. Santiago-Chile<br />

2 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

nerudiana 7


Premisa necesaria: el <strong>antinerudismo</strong> no es un delito. Nuestro dossier<br />

dedicado a algunos casos de <strong>antinerudismo</strong> no se propone denunciar<br />

ni demonizar a quienes no aman a <strong>Neruda</strong>, o están en desacuerdo<br />

con su figura y/o con su escritura, o tienen frente a él reservas de cualquier<br />

tipo, o que derechamente lo odian. <strong>Neruda</strong> eligió ser un personaje<br />

público y exponer, por lo tanto, su trayectoria personal y su obra al abanico<br />

de divergentes cuanto legítimas opiniones, a exámenes, a críticas<br />

en favor y en contra, a valoraciones y rechazos, a simpatías y denuestos.<br />

Ni falta que le hace a <strong>Neruda</strong>, por lo demás, que alguien lo defienda<br />

de los infinitos ataques o agresiones de que fue y sigue siendo objeto (y<br />

que han alcanzado niveles verdaderamente extraordinarios, y únicos en<br />

Chile, por cantidad, ferocidad y mezquindad: basta hojear el reciente<br />

volumen El Bacalao para tener una idea de ello). Lejos de nuestra intención,<br />

por lo tanto, la de defender al poeta. Nos atenemos a su lema: «Yo<br />

respondo con mi obra». Nos guía sólo el propósito de dar un toque de<br />

atención hacia un fenómeno histórico-cultural que, no siendo raro en los<br />

itinerarios de las literaturas occidentales, adquiere en el de la literatura y<br />

de la cultura de los países que hablan español (y de Chile con particular<br />

relieve, por supuesto) características y formas dignas de notar por su<br />

volumen, virulencia y vitalidad en el tiempo — dura al menos desde el<br />

11 de noviembre de 1932 (fecha de la primera agresión pública de <strong>Pablo</strong><br />

de Rokha en el diario La Opinión) hasta hoy, a casi 36 años de la muerte<br />

de <strong>Neruda</strong>.<br />

El dossier se abre con un texto contextualizador de Alain Sicard,<br />

“De la envidia y sus alrededores”, versión abreviada de uno de los más<br />

penetrantes ensayos del estudioso de Poitiers. Siguen artículos sobre algunos<br />

“clásicos” como Juan Larrea, Ricardo Paseyro, <strong>Pablo</strong> de Rokha,<br />

más una curiosidad antinerudista del español Javier Marías. Incluimos<br />

también una nota de Greg Dawes sobre algunos representantes de la New<br />

Criticism norteamericana en sus análisis de <strong>Neruda</strong>.<br />

Nuestra aproximación al tema del <strong>antinerudismo</strong> no quiere ser dramática<br />

o indignada sino, en lo posible, humorística. Porque sus numerosas<br />

manifestaciones constituyen en su conjunto, desde nuestro punto de<br />

vista, un desmesurado cuanto involuntario homenaje al revés dedicado<br />

a <strong>Neruda</strong>. Lo tragicómico del asunto reside justamente en que sus principales<br />

actores no son conscientes del significado real de sus afanes y fatigas.<br />

Paseyro y de Rokha, los antinerudistas ‘profesionales’ por excelencia,<br />

despilfarraron penosamente muchos años de sus vidas, energías inmensas<br />

y hasta dinero (Paseyro) en intentar sin ningún éxito el derrumbe<br />

de <strong>Neruda</strong>. Un triste modo de quemar incienso ante el altar del odiado<br />

enemigo.<br />

La compilación antinerudista El Bacalao, publicada en 2004 con<br />

ocasión del centenario del nacimiento de <strong>Neruda</strong>, constituye el más emblemático<br />

de los ejemplos recientes. El volumen es una importante cuanto<br />

pintoresca recolección de documentos (diatribas antinerudianas según<br />

el subtítulo), hoy difícilmente accesibles en su mayoría, que cabría leer<br />

sólo como el resultado de una recherche científica de gran utilidad para<br />

ESTE NÚMERO<br />

la nerudología, si no fuera por el prólogo del compilador que declara una<br />

intención combatiente. Pero aunque su verdadera intención haya sido<br />

sólo la de ganar algún dinero, lo cierto es que su realización no habría<br />

sido posible ni tanto menos exitosa —porque la publicación misma del<br />

volumen no habría interesado a ningún editor— sin la derrota de los<br />

textos compilados (o sea, sin el fracaso de las tentativas demoledoras<br />

que ellos representan). Es por eso que El Bacalao, visto al trasluz, fue un<br />

importante acto de reconocimiento al Bacalao mismo durante su centenario:<br />

el homenaje del enemigo.<br />

En esta ocasión consideramos en particular algunos casos históricos<br />

de <strong>antinerudismo</strong> declarado y militante, pero también ciertas formas de<br />

un nerudismo que podríamos llamar ‘reticente’ porque fundado sobre<br />

reservas de orden ideológico que, legítimas por cierto en ese específico<br />

nivel, en el de la exégesis literaria terminan por debilitar las mejor intencionadas<br />

tentativas. El resultado es una suerte de nerudismo perdonavidas<br />

en cuanto salva al poeta a pesar de su tenaz adhesión al comunismo.<br />

Por supuesto que no se trata de compartir la ideología política del<br />

poeta y de sus textos, pero sí de examinarla desde la óptica de <strong>Neruda</strong><br />

mismo, teniendo en cuenta su perspectiva. Es lo que NO hace, por ejemplo,<br />

el crítico italiano Giuseppe Bellini, amigo de <strong>Neruda</strong> además de<br />

estudioso, traductor y difusor de su obra, cuando escribe con evidente<br />

buena fe: «<strong>Neruda</strong> ha sido efectivamente el intérprete de un siglo. Ninguno<br />

como él lo ha vivido con tanta intensidad y pasión. Podemos decir<br />

todo lo que parezca en torno a su ‘humanidad’, criticarlo por sus equivocaciones<br />

políticas, de las que a veces, con bastante torpeza, intentó justificarse<br />

o rescatarse, pero nadie puede negarle función de intérprete de<br />

toda una época.» (epígrafe a J. C. Rovira, <strong>Neruda</strong>, testigo de un siglo,<br />

Madrid, Atenea, 2007). Pasando por alto la implícita presunción de que<br />

las propias ideas políticas son las justas (por lo cual constituyen el indiscutible<br />

parámetro que autoriza a Bellini a declarar o decretar equivocadas<br />

las de <strong>Neruda</strong>), es como si un crítico agnóstico o protestante salvara<br />

el alto valor literario de la poesía mística de san Juan de la Cruz, pero<br />

precisando: a pesar de sus equivocaciones religiosas.<br />

En suma, digamos que nuestra propuesta podría reconocerse en<br />

sintonía con el propósito de un reciente libro de María Luisa Fischer:<br />

«La historia de la constitución de “<strong>Neruda</strong>” como unidad reconocible<br />

sería la historia de cómo realidad, ficciones textuales y lectores se<br />

interconectan estrechamente, hasta el punto de que aquello que nombramos<br />

como “<strong>Neruda</strong>” se constituye en el resultado complejo de esa interconexión»<br />

(<strong>Neruda</strong>: construcción y legados de una figura cultural, Santiago,<br />

Universitaria, 2008). A los factores que Fischer señala como constitutivos<br />

de la figura “<strong>Neruda</strong>” querríamos agregar aquí el <strong>antinerudismo</strong>,<br />

vale decir la contrarrecepción.<br />

—El Director<br />

loyolalh@gmail.com<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

3


De la envidia y sus alrededores*<br />

ALAIN SICARD<br />

Université de Poitiers, CRLA<br />

4 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

Tengo en el Sur tantos amigos<br />

como los que tengo en el Norte,<br />

y no se puede poner el sol<br />

entre mis amigos del Este,<br />

y cuántos son en el Oeste?<br />

No puedo numerar el trigo.<br />

— <strong>Neruda</strong>, OC, II: 738.<br />

Sin que fueran, como el trigo y como sus amigos, innumerables, <strong>Neruda</strong> tuvo muchos<br />

enemigos. Sus nombres son conocidos de todo lector de las biografías del poeta<br />

[v.gr. las de Rodríguez Monegal, Teitelboim, Schidlowsky...], aunque habría que establecer<br />

jerarquías, dentro del odio, entre Juan Ramón Jiménez, Juan Larrea, Vicente<br />

Huidobro, Octavio Paz, <strong>Pablo</strong> de Rokha, Ricardo Paseyro, para citar los más destacados.<br />

Mi propósito no es explorar los antros del <strong>antinerudismo</strong>. El <strong>antinerudismo</strong> pertenece<br />

al contexto biográfico, y mi propósito no será biográfico. La envidia en cambio,<br />

en la obra de <strong>Neruda</strong>, pertenece al texto poético.<br />

Su corpus es abundante y abarca la casi totalidad de la poesía escrita por el chileno<br />

[a comenzar por el violento “Aquí estoy” de 1935]. No hay escritor que no haya<br />

tenido sus enemistades: el mundo literario es muy propicio a generar polémicas y<br />

rivalidades. Pero no es frecuente —si es que existe— el caso de una obra donde la<br />

envidia se haya convertido en un tema poéticamente autosuficiente.<br />

Esto significa, para empezar, que no nos interesará el punto de vista de los envidiosos,<br />

no nos importará sino marginalmente su identidad, y aún menos las justificaciones<br />

estéticas, éticas, o ideológicas que esgrimen. Tampoco se tratará de analizar el<br />

fenómeno desde un punto de vista psicológico — punto de vista que ha dañado tanto<br />

al examen que se suele hacer del yo poético nerudiano, cerrando las puertas a una<br />

verdadera comprensión del proyecto nerudiano.<br />

Alain Sicard<br />

1<br />

Al contemplar en su globalidad este corpus,<br />

una constatación se impone: si la polémica<br />

no está ausente, incluso violentísima<br />

como en el “Aquí estoy” contra Huidobro y<br />

De Rokha, o acerbamente satírica como en<br />

la “Oda a Juan Tarrea” contra Juan Larrea,<br />

no es ella la que domina. Ante los ataques<br />

de la envidia —o ante su veneno insidioso–<br />

lo que <strong>Neruda</strong> expresa principalmente es<br />

una dolorosa incomprensión: es que, las más<br />

veces, los envidiosos han sido seres amados.<br />

Antes de encarnar el odio, han encarnado<br />

la amistad: antes de disimularse en la<br />

sombra, han compartido con el poeta el reino<br />

de la transparencia [el caso más doloroso:<br />

los amigos cubanos que firmaron la<br />

Carta abierta de 1966] :<br />

De uno a uno saqué a los envidiosos<br />

de mi propia camisa, de mi piel,<br />

los vi junto a mí mismo cada día,<br />

los contemplé<br />

en el reino transparente<br />

de una gota de agua:<br />

los amé cuanto pude: en su desdicha<br />

o en la ecuanimidad de sus trabajos:<br />

y hasta ahora no sé<br />

cómo ni cuándo<br />

substituyeron nardo o limonero<br />

por silenciosa arruga<br />

y una grieta anidó donde se abriera<br />

la estrella regular de la sonrisa.<br />

Aquella grieta de un hombre en la boca!<br />

Aquella miel que fue substituida!<br />

[“Para la envidia”, OC, II: 1286]


Como se sabe, la sustitución es un concepto<br />

importante en el pensamiento de<br />

<strong>Neruda</strong> porque toca a un problema esencial<br />

de su personalidad poética que es la<br />

identidad. La enajenación de la identidad<br />

—bien sea la suya propia o, como aquí, la<br />

de otro ser humano— hunde al poeta en<br />

una perplejidad dolorosa, crea en él un<br />

ahínco casi patético. ¿Cómo entender esta<br />

constante persecución de los envidiosos<br />

que, según lo cuenta en la “Oda a la envidia”<br />

(OC, II: 93), acompañó todas y cada<br />

una de sus sucesivas vidas? ¿Cómo explicar<br />

la envidia?<br />

<strong>Neruda</strong> acude a diferentes tipos de explicaciones.<br />

Primero —pero no son las<br />

más frecuentes ni las más interesantes—<br />

a las explicaciones sociohistóricas, formuladas<br />

al margen del texto poético: en entrevistas<br />

o en sus memorias. Así, en Confieso<br />

que he vivido <strong>Neruda</strong> considera que<br />

la envidia, a pesar de ser una plaga universal,<br />

es un fenómeno que cobra particular<br />

relevancia en los países latinos: «Supongo<br />

que los conflictos de mayor o menor<br />

cuantía entre los escritores han existido<br />

y seguirán existiendo en todas las<br />

regiones del mundo. / En la literatura del<br />

continente americano abundan los grandes<br />

suicidas. En Rusia revolucionaria,<br />

Mayakovski fue acorralado hasta el disparo<br />

por los envidiosos. / Los pequeños<br />

rencores se exacerban en América Latina.<br />

La envidia llega a ser a veces una profesión.<br />

Se dice que ese sentimiento lo heredamos<br />

de la raída España colonial. La<br />

verdad es que en Lope y en Góngora encontramos<br />

con frecuencia las heridas que<br />

mutuamente se causaron.»<br />

En la misma página extiende su reflexión<br />

a la literatura actual y a los escritores<br />

del boom, y ve en la envidia la principal<br />

causa del exilio voluntario de muchos<br />

de ellos lejos de su continente de origen:<br />

«Yo los he conocido a casi todos y los hallo<br />

notablemente sanos y generosos. Comprendo<br />

—cada día con mayor claridad—<br />

que algunos hayan tenido que emigrar de<br />

sus países en busca de un mayor sosiego<br />

para el trabajo, lejos de la inquina política<br />

y la pululante envidia.» (OC, V, 719).<br />

Esas explicaciones de tipo sociohistórico,<br />

por interesantes que sean, alumbran<br />

desde fuera el tratamiento poético de la<br />

envidia, el cual, fundamentalmente, pone<br />

en el centro de la reflexión la inseguridad<br />

del envidioso. Sirva un ejemplo, sacado de<br />

El mar y las campanas para introducir el<br />

tema.<br />

Viajando en un barco, el poeta, a<br />

regañadientes, acepta encontrar y conocer<br />

a un pasajero –designado en el poema por<br />

sus iniciales H.V. [Hernán Valdés]. Se impone<br />

finalmente este deber a causa, dice<br />

maliciosamente <strong>Neruda</strong>, de su mujer «alta<br />

y bella, con frutos y con ojos». Más tarde<br />

leerá con tristeza en una revista el relato<br />

malintencionado que hace su compañero<br />

de viaje de aquellos momentos, y concluye<br />

(OC, III: 925):<br />

Fui generoso provincianamente.<br />

No creció su mezquina condición<br />

por mi mano de amigo, en aquel barco,<br />

su desconfianza en sí siguió más fuerte<br />

como si alguien pudiera convencer<br />

a los que no creyeron en sí mismos<br />

que no se menoscaben en su guerra<br />

contra la propia sombra. Así nacieron.<br />

Tal vez haya en este «Así nacieron» un<br />

asomo de psicologización de la envidia que<br />

refleja de modo inexacto —o, por lo menos,<br />

incompleto— el modo nerudiano de<br />

contemplar la envidia. La desconfianza en<br />

sí mismo no se puede abstraer de una relación<br />

en la que están igualmente implica-<br />

dos el envidioso y el envidiado. Hay, en el<br />

mecanismo mismo de la envidia, algo que<br />

obliga al envidiado, si quiere tratar de entender<br />

su secreto, a volcarse hacia sí mismo<br />

para buscarlo dentro de su propia idiosincrasia.<br />

Ahora bien: existe una configuración<br />

muy particular del yo nerudiano, y ella<br />

va a determinar los contornos, la temática<br />

de la envidia. Destacaré dos rasgos<br />

esenciales.<br />

El primero es la relación original que<br />

instaura el pseudónimo entre poesía y<br />

biografía.<br />

El yo poético nerudiano está profunda<br />

y definitivamente afectado por la decisión<br />

que tomó un adolescente, en una casa de<br />

madera de La Frontera, de ser poeta y de<br />

llamarse <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>. «Yo creí<br />

inaugurarme» dirá, años más tarde (OC,<br />

III, 676). De esto, en efecto, se trataba: el<br />

pseudónimo tiene, en la vida y en la poesía<br />

de <strong>Neruda</strong>, una función fundacional. El<br />

sujeto poético se autofunda simultáneamente<br />

como sujeto de la escritura y sujeto<br />

de la biografía.<br />

Otro rasgo del yo poético nerudiano es<br />

su carácter expansivo. También deriva del<br />

pseudónimo. Perder sus nombres verdaderos<br />

fue para el poeta adolescente un modo<br />

2<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

5


de darse todos los nombres a la vez («Yo<br />

me llamaba Reyes, Catrileo...», en OC, III,<br />

911): el pseudónimo es la señal de que, desde<br />

su origen, el sujeto poético nerudiano trabaja<br />

en ensanchar sus propios límites, con<br />

la perspectiva utópica de borrarlos para confundir<br />

su desarrollo con el crecimiento material:<br />

«estoy unido / al crecimiento» (OC,<br />

II, 1261). Esta noción de crecimiento<br />

(homóloga, dentro de la poética nerudiana,<br />

a la noción de canto) ocupará un puesto<br />

esencial entre las causas de la envidia.<br />

La señalada confusión entre el yo de<br />

la escritura y el yo de la biografía tiene<br />

como primera consecuencia que <strong>Neruda</strong><br />

recibe y enjuicia los ataques de los envidiosos<br />

desde su estatuto exclusivo de poeta.<br />

Cuando él trate de entender el porqué<br />

de la envidia, la referencia decisiva será<br />

su propia poética —por eso sus textos<br />

sobre la envidia suelen tener un trasfondo<br />

metapoético—, al extremo de considerar<br />

la envidia como inseparable de su propio<br />

trabajo poético y al envidioso como su propia<br />

sombra:<br />

Donde voy van detrás de mí pasos amargos,<br />

donde río una mueca de horror copia mi cara,<br />

donde canto la envidia maldice, ríe y roe.<br />

Y ésa es, amor, la sombra que la vida me ha<br />

dado:<br />

es un traje vacío que me sigue cojeando<br />

como un espantapájaros de sonrisa sangrienta.<br />

6 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

Tal vez haya en estos versos (son del<br />

Soneto LX, en OC, II, 892) un lejano recuerdo<br />

de un tema clásico de la literatura<br />

fantástica que <strong>Neruda</strong> apreciaba tanto. Y es<br />

cierto que la solidaridad del envidiado con<br />

el envidioso a veces bordea la temática del<br />

doble. «Existen porque existo», dice <strong>Neruda</strong><br />

de los envidiosos en la “Oda a la envidia”<br />

(OC, II, 96). Es preciso darle a la frase su<br />

sentido completo: no solamente los envidiosos<br />

–sus escritos, sus declaraciones– sacan<br />

su única importancia de la existencia<br />

del envidiado, sino que la envidia, como lo<br />

hace el vampiro –¡otra imagen sacada de<br />

lo fantástico!–, se sustenta de la sangre, de<br />

la vida del envidiado.<br />

No sólo hay una solidaridad del envidiado<br />

y del envidioso, sino que la envidia<br />

misma se inscribe dentro de una dinámica<br />

que es la dinámica objetiva del crecimiento<br />

poético. Es cuando interviene la<br />

segunda característica que hemos destacado<br />

del Yo nerudiano cuyo destino natural<br />

es ser parte del movimiento irreprimible<br />

que habita todas las manifestaciones<br />

de lo viviente.<br />

Cuando en “Conducta y poesía”, su<br />

prólogo al tercer Caballo Verde para la<br />

Poesía (1935), <strong>Neruda</strong> se yergue contra las<br />

mezquindades de la envidia literaria, no lo<br />

3<br />

hace a partir de consideraciones éticas ni,<br />

aún menos, ontológicas, sino a partir de la<br />

experiencia que en aquel momento –acaba<br />

de terminar y publicar Residencia en la<br />

tierra– estructura todo su pensamiento<br />

poético: la experiencia del tiempo. Frente<br />

al trabajo frío del tiempo la envidia revela<br />

su rasgo esencial que es la incapacidad de<br />

superar los límites del «miserable tesoro<br />

de persona preferida» (OC, IV, 382) y de<br />

alzarse a ese nivel donde el poeta participa<br />

de los grandes movimientos cósmicos. La<br />

noción de crecimiento —que luego va a<br />

ser la piedra angular de la reflexión sobre<br />

la envidia— está ya presente en la evocación<br />

que sigue (ibídem), aunque la palabra<br />

no esté pronunciada:<br />

Ay, el tiempo avanza con ceniza, con aire y<br />

con agua! La piedra que han mordido el<br />

légamo y la angustia florece de pronto con<br />

estruendo de mar, y la pequeña rosa vuelve<br />

a su delicada tumba de corola. El tiempo<br />

lava y desenvuelve, ordena y continúa.<br />

Y entonces, qué queda de las pequeñas<br />

podredumbres, de las pequeñas conspiraciones<br />

del silencio, de los pequeños<br />

fríos sucios de la hostilidad? Nada, y en la<br />

casa de la poesía no permanece nada sino<br />

lo que fue escrito con sangre para ser<br />

escuchado por la sangre.<br />

En la participación del yo al crecimiento<br />

hay incidencias contradictorias con la<br />

percepción que tiene el sujeto de la envidia.<br />

Por una parte es, como acabamos de<br />

verlo, un estatuto que lo sitúa en un plano<br />

donde el odio deja de tener sentido, lo aparta<br />

de la tentación individual de la venganza.<br />

Está condenado a la bondad, a una<br />

bondad que no pertenece al campo de las<br />

virtudes morales, y aun menos cristianas<br />

—«no se trata de cristianismos» (OC, II,<br />

734)–, sino que es el corolario de esa pertenencia<br />

suya a la universal fecundación,<br />

a la fertilidad. Hace del poeta un indefenso,<br />

pero un indefenso dotado de una defensa<br />

inexpugnable que es la evidencia de<br />

su propio canto y del irreprimible movimiento<br />

material que en él se encarna: «Vengan<br />

a deshacerse en mis dominios», exclama<br />

en un poema del Canto general, «mor-


derán sombra y sangre de campanas / bajo<br />

las siete leguas de mi canto» (OC, I, 825).<br />

A la vez que hace del poeta ese indefenso<br />

invencible, la participación al crecimiento<br />

parece que exonera al Yo —inicialmente<br />

al menos— de toda responsabilidad<br />

: «Qué puedo hacer para restituir / lo<br />

que yo no robé?» (OC, II, 1289). ¿Quién<br />

puede abolir el crecimiento? El sujeto poético<br />

declara su inocencia: su única culpa<br />

fue cantar, crecer, cantar.<br />

Pero el crecimiento solamente abstrae<br />

en apariencia al sujeto del proceso envidioso.<br />

En realidad lo coloca ante una dialéctica<br />

en la que la envidia deja de tener<br />

una existencia separada y separable para<br />

convertirse en el producto fatal de su condición<br />

de poeta. Su propio crecer al unísono<br />

con el universo revela al envidiado la<br />

faz oscura del crecimiento, la negatividad<br />

engendrada por la dinámica de lo positivo.<br />

Era inevitable, entonces, que la temática<br />

de la envidia entroncara con los grandes<br />

temas dialécticos de la poesía nerudiana,<br />

y utilizara como vehículo algunos de sus<br />

símbolos predilectos como el árbol o la<br />

semilla. Así en Canto general (OC, I, 825):<br />

no fui a la plaza a buscar enemigos<br />

acechando con mano enmascarada:<br />

no hice más que crecer con mis raíces,<br />

y el suelo que extendió mi arboladura<br />

descifró los gusanos que nacían.<br />

Ya están aquí presentes el tema de la<br />

poesía como partícipe del crecimiento<br />

material y el de la inocencia del poeta, que<br />

es su corolario: «no hice más que crecer».<br />

Pero la referencia a los gusanos, da al pasaje<br />

un resabio satírico que estará ausente<br />

de las seis páginas de “Para la envidia” del<br />

Memorial de Isla Negra (OC, II, 1286-<br />

1291), donde esta naturalización de la envidia<br />

va a alcanzar toda su dimensión. En<br />

esas seis páginas el poeta en ningún momento<br />

eleva la voz, excluyendo de su discurso<br />

toda alusión circunstancial susceptible<br />

de abrir la puerta a lo polémico: prevalece<br />

hasta el final el puro anhelo explicati-<br />

4<br />

vo. La naturalización de la envidia favorece<br />

este distanciamiento reflexivo. La génesis<br />

de la envidia, en efecto, imita los procesos<br />

naturales de la fecundación y de la<br />

germinación:<br />

El grave viento de la edad<br />

volando<br />

trajo polvo, alimentos,<br />

semillas separadas del amor,<br />

pétalos enrollados de serpiente,<br />

ceniza cruel del odio muerto<br />

y todo<br />

fructificó en la herida de la boca,<br />

funcionó la pasión generatriz<br />

y el triste sedimento del olvido<br />

germinó, levantando la corola,<br />

la medusa violeta de la envidia.<br />

Ni un verso separa las «semillas separadas<br />

del amor» y los «pétalos enrollados<br />

de serpiente». El crecimiento ha revelado<br />

su envés negativo, su producción aberrante.<br />

Esta dialectización del fenómeno de<br />

la envidia reintroduce una decisiva cuestión:<br />

la reponsabilidad del poeta en la proliferación<br />

de los envidiosos.<br />

Entonces es cuando el tema adquiere<br />

su verdadera complejidad. Reaparece la<br />

imagen del poeta-árbol y de su sombra,<br />

ya en Canto general, pero ahora sin la figura<br />

del gusano. La reemplaza otra, de<br />

connotación positiva: la semilla. El envi-<br />

dioso es una semilla hambrienta que no<br />

pudo nacer y quedó sepultada por la sombra<br />

ajena:<br />

Talvez el hombre crece y no respeta,<br />

como el árbol del bosque, el albedrío<br />

de lo que lo rodea,<br />

y es de pronto<br />

no sólo la raíz, sino la noche,<br />

y no sólo da frutos sino sombra,<br />

sombra y noche que el tiempo y el follaje<br />

abandonaron en el crecimiento<br />

hasta que desde la humedad yacente<br />

en donde esperaban las germinaciones<br />

no se divisan dedos de la luz:<br />

el gratuito sol le fue negado<br />

a la semilla hambrienta<br />

y a plena oscuridad desencadena<br />

el alma un desarrollo atormentado.<br />

La reflexión sobre la envidia acaba de<br />

entrar en una fase nueva que es la de la<br />

autocrítica. El árbol, al crecer, no se contenta<br />

con descifrar a los envidiosos que<br />

pululan en su sombra sino que se designa<br />

como la causa de su proliferación. Notar<br />

la diferencia que establece <strong>Neruda</strong> entre el<br />

árbol del bosque y el árbol-poeta: este último<br />

se ha apartado de la ley ecológica que<br />

rige la convivencia de las especies dentro<br />

de la naturaleza: no ha respetado «el albedrío<br />

/ de lo que le rodea». Por más atenuada<br />

que esté por el tan nerudiano talvez, la<br />

autoacusación tiene un peso considerable.<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

7


Alguien podrá juzgar insuficiente este<br />

esbozo de autocrítica que, al fin y al cabo,<br />

no mella la estatua del poeta e incluso la<br />

realza, pero no se puede discutir la sinceridad<br />

de este esfuerzo de reflexión<br />

sobre sí mismo que es visible desde<br />

Estravagario y que será intensificado en<br />

dos libros tardíos: Fin de mundo (1969)<br />

y Defectos escogidos (1973).<br />

“El enemigo” es el título de un poema<br />

de la nona parte de Fin de mundo.<br />

«Hoy vino a verme un enemigo».<br />

Imaginamos que fue una entrevista como<br />

ésta, «en la claridad de un mediodía<br />

pululante», la que reunió a <strong>Neruda</strong> con su<br />

viejo enemigo Vicente Huidobro poco<br />

antes de su muerte en 1948. <strong>Neruda</strong><br />

dejó de ese encuentro dos versiones<br />

contradictorias entre sí, una en “Búsqueda<br />

de Vicente Huidobro” de 1968 (OC, V,<br />

156) y otra en Confieso que he vivido (esta<br />

última parece más fiable por la mención<br />

de un testigo, el editor Losada). El retrato<br />

del enemigo también podría contribuir a<br />

la confusión :<br />

Miré los años en su rostro,<br />

en sus ojos de agua cansada,<br />

en las líneas de soledad<br />

que le subieron de las sienes<br />

lentamente, desde el orgullo.<br />

Los dos hombres conversan, pero debajo<br />

de las palabras está el silencio que<br />

no se puede compartir. A pesar del derroche<br />

de luz marina en torno, cada uno<br />

de los interlocutores queda encerrado en<br />

su propia sombra: «Allí estábamos cada<br />

uno / con su certidumbre afilada / y endurecida<br />

por el tiempo / como dos ciegos<br />

que defienden / cada uno su oscuridad».<br />

Como si la ceguera del envidioso<br />

prisionero de su verdad mezquina hubiera<br />

encontrado en el envidiado su réplica<br />

simétrica. Ya no hay vencedor ni vencido.<br />

La luz de la verdad, si es que un día<br />

los habitó, ha desertado los combatientes:<br />

está allá, fuera de ellos, en el sol jugando<br />

con el viento, en el movimiento<br />

incansable de las olas. Aquí no queda<br />

más que esta yuxtaposición de dos sole-<br />

5<br />

8 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

dades y de dos oscuridades: una incomunicación<br />

amargamente compartida.<br />

La punta extrema de esta igualación<br />

envidiado = envidioso la encontraremos en<br />

un libro póstumo: Defectos escogidos<br />

(1973), donde el poeta se propone archivar<br />

los defectos de algunos de sus contemporáneos,<br />

sin olvidar en su colección los<br />

suyos propios: «las culpas mías sin cesar<br />

desnudas / que al entrar en el baño cada<br />

día / salieron más manchadas a la luz»<br />

(“Repertorio”, en OC, III, 875).<br />

Atención a dos poemas: “Antoine<br />

Courage” y “El otro”, inseparables y complementarios.<br />

La tonalidad de ambos contrasta,<br />

por su vehemencia explicativa, con<br />

el tono satírico-jocoso del resto del libro.<br />

Y, pesar de tratarse de «gente con nombres<br />

y con pies / con calle y apellido», la<br />

identidad de los retratados es enigmática.<br />

Antoine Courage: la elección de un<br />

pseudónimo francés, así como el aspecto<br />

histriónico y exhibicionista del<br />

personaje, orientan la búsqueda hacia<br />

Vicente Huidobro.<br />

Simplificando mucho, el complejo<br />

díptico se justifica por la contraposición de<br />

dos actitudes contradictorias ante el personaje<br />

aludido: la condena y la envidia. En Antoine<br />

Courage, cuyo retrato ocupa la mitad del<br />

primer poema, coexisten dos hombres : «claro<br />

y evidente... cristalino... enseñando la verdad»<br />

el uno; «impuro», orgulloso, desquiciado,<br />

exhibicionista el otro. Es fácil ante semejante<br />

personaje, arrogarse la calidad de juez y<br />

condenarlo. El poeta supera esta tentación y<br />

prefiere la interrogación. Se pregunta quién,<br />

entre el hombre impuro y el cristalino, era el<br />

verdadero, y sobre todo «si fue aquel artesano<br />

del desprecio / esperando el amor del<br />

despreciado / como tantos mendigos<br />

iracundos».<br />

En otros términos, se pregunta si detrás<br />

de aquella arrogancia no se escondía<br />

una carencia, una búsqueda del reconocimiento<br />

o del amor ajeno. Juzgar supone,<br />

de parte del juez, ignorar la contradicción:<br />

la propia y la del otro, postularse a sí mismo<br />

como norma de la homogeneidad, y,<br />

desde esta norma, enfocar negativamente<br />

las contradicciones del otro. Juzgar al soberbio<br />

nos remite a nuestra «secretísima<br />

soberbia», a nuestra cómoda ceguera ante<br />

las propias contradicciones.


A explorarlas dedica <strong>Neruda</strong> la segunda<br />

parte del díptico, “El otro” (OC, III, 877-<br />

878), donde realiza un desplazamiento de<br />

la focalización desde las contradicciones de<br />

Antoine Courage hacia las propias. Y descubre,<br />

no como un siniestro espantapájaros<br />

atado a sus pasos sino como una componente<br />

de su propia personalidad, a su vieja<br />

enemiga: la envidia.<br />

Ayer mi camarada<br />

nervioso, insigne, entero<br />

me volvió a dar la vieja envidia, el peso<br />

de mi propia substancia intransferible.<br />

Te asalté a mí, me asalta<br />

a ti, este frío de cuchillo<br />

cuando te cambiarías por los otros,<br />

cuando tu insuficiencia se desangra<br />

dentro de ti como una vena abierta<br />

y quieres construirte una vez más<br />

con aquello que quieres y no eres.<br />

De la serie de tres calificativos que retratan<br />

al envidiado —nervioso, insigne,<br />

entero— el último es esencial. La entereza<br />

del personaje —su courage— es lo que el<br />

poeta envidia en su insigne camarada, su<br />

«seguridad independiente» que lo sitúa frente<br />

a su propia inseguridad, a ese sentimiento<br />

de insuficiencia que es el rasgo común<br />

de los envidiosos. Pero ahora la envidia el<br />

poeta la examina desde su propia experiencia<br />

de envidioso, y se le aparece como el<br />

deseo natural de dejar de ser el mismo:<br />

Eso es tal vez lo que yo quería<br />

como destino, aquello<br />

que no soy, porque<br />

constantemente cambiamos de sol,<br />

de casa, de país, de lluvia, de aire,<br />

de libro y traje,<br />

y lo mío peor sigue habitándome,<br />

sigo con lo que soy hasta la muerte?<br />

¿Qué maldición, dentro del universal<br />

cambio, me condenaría a ser el mismo? La<br />

envidia ahora se inscribe dentro del rechazo<br />

de aquello mismo que desde Estravagario<br />

se ha vuelto para el poeta —recordemos<br />

“Cierto cansancio”— la esencia misma de<br />

6<br />

lo viviente. «Muerte a la identidad, dice la<br />

vida», leemos en Geografía infructuosa<br />

(1972). La envidia habita a todos los hombres<br />

porque, como lo enuncia el mismo poema,<br />

“Hombres: nos habitamos mutuamente”.<br />

Regresemos a “El otro” y a su confrontación<br />

extraña. El envidioso —el propio poeta—<br />

mira una última vez al envidiado:<br />

Mi camarada, antiguo<br />

de rostro como huella de volcán,<br />

cenizas, cicatrices<br />

junto a sus ojos encendidos<br />

(lámparas de su propio subterráneo)<br />

y lo mira alejarse<br />

llevándose lo que quise ser<br />

y tal vez meláncolico<br />

de no ser yo, de no tener mis ojos,<br />

mis ojos miserables.<br />

La envidia como un bien amargamente<br />

compartido. La envidia por fin aceptada, y<br />

rehabilitada. La envidia como el envés de<br />

esa nueva forma de solidaridad entre los<br />

hombres que el poeta acaba de descubrir<br />

cuando ya lo envidia la muerte.<br />

NOTAS<br />

(*) Versión abreviada. En su forma integral este<br />

ensayo va incluido en Alain Sicard, El mar y la ceni-<br />

za. Santiago, LOM, 2009.<br />

OC = <strong>Neruda</strong>, Obras completas, 5 volúmenes,<br />

edición de Hernán Loyola. Barcelona, Galaxia<br />

Gutenberg & Círculo de Lectores, 1999-2002.<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

9


1 / MARÍAS Y ALEVOSÍAS<br />

Javier Marías representa para mí una forma<br />

especial del <strong>antinerudismo</strong>: la forma<br />

alevosa (vale decir, perpetrada sobre<br />

seguro, sin riesgo de réplica). En 2007,<br />

bajo el título Miramientos (Barcelona,<br />

Random House, prólogo de Élide<br />

Pittarello), el novelista español ha publicado<br />

nuevamente, ahora en edición<br />

económica, quince textos breves que entre<br />

marzo 1995 y septiembre 1997 habría<br />

escrito para la sección “Contrafiguras” de<br />

una cierta revista, Cuadernos Cervantes.<br />

Quince retratos de escritores españoles e<br />

hispanoamericanos, libremente (o arbitrariamente)<br />

elaborados a partir de dos o más<br />

fotografías de los elegidos. Entre ellos, un<br />

asaz mal intencionado texto en el que desarrolla<br />

el ‘miramiento’ al que sometió a<br />

dos fotografías de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>.<br />

¿Cuáles? La primera es una<br />

conocidísima fotografía de estudio<br />

(Temuco 1919) en que aparecen Neftalí<br />

Reyes y su hermana Laura (a ella, por supuesto,<br />

el buen Marías le ahorra su ‘miramiento’).<br />

Ambos adolescentes posan, aburridos<br />

quizá por una larga espera, para un<br />

no muy avispado fotógrafo temuquense<br />

que —un instante antes del fogonazo de<br />

magnesio— no atinó a advertirles que<br />

pusiesen mejor cara y esbozasen una sonrisa<br />

que talvez hubiera dado la chance de<br />

un mejor ‘miramiento’ al pobre Neftalí.<br />

Que en cambio sólo merecerá de Marías<br />

perlas del tipo siguiente:<br />

«No me gusta señalarlo, pero ese<br />

rostro lo hemos visto todos en el colegio,<br />

cada uno en el suyo, y si responde a alguno<br />

de los prototipos que se repiten siempre<br />

en todas las aulas de todos los países y<br />

de todos los tiempos, es al del soplón, al<br />

del chivato. Es la cara de un muchacho<br />

nada agraciado, nublado y no resignado a<br />

ello. La mirada se ve estrábica malamente<br />

10 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

El <strong>antinerudismo</strong> iconográfico de Javier Marías<br />

Bandeja rectangular “Brazo con pistola”.<br />

y no puede ser diáfana, pero es que además<br />

denota maquinación y resentimiento,<br />

ambas cosas aumentadas por las cejas<br />

con tendencia a juntarse y con una rara<br />

insinuación de calvicie por sus extremos.<br />

El pelo surge a poca distancia de ellas y<br />

no permite asomo de nobleza en la frente<br />

(piel rugosa, como de naranja), ni tampoco<br />

las orejas de soplillo ni la nariz<br />

aviesa... Y así son los labios lo más tolerable,<br />

bastante bien delineados y con una<br />

firmeza que contrasta con el resto, algo<br />

inestable, yuxtapuesto, poco fiable: todas<br />

las facciones parecen estar bailando...»<br />

(pp. 79-81).<br />

Sobran los comentarios, salvo que atribuirle<br />

al pobre Neftalí incluso las deficiencias<br />

de la reproducción fotográfica (causa<br />

de la «piel rugosa, como de naranja») me<br />

parece francamente un exceso.<br />

La segunda fotografía propone a un<br />

<strong>Neruda</strong> maduro, sesentón. «Hay que reconocer<br />

[bondad del miramientador] que el<br />

aspecto ha mejorado algo por contraste,<br />

pero sigue sin inspirar confianza ni resultar<br />

muy noble. El antipático pelo ha desaparecido<br />

del todo y las cejas se han separado...<br />

La nariz es ahora lo más conspicuo,<br />

un narigón innegable, y la barbilla... se<br />

funde con la reinante papada, logrando con<br />

ello un conjunto carnoso... en el que las<br />

orejas siguen desentonando. La que se ve<br />

es enorme, como de animal, de no humano.<br />

La mirada ya no maquina, pero... esos<br />

ojos saltones y un poco despreciativos, la<br />

cara ensanchada, confieren al hombre reminiscencias<br />

del batracio... ese brazo se<br />

enseña demasiado, es impúdico... Hay en<br />

la expresión ensimismamiento y puede que<br />

un retazo de padecimiento, pero yo diría<br />

que ambas cosas son momentáneas, talvez<br />

una expresión ensayada para el retrato, sólo<br />

a éste destinada. En el fondo está alerta,<br />

aguardando el clic de la cámara para volver<br />

a dominar la escena y la charla.» (pp.<br />

81-82).<br />

Esta segunda fase del ‘miramiento’ se<br />

comenta por sí sola quizás más que la primera,<br />

lo que no es poco decir. Veamos en cambio<br />

algunos antecedentes de la operación.<br />

En su introducción a Miramientos<br />

Marías declara: «La única condición que<br />

me impuse para la elección de los retratados<br />

fue que no entrara gente cuyo aspecto<br />

me resultara antipático o desagradable...,<br />

ni de la que tuviera tan mala opinión personal<br />

o literaria que pudiera influirme a la<br />

hora de describir y comentar su rostro» (pp.<br />

15-16). Menos mal que <strong>Neruda</strong> no le era<br />

antipático, si ya el miramiento benévolo<br />

que le practicó debe haber suscitado protestas<br />

al aparecer en la revista. Al punto<br />

que, líneas más abajo, Marías parece sen-


tirse obligado a agregar que las circunstancias<br />

hicieron que «en una sola ocasión<br />

incumpliera la condición que me había<br />

impuesto y maltratase al fotografiado, con<br />

el que tuve miramiento sólo en una acepción<br />

de la palabra: ruego que me disculpen<br />

los chilenos en general y los devotos<br />

de <strong>Neruda</strong>, pero aquella vez no tenía otras<br />

imágenes de las que echar mano, y por<br />

desgracia veo en las suyas lo que digo que<br />

veo» (p. 16).<br />

Muy pobre idea debe tener Javier<br />

Marías de «los chilenos en general y [de]<br />

los devotos de <strong>Neruda</strong>» para que se permita<br />

propinarles esta tomadura de pelo como<br />

añadidura a su incalificable miramiento al<br />

poeta. Porque no otra cosa que una<br />

tomadura de pelo es pedir que te disculpen<br />

por tu maltratamiento al fotografiado<br />

en el momento mismo en que reincides<br />

en ello, en que estás por volver a maltratarlo<br />

(ahora en formato económico, con<br />

buena distribución y porcentaje asegurados).<br />

— Enrique Robertson<br />

Bielefeld, Alemania<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

11


2 / ¿UN ANTINERUDISMO DEL<br />

FACIES?<br />

«Y fui yo, delgado niño cuya pálida<br />

forma / se impregnaba de bosques vacíos<br />

y bodegas». ¿Quién no recuerda esos versos<br />

del Canto general al contemplar al joven<br />

Neftalí Reyes retratado, «flaco, pálido<br />

y ausente», con su «corbata de poeta»<br />

, en compañía de su hermana Laura?<br />

No esperen semejantes reminiscencias<br />

bajo la pluma del novelista español<br />

Javier Marías. Otro es su alimento.<br />

Su «miramiento» :<br />

«No me gusta señalarlo, pero ese rostro<br />

lo hemos visto todos en el colegio, cada<br />

uno en el suyo, y si responde a alguno de<br />

los prototipos que se repiten siempre en<br />

todas las aulas de todos los países y de<br />

todos los tiempos, es al del soplón, al del<br />

chivato ».<br />

No me gusta señalarlo, pero este tipo<br />

de prosa lo hemos leído todos en algún<br />

momento de nuestra vida, de nuestra historia.<br />

Los de mi generación —y también,<br />

creo, los de la actual, confrontada con las<br />

consecuencias policiales de la<br />

immigración— algo sabemos de esos<br />

«prototipos». Conocemos [los franceses]<br />

ese momento peligroso en que el ojo humano<br />

convierte un rostro en facies.<br />

Después de tantos años de codearme<br />

con el <strong>antinerudismo</strong> pensaba conocer<br />

todas sus variantes: la literaria, la<br />

anecdótica, la ideológica, la generacional.<br />

Javier Marías acaba de inventar otra que<br />

no sé cómo llamarla sin ceder a<br />

generalizaciones apresuradas y al fin y al<br />

cabo injustas. Pongámosle «iconográfica».<br />

No es discutible en principio. O lo sería,<br />

con el mismo título, el fervor con que el<br />

nerudismo (de cuya medalla el <strong>antinerudismo</strong><br />

es la otra cara) rodea la figura del poeta.<br />

Además: es legítimo comentar una foto,<br />

buscar en el retrato —con o sin<br />

miramientos— la verdad del retratado.<br />

¿Cómo explicar entonces el malestar<br />

que he sentido a la lectura de aquel par de<br />

páginas que Marías dedica al poeta? ¿La<br />

maldad? Sin ella el <strong>antinerudismo</strong> pierde<br />

su principal encanto. ¿Las exageraciones?<br />

La veneración también tiene las suyas. ¿La<br />

mala fe [o mala leche]? Es la ley del género.<br />

12 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

Javier Marías: aquí maduro y abajo<br />

joven.<br />

Imágenes aptas para eventuales<br />

“miramientos” del lector.<br />

No. Se trata de otra cosa. El <strong>antinerudismo</strong><br />

ordinario suele descansar en<br />

juicios políticos o literarios. Por<br />

escandaloso que sea el tratamiento al cual<br />

su ardor iconoclasta somete escritos,<br />

hechos, o comportamientos, de ellos se<br />

nutre. No ocurre así con Javier Marías. Al<br />

enemigo combatido frente a frente<br />

prefiere el símil callado, indefenso. La<br />

polémica no es su arma sino aquellas<br />

agujas que los brujos plantaban<br />

rabiosamente en muñequitos de cera.<br />

No conozco la edad de Javier Marías,<br />

pero dudo que su camino haya podido<br />

cruzar el del poeta chileno. Es posible<br />

—aunque nada permite afirmarlo— que<br />

conozca su obra más que de oídas, y que<br />

sepa algo de su biografía. Pero son<br />

elementos que el «miramientador»<br />

deliberadamente desdeña. Probablemente<br />

para que no empañen la<br />

«objetividad» de la mirada, la «verdad»<br />

que sólo las fotos evidencian.<br />

En el aspecto físico del acusado<br />

descansa el acta de acusación: el<br />

mentón, «tembloroso» (no se sabe si<br />

de miedo o de indignación) es<br />

evidentemente «autoacusatorio». El<br />

pelo, «antipático», «no permite asomo<br />

de nobleza en la frente (piel rugosa<br />

como de naranja)» (¡uy qué asco !…).<br />

La oreja (tendré que medir la que el<br />

joven Marías ostenta en el par de<br />

retratos suyos que nos regala<br />

complacientemente en su libro) es<br />

monstruosa, «enorme, como de animal,<br />

de no humano». El brazo que la<br />

camiseta de verano imprudentemente<br />

deja entrever es «impúdico». En cuanto<br />

a la mirada «bizca» (la foto es antigua<br />

y su reproducción mala) «denota<br />

maquinación y resentimiento».<br />

Pero, en general, Marías desconfía<br />

de la expresión cuando no repite esta<br />

«verdad» ignominiosa de la mirada<br />

infantil. Si el rostro de la edad adulta<br />

dice ensimismamiento o padecimiento,<br />

se trata de «una expresión ensayada para<br />

el retrato, sólo a él destinada». Sin duda<br />

alguna: la verdad verdadera la dice el<br />

físico. Se objetará que, si un hombre es<br />

responsable de lo que escribe y de lo<br />

que hace, no lo es de su mentón o de su<br />

oreja (por los escrúpulos evocados arriba<br />

me abstengo de citar la nariz que <strong>Pablo</strong><br />

tenía muy grande). Pero ¿qué pueden<br />

estas consideraciones ante la evidencia<br />

del «miramiento»?<br />

Creo haber entendido qué es lo que<br />

me hace sentir molesto mirando la<br />

mirada que Javier Marías pone en estos<br />

dos retratos de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>. Al<br />

hombre de carne y hueso con sus<br />

debilidades (que eran muchas), al poeta<br />

con su altos (altísimos) y sus bajos (a<br />

veces no tan bajos), sustituye una<br />

figura moldeada por un odio irracional,<br />

un odio odioso por todo lo que nos<br />

recuerda.<br />

—Alain Sicard<br />

Université de Poitiers, CRLA


Los antinerudianos —digamos los profesionales—<br />

se dividieron en obsesivos,<br />

como Ricardo Paseyro, y delirantes,<br />

sin duda comandados por <strong>Pablo</strong> de Rokha.<br />

¿De dónde surgió ese, a primera vista, odio<br />

parido? ¿Esa virulencia desaforada? ¿Tal<br />

rechazo absoluto? Detrás de tanta energía<br />

malgastada están, a no dudarlo, la envidia<br />

y una indesmentible admiración. Creo que<br />

se atribuye a Napoleón una frase decisiva:<br />

«La envidia es una declaración de inferioridad».<br />

Fiebres como las que padeció De<br />

Rokha por todo cuanto oliera a nerudiano<br />

no son fáciles de hallar en la historia de la<br />

literatura universal. Tal vez Góngora contra<br />

Quevedo, en el Siglo de Oro; Lope de<br />

Vega contra Calderón de la Barca y Tirso<br />

de Molina contra Cervantes, en el Barroco;<br />

Shakespeare contra Marlowe en los<br />

años isabelinos, pero no llegaron al nivel<br />

de la fijación.<br />

El apodo que recibió <strong>Neruda</strong>, mientras<br />

vivía, sin duda ingenioso, no contribuyó a<br />

humillarlo ni menos a destruirlo: el Bacalao.<br />

Para sus adversarios o enemigos era<br />

como una cucharada sopera de aceite de<br />

bacalao, remedio bárbaro que padecieron<br />

varias generaciones de niños.<br />

—Para fortalecerlos, se decía.<br />

En la otra punta, y con el mismo frenesí,<br />

están los chambelanes del Vate, secretarios,<br />

celestinos, trotaconventos, emisarios,<br />

recaderos, aduladores y acechantes<br />

varios que lo orbitaban. Su personalidad<br />

magnética generaba esos mundillos y da<br />

la impresión que atendía a unos y a otros.<br />

El <strong>antinerudismo</strong> delirante:<br />

<strong>Pablo</strong> de Rokha<br />

MARIO VALDOVINOS<br />

Universidad Finis Terrae<br />

Parten los trenes del destino, sin sentido,<br />

como navíos de fantasmas<br />

— <strong>Pablo</strong> de Rokha<br />

<strong>Neruda</strong> fue sabio en no alargar la disputa<br />

y el conflicto histórico con De Rokha y lo<br />

enfrentó sólo hasta donde era prudente<br />

hacerlo, los años juveniles, dejando testimonio<br />

también de su certeza e imaginación<br />

para insultar con estilo y elegancia,<br />

para dar la estocada donde debía darla, para<br />

practicar el legendario arte de la diatriba,<br />

para derramar sobre el alterado De Rokha<br />

la respuesta vitriólica.<br />

De Rokha captó temprano la fuerza<br />

hipnótica no sólo de la palabra poética<br />

nerudiana, sino también de su personalidad<br />

literaria. Ambos eran de egos monumentales,<br />

por lo tanto poseedores de personalidades<br />

inseguras, criados bajo esquemas<br />

familiares y sociales propios de los<br />

patriarcas decimonónicos. En el caso de De<br />

Rokha con frailes de por medio. Fue expulsado<br />

del seminario por sus lecturas<br />

anticlericales, en especial Nietzsche, y<br />

como en el caso del autor de Canto general<br />

poesía y vida resultan difíciles de separar.<br />

Biógrafos, exégetas y académicos las<br />

revisan con un afán incesante, las de<br />

<strong>Neruda</strong>, sin que ocurra lo mismo con su<br />

histórico adversario.<br />

La polémica entre los dos poetas ha<br />

merecido poco espacio dentro del comentario<br />

crítico que vaya más allá de las páginas<br />

de los diarios, salvo el libro de Faride<br />

Zerán, La guerrilla literaria, tal vez porque<br />

se la ha considerado como periférica y<br />

de escasa gravitación intelectual, tomando<br />

en cuenta que el arte de impugnar al<br />

adversario, en nuestro país, tiene su máxima<br />

expresión en la actitud disolvente del<br />

chaqueteo criollo. De hecho, ambos<br />

contendores de esta más bien unilateral<br />

polémica fueron chaqueteados hasta el paroxismo.<br />

<strong>Neruda</strong> se sobrepuso, pero no así<br />

De Rokha que murió ninguneado. Y lo sigue<br />

estando post mortem.<br />

En un rincón del ring algunas veces<br />

estuvo <strong>Neruda</strong>, en el opuesto aparece De<br />

Rokha, desconocido, menospreciado, aunque<br />

posee una obra y una propuesta que<br />

tienen excelentes momentos. No obstante,<br />

el conjunto de su legado, a pesar de los<br />

textos de reflexión consagrados tanto a su<br />

vida como a su obra, donde se destacan<br />

los de Antonio de Undurraga y de Fernando<br />

Lamberg, no logra no sólo crecer, sino<br />

ni siquiera despegar. Tal vez el más penetrante<br />

estudio sobre el conjunto de su obra<br />

sea Una escritura en movimiento (1988)<br />

a cargo del crítico e investigador Naín<br />

Nómez y merece destacarse la brillante<br />

tesis sobre el autor de Los gemidos, hecha<br />

en 2007, por Mauricio Gómez, de la Universidad<br />

de Playa Ancha: El pensamiento<br />

estético en <strong>Pablo</strong> de Rokha. Aun así, De<br />

Rokha no alcanza al público, ni forma parte<br />

del imaginario nacional, en tanto el mito<br />

y la gravitación del <strong>Neruda</strong> real no cesan<br />

de crecer.<br />

El nombre del vate nacido en Licantén<br />

lo lleva una población popular, como él<br />

hubiera querido, y aparece en los letreros<br />

de las micros que llegan a ese remoto sector<br />

de la avenida Santa Rosa. Desconozco<br />

si sus aporreados habitantes saben de la<br />

pasión rokhiana, de sus excesos, de su<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

13


14 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

suicidio, de su existencia llovida y desolada,<br />

del trágico destino de dos de sus hijos,<br />

de la muerte de su mujer, Winétt, de la<br />

autoedición y autoventa de sus obras por<br />

los campos y los barriales del sur chileno,<br />

cambiándolos en las cantinas y en las estaciones<br />

de trenes por provisiones. Un<br />

huaso épico y hambriento, de insaciable<br />

sed, devorador y trotamundos, desmesurado<br />

y tierno, bonachón y bramador. Sin<br />

duda, todo un hombre.<br />

Como puede, buena parte de la obra<br />

rokhiana se sustenta en el correlato ideológico,<br />

en mayor medida que la del vate<br />

nacido en Parral. Su vaivén político fue mayor<br />

que el de <strong>Neruda</strong>. Abjuró del marxismo<br />

para después abrazarlo; adoró a Stalin<br />

y a la Unión Soviética para, a continuación,<br />

repudiarlos y alinearse tras la gesta<br />

maoísta. Da la impresión que no podía<br />

no sólo vivir, sino ser, si no sentía tras<br />

suyo una estela de admiración y de discípulos.<br />

Paradojalmente no hizo escuela,<br />

y propuso, como pocos escritores chilenos,<br />

no sólo poetas, un credo estético<br />

y político a lo menos aceptable, desplegado<br />

a todo pulmón en los años que ocupó.<br />

En él está el deseo de estructurar una<br />

poesía nacional y popular bajo el alero<br />

de la escuela de su invención: El Barroco<br />

Popular Americano.<br />

<strong>Neruda</strong> siempre rechazó la reflexión<br />

sobre el ser, el ethos de la poesía, tal vez<br />

por considerarse más intuitivo que racional,<br />

más cerca de la sangre que de la tinta,<br />

y cumplió su promesa de no dejar textos<br />

sobre el modo de escribir poesía. Su arte<br />

poética la replanteó innumerables veces,<br />

in situ, repartida dentro de sus libros. Si<br />

bien, a lo menos en Residencia en la tierra<br />

asimiló, y de qué forma, el espíritu y el<br />

lenguaje de las vanguardias.<br />

De Rokha, está claro, asumió como<br />

buena parte de su generación —años más<br />

años menos— la dialéctica de la vanguardia.<br />

Como lo hizo el Cholo Vallejo, como<br />

lo hicieron Huidobro y Oliverio Girondo.<br />

Los gemidos es de 1922 y fue recibido por<br />

la crítica como un libro nauseabundo, un<br />

auténtico cúmulo de horrores y barbaridades.<br />

Desde allí empieza el choque del huaso<br />

que leía a Kant —como aparece De Rokha<br />

enmascarado en Escritura de Raimundo<br />

Contreras—, no sólo con la crítica sino con<br />

cuanto pudiese contradecirlo. Embistió a<br />

todo lo que pudo. Nicanor Parra le hizo una<br />

verónica y se salvó de los cuernos del poeta<br />

a quien llamó «toro furioso» en su célebre<br />

“Manifiesto”: Nosotros condenamos /<br />

—y esto sí que lo digo con respeto—, la<br />

poesía de pequeño dios / la poesía de vaca<br />

sagrada / la poesía de toro furioso…, aunque<br />

la opinión de De Rokha sobre la<br />

antipoesía era tajante: «Es un pingajo desprendido<br />

del zapato del Cholo Vallejo».<br />

Nada de mal, después de todo.<br />

El libelo acusatorio <strong>Neruda</strong> y Yo aparece<br />

con el sello de la editorial Multitud,<br />

de la que era dueño De Rokha, en 1955, y<br />

es un tomo farragoso y con la estética del<br />

realismo socialista. Ha sido reeditado en<br />

2007 por Ediciones Tácitas, Santiago de<br />

Chile.<br />

Visto con la perspectiva del diseño actual,<br />

una antiestética. Páginas duras, saturadas,<br />

repletas de signos, reiteraciones y<br />

una cháchara que cansa hasta al más enconado<br />

detractor de <strong>Neruda</strong>. Llama la atención<br />

que encabece el libro con el título de<br />

<strong>Neruda</strong> y Yo, en ese orden, reconociendo<br />

explícitamente la superioridad del<br />

contendor. ¿Supo el residente de Isla Negra<br />

de este horror? Es probable. ¿Lo leyó?<br />

Lo es menos. A la par, y en 1966, once<br />

años después, otro barquinazo —el odio<br />

seguía intacto—, un opúsculo editado bajo<br />

el mismo sello Multitud: Tercetos<br />

dantescos a Casiano Basualto. Tercetos<br />

con rima, que le habrán costado no pocos<br />

desvelos, destinados a repudiar al admirado<br />

y exitoso <strong>Neruda</strong>.<br />

Parte designándolo como: «Gallipavo<br />

senil y cogotero /de una poesía sucia,<br />

de macacos/ tienes la panza hinchada de<br />

dinero».<br />

En el plano ideológico lo despacha<br />

así: «¿Tú revolucionario? La pelota / Del<br />

trotskismo te cuelga del hocico / Enmascarándote.<br />

Y Lenin te azota».<br />

En la comparación de los aportes de<br />

cada uno, proclama: «La épica social americana<br />

/ La escribo yo, rugiendo pueblo<br />

adentro, / Con mi pluma-fusil (gran hacha<br />

humana)».<br />

Y en lo biográfico desciende a lo soez:


«Lo bautizaste como Guillermina / Al<br />

Mascarón” que oculta tus ‘apremios’ / De<br />

bailarín de la Tía Carlina».<br />

En el plano de las ideas políticas es<br />

una disputa de la época el estalinismo<br />

versus el trotskismo, durante los años<br />

treinta, cuando la actitud radical de Trotski<br />

fue considerada una traición, puro<br />

revisionismo, y el líder del ejército rojo<br />

se exilió en México.<br />

Los dos libros acusatarios de De<br />

Rokha contra <strong>Neruda</strong> constituyen un<br />

prontuario, para llevarlo acto seguido a un<br />

juicio, emitir un fallo, condenarlo y, en<br />

definitiva, ejecutarlo sin apelación posible.<br />

Todo aquello desde una postura beligerante<br />

que hacía rato no encontraba respuesta.<br />

Están destinados a demostrar su:<br />

oportunismo marxista, su condición de<br />

pitutero, de panzista, de chanta y aprovechador,<br />

de revolucionario de trasnoche, de<br />

burgués enmascarado, de mentiroso, de<br />

cínico e hipócrita a la vez, de plagiario,<br />

de mediocre, de rastrero ante sus amigos<br />

ricos, de enemigo de los trabajadores,<br />

etcétera.<br />

En el capítulo más enconado, pues en<br />

esta carrera De Rokha se sobrepuja a sí<br />

mismo, “Bacalao y la Banda Negra”, aparece<br />

fustigado Alone —entre otras cosas<br />

por cantinflesco—, quien, puesto que le<br />

gustaron las Odas elementales, le perdona<br />

su comunismo. Por su parte, <strong>Neruda</strong><br />

habría alterado algunos poemas para no<br />

molestar a sus amistades enquistadas en<br />

el poder y los negocios, todos conservadores,<br />

escribiéndolos dos veces o suprimiendo<br />

versos conflictivos para mostrarse<br />

políticamente correcto. De Rokha exhibe<br />

pruebas, diarios, recortes, citas y<br />

vuelve una y otra vez sobre la pérfida y<br />

falsaria condición humana y literaria de<br />

<strong>Neruda</strong>.<br />

Más abajo se entrega, con su habitual<br />

frecuencia majadera, al delirio narcisista:<br />

«Cuando en 1949 yo planteé en Arenga<br />

sobre el Arte los términos categóricos<br />

del Realismo en Hispanoamérica, como<br />

consecuencia natural y lógica de haber venido<br />

yo realizándolo, yo venido experimentándolo,<br />

yo venido organizándolo en<br />

mis poemas durante cuarenta años…».<br />

Por su parte <strong>Neruda</strong>, recatado y so-<br />

brio, lo menciona de este modo en sus Memorias:<br />

«No pocos torcieron por ese atajo<br />

su vida, hacia el delito o hacia la propia<br />

destrucción. Mi legendario antagonista<br />

surgió de ese escenario. Primero trató<br />

de seducirme, de embarcarme en las reglas<br />

de su juego. Tal cosa era inadmisible<br />

para mi provincianismo pequeñoburgués.<br />

No me atrevía y no me gustaba vivir del<br />

expediente. Nuestro protagonista, en cambio,<br />

era un técnico en sacarles el jugo a<br />

las coyunturas. Vivía en un mundo de continua<br />

farsa, dentro del cual se estafaba a<br />

sí mismo inventándose una personalidad<br />

amenazante que le servía de profesión y<br />

de protección. / Ya es hora de que nombremos<br />

al personaje. Se llamaba Perico<br />

de Palothes.» (Confieso que he vivido.<br />

Memorias. 1974).<br />

De Rokha sigue siendo grandilocuente,<br />

retórico, furiosamente agramatical. Es<br />

posible rescatar fragmentos suyos de Los<br />

gemidos, del Canto del macho anciano,<br />

de Escritura de Raimundo Contreras, de<br />

Epopeya de las comidas y las bebidas de<br />

Chile, de su credo estético estridente y<br />

anacrónico. El legado de <strong>Neruda</strong> gravita<br />

mucho más y resplandece en demasiados<br />

momentos y etapas.<br />

<strong>Neruda</strong> lo dejó desgastarse, que corriera<br />

solo, que luchara como un boxeador<br />

contra su sombra. Lo dejó autovictimarse<br />

y degradarse. Está claro que no lo perdonó<br />

y del mismo modo el rencor rokhiano traspasó<br />

la muerte. ¿Exigía <strong>Neruda</strong> sólo una<br />

actitud reverencial? Da la impresión que<br />

no. Si bien sabía lo que pesaba.<br />

Cuesta acceder al mundo lírico de <strong>Pablo</strong><br />

de Rokha, a sus versos gigantescos, a<br />

sus poemas ciclópeos, eternizados en un<br />

despliegue metafórico furibundo, a su<br />

tremendismo, y se le ve, dolorosamente sin<br />

duda, hundirse más en el olvido impune.<br />

Ha pasado harto más de medio siglo<br />

desde el inicio de la polémica. De Rokha<br />

se suicidó el año 1968 y <strong>Neruda</strong> murió un<br />

lustro después, en 1973.<br />

Ambos yacen bajo tierra, equidistantes<br />

para siempre.<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

15


<strong>Neruda</strong> ante la «New Criticism»<br />

anglosajona<br />

Desde sus orígenes en los años 20 hasta<br />

fines de los años 50 y comienzos de los<br />

60, la llamada New Criticism (la Nueva<br />

Crítica) tuvo un impacto decisivo en el<br />

estudio de la literatura en Inglaterra y Estados<br />

Unidos. Sin proponerse como<br />

ideología ejerció, sin embargo, un poder<br />

como ideología dominante que iba de la<br />

mano con el conservadurismo y el liberalismo<br />

y, muy a menudo, también con<br />

el anticomunismo. Ante la modernización<br />

galopante y contradictoria del capitalismo<br />

y su exaltación de la tecnología<br />

y las ciencias por un lado, y el desarrollo<br />

del socialismo por otro, los new critics<br />

(nuevos críticos) buscaban un lugar y una<br />

razón de ser para la literatura y para la<br />

crítica (Eagleton, 40-46). Según estos<br />

pioneros de la nueva crítica en el mundo<br />

anglosajón, la literatura debía ir más allá<br />

de los conflictos sociopolíticos para así<br />

hallar y aportar valores morales humanistas<br />

y universales. Por un lado cavaría<br />

hondo en el alma al llevar a cabo una exploración<br />

espiritual e individual, y por<br />

otro mostraría con el rigor de la forma<br />

su alta calidad. Así también la crítica<br />

mostraría las virtudes éticas de la literatura<br />

para la sociedad y echaría mano de<br />

un método ostensiblemente científico.<br />

El crítico haría caso omiso de las observaciones<br />

del autor sobre su propia obra,<br />

como también de los aportes de los lectores;<br />

estudiaría el poema prácticamente<br />

como un objeto de laboratorio; se referiría<br />

al autor únicamente en tanto figura literaria<br />

que entra en una pugna neorromántica<br />

con sus precursores en la Tradición literaria<br />

(ideas que arrancan de T.S. Eliot y<br />

Harold Bloom); analizaría las tensiones,<br />

1<br />

16 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

GREG DAWES<br />

North Carolina State University at Raleigh<br />

paradojas e ironías para luego ver cómo se<br />

resolvían en el texto poético; y haría todo<br />

ello asumiendo que el análisis de la forma<br />

literaria era primordial y que el contenido<br />

era, a fin de cuentas, un reflejo de la forma.<br />

Este tipo de aproximación teórica calzaba<br />

muy bien con el escepticismo de los<br />

intelectuales liberales que, con el fin de la<br />

Segunda Guerra Mundial y el comienzo de<br />

la Guerra Fría, preferían perderse en la literatura<br />

y olvidar su contexto histórico,<br />

político y social. La poesía, siendo la forma<br />

más condensada del discurso literario, se<br />

prestaba muy bien para dichos propósitos.<br />

Esta escuela teórica —pero sumamente<br />

práctica— surge en Inglaterra, en<br />

Cambridge, con F.R. Leavis y I.A. Richards,<br />

pero poco después aflora en Estados Unidos,<br />

siendo la Universidad de Yale su sede<br />

no-oficial. Durante treinta años reinará<br />

como método dominante de crítica en las<br />

universidades. No es casual, por supuesto,<br />

que haya tenido éxito en Estados Unidos<br />

por lo que sugería como ideología liberal y<br />

a ratos conservadora. Se trataba de una<br />

aproximación individual e individualista a<br />

la literatura que la desvinculaba de su contexto<br />

pero sosteniendo, paradójicamente,<br />

que la literatura brindaba indispensables<br />

valores morales que, a la larga, nos mejoraban<br />

como seres humanos.<br />

Ahora bien, con los años 60 el método<br />

de la New Criticism pasa por una metamorfosis<br />

postestructuralista y deviene, concretamente,<br />

la deconstrucción, también con<br />

sede en Yale. En rigor, la deconstrucción<br />

lleva el escepticismo de la nueva crítica a<br />

un extremo al cuestionar de forma radical<br />

la referencialidad del lenguaje y el discurso,<br />

socavando así el potencial racional de<br />

Greg Dawes<br />

aproximarnos a la verdad. No se puede<br />

interpretar nada sin el discurso, dicen los<br />

deconstructivistas, y, como el discurso se<br />

autosocava, no se puede depender de la<br />

interpretación de obras históricas, económicas,<br />

políticas, psicológicas ni literarias.<br />

Y sin embargo, el método del crítico<br />

postestructuralista es parecido al del crítico<br />

formalista: se trata de aislar el texto<br />

como tal y demostrar cómo el significado<br />

se desmorona sin remitir al autor ni a los<br />

lectores ni al contexto sociohistórico<br />

(Eagleton, 123-130).<br />

2<br />

Esta historia demasiado sucinta de la nueva<br />

crítica y la deconstrucción viene a cuento<br />

porque el grueso de los estudios canónicos<br />

en inglés sobre <strong>Neruda</strong> que se han<br />

escrito en Estados Unidos e Inglaterra lo<br />

hacen en esta línea y desde una óptica liberal<br />

o conservadora. La gran mayoría de<br />

ellos se publicaron en los años 80, la época<br />

de restauración conservadora de Reagan<br />

y Thatcher. The Poetry of <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>,<br />

de René de Costa, se publica en 1979; la<br />

significativa colección de ensayos <strong>Pablo</strong><br />

<strong>Neruda</strong>, a cargo de Emir Rodríguez<br />

Monegal y Enrico Mario Santí, en 1980;<br />

el estudio de Manuel Durán y Margery<br />

Safir, Earth Tones: The Poetry of <strong>Pablo</strong><br />

<strong>Neruda</strong>, en 1981; el de Santí, <strong>Pablo</strong><br />

<strong>Neruda</strong>: The Poetics of Prophecy, en 1982.<br />

Pero a este grupo se pueden sumar el libro<br />

precursor de Rodríguez Monegal, El viajero<br />

inmóvil: introducción a <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong><br />

(1966) y el epigonal de Jason Wilson, A<br />

Companion to <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>: Evaluating<br />

<strong>Neruda</strong>’s Poetry (2008). El uruguayo


Rodríguez Monegal y el español Durán<br />

fueron profesores en Yale; Santí y Safir,<br />

estudiantes de doctorado en esa misma<br />

universidad. Wilson y de Costa se formaron<br />

durante el auge de la estilística y sus<br />

estudios reflejan esa orientación teórica<br />

hacia la poesía del vate chileno. No sorprende<br />

entonces que dichos críticos compartan<br />

método y cosmovisión similares<br />

respecto a la obra nerudiana.<br />

Es natural, podríamos decir, que los<br />

estudiosos de ese corte teórico y político<br />

se sientan incómodos con las posturas políticas<br />

de <strong>Neruda</strong>. Después de todo, los<br />

nerudianos de izquierda también reconocen<br />

las virtudes de la poesía de, digamos,<br />

Ezra Pound o T.S. Eliot, sin compartir para<br />

nada los postulados políticos de esos poetas.<br />

Por generosos que sean como críticos,<br />

siempre se enfrentan (y nos enfrentamos)<br />

con los límites de su (nuestra) ideología.<br />

Es cierto que en determinados momentos<br />

dicha crítica a contracorriente puede<br />

elucidar aspectos de la obra de un<br />

<strong>Neruda</strong> o un Pound que no se hayan apreciado<br />

hasta ese momento y que la izquierda<br />

quiere explorar, hasta donde sea posible,<br />

tanto en la obra como en el pensamiento<br />

político del poeta. En cambio los estudiosos<br />

liberales y conservadores hacen<br />

ciertas referencias a lo extratextual pero no<br />

se ciñen a ello. Siendo así, éstos delimitan<br />

los confines de la ideología liberal.<br />

En primer lugar, esos estudiosos establecen<br />

una periodización de las obras de<br />

<strong>Neruda</strong> que obedece a sus propios<br />

(pre)juicios políticos, pero sosteniendo al<br />

mismo tiempo que sus estudios son objetivos.<br />

Las fechas empiezan con los primeros<br />

poemas del poeta adolescente y llegan<br />

a 1936, momento en el cual <strong>Neruda</strong> ingresaría<br />

a una etapa de dogmatismo que dura<br />

hasta 1958. Según varios de ellos —pero<br />

no todos— desde esa fecha en adelante el<br />

poeta asume su autenticidad propia, ya sin<br />

la influencia imponente y destructora del<br />

marxismo.<br />

En Residencia en la tierra, según la<br />

argumentación «no-partidaria» de René de<br />

Costa (1979, ix), <strong>Neruda</strong> luciría la voz poética<br />

y profética que lucha con los límites<br />

del lenguaje en una suerte de tendencia<br />

metapoética (64). Se formaría una tensión<br />

entonces entre la desesperación del hablante<br />

y su empeño en escribir sus versos (66).<br />

Pero en la fase siguiente, desde la época<br />

de la Guerra Civil Española hasta la defensa<br />

de la URSS y del antifascismo, evidente<br />

en Tercera residencia, de Costa considera<br />

que sus poemas son «como panfletos<br />

escritos casi con fervor de misionero».<br />

El libro tendría valor literario —desde el<br />

punto de vista de la forma— pero sería en<br />

gran parte «propagandístico» (90-91). En<br />

el caso de Canto general —y en “Canto a<br />

los ríos de Alemania”— «el mensaje es<br />

simple, incluso simplista. Pero es poderoso<br />

y persuasivo debido a la forma literaria»<br />

(101). Así también para de Costa<br />

Estravagario —escrito después del XX<br />

Congreso del PCUS de 1956— sería un<br />

«volumen exquisitamente preparado»<br />

(175) que mostraría la «liberación individual»<br />

de <strong>Neruda</strong> (188). Tendría valor el<br />

poemario «no tanto por su revisión política<br />

o personal del pasado cuanto por su<br />

exitosa asunción del tono y estilo de lo que<br />

se ha dado en llamar antipoesía» (180). De<br />

Costa no menciona siquiera el XX Congreso<br />

del PCUS y el impacto que tuvo en<br />

<strong>Neruda</strong> a la hora de escribir Estravagario.<br />

Aferrándose al análisis estilístico, concluye<br />

que con Estravagario <strong>Neruda</strong> no sólo<br />

liberó a su escritura de su propia tradición<br />

literaria sino que al mismo tiempo se libe-<br />

ró, en cuanto persona, de su propio pasado<br />

social, político y literario (199).<br />

3<br />

Para Rodríguez Monegal el primer hito de<br />

singular importancia sería 1937, momento<br />

en el cual <strong>Neruda</strong> proclamaría su «nueva<br />

fe» (1966: 94). Desde ese momento en<br />

adelante, dice el crítico uruguayo, «el poeta<br />

<strong>Neruda</strong> y el combatiente <strong>Neruda</strong> serán inseparables»<br />

(96). Esta fusión de persona<br />

y punto de vista político se consolidaría,<br />

señala Rodríguez Monegal, a partir de<br />

1945. De ese momento en adelante «será<br />

muy difícil el esfuerzo de objetividad crítica<br />

que permita juzgar [sus libros] en términos<br />

estrictamente imparciales» (115).<br />

Difícil sobre todo para los críticos que no<br />

compartan su cosmovisión. Al igual que<br />

de Costa, Rodríguez Monegal rescata y<br />

elogia la parte lírica de la obra de <strong>Neruda</strong>,<br />

pero excluye o critica los versos políticos.<br />

Así, por ejemplo, cree que para valorar<br />

adecuadamente el ciclo residenciario «es<br />

preciso excluir por completo toda la parte<br />

bélica y políticamente comprometida de<br />

Tercera residencia» (204), lo que equivaldría,<br />

como bien lo saben los lectores de<br />

<strong>Neruda</strong>, a eliminar la mitad de los poemas<br />

del libro. Volveremos sobre el tema de la<br />

política, pero por ahora basta señalar que<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

17


la periodización que establece el crítico<br />

uruguayo juzga politizada la obra<br />

nerudiana de 1945 a 1958, momento en el<br />

cual halla nuevamente su «equilibrio» (en<br />

Rodríguez Monegal & Santí, 88).<br />

El estudio de Durán y Safir parece reconocer<br />

la evolución natural de la obra del<br />

vate y quiere entenderla desde la óptica de<br />

<strong>Neruda</strong>, pero los autores se atienen también<br />

a una periodización parecida. <strong>Neruda</strong><br />

deviene poeta público con la publicación<br />

de España en el corazón (1937), obra que<br />

«es una mezcla excepcional de poesía lírica<br />

y política», porque si bien «el tema es<br />

ideológico, el tono y la pasión son líricos»<br />

(Durán & Safir, 79). Lo que da valor al<br />

libro es el dominio de lo lírico que ayuda a<br />

mitigar la presencia de la postura política<br />

de <strong>Neruda</strong>. Según los autores, a esta fase<br />

pública sucedería, a partir de 1958, otra<br />

personal. Esto no quiere decir, sostienen,<br />

que lo político desaparezca de la obra<br />

nerudiana tardía, sino que ella privilegia<br />

la autocontemplación y la introspección.<br />

Vemos que también Durán y Safir confirman<br />

la aserción de Rodríguez Monegal:<br />

analizar la obra nerudiana del período<br />

1937-1957 pone a dura prueba la objetividad<br />

de esos críticos.<br />

18 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

En un principio el libro de Santí parece<br />

ser más ambiguo en cuanto a su presentación<br />

de etapas en la obra nerudiana. Como<br />

el crítico empieza ya con un modelo teórico<br />

de corte postestructuralista pero que<br />

dista poco del enfoque estílistico al fin de<br />

cuentas, y se propone analizar la poesía<br />

de <strong>Neruda</strong> por medio de ese punto de vista,<br />

no parecería haber épocas bien definidas<br />

en su estudio. Sin embargo, los postulados<br />

postestructuralistas (deconstructivistas<br />

de hecho) advierten ya una<br />

preferencia por Residencia en la tierra,<br />

en que se supone que el poeta muestra un<br />

escepticismo con respecto de la palabra<br />

poética y la referencialidad como tal. Esto<br />

es, ve en <strong>Neruda</strong> la figura profética y romántica<br />

que es a su vez un individuo solitario<br />

que lucha por un lugar en la Tradición<br />

literaria —à la T.S. Eliot o Harold<br />

Bloom (Santí 1982: 14-19). Sus versos<br />

llegan a ser metapoéticos desde siempre,<br />

subrayando así esta lucha titánica entre<br />

el poeta y la Tradición, y sus propias capacidades<br />

proféticas de abarcar la realidad.<br />

Pero ese fin profético, según la lectura<br />

de Santí, se socava, muestra la imposibilidad<br />

de captar sus deseos en el lenguaje.<br />

Siguiendo el hilo del pensamiento<br />

deconstructivista (de Paul De Man y de<br />

Jacques Derrida), el lenguaje poético en,<br />

digamos, las Residencias refleja esa imperfección;<br />

constata la insuficiencia del<br />

lenguaje como tal (19, 35). Así, la tensión<br />

que se produce entre los deseos del<br />

vate y el objeto de su conocimiento sólo<br />

puede manifestarse de forma alegórica. El<br />

análisis de Santí, entonces, coincide con<br />

los otros libros a que nos hemos referido<br />

porque destaca el carácter formal del acto<br />

poético en un espacio ahistórico.<br />

En cuanto a periodización, el análisis<br />

de la obra tardía de <strong>Neruda</strong> que hace Santí<br />

coincide con el liberalismo del crítico. En<br />

esta última fase el poeta se volvería más<br />

amargado en relación con el futuro de la<br />

humanidad (225), y criticaría por igual a<br />

la derecha y la izquierda por el caos desatado<br />

en los años 60 y 70 (221). Al analizar<br />

y valorar La espada escendida y Fin<br />

de mundo, y no otras obras tardías del poeta,<br />

Santí sugiere a su vez que para <strong>Neruda</strong><br />

la humanidad se estaría encaminando hacia<br />

el apocalipsis. Esta lectura es parcial<br />

y reductiva. Si bien es cierto que<br />

<strong>Neruda</strong> se vuelve más crítico de Stalin y<br />

de ciertos aspectos del socialismo real en


Memorial de Isla Negra, Elegía e, indirectamente,<br />

en Estravagario y Canción de<br />

gesta, se trata de un giro hacia un marxismo<br />

más fresco, más autocrítico y no del<br />

abandono de esa postura política.<br />

4<br />

Como lectores de estos libros de crítica,<br />

entonces, nos enfrentamos con las demarcaciones<br />

de su ideología liberal y conservadora.<br />

En su biografía reciente de<br />

<strong>Neruda</strong>, Adam Feinstein comenta que<br />

«<strong>Neruda</strong> fue uno de los grandes poetas en<br />

la lengua española en el siglo veinte, y la<br />

belleza de su obra, unida a su pasión por<br />

la justicia social y su amor por la vida son<br />

tan vitales como nunca». Y agrega: «las<br />

convicciones políticas de <strong>Neruda</strong> —fue<br />

un estalinista por mucho años, aunque le<br />

incomodaron los acontecimientos de 1956<br />

en adelante— no tendrán vigencia ya,<br />

pero su humanismo subyacente sigue<br />

siendo vigente a medida que nos acercamos<br />

a su centenario en julio del 2004»<br />

(Feinstein, 1). Se trazan en estas citas los<br />

márgenes del pensamiento liberal del biógrafo<br />

que reconoce y comparte el huma-<br />

nismo en la obra nerudiana hasta cierto<br />

grado, pero no indaga en la complejidad<br />

del marxismo, del socialismo como humanismo<br />

del cual se hablaba en los años<br />

60 y que formaba parte integrante, y en<br />

modo central, de la cosmovisión de<br />

<strong>Neruda</strong>. Muy bien, habría que decir: el<br />

estalinismo, o el socialismo real, influenciaron<br />

el pensamiento político y la vida<br />

del poeta, pero ¿hasta qué grado? ¿Cómo<br />

cambió después del 56? ¿Hasta qué grado<br />

compartió los valores literarios y políticos<br />

soviéticos? ¿Y los chinos? ¿Por qué<br />

lo atrajeron esos pensamientos políticos?<br />

En la biografía de Feinstein, como en la<br />

obra crítica de Rodríguez Monegal, de<br />

Costa, Santí, Safir y Durán, Wilson, esas<br />

preguntas asoman indirectamente pero no<br />

se contestan. Se recurre más bien a sacar<br />

conclusiones predispuestas y rápidas,<br />

como cuando Feinstein dice que <strong>Neruda</strong><br />

fue «el más grande de los guerreros literarios<br />

de la Guerra Fría» (319). Al elogiar<br />

el dominio que tiene <strong>Neruda</strong> de la<br />

forma y de la poesía como tales, pasan<br />

por alto la riqueza del contenido.<br />

REFERENCIAS:<br />

DE COSTA, René. The Poetry of <strong>Pablo</strong><br />

<strong>Neruda</strong>. Cambridge, Mass. & London: Harvard<br />

University Press, 1979.<br />

DURÁN, Manuel & Margery SAFIR. Earth<br />

Tones: the Poetry of <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>. Bloomington:<br />

Indiana University Press, 1981.<br />

EAGLETON, Terry. Literary Theory: An<br />

Introduction. Minneapolis: University of Minnesota<br />

Press, 19962 .<br />

FEINSTEIN, Adam. <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>: a Passion<br />

for Life. New York & London: Bloomsbury, 2004.<br />

RODRÍGUEZ MONEGAL, Emir. El viajero<br />

inmóvil. Introducción a <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>. Buenos<br />

Aires: Losada, 1966.<br />

RODRÍGUEZ MONEGAL, Emir & Enrico<br />

Mario SANTÍ, eds. <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> [compilación de<br />

ensayos de diversos autores]. Madrid: Taurus Ediciones,<br />

1980.<br />

SANTÍ, Enrico Mario. <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> / The<br />

Poetics of Prophecy. Ithaca & London: Cornell<br />

University Press, 1982.<br />

WILSON, Jason. A Companion to <strong>Pablo</strong><br />

<strong>Neruda</strong>. Evaluating <strong>Neruda</strong>’s Poetry. Woodbridge<br />

(UK): Tamesis, 2008.<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

19


Un recado para Santí<br />

En el número 94 de la revista Estudios<br />

Públicos (Santiago, Otoño 2004),<br />

Enrico Mario Santí comenta mi edición de<br />

las Obras Completas de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> en<br />

5 volúmenes (Barcelona, 1999-2002). Si<br />

bien le reconoce algunos méritos a mi trabajo<br />

(y hasta excelencia a las notas), pone<br />

énfasis en lamentar la ausencia de algunos<br />

textos menores (unas «280 lagunas»). La<br />

lamento yo también. Y me excuso por no<br />

haber podido llenar sino dos volúmenes<br />

(cada uno con más mil páginas) con textos<br />

dispersos de <strong>Neruda</strong>, muchos de ellos difícilmente<br />

accesibles. Trataré de componer<br />

un tercero para redimir las 280 lagunas<br />

(en verdad el número es menor porque<br />

no pocas están, pero con otro título).<br />

De todos modos, quiero dar satisfacción<br />

al profesor Santí declarando que la<br />

única laguna (o ausencia) que lamento de<br />

veras es también la única que realmente<br />

importa al académico cubano-norteamericano:<br />

“Saludo a Batista. Palabras de <strong>Pablo</strong><br />

<strong>Neruda</strong> en la Universidad de Chile”<br />

(en El Siglo, Santiago, 27.11.1944). Pero<br />

créame Santí que no «se trata de una decisión»<br />

mía por motivos políticos, ni tampoco<br />

de descuido, sino (peor) de simple<br />

ignorancia. Confieso que antes de leerlo<br />

en el libro de Schidlowsky yo desconocía<br />

ese discurso, se me había escapado. Así<br />

de simple. Lástima que me haya sucedido<br />

precisamente con este texto. Créame<br />

Santí que me habría gustado incluirlo en<br />

Obras completas. Y tengo autoridad para<br />

ser creído porque allí incluyo textos de<br />

<strong>Neruda</strong> aún más lamentables desde su<br />

punto de vista político, como el artículo<br />

“Sobre Teherán de Browder” (OC, IV,<br />

537-540), elogiosa reseña de un libro de<br />

Earl Browder (secretario general del Partido<br />

Comunista de Estados Unidos, que<br />

será ingloriosamente expulsado poco después<br />

por ‘revisionista’) publicada en enero<br />

1945 nada menos que en Principios, órgano<br />

del Comité Central del PC chileno.<br />

Un artículo, éste sí, que <strong>Neruda</strong> habría<br />

20 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

dado cualquier cosa por no haberlo escrito<br />

nunca.<br />

No me reconozco, caro Santí, en eso<br />

que llamas mi torpeza. Ni en mi edición<br />

de Obras completas ni en mi biografía del<br />

poeta me interesa «salvar una supuesta<br />

coherencia política y ética de <strong>Neruda</strong> ante<br />

los vaivenes de su tiempo». Ni falta que le<br />

hizo ayer, ni le hace hoy a <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>,<br />

que alguien lo defienda en ese terreno. Tanto<br />

menos yo, figúrate. Y a propósito de torpeza,<br />

déjame señalarte que algunas de las<br />

«lagunas» que me atribuyes en Obras completas<br />

no sólo NO son lagunas sino que<br />

son textos incluidos justamente en el volumen<br />

I que tú mismo prologaste en 1999.<br />

Cualquier buen lector de <strong>Neruda</strong> sabe que<br />

“Morena la Besadora” (OC, I, 115-116) y<br />

“Playa del Sur” (OC, I, 144-145) son poemas<br />

de Crepusculario (1923). Y que tanto<br />

“Almería” (OC, I, 379-380) como “Los gremios<br />

en el frente” (OC, I, 385) figuraban ya<br />

con esos títulos en la edición 1937 de España<br />

en el corazón. Por lo que concierne al<br />

poema “Es así”, una rápida ojeada a mis<br />

notas (OC, I, 1198) te habría ahorrado acusarme<br />

de una ‘laguna’ decididamente imposible:<br />

porque “Es así” es el título original<br />

de un poema que después fue rebautizado<br />

“Explico algunas cosas”, archiconocido<br />

poema de España en el corazón. Puedo ser<br />

torpe, a veces, pero no a tal punto.<br />

— Hernán Loyola


Larrea / <strong>Neruda</strong>: itinerario de una enemistad<br />

1<br />

Juan Larrea, poeta y ensayista español<br />

(Bilbao, 1895—Córdoba, Argentina,<br />

1980), fue uno de los íntimos amigos de<br />

Vicente Huidobro: no es de extrañar que<br />

también fuera uno de los mayores enemigos<br />

de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>. Pero no siempre<br />

fue así.<br />

Establecido en París, en 1926 publica<br />

con César Vallejo los dos números de la<br />

revista Favorables-París-Poema. El segundo<br />

número (octubre 1926) incluye el poema<br />

11 de Tentativa del hombre infinito<br />

(«admitiendo el cielo profundamente»),<br />

primera publicación de <strong>Neruda</strong> en Europa.<br />

Sucesivamente viaja a Perú, donde reúne<br />

una importante colección arqueológica<br />

que será expuesta como Exposición J.<br />

L. en París 1933 y en Madrid 1935. En su<br />

“Oda a Juan Tarrea”, veinte años después,<br />

<strong>Neruda</strong> dirá que el bilbaíno saqueó las tumbas<br />

incaicas y que «al indio andino / el protector<br />

Tarrea / dio la mano, / pero la retiró<br />

con sus anillos» (OC, II, 405).<br />

En los años 34 al 36, <strong>Neruda</strong> y Larrea<br />

coinciden en Madrid, fraguándose en estos<br />

años su enemistad. En la Navidad de<br />

1934, José Bergamín edita su almanaque<br />

Aviso de escarmentados del año que acaba<br />

y escarmiento de avisados para el que<br />

empieza de 1935, en el que convivirán por<br />

única vez, como creadores, los nombres de<br />

<strong>Neruda</strong> (traduciendo “Pasto en llamas” de<br />

Whitman) y Larrea con una prosa.<br />

A las acusaciones de plagio y a otras<br />

agresiones que desde 1932 le dirigen Vicente<br />

Huidobro y <strong>Pablo</strong> de Rokha, <strong>Neruda</strong><br />

responde y contra ataca en 1935 con el poe-<br />

GUNTHER CASTANEDO PFEIFFER<br />

Santander, España<br />

ma “Aquí estoy”, que no incluye ninguna<br />

referencia a Larrea (texto y notas en OC,<br />

IV, 374-380 y 1247-1249). La segunda respuesta<br />

de <strong>Pablo</strong> será a través del Homenaje<br />

de los poetas españoles, probable iniciativa<br />

de García Lorca. Hubo que preparar<br />

dos textos. Al parecer, el primero incluía<br />

algún ataque directo o indirecto a<br />

Huidobro, por lo que varios poetas no quisieron<br />

firmarlo. Se preparó entonces un<br />

segundo texto donde se excluía todo tipo<br />

de ataques personales y que fue firmado<br />

por una nómina impresionante de poetas<br />

de primera fila, precediendo a la edición<br />

de los Tres cantos materiales: «este grupo<br />

de poetas españoles se complace en manifestar<br />

una vez más y públicamente su admiración<br />

por una obra que sin disputa constituye<br />

una de las más auténticas realidades<br />

de la poesía de lengua española».<br />

Los no firmantes más sonados fueron<br />

Juan Larrea y Juan Ramón Jiménez. En una<br />

carta de noviembre 1935 a José María<br />

Souvirón (Neira, 19), <strong>Neruda</strong> le escribe que<br />

«el pelotas de Huidobro viene a Madrid<br />

en enero. Por muchas razones creo que se<br />

acordará toda su vida de su rentrée en<br />

Madrid. El imperio de Gerardo Diego hace<br />

mucho tiempo que no existe. Su otro discípulo,<br />

Juan Larrea, muy buen amigo mío,<br />

vive completamente alejado del ambiente<br />

literario. Sólo se encontrará con<br />

Aleixandre, Altolaguirre, Cernuda, Federico,<br />

etc., todos ellos indefectibles amigos<br />

míos» (el subrayado es mío). Vemos que<br />

<strong>Pablo</strong> se equivocó, tanto al creer que Larrea<br />

seguía siendo amigo suyo (a pesar de no<br />

Gunther Castanedo Pfeiffer<br />

haber firmado el Homenaje) como al subestimar<br />

su fidelidad hacia Huidobro (al<br />

respecto, ver Larrea 1967).<br />

Meses antes, sin embargo, en carta del<br />

13 de junio del 35, Larrea había preguntado<br />

a Huidobro: «¿qué graves consideraciones<br />

te han impulsado a emprender campaña<br />

contra <strong>Neruda</strong>, buen muchacho inofensivo?»<br />

(en Morelli 2008: 226). La contestación<br />

de Huidobro (5 de julio de 1935) es<br />

contundente: «[<strong>Neruda</strong>] no es tan buen<br />

muchacho como aparenta sino un admirable<br />

hipócrita», y lo acusa de propalar infamias<br />

en su contra mediante anónimos enviados<br />

a Buenos Aires. En sucesivas cartas<br />

del 15.11.1934, del 01.04.1936, del<br />

08.06.1937 y del 29.05.1938 (todas recogidas<br />

en Morelli, ed., 2008), Huidobro insistirá<br />

en su rol de víctima de las maniobras<br />

de <strong>Neruda</strong>.<br />

2<br />

Durante los años de la guerra civil se encuentran<br />

los tres (Larrea, Huidobro y<br />

<strong>Neruda</strong>) en el mismo lado: el republicano.<br />

En su “Carta a un escritor chileno...” [Raúl<br />

Silva Castro] Larrea afirma que la relación<br />

entre <strong>Neruda</strong> y él se habría ido rompiendo<br />

más si no hubiera sido por la guerra (Larrea<br />

1967). La Asociación Internacional de Escritores<br />

para la Defensa de la Cultura, en<br />

carta del 01.05.1937 dirigida a Huidobro<br />

y a <strong>Neruda</strong> (y firmada entre otros por Tzara,<br />

Bergamín, Carpentier, Vallejo y Larrea) les<br />

ruega que depongan toda hostilidad entre<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

21


ellos en beneficio de la causa común: el<br />

congreso de escritores de Valencia y Madrid.<br />

Huidobro comunicará a Larrea (8 de<br />

junio) haber contestado favorablemente a<br />

dicha carta. <strong>Neruda</strong> no responderá.<br />

En su nota “César Vallejo ha muerto”<br />

(Aurora de Chile, nº 1, Santiago, agosto<br />

de 1938), <strong>Neruda</strong> menciona a Larrea escribiéndole<br />

que el peruano «rindió tributo<br />

a sus muchas hambres», lo que parece<br />

indicar una relación no rota. Larrea afirmará<br />

no recordar la carta, pero la considera<br />

posible.<br />

El 13 de marzo de 1939 (la guerra civil<br />

acaba oficialmente el 1º de abril) se<br />

constituye la Junta de Cultura Española,<br />

presidida por Bergamín, Carner y Larrea,<br />

siendo secretario Eugenio Imaz. Esta junta<br />

colaborará al esfuerzo de <strong>Neruda</strong> como<br />

cónsul para la inmigración española (el<br />

Winnipeg desembarcará 2000 refugiados<br />

en Valparaíso, septiembre de 1939).<br />

Larrea lo confirma diciendo que comieron<br />

juntos y se vieron repetidamente, según<br />

consta en su agenda.<br />

En los años en que <strong>Neruda</strong> es cónsul<br />

en México (1940-1943) y a raíz de la polémica<br />

con Bergamín, éste afirma que<br />

<strong>Neruda</strong> y Larrea se han hecho grandes<br />

amigos. No parece ser cierto, sino que sólo<br />

existieron contactos antes de la ruptura<br />

definitiva. Bergamín sí que había roto con<br />

Larrea. Cuenta Max Aub en sus diarios que<br />

cuando llegó a México a casa de <strong>Pablo</strong><br />

<strong>Neruda</strong> en octubre de 1942, Wenceslao<br />

Roces le advirtió: «No veas a Bergamín,<br />

es un traidor. Es un traidor.» (Aub 1998:<br />

388). Bergamín había salido en defensa de<br />

Margarita Nelken que había sido expulsada<br />

del Partido Comunista. Más adelante<br />

Aub (486) adjudica las mismas frases a<br />

<strong>Neruda</strong>. Bergamín se molestaba con quienes<br />

hablaban a Larrea (cuenta éste), lo que<br />

sucedió a <strong>Neruda</strong> en agosto de 1940, aún<br />

no rotas las relaciones entre ellos dos.<br />

Aunque el vasco intenta una cierta<br />

moderación, su carta a Silva Castro afirma<br />

(entre otras falsedades) que <strong>Neruda</strong> consiguió<br />

que la embajada comprara un lujoso<br />

Oldsmobile en el que paseaba por toda la<br />

república. Sabemos que el auto pertenecía<br />

a César Godoy Urrutia, con quien hizo un<br />

viaje a Guatemala aprovechando la suspen-<br />

22 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

sión de empleo y sueldo sufrido por causa<br />

de la concesión de la visa a Siqueiros. Tampoco<br />

es creíble que <strong>Neruda</strong> le haya manifestado<br />

su propósito de abandonar la poesía<br />

para dedicarse a la política y la malacología.<br />

En 1942 Larrea y Jesús Silva Herzog<br />

fundan la revista Cuadernos Americanos,<br />

donde <strong>Neruda</strong> publicará sus poemas “El<br />

corazón magallánico” (nº 2, 1942) y “Melancolía<br />

cerca de Orizaba” (nº 2, 1943),<br />

después recogidos en Canto general. Según<br />

Larrea, <strong>Neruda</strong> se ofreció para integrar<br />

la dirección de la revista, pero el bilbaíno<br />

sutilmente no contestó. Tal desaire<br />

explicaría algunas líneas del prólogo de<br />

<strong>Neruda</strong> al libro Muerte al invasor de Ilyá<br />

Ehrenburg (México 1943): «En estas páginas<br />

de soberanía acongojada, los fusiles<br />

y los panes de un nuevo mundo —no el<br />

Nuevo Mundo que ciertos fakires<br />

paradisíacos y mesiánicos nos quieren regalar—<br />

brillan como centellas en la noche<br />

negra» (en OC, IV, 487). Evidente estocada<br />

contra el «americanismo» deliran-<br />

te de Larrea, ya inaugurado en sus Cuadernos,<br />

y sobre el cual <strong>Neruda</strong> volverá en<br />

su “Oda a Juan Tarrea” («Ha ‘descubierto’<br />

/ el Nuevo Mundo / ... / en todas partes /<br />

sale con su discurso, / con su berenjenal /<br />

de vaguedades / ... / su baratillo viejo / de<br />

saldos metafísicos, / de pseudo magia /<br />

negra / y de mesiánica / quincallería»).<br />

Es la ruptura definitiva, que Larrea sancionará<br />

con la publicación de su ensayo El<br />

surrealismo entre viejo y nuevo mundo (en<br />

tres números sucesivos de Cuadernos Americanos,<br />

entre mayo y septiembre de 1944),<br />

que incluye en su parte final el célebre parangón<br />

Darío / <strong>Neruda</strong>. Entre otras muchas<br />

lindezas: «La voz de <strong>Neruda</strong>, opaca y<br />

purulenta, como de negro engrudo, gusta<br />

de redundar en oscuridades de cripta que<br />

ahueca cuanto puede para que giman lenta<br />

y lúgubremente»; su «sensibilidad, redimida<br />

en parte de aquel estado de gangrena<br />

gaseosa en que por entonces se encontraba...».<br />

Para terminar con un párrafo que<br />

bien ilustra el berenjenal de vaguedades a<br />

que aludirá la “Oda a Juan Tarrea”: «Pronta<br />

está a superarse la etapa representada por<br />

la poesía sub-realista y antimítica de<br />

<strong>Neruda</strong>, en cuyo fértil limo sobresaturado<br />

y descompuesto sepulta ya sus raíces el<br />

rosal luminoso de la Conciencia. Esto es<br />

traspuesto el actual diluvio de cieno y podredumbre<br />

ha de entrar en vigor el concepto<br />

inmarcesible de Realidad.»<br />

3<br />

En la siguiente década <strong>Neruda</strong> y Larrea no<br />

vuelven a encontrarse, pareciendo calmados<br />

los ánimos y apagados los incendios,<br />

hasta que en julio de 1954 El Nacional de<br />

Caracas publica una entrevista de Rafael<br />

Pineda a Juan Larrea en Nueva York, en la<br />

que el bilbaíno reafirma su opinión de que<br />

Darío es el gran poeta de América. Declaración<br />

nada alarmante, pero cuando Pineda<br />

le pregunta si no cree que lo es <strong>Neruda</strong>,<br />

él responde tajante que desde luego no. (El<br />

texto de la entrevista y sucesivas reacciones<br />

de Larrea, en Díaz de Guereñu, editor,<br />

2004: 37-42 y 101-115.)<br />

La “Oda a Juan Tarrea”, escrita en noviembre<br />

1954 y publicada a comienzos de


1956 en Nuevas odas elementales<br />

(154-158), es una explícita réplica a la<br />

entrevista (incluso menciona con simpatía<br />

a Rafael Pineda). Ya vimos cómo acusa<br />

a Larrea de que en «el desamparado /<br />

Perú, saqueó las tumbas». En relación a<br />

César Vallejo, añade: «Después / se colgó<br />

de Vallejo, / le ayudó a bien morir / y<br />

luego puso / un pequeño almacén / de prólogos<br />

y epílogos». Luego se refiere –con<br />

razón— a la prosa de Larrea: «Nadie puede<br />

leer / lo que repite, / pero incansable /<br />

sube / a las revistas, / se descuelga / entre<br />

los capitolios, /... / en todas partes / sale<br />

con su discurso, / con su berenjenal / de<br />

vaguedades, / con su oscilante / nube / de<br />

tontas teorías», para terminar rechazando<br />

su charlatanería: «y no te necesito, /<br />

vendedor / de muertos, capellán / de fantasmas,<br />

/ pálido sacristán / espiritista, /<br />

chalán de mulas muertas, / yo no te doy /<br />

vasija / contra baratijo: / yo, para tu desgracia,<br />

/ he andado, he visto, / canto».<br />

<strong>Neruda</strong> no volverá a ocuparse de<br />

Larrea. Éste, en cambio, el 16 y el 29 de<br />

agosto de 1962 escribe a David Bary (ver<br />

Díaz de Guereñu, ed., 2004: 31-36 y 42-<br />

44) contándole la entrevista con Pineda y<br />

anticipando los argumentos que dos años<br />

después desarrollará para Raúl Silva Castro<br />

en su “Carta a un escritor chileno interesado<br />

por la ‘Oda a Juan Tarrea’ de <strong>Pablo</strong><br />

<strong>Neruda</strong>”, texto fechado en Córdoba, Argentina,<br />

mayo de 1964 (recogido en Larrea<br />

1967: 101-130).<br />

El itinerario del largo y farragoso<br />

<strong>antinerudismo</strong> de Juan Larrea culmina con<br />

la escritura de “Machupicchu, piedra de<br />

toque” (1966), extenso ensayo que,<br />

agregándose como novedad a sus ya conocidos<br />

“El surrealismo entre viejo y nuevo<br />

mundo” y “Carta a un escritor chileno...”,<br />

justificará la publicación del volumen Del<br />

surrealismo a Machupicchu (México, Editorial<br />

Joaquín Mortiz, 1967). Los tres ensayos<br />

aparecen unidos en el tiempo por el<br />

odio a <strong>Neruda</strong>. En el último de ellos Larrea<br />

reorganiza fuerzas y lanza el ataque final,<br />

que comienza con un breve preámbulo<br />

anunciador del tono general: «Antes de que<br />

a resultas de la guerra española rompiera<br />

<strong>Neruda</strong> su compromiso con la poesía para<br />

comprometerse con la política, era él mismo<br />

un poeta deshuesado y crepuscular, de<br />

bajo fondo y suburbio, dotado en el campo<br />

del lenguaje con una extraña retina<br />

como de carcoma, despierta a las descomposiciones,<br />

que le había permitido reunir<br />

en su Residencia algunos acentos de extremada<br />

oquedad y enrarecida lentitud, sin<br />

duda impresionantes» (139).<br />

Siguen cincuenta páginas destinadas a<br />

demoler una de las obras maestras de<br />

<strong>Neruda</strong>, Alturas de Macchu Picchu. Los<br />

resultados de tan patético cuanto mezquino<br />

esfuerzo, cuyos ‘argumentos’ no merecen<br />

siquiera ser resumidos, están a la vista.<br />

El poema de <strong>Neruda</strong> sigue siendo uno<br />

de sus textos más leídos y celebrados, uno<br />

de los pilares más sólidos del prestigio<br />

mundial de su autor.<br />

.<br />

REFERENCIAS<br />

AUB, Max. Diarios 1939-1972. Barcelona,<br />

Alba, 1998, p. 388.<br />

DÍAZ DE GUEREÑU, Juan Manuel, editor: Juan<br />

Larrea. Epistolario. Cartas a David Bary. 1953-1978,<br />

Madrid, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes,<br />

2004.<br />

EHRENBURG, Ilyá. Muerte al invasor, México,<br />

Fondo de Cultura Popular, 1943.<br />

LARREA, Juan. Del surrealismo a<br />

Machupicchu, México, Joaquín Mortiz, 1967. Incluye:<br />

“El surrealismo entre viejo y nuevo mundo”<br />

(1944), 15-100; “Carta a un escritor chileno interesado<br />

por la ‘Oda a Juan Tarrea’ de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>”<br />

(1964), 101-130; “Machupicchu, piedra de toque”<br />

(1966), 131-223.<br />

MORELLI, Gabriele, editor. Vicente Huidobro.<br />

Epistolario. Correspondencia con Gerardo Diego,<br />

Juan Larrea y Guillermo de Torre. Madrid, Ediciones<br />

de la Residencia de Estudiantes, 2008.<br />

NEIRA, Julio, editor. “De <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> a José<br />

María Souvirón, una carta inédita”, Ínsula, nº 694,<br />

Madrid (2004).<br />

NERUDA, <strong>Pablo</strong>. Nuevas odas elementales.<br />

Buenos Aires, Losada, 1956.<br />

OC: <strong>Neruda</strong>, <strong>Pablo</strong>. Obras completas, 5<br />

volúmenes. Edición y notas de Hernán Loyola.<br />

Barcelona, Galaxia Gutenberg—Círculo de Lectores,<br />

1999-2002.<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

23


A propósito de la acusación de Larrea contra <strong>Neruda</strong><br />

¿De qué murió César Vallejo?<br />

1<br />

En nerudiana 6 (diciembre 2008) se<br />

conmemoró el 70° aniversario de la muerte<br />

de César Vallejo. El gran poeta peruano<br />

murió durante la mañana del viernes 15 de<br />

abril de 1938 en la Clínica del Boulevard<br />

Arago de París, donde había ingresado muy<br />

enfermo tres semanas antes, sin que el<br />

equipo de cinco médicos encabezados por<br />

el afamado Dr. Lemière hubiese podido<br />

establecer el diagnóstico del misterioso mal<br />

que lo mató lentamente. Los resultados de<br />

las pruebas de sangre y otros análisis<br />

clínicos y radiográficos resultaron inútiles<br />

para aclarar la causa de su enfermedad.<br />

Según Georgette Vallejo, esposa del poeta,<br />

el Dr. Lemière le dijo: «veo que este<br />

hombre se muere, pero no sé de qué». A<br />

falta de un diagnóstico médico, para<br />

explicar la causa de su prematura muerte<br />

abundaron otros diagnósticos establecidos<br />

por amigos, poetas, escritores, músicos e<br />

historiadores. Unos dijeron saber que había<br />

muerto de tuberculosis, otros que de sífilis<br />

secundaria, o fiebre amarilla, o malaria o<br />

paludismo, diagnósticos que la Clínica<br />

Arago había descartado en los 23 días que<br />

estuvo hospitalizado allí. Entonces y<br />

después, se aseguró repetidamente:<br />

murió en cumplimiento de su célebre<br />

profecía «Me moriré en París con<br />

aguacero, / un día del cual tengo ya el<br />

recuerdo» (del soneto “Piedra negra<br />

sobre una piedra blanca”).<br />

<strong>Neruda</strong> dijo: Vallejo murió de hambre<br />

y asfixia: murió del aire sucio de París,<br />

del río sucio de donde han sacado tantos<br />

muertos. Juan Larrea inculpó a <strong>Neruda</strong> de<br />

haber contribuido indirectamente a que<br />

24 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

Dr. ENRIQUE ROBERTSON<br />

Médico en Bielefeld, Alemania<br />

Vallejo muriese de sus muchas hambres,<br />

por no haberlo ayudado a conseguir cierto<br />

trabajo remunerado que le habría permitido<br />

ganar dinero para comer. Según Georgette:<br />

el señor Larrea está mal informado, casi<br />

no hay informe de él que no contenga<br />

alguna inexactitud leve o grave. Otros<br />

dijeron: la muerte de Vallejo es un<br />

paradigma, una página heroica, una<br />

epopeya como la más grande de los fastos<br />

universales, murió por consunción y<br />

agotamiento, en batalla contra el mal y la<br />

muerte, en defensa de la dignidad, el bien<br />

y la nobleza. Vallejo murió de España.<br />

Hace veinte años, el alemán Hans Magnus<br />

Erzensberger dictaminó: las enfermedades<br />

de que sufrió Vallejo eran desconocidas en<br />

la medicina. Una se llamó España, y la otra,<br />

una enfermedad muy vieja y muy<br />

venerable: el Hambre. Antes y ahora, la<br />

mayoría coincide en asegurar que Vallejo<br />

murió de hambre.<br />

Hay mucho de verdad en ello, estaba<br />

crónicamente desnutrido. A más tardar<br />

desde 1923 la pobreza lo había obligado a<br />

acostumbrarse a comer muy poco: «en<br />

París tendremos que vivir de piedrecitas»,<br />

dijo a un amigo. En octubre de 1923, desde<br />

la Sala Boyer del Hospital de la Charité, le<br />

escribe a otro amigo: acabo de ser operado<br />

de una hemorragia intestinal. Después de<br />

esa operación, alimentarse le fue difícil no<br />

sólo por falta de dinero. Privado de buena<br />

parte de su estómago, ya no pudo comer y<br />

beber —carne y vino, es un decir— sin<br />

sufrir las consecuencias. Lo que el resto<br />

de su estómago toleraba era probablemente<br />

la dieta ovo-lacto-farinácea. Pero nunca se<br />

Enrique Robertson<br />

supo que bebiese leche, era más cara que<br />

el vino. También los huevos.<br />

Se alimentaba de patatas, de papas —<br />

originarias del Perú, como él—, según está<br />

indesmentiblemente documentado por<br />

Arturo Serrano Plaja. Recordando la<br />

llegada a París (1935) de la delegación<br />

española al I Congreso Internacional de<br />

Escritores Antifascistas —grupo procedente<br />

de Madrid, al que se sumaron <strong>Neruda</strong><br />

y González Tuñón—, Serrano Plaja<br />

escribe: «para prolongar la estancia en<br />

París cuanto fuese posible, con el no mucho<br />

dinero que teníamos (la mayor parte lo<br />

ponía <strong>Neruda</strong>), decidimos hacer un plan de<br />

austeridad o algo por el estilo. Y como en<br />

París encontramos a Vallejo (alimentado de<br />

casi exclusivamente patatas cocidas<br />

mañana y noche, como cuando le conocí<br />

en España) el plan parecía sobrevenir del<br />

modo más natural.»<br />

Algo menos de tres años después moría<br />

César Vallejo, de un modo que evidentemente<br />

no parecía natural. ¿De qué mueren<br />

los poetas? La ventaja es que mueren para<br />

seguir viviendo, como Vallejo. La señora<br />

Oyarzún —esposa del chileno Cuto<br />

Oyarzún, que en la víspera de su muerte<br />

pasó toda la noche velando junto a su<br />

cabecera— cuenta que a las cinco de la<br />

mañana del 15 de abril César Vallejo llamó<br />

a su madre y poco antes de expirar, ya en<br />

presencia de su esposa y varios amigos,<br />

pronunció estas palabras: «España. Me voy<br />

a España.» Murió poco después de haber<br />

escrito su testamento: el poema dedicado<br />

a exaltar la lucha del pueblo español en el<br />

trance de la guerra civil, que tituló como


una oración al vislumbrar su martirio y<br />

final inmolación.<br />

«Murió —escribió Juan Larrea, esta<br />

vez con exactitud— sin aspaviento alguno,<br />

dignamente, con la misma dignidad con<br />

que había vivido». El músico peruano<br />

Gonzalo More, que estaba en el grupo de<br />

amigos del poeta junto a su lecho de<br />

muerte, escribió: La expresión de su rostro<br />

muerto era verdaderamente maravillosa.<br />

No te imaginas qué belleza interior y qué<br />

luz sobrehumana en la frente del cholo. Su<br />

gesto de dolor desapareció para dar vida<br />

a una expresión de serenidad y bondad<br />

infinitas.<br />

2<br />

Pero ¿de qué murió? ¿Quizá envenenado?<br />

Me lo pregunté porque, hace poco tiempo,<br />

la extraña enfermedad de César Vallejo<br />

despertó también el interés y la<br />

imaginación de Roberto Bolaño. En su<br />

novela Monsieur Pain (Anagrama, 1999)<br />

el escritor fabuló sobre la muerte del poeta<br />

peruano en un ambiente en el que aparecen<br />

formas marginales de la ciencia y supuestas<br />

conspiraciones fascistas para asesinarle.<br />

Bolaño explicó que tuvo noticia de Pierre<br />

Pain por las memorias de Georgette<br />

Philipart, viuda de Vallejo, quien contaría<br />

en ellas que pidió los servicios de Monsieur<br />

Pain, curandero que trataba enfermos<br />

aplicando fenómenos mesméricos<br />

(doctrina del magnetismo animal del<br />

médico alemán Mesmer), para que curase<br />

de un nefasto ataque de hipo que hacía<br />

sufrir mucho a su moribundo esposo.<br />

Bolaño me contagió su interés.<br />

Considerando aspectos anamnésticos y<br />

otros, en cuanto médico —y en cuanto<br />

aficionado a investigar misterios literarios—<br />

me atrevo a sostener un diagnóstico<br />

que hasta ahora nadie ha emitido: César<br />

Vallejo falleció a consecuencias de una<br />

intoxicación crónica por solanina,<br />

agudizada en sus últimas cuatro semanas<br />

de vida. El Dr. Lemière habría debido<br />

considerar esa posibilidad. Que se sepa, no<br />

lo hizo, no obstante una publicación<br />

científica de su país, fechada veinte años<br />

antes —publicación que todavía hoy se<br />

cita—, había tratado detalladamente la<br />

causa de muerte de unos soldados franceses<br />

que saciaron sus muchas hambres —de<br />

semanas, que no de años— con patatas<br />

enverdecidas y con brotes. Consumidas,<br />

además, sin pelar y mal cocidas; es<br />

decir, muy tóxicas por su alto contenido<br />

de solanina. Los brotes de la patata<br />

enverdecida (porque conservada en<br />

ambiente húmedo y expuesta a la luz) son<br />

muy venenosos. En tal condición, una sola<br />

patata puede contener una dosis peligrosa<br />

de solanina.<br />

Hay suficiente información en Internet<br />

acerca de este veneno, cuya ingestión no<br />

mata hoy a muchos adultos porque las<br />

variedades comerciales de patata están<br />

controladas. Sí a niños, por lo que sigue<br />

mereciendo especial mención en el capítulo<br />

de las intoxicaciones alimentarias. Simula<br />

una infección —que el laboratorio no<br />

aclara— con fiebre, progresivo mal estado<br />

general, síntomas gastrointestinales,<br />

neurológicos y psiquiátricos, etcétera.<br />

Causa la muerte —no siempre, afortunadamente—<br />

sin que se sepa por qué: no es<br />

habitual pensar en la papa como causante.<br />

Pocos acumularon nunca tantos<br />

factores para devenir víctima de una<br />

intoxicación letal con solanina como<br />

César Vallejo, «alimentado de casi<br />

exclusivamente patatas cocidas mañana<br />

y noche». Seguramente estaba acostumbrado<br />

a soportar bien el veneno, pero<br />

la acumulación de éste en su organismo<br />

debió —en el transcurso de muchos<br />

años— haber llegado a niveles críticos.<br />

No pocas veces se sintió al borde de la<br />

muerte. Al sentirse muy enfermo, siguió<br />

alimentándose de lo que a él y su mujer<br />

les parecía que era lo único que podía<br />

tolerar. Los jugos gástricos se encargan<br />

de neutralizar parcialmente la toxina. A<br />

él, le habían extirpado parte del estómago;<br />

y seguramente neutralizaba los que<br />

producía con bicarbonato de sodio.<br />

Además, en su pobreza, las patatas que<br />

compraba en 1938 en París eran<br />

seguramente las más baratas que podía<br />

conseguir. Enverdecidas.Y éstas había que<br />

aprovecharlas al máximo, pelarlas poco<br />

o nada; cocerlas, bien cocidas, significaba<br />

un gasto adicional.<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

25


El 5 de febrero de este 2009 murió<br />

en París un poeta y escritor franco-uruguayo<br />

de extrema derecha y excomunista:<br />

Ricardo Paseyro. Murió, quizás,<br />

con poca gloria en cuanto poeta, pero<br />

sin duda con mucha pena en cuanto persona<br />

porque había verificado el fracaso del<br />

proyecto al que dedicó al menos la mitad<br />

de su vida: destruir a <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>. Fue<br />

un profesional del <strong>antinerudismo</strong>, con una<br />

virulencia y una tenacidad sólo comparables<br />

a las de <strong>Pablo</strong> de Rokha, pero al mismo<br />

tiempo muy diversa porque era, diríamos,<br />

abstracta, no fundada sobre razones<br />

de rivalidad personal dentro de un territorio<br />

común. En cierto modo quedan misteriosas<br />

las motivaciones psicológicas que<br />

sostuvieron a Paseyro durante decenios en<br />

su infatigable tarea. ¿Sólo ganar dinero escribiendo<br />

y publicando sobre un tema que<br />

vendía, que tenía buena cotización en el<br />

mercado de la Guerra Fría? No parece<br />

26 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

Ricardo Paseyro, el profesional<br />

MÉLINA CARIZ<br />

Université de la Sorbonne Nouvelle – Paris III<br />

suficiente como explicación. Tampoco su<br />

proclamado amor reverencial hacia la poesía<br />

(pero sólo hacia el tipo de poesía que él<br />

practicaba), sospechosamente machacón. Lo<br />

triste de este asunto, y todo parece indicarlo,<br />

es que Ricardo Paseyro será recordado<br />

sólo o principalmente por sus escritos y gestiones<br />

antinerudianos, vale decir, por su estéril<br />

odio al poeta chileno.<br />

Paseyro nace el 05.12.1925 en Mercedes,<br />

Uruguay. Desde niño viaja a varios países<br />

de América Latina bajo un nombre falso<br />

por la expatriación de su padre, diputado<br />

que, tras el golpe de estado reaccionario del<br />

31 de marzo de 1933, llamó a la insurrección<br />

y marchó al exilio. De retorno a Uruguay,<br />

murió en 1937. El hijo se apasiona<br />

por la literatura, la poesía y la política extranjera,<br />

y es iniciado al marxismo por dos<br />

personajes famosos en el país: el doctor<br />

Emilio Troise, amigo de la familia, y el doctor<br />

Augusto Bunge, traductor al español del<br />

Faust de Goethe. En el aspecto literario y<br />

poético, Paseyro dice haber sido influenciado<br />

en su juventud en particular por Rubén<br />

Darío, Juan Ramón Jiménez, Miguel de<br />

Unamuno y José Bergamín.<br />

Adhiere en su juventud al Partido Comunista<br />

de Uruguay y viaja con la delegación<br />

uruguaya al Congreso Mundial de Partidarios<br />

de la Paz (París 1949). Durante ese<br />

congreso conoce a <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> (Paseyro<br />

pretende, sin embargo, haberlo conocido en<br />

agosto de 1945, supuestamente en Uruguay)<br />

y trabaja durante un mes como factótum del<br />

poeta. De aquel período las memorias de<br />

Paseyro evocan algunos momentos seleccionados<br />

a través de un prisma malintencionado<br />

y unívocamente denigrador: <strong>Neruda</strong> alo-<br />

Mélina Cariz<br />

jando el lujoso Hotel Georges V (el poeta<br />

le había explicado que era para eludir a la<br />

policía francesa y la expulsión del país,<br />

lo que era verdad); su relación con una<br />

«mujer vieja», Delia del Carril, «nacida<br />

de la aristocracia argentina más afortunada»<br />

(Paseyro 2007: 62); como primer<br />

regalo de aquel benévolo secretariado,<br />

<strong>Neruda</strong> le presenta a un cliente habitual<br />

del hotel, Ilyá Ehrenburg; en calidad de<br />

chofer, Paseyro acompaña a <strong>Neruda</strong> a una<br />

cita con Louis Aragon y Elsa Triolet; y<br />

en otra ocasión a una cita con Picasso, a<br />

quien <strong>Neruda</strong> solicita infructuosamente<br />

una ilustración para su Canto general, y<br />

Paseyro se complace en relatar el viaje<br />

de vuelta: «El espectáculo de su vanidad<br />

mortificada era deleitable, en el auto<br />

rumiaba su rabiosa decepción» (Paseyro<br />

2007: 65).<br />

Durante un viaje a Praga, al cual son<br />

invitados todos los delegados sudamericanos,<br />

Paseyro toma conciencia de las<br />

fallas del socialismo real: «la ideología<br />

en la que abstractamente creía me pareció,<br />

de repente, horrible» (ibídem, 75).<br />

Puesto que Francia e Italia se niegan a<br />

acoger al comunista <strong>Neruda</strong> (por razones<br />

de Guerra Fría y por presiones del gobierno<br />

chileno), temiendo ser reconocido el<br />

poeta pide a Paseyro ir al Consulado británico,<br />

haciéndose pasar por su secretario,<br />

para pedir una visa, trámite que no<br />

resultó. Naturalmente Paseyro le dirige la<br />

consabida crítica de querer vivir en occidente<br />

y no en un país socialista: «el más<br />

estalinista de los poetas estaba obligado<br />

a vivir en URSS o en cualquier ‘democracia<br />

popular’» (ibídem, 80).


Su primer libro de poesía Plegaria por<br />

las cosas es publicado en 1950, de vuelta<br />

de su viaje a Europa, en Buenos Aires, con<br />

dedicatoria a su «maestro y amigo» José<br />

Bergamín, escritor y poeta español exiliado<br />

en Uruguay. El Partido Comunista desaprueba<br />

su libro, y es la ocasión para que<br />

el poeta abandone su poco convencida<br />

militancia.<br />

Paseyro se instala en Francia en 1951<br />

y en 1953 contrae matrimonio con Anne-<br />

Marie, la hija menor del poeta francés Jules<br />

Supervielle, de conocida familia de banqueros<br />

franco-uruguayos. La pareja elige<br />

España como destinación para el viaje de<br />

bodas y pasan allí varios meses. La actividad<br />

literaria y de traductor de Ricardo<br />

Paseyro se desarrolla sobre todo en conexión<br />

con España, a donde viaja a menudo.<br />

Allí publica poemas y escribe para la<br />

revista Índice a partir de 1952.<br />

Tras su fugaz militancia de izquierda y<br />

su contacto con <strong>Neruda</strong> (objeto sólo de críticas<br />

y veneno en sus memorias), Paseyro<br />

se desplaza de pronto, y con gran soltura<br />

de cuerpo, hasta el otro extremo del tablero<br />

político y se convierte así en un<br />

anticomunista activo y militante, polemista<br />

infatigable, ligado a los más radicales<br />

grupos de derecha en España y Francia.<br />

Cumple funciones diplomáticas en<br />

Havre y Rouen desde 1960 a 1973, año en<br />

que viene destituido por Juan María<br />

Bordaberry, presidente de facto tras el ‘golpe’<br />

militar de junio 1973. Paseyro obtiene<br />

entonces la nacionalidad francesa. Deviene<br />

redactor de Contrepoint, trimestral político-literario<br />

de circulación confidencial<br />

(1970-1976), propiedad de Patrick<br />

Devedjian, ex-ministro y presidente del<br />

Conseil Général de Hauts-de-Seine. La<br />

colaboración en Contrepoint es el apogeo<br />

de un período muy político, precedido por<br />

el ensayo L’Espagne sur le fil (Laffont,<br />

1976), uno de los primeros libros sobre la<br />

transición española, donde curiosamente se<br />

denuncia el peligro rojo que amenazaría a<br />

España tras la muerte de Franco.<br />

Paseyro colabora también en la revista<br />

L’Aurore, que se interesa en política exterior.<br />

Enviado como corresponsal por esta<br />

revista, vive en Irán durante casi un año, y<br />

viaja también a Afganistán, Estados Uni-<br />

dos y Taiwán. Fue igualmente, hasta poco<br />

antes de su muerte, colaborador del diario<br />

Minute y de Radio Courtoisie, ambos medios<br />

de la extrema derecha francesa.<br />

Paseyro evocará sus reticencias hacia<br />

<strong>Neruda</strong> desde el primer encuentro, acusándolo<br />

retrospectivamente incluso de simular<br />

su condición de perseguido político por<br />

parte del presidente González Videla (lo<br />

que evidencia su mala fe). «Monótona, prosaica,<br />

estancada —le debo este último y<br />

justo epíteto a Juan Ramón Jiménez—, la<br />

poesía nerudiana me interesaba menos que<br />

su mito. Inventando un falso peligro, debido<br />

a la situación política de su país, viajó<br />

a Francia, donde el partido le preparó una<br />

estrepitosa publicidad.» (Paseyro 2007:<br />

62).<br />

«Un día —recordará un amigo— a<br />

Ricardo Paseyro le dio la ventolera de escribir<br />

una crítica acerba, feroz, de la poesía<br />

y de los escritos y actividades políticas<br />

de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>, el gran tótem de la poesía<br />

hispanoamericana del siglo XX. Dar a<br />

la imprenta aquella crítica constituyó un<br />

suicidio literario, juzgó Mario Parajón, director<br />

de la Editorial Verbum, de poesía.»<br />

(Fernando-Guillermo de Castro, en Diario<br />

de Ibiza, 20.03.2009). Alusión al pan-<br />

Paseyro poco antes de su muerte.<br />

fleto La palabra muerta de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>,<br />

publicado en Madrid por el editor H. E.<br />

Munuesa, 1958 [y reproducido en El Bacalao,<br />

Santiago 2004]. El ensayo es traducido<br />

más tarde al francés por su amigo<br />

Dominique Roux y publicado en 1965 y<br />

1972 bajo el título de Le mythe <strong>Neruda</strong>.<br />

Paseyro elige, para prologar su ensayo, el<br />

famoso texto en que Juan Ramón Jiménez<br />

califica a <strong>Neruda</strong> como un «gran mal poeta»<br />

(en Españoles de tres mundos, Buenos<br />

Aires, Losada, 1942). Al desentenderse de<br />

la —también conocida— rectificación del<br />

escritor español en su “Carta pública a <strong>Pablo</strong><br />

<strong>Neruda</strong>”, escrita en Florida en enero<br />

de 1942, Paseyro exhibe una nueva prueba<br />

de su mala fe.<br />

El panfleto se divide en dos partes. En<br />

la primera, “Sobre dos fundaciones de su<br />

mito: la americanidad y la política”,<br />

Paseyro sostiene que «<strong>Neruda</strong> y el<br />

Nerudismo tuercen la poesía sudamericana»<br />

y que el poeta chileno no es realmente<br />

un comunista sino un oportunista, un «poeta<br />

burgués». Según Paseyro, la poesía de<br />

<strong>Neruda</strong> no sigue ni contiene huella alguna<br />

de filosofía, de pensamiento ni de visión<br />

marxista del mundo, y se limita sólo a acatar<br />

las órdenes del partido. Y a seguir sus<br />

intereses particulares. Así, en su libro Las<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

27


De izq. a der.: Paseyro joven, Jorge Guillén y Fernando-Guillermo de Castro en Ibiza, 1958.<br />

uvas y el viento (1954) ataca a todos los<br />

gobernantes hostiles a Moscú, salvo a uno:<br />

Juan Domingo Perón. Y esto porque su<br />

principal editor, Losada, tiene asiento en<br />

Buenos Aires.<br />

En la segunda parte, “El mito literario”,<br />

el nivel de la crítica es aún más penoso.<br />

Condena en particular como<br />

apoética la «enumeración amorfa» en las<br />

Odas elementales y en Las uvas y el viento.<br />

Luego subraya y critica el carácter heroico,<br />

triunfalista y egocéntrico del yo<br />

poético. Más adelante condena la «vulgaridad»,<br />

la «grosería», la «indecencia»<br />

de la poesía amorosa en Los versos del<br />

capitán (refiriéndose a los poemas “El tigre”,<br />

“El cóndor” y “El insecto”). Termina<br />

su ‘investigación’ con esta sentencia:<br />

«Al fin de este periplo ya sabemos qué<br />

destino da <strong>Neruda</strong> a las palabras que le<br />

prestó la lengua para inventar mundos<br />

nuevos. No las cuida, las corrompe... Su<br />

palabra muerta es hojarasca de la tierra.»<br />

(Paseyro 2004: 158-159). Condena total,<br />

absoluta. Ni siquiera el buen gusto, por<br />

parte de alguien que se autodefine «poeta<br />

decadente» (ibídem, 148), de intentar al<br />

menos la ‘comprensión’ de un poeta diferente,<br />

o del fenómeno histórico-culturalliterario<br />

que <strong>Neruda</strong> innegablemente encarnó<br />

durante el siglo XX.<br />

A principios de los años 60, Paseyro<br />

animó una encarnizada campaña de prensa<br />

para impedir que le otorgaran el Nobel<br />

28 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

de literatura a <strong>Neruda</strong>, a través de virulentos<br />

artículos y citas de textos del poeta (sobre<br />

Stalin) en Le Figaro, o de intervenciones<br />

radiales. En sus memorias <strong>Neruda</strong> mismo<br />

refiere las fatigas y afanes de su enemigo:<br />

«Más inconcebible y más aventurado<br />

aún fue el viaje a Estocolmo de este<br />

mismo uruguayo, en el año de 1963. Se<br />

rumoreaba que yo obtendría en aquella<br />

ocasión el premio Nobel. Pues bien, el tipo<br />

visitó a los académicos, dio entrevistas de<br />

prensa, habló por radio para asegurar que<br />

yo era uno de los asesinos de Trotski. Con<br />

esa maniobra pretendía inhabilitarme para<br />

recibir el premio.» (Confieso que he vivido,<br />

en OC, V, 722-723).<br />

Si bien los esfuerzos de Paseyro —sumándose<br />

a los de la CIA— alcanzaron un<br />

éxito transitorio en 1963 y 1964, en definitiva<br />

no lograron impedir que la academia<br />

sueca otorgara finalmente a <strong>Neruda</strong> el Premio<br />

Nobel de Literatura en 1971.<br />

Despechado, como si lo hubieran ofendido<br />

personalmente, Paseyro escribirá entonces:<br />

«La consagración del señor <strong>Neruda</strong><br />

instituye la irresponsabilidad como norma<br />

de la vida intelectual» (Le mythe <strong>Neruda</strong>,<br />

edición 1972, trad. mía).<br />

La campaña personal de Paseyro contra<br />

<strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> se prolongó hasta el final<br />

de sus días, según lo manifiesta su libro de<br />

memorias publicado en 2007. Sus motivaciones<br />

aparentes revelan una compleja y<br />

curiosa mezcla de ojeriza política y encono<br />

personal. Acaso la envidia no haya sido<br />

ajena a la animadversión que el uruguayo<br />

profesó infatigablemente a <strong>Neruda</strong>.<br />

REFERENCIAS<br />

Ricardo PASEYRO, “La palabra muerta de <strong>Pablo</strong><br />

<strong>Neruda</strong>” [1957], en L. Sanhueza, ed., El Bacalao.<br />

Diatribas antinerudianas y otros textos (Santiago,<br />

Ediciones B, 2004), 135-159.<br />

Ricardo PASEYRO, Toutes les circonstances<br />

sont aggravantes. Mémoires politiques et littéraires.<br />

Paris, Éditions du Rocher, 2007. [Trad. de citas:<br />

Mélina Cariz.]<br />

<strong>Pablo</strong> NERUDA, Obras completas, 5 vols., edición<br />

de Hernán Loyola. Barcelona, Galaxia Gutenberg<br />

& Círculo de Lectores, 1999-2002.<br />

El inefable Paseyro<br />

Fragmentos de una carta de Ricardo Paseyro<br />

al profesor Giuseppe Bellini (Universidad de<br />

Milán), estudioso, editor y amigo de <strong>Neruda</strong><br />

en Italia, fechada en Roma el 17.08.1967.<br />

«Distinguido señor Bellini: ... Es inútil recalcarle<br />

que si usted no se acuerda conmigo<br />

en casi nada, a propósito de <strong>Neruda</strong>, yo<br />

no me acuerdo con usted en nada, prácticamente<br />

en nada, de sus opiniones favorables<br />

a él. Ello no impide que podemos hablar<br />

tranquilamente del tema, como se habla<br />

entre gente bien educada, es decir, no<br />

contaminada por la vulgaridad, la soecia,<br />

el fanatismo y la megalomanía que comparten<br />

—¡Fuenteovejuna, todos a una!—<br />

<strong>Neruda</strong> y la unanimidad de sus adictos<br />

—salvo usted, honrosa y sola excepción<br />

que yo conozca. Pues usted, seria y razonablemente,<br />

se refiere a mi ensayo,<br />

me atrevo a mi turno, sin ánimo agresivo<br />

alguno, y porque la poesía es lo único<br />

que me interesa en la vida, me atrevo<br />

a decirle que si no estuviese yo curado<br />

de espanto, su texto sobre <strong>Neruda</strong> me<br />

afligiría. Que un hispanista de su cultura,<br />

de su agudeza y de su calidad pueda citar a<br />

<strong>Neruda</strong> a la altura de Góngora o de Darío<br />

(¡de Rubén, Señor, de Rubén, el Dios de la<br />

poesía, de Rubén, ese artista incomparable,<br />

esa alma religiosa, ese corazón asombrado<br />

de la música astral, ese espíritu impregnado<br />

del sentimiento de lo infinito!),


que pueda usted colocar a la vera del metafísico<br />

Machado ese pedazo de materia<br />

bruta y mimética a la vez a que se reduce<br />

<strong>Neruda</strong>, sobrepasa mi imaginación...<br />

«Usted se preguntará, y yo también me<br />

lo pregunto, por qué me explayo así ante<br />

un adversario. Que somos adversarios,<br />

aun si usted no se considera mi adversario:<br />

yo lo soy, irreductiblemente, de todos<br />

aquellos que, como usted, contribuyen<br />

al mito vergonzoso de <strong>Neruda</strong>, buscón<br />

de la poesía, angurriento de premios,<br />

bufón de honores...<br />

«Para nueva y última muestra de contradicción<br />

perpetua, propia de toda<br />

démarche intelectual honesta, aquí le envío<br />

“En la altamar del aire” y “Mortal amor<br />

de la batalla”. No me placería que estos<br />

poemas le pareciesen malos, pero si le<br />

gustaren, me desconsolaría. Porque si lo<br />

que yo hago es poesía, no lo es lo que hace<br />

<strong>Neruda</strong>. Una cosa excluye la otra. Le agradezco<br />

que me considere usted un poeta de<br />

valor, y le agradeceré más aún si mi libro<br />

lo confirma en ese juicio. Pero no puedo<br />

aceptarlo, porque aceptarlo implicaría que<br />

el amor del coro y la búsqueda del infinito<br />

son compatibles entre sí.»<br />

— de Quaderni Ibero-Americani nº 99,<br />

Torino (junio 2006).<br />

<strong>Neruda</strong> sobre Paseyro<br />

Se irán los crueles dioses con anteojos,<br />

los peludos carnívoros con libro,<br />

los pulgones y los pipipaseyros.<br />

Y cuando esté recién lavado el mundo<br />

nacerán otros ojos en el agua<br />

y crecerá sin lágrimas el trigo.<br />

— Cien sonetos de amor, soneto XCVI<br />

Tan insana, e igualmente persistente, ha<br />

sido la folletinesca persecución literariopolítica<br />

desatada contra mi persona y mi<br />

obra por cierto ambiguo uruguayo de apellido<br />

gallego, algo así como Ribeyro. El<br />

tipo publica desde hace varios años, en<br />

español y en francés, panfletos en que me<br />

descuartiza. Lo sensacional es que sus<br />

proezas antinerúdicas no sólo desbordan<br />

el papel de imprenta que él mismo costea,<br />

sino que también se ha financiado costosos<br />

viajes encaminados a mi implacable<br />

destrucción.<br />

—Confieso que he vivido, en OC, V, 722.<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

29


¿Qué motiva el activo <strong>antinerudismo</strong> que<br />

persiste hasta hoy? O, mejor, ¿qué nos<br />

muestra acerca de los requerimientos a que<br />

debían responder poetas, poesía, intelectuales,<br />

ciudadanos? Los <strong>antinerudismo</strong>s<br />

son de larga y variada estirpe. En el ámbito<br />

nacional, la guerrilla literaria de los años<br />

30 a 50 enfrentó a personalidades en expansión<br />

que se disputaban una estrecha<br />

esfera pública enfocada en la literatura. Se<br />

enfrentaban visiones de la poesía entendidas<br />

como únicas y excluyentes: si había<br />

vanguardismo y surrealismo de marca sellada<br />

y registrada, no podía existir un<br />

<strong>Neruda</strong>; si contábamos con un fundador<br />

de la poesía latinoamericana en vigencia,<br />

el otro debía extinguirse; si un poeta podía<br />

mediar entre la política, el mundo popular<br />

y el proyecto de modernidad literaria<br />

en el país, el otro tenía que ser un advenedizo<br />

y un plagiario a la moda. Hay<br />

una larga historia de rencillas, infidelidades<br />

y fidelidades enceguecedoras, antipatías<br />

personales, chisme y cahuineo, envidias<br />

y susceptibilidades que vincula los<br />

nombres de <strong>Neruda</strong>, el grupo Mandrágora,<br />

<strong>Pablo</strong> de Rokha, Huidobro, Teófilo Cid,<br />

Rosamel del Valle, Tomás Lago, y un largo<br />

etcétera que incluye a un grupo de pares<br />

vinculados por publicaciones, antologías,<br />

casas, bares, calles de la capital, balnearios<br />

y la provincia, en un tiempo cuando<br />

la literatura era también, y de manera<br />

importante, un asunto de grupos y capillas.<br />

Con la mala leche y peleas contrastan<br />

amistades y afectos profundos que forjaron<br />

prólogos, poemas, iniciativas compartidas.<br />

Más tarde, cuando el poeta ciudadano<br />

y hombre público alcanza relevancia<br />

nacional e internacional en un mundo<br />

marcado por la guerra fría, surge un férreo<br />

<strong>antinerudismo</strong> en el que se conjuga<br />

el rechazo a sus posiciones y compromisos<br />

políticos, con un juicio parcializado<br />

de su obra que encuentra en ella tantas fal-<br />

30 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

Navegaciones y anclajes del<br />

<strong>antinerudismo</strong><br />

MARÍA LUISA FISCHER<br />

Hunter College of the City University of New York<br />

tas como las que se identificaban en el<br />

Cominterm, el mundo socialista, o el Partido<br />

Comunista chileno. Hay polemistas<br />

destacados y reflexivos (Octavio Paz, Juan<br />

Ramón Jiménez) y otros mucho menos (un<br />

incansable Ricardo Paseyro que dedica<br />

toda su energía a campañas en contra de<br />

su odiado ante la Academia Sueca; un Jorge<br />

Délano, Coke, que habla del “oro de<br />

Moscú” y, aludiendo a Stalin, de «la musa<br />

bigotuda» que inspiraría Canto general 1 ).<br />

En los sesenta, erigido en símbolo revolucionario,<br />

el nombre de <strong>Neruda</strong> se utiliza<br />

para ventilar las diferencias de orientación<br />

que la dirigencia cubana mantenía<br />

con el PC chileno respecto al carácter de<br />

la lucha por el cambio social en América<br />

Latina. La carta abierta de julio de 1966,<br />

firmada por más de 100 escritores y artistas,<br />

conocida como la “Carta de los cubanos”,<br />

acusaba con retórica retorcida a<br />

<strong>Neruda</strong> de haber abandonado sus principios<br />

y lo convocaba, con un tuteo fraternal que<br />

pretendía ser amistoso, a reconocer que la<br />

única línea correcta estaba marcada por el<br />

enfrentamiento con el imperialismo en el<br />

ámbito internacional, y por la violencia<br />

como método de lucha en América Latina<br />

2 . Con la misma lógica que se observa<br />

en las explicaciones conspirativas paranoicas,<br />

se llamaba a considerar, a partir del hecho<br />

de haber obtenido el visado a los<br />

E.E.U.U, por qué se lo habrían otorgado a<br />

<strong>Neruda</strong> y quién sacaría ventajas con su presencia<br />

en el país. No hay détente ni comienzo<br />

del fin de la guerra fría, se afirma en el<br />

libelo, sino un “programa de castración”<br />

que intenta neutralizar a los intelectuales<br />

de izquierda más influyentes; los EE.UU.<br />

“[e]stán a la búsqueda de quienes, pretendiendo<br />

hablar a nombre nuestro, presentan<br />

la revolución y la violencia como algo de<br />

mal gusto. Y encuentran, pagando su<br />

precio, a esos sensatos, a esos colaboracionistas,<br />

a esos traidores.” (5: 1395). La<br />

María Luisa Fischer<br />

implicación es durísima, hasta insultante.<br />

El lenguaje, de una agresividad pasiva que<br />

se oculta en el género íntimo de la carta<br />

para hacer públicos el dogma y una condena<br />

radical. Se ha establecido que a través<br />

del ataque a <strong>Neruda</strong> se expresaba una disputa<br />

por la orientación de los movimientos<br />

de transformación social en el continente<br />

(la línea guevarista vs la de profundización<br />

de la democracia), pero resulta revelador<br />

que se considerara apropiado apelar a la figura<br />

de un poeta para la misión 3 . Demuestra,<br />

por una parte, el escrutinio al que estaba<br />

sometido el accionar de <strong>Neruda</strong> y la exigencia<br />

de que cada uno de sus actos representara<br />

algo más, mejor y mayor. En un<br />

sentido más amplio es, por otro lado, demostración<br />

del papel central que se le asigna<br />

a la poesía y los poetas en un momento<br />

en que predomina, paradójicamente, un discurso<br />

antiinte-lectualista (al cual el propio<br />

<strong>Neruda</strong> no se sustraía), que rechaza la experimentación<br />

formal y la noción de autonomía<br />

del ámbito de lo social, enfatizando<br />

formas artísticas que se asimilan al trabajo<br />

manual y aporten a la causa. Desde una trinchera<br />

ideológica opuesta a la que motivaba<br />

las diatribas de Coke, la “Carta de los cubanos”<br />

propone una lógica basada en la<br />

continuidad sin fisuras entre la persona pública,<br />

el ciudadano comprometido y las personas<br />

de los libros. Por eso, no es casual<br />

que ambos mencionen al poeta de Canto<br />

general, un volumen cuya ficción se sostiene,<br />

precisamente, en la fusión intrincada<br />

de estas categorías.<br />

Con ocasión del centenario se publica<br />

El Bacalao: diatribas antinerudianas y<br />

otros textos que, recordando el apodo que


le dedicaba Huidobro a <strong>Neruda</strong>, recoge<br />

una prosa en ocasiones desafortunada. El<br />

compilador Leonardo Sanhueza arguye<br />

que la antología busca ser una respuesta a<br />

lo que se estima una excesiva exposición<br />

pública y mediática del poeta, y un intento<br />

de mirar críticamente el sitial que le correspondería<br />

en una historia de la poesía<br />

chilena demasiado regida por la presencia<br />

de los 4 grandes de la lírica nacional. El<br />

Bacalao parece identificar con justeza el<br />

agotamiento de una forma de aproximación<br />

a <strong>Neruda</strong> que privilegia repetitivamente<br />

su personalidad, pero no logra situarla<br />

en contextos que la hagan comprensible<br />

más allá de un afán de figuración<br />

apabullante que resulta, en el caso que nos<br />

ocupa, a todas luces insuficiente. Considero<br />

más certera la observación de Sergio<br />

Missana quien, apuntando algunos efectos<br />

negativos de su elevación en ícono nacional,<br />

señala que «resulta difícil una mirada<br />

fresca . . . sobre <strong>Neruda</strong>, que se ha<br />

transformado en símbolo, en póster y también<br />

en marca. Es difícil entablar un diálogo<br />

íntimo con un monumento. . . . Su<br />

edificación siempre tiene algo de arbitrario<br />

(los centenarios, por ejemplo, son ocasiones<br />

dudosas, homenajes al sistema métrico<br />

decimal) y conlleva un obligado fervor<br />

nacionalista. Celebramos a las figuras<br />

literarias como íconos patrios.» (“Apuntes<br />

sobre la poesía política de <strong>Neruda</strong>”).<br />

Como ilustra El Bacalao, es posible identificar<br />

en la actualidad una extendida reacción<br />

de disgusto-pataleta entre escritores<br />

y animadores culturales jóvenes que,<br />

sin embargo, fallan a la hora de<br />

contextualizar para comprender el fenómeno<br />

<strong>Neruda</strong>, historizándolo, y fallan<br />

también a la hora de leer de manera renovada<br />

y cuidadosa su poesía, más allá<br />

de las nociones estereotipadas que circulan,<br />

sobre todo con respecto de los libros<br />

capitales.<br />

En el contexto de la dificultad de<br />

historizar la figura del poeta que detecto<br />

entre los jóvenes antinerudianos, puede resultar<br />

particularmente significativo un testimonio<br />

de la historia reciente del<br />

<strong>antinerudismo</strong>. Me refiero a las páginas del<br />

diario personal de Hernán Valdés de 1970<br />

incluidas en el número especial con que<br />

la revista Anales de la Universidad de<br />

Chile rinde homenaje al Nobel de Literatura<br />

de 1971. Como un aporte a la celebración,<br />

el texto pone en el tapete los reparos<br />

de intelectuales y escritores que buscan<br />

desplegarse bajo la sombra amplia del<br />

poeta, en un entorno de acelerados cambios<br />

sociales que exigen definiciones y<br />

compromisos. El número especial de Anales<br />

acoge una mirada conflictuada sobre<br />

el homenajeado lo que, a mí entender, representa<br />

un gesto revelador de independencia<br />

y distancia críticas. En “Navegación<br />

con <strong>Neruda</strong> y conflictos de la admiración”,<br />

el autor de Apariciones y desapariciones<br />

(1964), Tejas verdes (1974) y A<br />

partir del fin (1981) analiza el significado<br />

de su interacción cotidiana con el poeta,<br />

con quien coincide durante una larga travesía<br />

por barco desde puertos europeos a<br />

Valparaíso. Valdés apunta las pequeñeces<br />

y mezquindades propias y las de <strong>Neruda</strong>,<br />

de quien anota sus estrategias para preservar<br />

la intimidad y observa, tanto sus susceptibilidades<br />

a la crítica, como sus respuestas<br />

a las formalidades y exigencias<br />

sociales. Hacia el final del fragmento del<br />

diario se entrega la evaluación más completa<br />

sobre “[e]l fenómeno <strong>Neruda</strong> . . . en<br />

la sociedad contemporánea. (299)” El marco<br />

de la reflexión lo provee el bloqueo<br />

creativo que enfrenta el autor durante la<br />

composición de la novela Zoom (1971),<br />

es decir, a la fertilidad nerudiana se opone<br />

la parálisis temporal de un sujeto<br />

hipercrítico que no se permite salidas fáciles<br />

a conflictos internos y externos. Lo<br />

que explica el prestigio excepcional de<br />

<strong>Neruda</strong> es que, con él, la poesía rompe «su<br />

círculo de transmisión elitivo», quien bien<br />

podría ser “el último caso de un individuo<br />

que, a través de [ella], establece una comunicación<br />

con la sociedad” (ídem). El<br />

yo nerudiano de la poesía social “trasciende<br />

la naturaleza y la historia”, asume personalmente<br />

los conflictos sociales, construye<br />

“un discurso moral revolucionario<br />

del vate del pueblo”, en fin, se instala como<br />

una renovación y sobrevivencia del romanticismo.<br />

En el texto de Anales se incluye una<br />

“Nota final” en la que el diarista relee y<br />

revisa sus impresiones que a todas luces son<br />

más conflictivas que admirativas 4 . Vale la<br />

pena citar en extenso esta sección que todavía<br />

hoy ilumina los porqués y los cómo<br />

de los <strong>antinerudismo</strong>s. En un país «mediocre<br />

en personalidades culturales», Valdés<br />

detecta en su propia actitud crítica,<br />

una exigencia aberrante de que las personas<br />

sean una cosa distinta de lo que objetivamente<br />

son. . . . [L]a sobresaliente situación intelectual<br />

de <strong>Neruda</strong> conduce a que uno exija de<br />

su conducta una coherencia y una lucidez superiores.<br />

Debido a esa situación . . . uno hace a<br />

<strong>Neruda</strong> responsable de representarnos en sus<br />

actos. Uno exige que <strong>Neruda</strong> actúe exactamente<br />

como lo habría hecho uno si ocupara su lugar.<br />

De ahí el conflicto y los reproches. De ahí<br />

la enorme cantidad de desencantamientos que<br />

ha producido en su vida y las opiniones contradictorias<br />

que existen sobre él. . . . <strong>Neruda</strong> tendría<br />

que haber sido un prodigio para responder<br />

afortunadamente a tantas exigencias . . . (301)<br />

Enfrentado a la incomodidad o rechazo<br />

ante el <strong>Neruda</strong>-símbolo, Valdés descubre<br />

tardíamente una respuesta alternativa<br />

en la poesía: “sus versos son la única posibilidad<br />

de encontrarlo y de reconocerlo<br />

en su verdadera grandeza” (301).<br />

En una amarga ironía final, <strong>Neruda</strong> reacciona<br />

al diario de navegación con<br />

“(H.V.)”, un poema de ocasión que se recoge<br />

en El mar y las campanas (OC 3:<br />

924-925). En él, un sujeto poético “fatigado<br />

de rostros” que persigue, a pesar de<br />

todo, la comunicación, fustiga al compañero<br />

de barco, acusándolo de mezquindad<br />

e inseguridad, y de menoscabarse en “una<br />

guerra / contra la propia sombra”. Al cotejar<br />

poema y diario se descubre que<br />

subyace en ellos una temática común que<br />

acaso no se explicitó a tiempo: el deseo<br />

de ambos de escapar a sujeciones y obligaciones<br />

sociales (desde la figura símbolo<br />

con su generosa sombra, hasta la más<br />

pedestre de la buena educación) que restringen<br />

la comprensión e impiden relaciones<br />

menos mediadas y más libres. Asimismo,<br />

pienso que la réplica del poema dobla<br />

y reitera los puntos ciegos del propio<br />

<strong>Neruda</strong> y de sus detractores de hoy, que<br />

no consiguen dirimir y distinguir las muchas<br />

capas que componen una compleja<br />

figura.<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

31


OBRAS CITADAS<br />

“Carta abierta a <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>”. Obras Completas<br />

de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>. Vol. 5. Ed. Hernán Loyola.<br />

Barcelona: Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores,<br />

2002. 1390-1396.<br />

DÉLANO, Jorge (“Coke”). Yo soy tú. Santiago:<br />

Zig-Zag, 1956.<br />

FERNÁNDEZ Retamar, Roberto. Recuerdo a.<br />

La Habana: Unión de Escritores y Artistas de Cuba,<br />

1998.<br />

LOYOLA, Hernán. “La otra escritura de <strong>Pablo</strong><br />

<strong>Neruda</strong> II”. Prólogo. Obras Completas de <strong>Pablo</strong><br />

<strong>Neruda</strong>. Vol. 5. Ed. Hernán Loyola. Barcelona: Galaxia<br />

Gutenberg-Círculo de Lectores, 2002. 9-36.<br />

MISSANA, Sergio. “Apuntes sobre la poesía<br />

política de <strong>Neruda</strong>”. 30 jun. 2005 .<br />

NERUDA, <strong>Pablo</strong>. “(H.V)”. Obras completas.<br />

Ed. Hernán Loyola. Vol. 3. Barcelona: Galaxia<br />

Gutenberg-Círculo de Lectores, 2000. 924-925.<br />

SANHUEZA, Leonardo, ed. El Bacalao:<br />

Diatribas antinerudianas y otros textos. Santiago:<br />

Ediciones B, 2004.<br />

—.“<strong>Neruda</strong>, vivo o muerto”. Prólogo. El Bacalao:<br />

Diatribas antinerudianas y otros textos. 11-15.<br />

VALDÉS, Hernán. “Navegación con <strong>Neruda</strong> y<br />

conflictos de la admiración”. Anales de la Universidad<br />

de Chile 157-160 (1971): 297-301.<br />

—.“1970. Navegación con <strong>Neruda</strong>”. Fantasmas<br />

literarios. Una convocación. Santiago: Aguilar,<br />

2005. 181-185.<br />

NOTAS<br />

1 El periodista y dibujante publica su Yo soy tú,<br />

mezcla de autobiografía, crónica y libelo con un largo<br />

subtítulo que alude al interés por el cine del autor:<br />

“Argumento de Jorge Délano F. Dirección de ‘Coke’.<br />

Los episodios que aparecen en esta película son<br />

auténticos y no una mera coincidencia. No<br />

recomendable para señoritas”. Se ilustra, entre otros<br />

materiales, con caricaturas de <strong>Neruda</strong>.<br />

2 La “Carta de los cubanos” se puede consultar<br />

bajo “Carta abierta a <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>” en Obras<br />

Completas de Galaxia Gutenberg-Círculo de<br />

Lectores, Tomo 5, 1390-1396, edición por la que cito.<br />

3 Ver las notas de H. Loyola que acompañan el<br />

texto de la “Carta” y su prólogo “La otra escritura de<br />

<strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> II” que explica el contexto de la misma,<br />

(OC: 5, 12-16). También en las memorias de uno de<br />

sus redactores, Roberto Fernández Retamar, Recuerdo<br />

a (1998).<br />

4 Para otra interesante reelaboración del episodio<br />

del viaje en barco, ver en las memorias literarias del<br />

mismo autor Fantasmas literarios. Una convocación<br />

(2005), “1970. Navegación con <strong>Neruda</strong>”. Allí se<br />

consigna, por ejemplo, que <strong>Neruda</strong> facilitó la<br />

publicación de la novela Zoom en la editorial<br />

mexicana Siglo XXI.<br />

32 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

Apostilla del Director<br />

La publicación del testimonio de Hernán Valdés (aquí aludido por M. L. Fischer)<br />

tiene una pequeña historia que quiero contar en el ámbito del <strong>antinerudismo</strong>. Pocos<br />

meses después de la asignación del Nobel a <strong>Neruda</strong> (octubre 1971) el secretario general<br />

de la Universidad de Chile, Raúl Bitrán, me encargó la edición de un número de homenaje<br />

en la revista Anales de ese ateneo, que aparecerá a comienzos de 1973 pero fechado<br />

1971 (nº 157-160). Valdés era un escritor en ascenso que yo estimaba mucho, por lo cual<br />

le solicité aquel testimonio cuyas «observaciones», como él las llamará en su libro Fantasmas<br />

literarios (2005), me sorprendieron por lo que entonces juzgué, tratándose de un<br />

homenaje al Nobel de <strong>Pablo</strong>, inoportuna desmesura o iconoclastia de un escritor joven.<br />

La publicación de aquel texto de Valdés no fue un gesto mío de independencia crítica<br />

(como M. L. Fischer generosamente supone) sino el difícil resultado, a contrapelo, del<br />

duro e inesperado conflicto que me fue impuesto. Hoy no lo publicaría en el contexto de<br />

un homenaje a <strong>Neruda</strong>. Lo sentí entonces como una respuesta poco amistosa de Valdés a<br />

mi petición, pues él no podía ignorar (aunque hasta ahora finge lo contrario) que su<br />

testimonio suscitaría irritación en <strong>Pablo</strong>. Más aún, ahora creo que era precisamente lo<br />

que buscaba. Y lo logró.<br />

La responsabilidad es mía, sin embargo, porque por un falso sentido de independencia<br />

crítica no fui capaz (no tuve el coraje) de rechazar un texto no exento de méritos pero<br />

tan ajeno al espíritu del volumen. Falso porque, en verdad, de lo que no supe<br />

independizarme (y rechazar) fue de la violencia que Valdés ejerció sobre mí al enviarme<br />

ESE texto. Obviamente no era la única cosa que él podía (y sabía) escribir acerca de<br />

<strong>Neruda</strong> en ESA ocasión, e incluso aquélla, la elegida, habría podido escribirla en otra<br />

clave menos insidiosa y más equilibrada o más dialéctica. Y sobre todo más generosa.<br />

Motivaciones no le habrían faltado, a comenzar por la publicación de Zoom que le debía<br />

a <strong>Neruda</strong>, como el mismo Valdés —y no el poeta— declarará mucho después, en sus<br />

Fantasmas literarios de 2005, y no entonces como habría podido… y debido, quizás.<br />

Porque fue durante esa navegación que <strong>Neruda</strong> ofreció su intervención ante Orfila para<br />

que la novela que Valdés estaba escribiendo entonces, Zoom, destinada a la modesta Zig-<br />

Zag chilena, fuera publicada en cambio por la muy prestigiosa —a nivel internacional—<br />

editora mexicana Siglo XXI. Lo que puntualmente había ocurrido ya (1971).<br />

Sin embargo Valdés prefirió hacerme llegar un testimonio en antipatía, cuyo título<br />

alude a «conflictos de la admiración». Pero ninguna real admiración se advierte en el<br />

texto: su brillante escritura oculta una gélida distancia, una mirada oscura y unilateral,<br />

sin empatía ni ánimo de ecuanimidad. <strong>Pablo</strong> no me dijo nada esta vez (habíamos tenido<br />

otras discrepancias), pero la publicación le dolió mucho a juzgar por el poema “H. V.”<br />

incluido, póstumo, en El mar y las campanas. Sólo muchos años más tarde el libro Fantasmas<br />

literarios —testimonio de una época que leí, yo sí, con auténticos «conflictos de<br />

la admiración»— me aclaró la reacción de <strong>Pablo</strong>. Con respecto a varios de los fantasmas<br />

evocados Valdés se comporta como con <strong>Neruda</strong>. Al cierre del libro, y a pesar del tiempo<br />

transcurrido, Valdés vuelve sobre aquella navegación con <strong>Neruda</strong>, y sobre aquel testimonio<br />

suyo, con la misma mezquindad de treinta años antes y fingiendo no comprender<br />

aún: «Qué opiniones sobre él, qué imagen de su persona, o qué capítulo de la novela<br />

desataron su ira, como para dedicarme después unos versillos resentidos y enconados,<br />

fueron un enigma que entonces no pude resolver.» Cuando leí estas líneas comprendí<br />

finalmente que <strong>Pablo</strong> no había exagerado al dedicarle esos ‘versillos’ (y hasta llegué a<br />

pensar, por primera vez, que tras esas líneas y otras de su libro se esconden las razones<br />

últimas que han impedido a Valdés devenir, de hecho y de reconocimiento, el gran escritor<br />

que en potencia es).<br />

— Hernán Loyola


H. V.<br />

Me sucedió con el fulano aquél<br />

recomendado, apenas conocido,<br />

pasajero en el barco, el mismo barco<br />

en que viajé fatigado de rostros.<br />

Quise no verlo, fue imposible.<br />

Me impuse otro deber contra mi vida:<br />

ser amistoso en vez de indiferente<br />

a causa de su rápida mujer,<br />

alta y bella, con frutos y con ojos.<br />

Ahora veo mi equivocación<br />

en su triste relato de viajero.<br />

Fui generoso provincianamente.<br />

No creció su mezquina condición<br />

por mi mano de amigo, en aquel barco,<br />

su desconfianza en sí siguió más fuerte<br />

como si alguien pudiera convencer<br />

a los que no creyeron en sí mismos<br />

que no se menoscaben en su guerra<br />

contra la propia sombra. Así nacieron.<br />

–<strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong><br />

El mar y las campanas, 1974<br />

CRÓNICA<br />

La Cátedra <strong>Neruda</strong> en la<br />

Universidad de Chile<br />

Un acuerdo firmado en junio 2009 entre la Universidad de Chile (Facultad de<br />

Filosofía y Humanidades) y la <strong>Fundación</strong> <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> puso en marcha el funcionamiento<br />

de la Cátedra <strong>Neruda</strong>. Su primera actividad será (en octubre) el curso del profesor<br />

visitante Greg Dawes (North Carolina State University at Raleigh, USA), autor del reciente<br />

libro Verses Against the Darkness / <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>’s Poetry and Politics (2006), quien<br />

dictará también conferencias en las tres Casas de la <strong>Fundación</strong> (La Chascona, Isla Negra y<br />

La Sebastiana). El Departamento de Literatura ofrecerá cursos de magíster y doctorado<br />

sobre <strong>Neruda</strong> y la poesía chilena, y habrá becas para estudiantes interesados en el tema.<br />

El convenio fue firmado en La Chascona por el presidente de la FPN, Juan Agustín<br />

Figueroa, y por el profesor Jorge Hidalgo, Decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades<br />

de la UCh, en presencia del Vicerrector Académico del ateneo, profesor Íñigo Díaz.<br />

Ambos firmantes recordaron las relaciones que el poeta <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> mantuvo, durante<br />

toda su vida, con la principal universidad del país.<br />

La biblioteca del Departamento de Literatura formará una sección especial dedicada a<br />

la bibliografía nerudiana, a comenzar por las Obras completas del poeta, nueva edición de<br />

H. Loyola en 5 volúmenes (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1999-2002). La Cátedra, coordinada<br />

por Manuel Jofré, propiciará también un número monográfico nerudiano de la Revista<br />

Chilena de Literatura, que aparecerá en 2010 con ocasión del Bicentenario.<br />

El 105º cumpleaños de <strong>Pablo</strong><br />

en La Chascona<br />

El viernes 10 de julio, a las 19:00 horas, en la Casa-Museo La Chascona hubo una<br />

sesión literaria para celebrar el 105º cumpleaños del poeta. En ella participaron:<br />

— Cynthia González (estudios de postgrado en España y de Doctorado en Literatura<br />

Chilena e Hispanoamericana en la Universidad de Chile) sobre el tema “El tiempo en la<br />

obra de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>”.<br />

— Brenda Müller (escritora, concluye su Magíster en Literatura Chilena e Hispanoamericana<br />

en la Universidad de Chile) con un “Examen de La espada encendida”.<br />

— Juan Manuel Silva y Simón Villalobos (poetas, editores de la revista Contrafuerte,<br />

ambos con grado de Magíster en Literatura) con lecturas de poemas de <strong>Neruda</strong>.<br />

— Manuel Jofré (profesor de la Universidad de Chile y miembro del Directorio de la<br />

<strong>Fundación</strong> <strong>Neruda</strong>) dirigió la ceremonia y explicó su significado.<br />

Cynthia González y<br />

Brenda Müller<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

33


ADIOSES<br />

Jorge Enrique Adoum<br />

(1926-2009)<br />

El notable escritor, político y diplomático<br />

ecuatoriano Jorge Enrique<br />

Adoum falleció en Quito el viernes<br />

03.07.2009, a los 83 años, a causa de un<br />

paro cardíaco en la clínica donde se encontraba<br />

hospitalizado.<br />

Nacido en 1926 en Ambato, 120 kilómetros<br />

al sur de la capital de Ecuador, es<br />

recordado por una obra que apela al corazón<br />

más fiel de los amantes de la palabra<br />

escrita, pero también por ser uno de los<br />

representantes de una generación de intelectuales<br />

que rechazaron con la fuerza de<br />

un huracán las injusticias sociales en su<br />

país y en América Latina. Y dentro de su<br />

fuerte compromiso social brindó su apoyo<br />

a la Revolución cubana.<br />

El Turco, como lo llamaban cariñosamente,<br />

fue el autor de Entre Marx y una<br />

mujer desnuda, El amor desenterrado y<br />

otros poemas, Notas del hijo pródigo, No<br />

son todos los que están y Postales del trópico<br />

con mujeres, entre otras muchas obras.<br />

En sus años juveniles estudió Derecho y<br />

Filosofía primero en la Universidad Central<br />

del Ecuador y, más tarde, en la Universidad<br />

de Santiago, Chile, país donde<br />

tuvo el honor de ser, por cerca de dos años,<br />

el secretario privado de <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>.<br />

Luego de un golpe militar que tuvo lugar<br />

en Ecuador, Adoum residió en París<br />

donde se desempeñó como lector de literatura<br />

en diferentes lenguas para las ediciones<br />

Gallimard, al tiempo que ejercía<br />

como periodista de la Radio y Televisión<br />

de Francia, traductor de la ONU y la OIT.<br />

[Michel Hernández, Cuba.]<br />

Recuerdo de Adoum<br />

JOSÉ MIGUEL VARAS<br />

Premio Nacional de Literatura<br />

La noticia de su muerte en la prensa<br />

nacional fue breve y errónea. No<br />

completó, como dicen, sus estudios en la<br />

34 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

Universidad de Santiago de Chile, que en<br />

los años 40 no existía, sino en la<br />

Universidad de Chile.<br />

Lo conocí en aquellos tiempos, muy<br />

joven y muy flaco, con unos ojos negros y<br />

prominentes que escudriñaban sin piedad<br />

a hombres y mujeres. Sobre todo a mujeres.<br />

Eran los años de la represión de González<br />

Videla, el tiempo de la Guerra Fría<br />

chilena, al decir de Carlos Huneeus. Me<br />

lo presentó Joaquín Gutiérrez en la Librería<br />

Nascimento. También estaban presentes el<br />

pintor Julio Escámez y el escritor Alfonso<br />

Alcalde. Los tres vivían en el mismo cuarto<br />

de una casa de pensión paupérrima y<br />

atravesaban pellejerías inauditas.<br />

Según los relatos verbales de Julio<br />

Escámez, a veces el hambre los despertaba<br />

a medianoche. Juntaban las chauchas,<br />

atravesaban la Alameda y llegaban a la<br />

fuente de soda “El Negro Bueno”, uno de<br />

los pocos locales de Santiago que<br />

funcionaban toda la noche. Allí tomaban<br />

una taza de café o de chocolate con leche,<br />

acompañada de unas tostadas. Sólo les<br />

alcanzaba para una taza que compartían<br />

entre los tres.<br />

A veces los visitaba Pepe Cases, un<br />

español extravagante, amigo de Alcalde, que<br />

compartía con ellos exiguas provisiones.<br />

La verdad es que su principal aporte era el<br />

ingenio. Los mantenía en vela noches<br />

enteras con el chisporroteo de su portentosa<br />

imaginación. Reían de tal manera que los<br />

vecinos daban golpes en la muralla para<br />

hacerlos callar. Pepe Cases sostenía por<br />

ejemplo que la dueña de la pensión era una<br />

dietista, que tenía su laboratorio en el<br />

sótano. Allí medía, con rigor en una balanza<br />

de precisión, los gramos de alimentos<br />

necesarios para proporcionar a sus<br />

pensionistas las calorías indispensables para<br />

que pudieran levantarse, ir hasta el comedor<br />

y tomar desayuno: unas tostadas con<br />

láminas translúcidas de dulce de membrillo<br />

y una taza de té muy pálido. La científica<br />

calculaba luego en gramos los nutrientes<br />

para generar la energía que les permitiera<br />

tomar el tranvía, llegar a sus centros de<br />

estudio y llegar de vuelta casi arrastrándose<br />

a la comida, una sopa clara de cabellos de<br />

ángel, que les daba exactamente la fuerza<br />

adecuada para levantarse de la mesa y<br />

dejarse caer en las camas. Si alguna vez<br />

tenían que correr tras el tranvía, se<br />

desmayaban. Si por un golpe de suerte<br />

extraordinario surgía la posibilidad de echar<br />

un polvo, iban a dar al hospital. Los sábados<br />

con la infaltable sopa de letras fueron<br />

bautizados por Cases “los sábados<br />

literarios”.<br />

La hambruna sólo tenía tregua cuando<br />

Adoum recibía su mesada desde Ecuador.<br />

Venían entonces dos o tres días<br />

pantagruélicos. Después se retornaba a la<br />

penuria anterior. La persecución política<br />

arreciaba. La policía buscaba a <strong>Neruda</strong>,<br />

entonces senador comunista, por todo el<br />

país. El Presidente González Videla<br />

pretendía procesarlo por “traición a la<br />

Patria”. En la Universidad de Chile los<br />

estudiantes organizaron un mitin de<br />

protesta. Uno de los oradores más fogosos<br />

fue Jorge Enrique Adoum. Logró a duras<br />

penas escabullirse de los carabineros que<br />

llegaron a interrumpir el acto y luego tuvo<br />

que pasar a la clandestinidad. Algo después<br />

pidió asilo en la Embajada de Ecuador y<br />

en 1949 regresó a su país.<br />

En los años del exilio leímos su famosa<br />

novela Entre Marx y una mujer desnuda<br />

(1976) llevada con éxito al cine. Una<br />

estremecedora visión de vidas juveniles<br />

azarosas en Ecuador. Es autor de otras<br />

novelas notables, pero seguramente lo<br />

principal de su obra es su abundante y<br />

valiosa producción poética, muy influida<br />

en sus primeros tiempos por el <strong>Neruda</strong> de<br />

las Residencias. Citamos de su poema “El<br />

desenterrado”:<br />

Si dijeras, si preguntaras de dónde<br />

viene, quién es, en dónde vive, no podría


hablar sino de muertos, de substancias<br />

hace<br />

tiempo descompuestas y de las que sólo<br />

quedan los retratos…<br />

Sin embargo, pronto descubre y<br />

afianza su propio estilo, su voz, su tono,<br />

que contiene un curioso sentido del humor.<br />

Su obra poética es caudalosa. Destacan<br />

sus Cuadernos de la tierra. He aquí una<br />

muestra de su libro Yo me fui con tu<br />

nombre por la tierra, de 1964:<br />

LA VISITA<br />

(Capítulo de novela)<br />

Llamo a la puerta.<br />

—Quién es, pregunto.<br />

—Yo, contesto.<br />

—Adelante, digo.<br />

Yo entro.<br />

Me veo el que fui hace tiempo.<br />

Me espera el que soy ahora.<br />

No sé cuál de los dos está más viejo.<br />

En 1990 lo vimos y lo escuchamos por<br />

última vez leyendo sus versos en el Centro<br />

de Extensión de la Universidad Católica,<br />

en compañía de Gonzalo Rojas, Humberto<br />

Díaz Casanueva y Nicanor Parra. Nada<br />

menos. Frente a ese estado mayor de la<br />

poesía chilena, la de Adoum no desmereció,<br />

antes bien brilló con luz propia.<br />

Santiago, julio 2009.<br />

PUBLICACIONES<br />

jofré<br />

Manuel JOFRÉ, <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> / De los mitos<br />

y el ser americano. Santo Domingo (República<br />

Dominicana), Ediciones Ferilibro, 2004.<br />

Con el fin primero y último de develar el ser<br />

americano y caribeño en la poesía de <strong>Neruda</strong>,<br />

este libro imbrica y hace dialogar perspectivas<br />

teóricas de distintas y variadas matrices<br />

epistemológicas. Por ejemplo, para dar cuenta<br />

de la inscripción y evolución del mito en algunos<br />

momentos de la obra nerudiana, Jofré recurre<br />

al modelo actancial estructuralista de<br />

Algirdas Greimas (Semántica estructural. Investigación<br />

metodológica, Madrid, Gredos,<br />

1976). Ello le permite, por ejemplo, visualizar<br />

cómo el sujeto residenciario se concentra en<br />

las diversas expresiones de la materia, al tiempo<br />

que el objeto se expresa en que dicha materia<br />

llegue a alcanzar la categoría de existencia.<br />

Pero el esquema actancial deja de serle operativo<br />

a Jofré para dar cuenta de una característica<br />

fundamental de la creación nerudiana: la<br />

búsqueda de una obra global, que se expresa en<br />

la renovación constante de estilos. Apela enton-<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

35


ces a los postulados de Northorp Frye<br />

(Anatomy of Criticism, Princeton, Princeton<br />

University Press, 1973), quien, desde la posición<br />

de la Nueva Crítica, postula que el<br />

mito central de toda obra literaria es el fenómeno<br />

de la búsqueda. Específicamente,<br />

Jofré remite a Frye en lo que refiere al<br />

develamiento de las relaciones entre la Naturaleza<br />

y los procesos psicológicos activados<br />

en el discurso poético nerudiano. Esto le<br />

permite constatar cómo a cada período del<br />

día (amanecer, atardecer) y a cada estación<br />

del año se adscriben determinadas significaciones.<br />

En el caso del verano, por ejemplo,<br />

dicha temporada se vincula a los estados<br />

de plenitud, de integración de lo masculino<br />

y lo femenino, etcétera.<br />

Sin embargo, para develar la dualidad<br />

luz / oscuridad, eje de significación presente<br />

en toda la obra de <strong>Neruda</strong>, Jofré abre<br />

nuevamente su caja de herramientas y recurre<br />

a las propuestas que ofrece la<br />

mitocrítica y en especial Gilbert Durand<br />

(Estructuras antropológicas de lo imaginario:<br />

Introducción a la arquetipología general,<br />

Madrid, Taurus, 1982), estudioso que<br />

ha organizado los mitos discursivos desde<br />

el punto de vista de la relatividad de la luz.<br />

Sus postulados ayudan a Jofré a entender<br />

el proceso de la luz en el discurso<br />

nerudiano, cómo en una primera etapa<br />

(desde 1915) la presencia de lo luminoso<br />

y lo solar poseen una activa presencia que,<br />

sin embargo, irá desdibujándose en una<br />

atmósfera crepuscular.<br />

Sobre los conceptos de mito y héroe se<br />

recurre a la semiótica de Juri Lotman (“Myt-<br />

Name-Culture”, in Soviet Semiotics, Daniel<br />

P. Lucid, Editor, 1973), quien define el mito<br />

como «el cruce por parte del héroe del límite<br />

de un estrecho espacio cerrado y su pasaje<br />

a un mundo sin límites». Jofré aplica tal<br />

definición al proceso que va desde Residencia<br />

en la tierra hacia el Canto general, donde<br />

«el héroe parte del espacio cerrado, estrecho<br />

y oscuro de la subjetividad, (...) hacia un<br />

pasaje a un mundo externo sin límites, esto<br />

es, a una realidad abierta donde no hay restricciones<br />

que detengan el desenvolvimiento<br />

de los diversos sectores».<br />

Para ver de qué manera se fundan los<br />

mitos posicionales en la obra de <strong>Neruda</strong>,<br />

Jofré dialoga específicamente con Mircea<br />

36 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

Eliade (Patterns in Comparative Religion,<br />

New York, Meridian Books, 1974). De él<br />

toma algunas reflexiones acerca del sentido<br />

de lo mítico y la morfología de lo sagrado.<br />

En la obra de <strong>Neruda</strong> este espacio central<br />

se condensa en el sujeto poético y en<br />

la vegetación, expresión de la naturaleza<br />

que representa la fertilidad.<br />

Finalmente, para visualizar las metáforas<br />

de lo masculino y lo femenino inscritas<br />

en el imaginario nerudiano y en el<br />

ser americano y caribeño en general, la<br />

investigación apela a la fenomenología de<br />

la percepción de Gastón Bachelard (Psicoanálisis<br />

del fuego, Madrid, Alianza Editorial,<br />

1996). Jofré plantea que «el ser americano<br />

y caribeño, al haber perdido el fuego<br />

iniciático, por el colonialismo que se le<br />

impuso, quedó amputado del tiempo mítico,<br />

sagrado, circular, propio de las culturas<br />

nativas».<br />

Una vez aclarado esto, Jofré se sumerge<br />

en la tarea de organizar el complejo entramado<br />

de la obra de <strong>Neruda</strong>, proponiendo<br />

tres grandes etapas que se suceden de<br />

manera dialéctica. La primera de ellas cubre<br />

los años 1915-1935 y se caracteriza<br />

por ser una poesía eminentemente «subjetiva»<br />

y centrada en el yo, con un claro<br />

dominio de la función expresiva. Dicha<br />

etapa se define además por «la búsqueda<br />

de un lenguaje poético propio», la aventura<br />

amorosa, «la presencia de la palabra<br />

poética» y el despliegue del primer término<br />

de la dualidad agrario / mineral. La se-<br />

gunda gran etapa se inicia en 1936 y se<br />

extiende hasta 1957. Es el momento de la<br />

conversión de <strong>Neruda</strong>, producto de su vivencia<br />

en España: poesía «objetiva» y<br />

comprometida con las circunstancias sociales.<br />

Por último, en 1958 se abre una<br />

etapa que concluye en 1973, tiempo en que<br />

se produce un equilibrio entre lo subjetivo<br />

y lo objetivo, y con ello la integración<br />

de lo social y lo individual, lo luminoso y<br />

lo oscuro, la política y la poesía.<br />

Según Jofré, en la primera etapa la<br />

poetización del sur chileno implicó una<br />

visión luminosa de esa realidad. Posteriormente,<br />

la experiencia amorosa del hablante<br />

parece requerir de una atmósfera más<br />

bien crepuscular. Desde comienzos de 1920<br />

la oscuridad comienza a insinuarse paulatinamente<br />

y a intensificarse en la segunda<br />

etapa. El tipo de subjetividad activada y la<br />

presencia de los procesos materiales acentúan<br />

la atmósfera gris que define el temple<br />

de ánimo del hablante residenciario. Pero<br />

desde la conversión de <strong>Neruda</strong> en España,<br />

en 1936, vuelve a reinar la luz sobre la oscuridad.<br />

El descubrimiento del otro y los<br />

valores de solidaridad que esto conlleva,<br />

hacen de la luz un portavoz del cambio<br />

social que el mundo espera. Por último, en<br />

Odas elementales se produce lo que Jofré<br />

define como la «victoria definitiva de la<br />

luz» y la alegría de vivir, aunque advierte<br />

que posterior a ese libro se inicia una «experiencia<br />

de otoño crepuscular» donde la<br />

melancolía y la nostalgia es lo que prima.


La división en unidades de sentido<br />

como etapas, fases, etc., no anula la existencia<br />

de un continuum responsable del<br />

carácter unitario y articulador de las partes.<br />

Y el proyecto que regula ese continuum<br />

es justamente la indagación del espacio<br />

americano y caribeño. Dicha matriz comenzó<br />

a proyectarse tímidamente en la<br />

primera etapa (con el motivo de la búsqueda<br />

amorosa), se acentuó en la segunda (con<br />

el tema de la subjetividad) y alcanza su máxima<br />

expresión en la tercera y, específicamente,<br />

en el Canto general, que «puede<br />

ser leído como una apertura entre la luz y<br />

la oscuridad» y como el libro donde convergen<br />

todas las líneas de sentido que van<br />

configurando el ser americano y caribeño.<br />

En consecuencia, el ser americano y<br />

caribeño en la obra de <strong>Neruda</strong> se define en<br />

primer lugar por ser un dispositivo de búsqueda<br />

y creación transversal a todas sus<br />

épocas. En segundo lugar el ser americano<br />

y caribeño es una forma de existencia donde<br />

se debate y se gestiona la esencia de la<br />

cultura en sus múltiples expresiones: estructuras<br />

sicológicas, identidades genéricas,<br />

etc. En tercer lugar el ser americano<br />

es una praxis, una acción sostenida en torno<br />

y desde la cual se generan las relaciones<br />

discursivas que el sujeto establece con<br />

el género humano y con la naturaleza. Al<br />

constituirse en la historia y al proponerse<br />

como una argumentación es a la vez un<br />

mito, es decir, un «dispositivo estructural<br />

articulador del discurso».<br />

El corpus nerudiano se erige así como<br />

agente de reivindicación de un sujeto colectivo<br />

preparado para la gesta liberadora.<br />

En Canto general se condensa el impulso<br />

de reescribir poéticamente la historia volviendo<br />

la mirada hacia el origen intocado.<br />

De esta forma en la obra poética de <strong>Neruda</strong><br />

se recupera el mito para dar cuenta de una<br />

nueva forma de bautismo, o, en palabras de<br />

Manuel Jofré, un «nuevo rito redentor».<br />

— Cristián Montes Capó<br />

Universidad de Chile<br />

fischer<br />

María Luisa FISCHER, <strong>Neruda</strong>: construcción<br />

y legados de una figura cultural. Santiago:<br />

Editorial Universitaria, 2008. 231 páginas.<br />

«Pero cuando pido al intrépido / me sale el<br />

viejo perezoso, / y así yo no sé quién soy, /<br />

no sé cuántos soy o seremos», decía <strong>Neruda</strong><br />

en “Muchos somos”, Estravagario. Se<br />

sabe que todo el mundo representa una faceta<br />

diferente de su personalidad pública<br />

y privada según el contexto social. Somos,<br />

por naturaleza, seres sociales. Nada más<br />

lógico entonces que explorar las dimensiones<br />

variadas de la personalidad del vate<br />

chileno. Y sin embargo, si bien es cierto<br />

que la crítica ha solido ver al menos dos<br />

caras del poeta, no ha ido más allá de la<br />

dicotomía <strong>Neruda</strong> auténtico versus <strong>Neruda</strong><br />

dogmático (sus obras hasta 1936 y a partir<br />

de 1958, serían las del auténtico; las obras<br />

escritas entre esas fechas, las del dogmático).<br />

El poeta desatado con sus plenos poderes<br />

poéticos contrasta con el que estuvo<br />

altamente comprometido con el marxismo.<br />

Una exploración más fructífera de las fases<br />

en la vida y obra de <strong>Neruda</strong> la hace<br />

Hernán Loyola al describir al poeta moderno<br />

y posmoderno, este último siendo<br />

el que despliega varios aspectos de su personalidad<br />

y su pensamiento poético y po-<br />

lítico a partir de 1958. 1 Este muy valioso<br />

libro de María Luisa Fischer se propone<br />

explorar precisamente los muchos <strong>Neruda</strong>s<br />

que se generan incluso antes de la consolidación<br />

de su figura en el Canto general.<br />

Su objetivo, dice la autora, es «lograr<br />

explicar la contradicción entre imagen<br />

estatuaria y mutabilidad poética y (…)<br />

poner a circular otros <strong>Neruda</strong>, construidos<br />

ahora conscientemente de tinta, en un espacio<br />

cultural específico» (30). Se trata<br />

de ver las personas poéticas que se inventa<br />

el poeta, así como datos biográficos, y las<br />

interpretaciones de críticos, amigos, y de<br />

los medios de comunicación, para así superar<br />

la imagen monumentalizada tanto en<br />

vida cuanto en obra poética.<br />

En el primer capítulo, “Autobiografías<br />

y memorias” el prisma consiste en las<br />

Memorias del poeta, la biografía de su querido<br />

amigo Volodia Teitelboim, <strong>Neruda</strong><br />

clandestino de José Miguel Varas, Mi vida<br />

junto a <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong> de Matilde Urrutia,<br />

y Adiós poeta de Jorge Edwards. Si el<br />

Canto general establece una imagen pública<br />

del poeta que afirma su seguridad<br />

sobre su relación con la marcha de la historia,<br />

Confieso que he vivido solidifica su<br />

certeza en el relato de su vida y su lugar en<br />

la historia. A manera de ver de Fischer,<br />

<strong>Neruda</strong> se vuelve estatua que proyecta una<br />

imagen dominante que se asocia ineludiblemente<br />

con Chile y la lucha contra la<br />

injusticia social. La conocida biografía de<br />

Teitelboim sostendría y no cuestionaría esa<br />

percepción canonizada. Su libro es «garante<br />

de la cara más pública y oficial del<br />

poeta» (36). El de Varas enfocaría al<br />

<strong>Neruda</strong> anterior a la «oficialización de [su]<br />

proyección mundial». El autor de <strong>Neruda</strong><br />

clandestino hilvana los diálogos y pone en<br />

orden las versiones distintas del cruce simbólico<br />

de la cordillera de los Andes. Lo<br />

que sobresale, entonces, es un <strong>Neruda</strong> de<br />

carne y hueso inmerso en un ambiente y<br />

momento sociohistórico (1948) y no el<br />

poeta mítico. Así también, sostiene<br />

Fischer, en general «contrariando imágenes<br />

estereotipadas, en la organización de<br />

la clandestinidad hay lugar para el humor,<br />

la flexibilidad, el error y la precariedad en<br />

las soluciones» (45). En cambio, Matilde<br />

Urrutia resulta ser una «fidelísima herede-<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

37


a de <strong>Neruda</strong>», defensora de su marido y<br />

narradora que representa a los silenciados<br />

por el régimen de Pinochet. Finalmente,<br />

el libro de Edwards (al que da demasiado<br />

peso en mi opinión) narra ante todo sus<br />

propios recuerdos personales del poeta,<br />

queriendo así descubrir, dice Fischer, una<br />

«imagen nueva de quien es su objeto» (62).<br />

Si bien la autora reconoce que el libro del<br />

narrador chileno estriba en muchas anécdotas<br />

antinerudianas, no lo critica a suficiencia<br />

para mi gusto. Hay que depender<br />

demasiado del punto de vista subjetivo de<br />

Edwards, que, en rigor, logra recrear un<br />

<strong>Neruda</strong> binario: el que se aferra ‘ciegamente’<br />

al Partido Comunista y sin embargo<br />

‘subvierte’ la supuesta postura estética<br />

del Partido. No se trata, entonces, de una<br />

visión fresca y múltiple que le permitiera<br />

a Fischer explorar las caras distintas de<br />

<strong>Neruda</strong>, y por eso sorprende que la autora<br />

no lo critique abiertamente.<br />

En el capítulo 2, “Muertes y reapariciones<br />

literarias”, Fischer sostiene que la<br />

imagen de <strong>Neruda</strong> se consolidó y se volvió<br />

más monolítica durante la dictadura,<br />

cuando el poeta llega a ser el símbolo de<br />

la resistencia. Basándose en comentarios<br />

de Edwards y de José Donoso, en esta<br />

época, dice, <strong>Neruda</strong> deviene figura icónica<br />

aunque su obra misma no se leía (69-70).<br />

Fischer busca, entonces, la manera de<br />

aproximarse a la figura del poeta de una<br />

forma más realista, más íntima, al analizar<br />

Ardiente paciencia de Antonio<br />

Skármeta, “Carnet de baile” de Roberto<br />

Bolaño, y La desesperanza de Donoso. Se<br />

refiere en primer término al desfase entre<br />

Il Postino —la versión fílmica de la novela—<br />

y el libro de Skármeta, señalando<br />

que se descontextualiza la riqueza geográfica<br />

e histórica de la época de la Unidad<br />

Popular tan palpable en la novela, la cual,<br />

en cambio, logra asociar al poeta con el<br />

Chile del pre-golpe en una suerte de despedida<br />

nostálgica (75-79). El ensayo de<br />

Bolaño resulta ser para la autora —siguiendo<br />

las ideas de Harold Bloom— un<br />

rechazo a los padres literarios y una «embestida<br />

contra la biografía conocida» de<br />

<strong>Neruda</strong> (85). El libro de Donoso, publicado<br />

durante la dictadura, cuestiona la<br />

cultura política y los postulados de la iz-<br />

38 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

quierda chilena. El novelista logra hacer<br />

eso, de manera parecida a Edwards, al<br />

mismo tiempo que quiere recobrar a<br />

<strong>Neruda</strong> como persona (su afán coleccionista,<br />

sus casas, etcétera). Si es cierto que<br />

La desesperanza desmonta la «recepción<br />

ahistorizada de la figura de <strong>Neruda</strong>», lo<br />

hace al desarticular la síntesis entre el poeta<br />

y su cosmovisión política (92-93). Y esta<br />

postura refleja la desilusión con la izquierda<br />

que sufre Donoso a la par que permite<br />

guardar una imagen particular del poeta.<br />

Algo similar sucede en el caso del<br />

cuento de García Márquez “Alquilo para<br />

soñar”, según Fischer. El cuento del Premio<br />

Nobel colombiano nos permite conocer<br />

a <strong>Neruda</strong>, la persona de carne y<br />

hueso, cotidiano, sólo que en este caso no<br />

percibo la desilusión que la autora cree<br />

ver. Por añadidura, no hay esa bifurcación<br />

—evidente en los libros de Edwards<br />

y Donoso— entre la persona de <strong>Neruda</strong><br />

y su pensamiento político.<br />

El segmento más largo de ese capítulo,<br />

que versa sobre Fin de mundo, saca conclusiones<br />

a base de la obra tardía del poeta<br />

que guardan semejanzas con los estudios<br />

de Enrico Mario Santí (101-113). Se presenta<br />

una visión de la totalidad de las obras<br />

tardías apoyándose sobre un análisis de Fin<br />

de mundo. Se sugiere así que <strong>Neruda</strong> quiere<br />

completar el ciclo profético con ese libro<br />

siguiendo una “modalidad apocalíptica”.<br />

Según esta intepretación el fin de<br />

mundo sería el apocalípsis y no, como sostiene<br />

Hernán Loyola, el fin del mundo capi-<br />

talista y del ‘socialismo real’ 2 . De ahí el<br />

peligro de enfocar un solo libro como si<br />

fuera el representante de la obra tardía en<br />

su totalidad. Si en cambio enfocáramos<br />

otros entre los muchos libros publicados<br />

a partir de 1958, como Canción de gesta,<br />

Memorial de Isla Negra e Incitación al<br />

nixonicidio y alabanza a la revolución<br />

chilena, podríamos concluir que sigue latente<br />

una nueva formulación noapocalíptica<br />

del socialismo en la obra tardía<br />

del poeta.<br />

Aunque esa parte del capítulo no resulta<br />

tan convincente, sí logra darnos una<br />

idea de una paradoja fundamental en la<br />

vida del vate: que en los últimos años de<br />

su vida <strong>Neruda</strong> gozaba de una popularidad<br />

irrefrenable pero no se lo leía (108).<br />

Su personalidad y su postura política, dice<br />

Fischer, ya se había institucionalizado para<br />

esa época, dificultando así el entendimiento<br />

del poeta canónico (113). Ese tema se enlaza<br />

con el siguiente capítulo, “Los libros,<br />

el libro”. El Canto general consolida la<br />

imagen del «yo poético, autobiografía y escritura<br />

de la historia» de una manera insólita<br />

que perdura aún, y especialmente, durante<br />

los años de la dictadura.<br />

A continuación, Fischer pasa a obras<br />

de Raúl Zurita y Enrique Lihn, que procuran<br />

reescribir y reelaborar la imagen proyectada<br />

en el Canto general. Anteparaíso,<br />

de Zurita, no ofrece una resurrección de<br />

los oprimidos y muertos —como el<br />

poemario nerudiano— sino en las mentes<br />

de los sobrevivientes. Esta interpretación<br />

de la obra de <strong>Neruda</strong>, sugiere la autora,<br />

convalidaría la mitificación del poeta (128-<br />

32). En cambio, El paseo Ahumada, de<br />

Lihn, «no es profética ni menos instrumento<br />

para la salvación de nadie». El Pingüino<br />

percibe a la gente aplastada por la historia<br />

en época de la dictadura. El discurso<br />

del Canto general, parecería decirnos Lihn,<br />

ya no puede tener el mismo alcance histórico<br />

y político. Sólo se puede recurrir a un<br />

«canto particular» (134-35). De 1973 a<br />

1989, asevera Fischer, una de las pocas<br />

armas que le queda al escritor es esa óptica<br />

desde lo que Adolfo Sánchez Vázquez<br />

ha llamado el socialismo posmoderno. 3<br />

El capítulo siguiente, “Los libros, el libro<br />

II”, uno de los más interesantes en el


estudio de Fischer, se concentra sobre<br />

Estravagario y el trayecto de la obra<br />

nerudiana a partir del XX Congreso del<br />

PCUS. Dada la fragmentación del sujeto<br />

y la «crítica a las convenciones sociales»,<br />

este poemario reanuda un lazo, dice<br />

Fischer, con las Residencias. <strong>Neruda</strong><br />

retomaría ciertos principios vanguardistas<br />

—neovanguardistas a estas alturas— para<br />

afrontar otra crisis personal y política. Sin<br />

embargo, como apunta acertadamente la<br />

autora, <strong>Neruda</strong> no abandona sus convicciones<br />

políticas ni el Partido, ni tampoco<br />

se desahoga en público (aunque sí en Memorial<br />

de Isla Negra, Elegía, e indirectamente<br />

en Canción de gesta) a la hora de<br />

las revelaciones de Jruschov. Se trata entonces<br />

de la coexistencia del compromiso<br />

político, por un lado, y una poética experimental,<br />

por otro en Estravagario. Fischer<br />

presenta un análisis muy valioso de los diseños<br />

y su relación intertextual con los<br />

poemas, la tipografía y el diseño de la sobrecubierta,<br />

elementos que no se destacan<br />

en las ediciones posteriores a la primera.<br />

Este experimento poético, afirma la autora,<br />

es una manera de reconfigurar el compromiso<br />

entre el poeta como individuo y<br />

el proyecto colectivo (172).<br />

“Figuraciones fotográficas”, en cambio,<br />

a mi ver, es menos persuasivo. Al ver<br />

las identidades diferentes que asume<br />

<strong>Neruda</strong> a lo largo de los años, pero en particular<br />

en la estadía en el Oriente, en las<br />

fotos, Fischer buscaría una figura más<br />

multifacética y menos estatuesca (177).<br />

Interpreta las fotos de corte vanguardista<br />

que revelarían los disfraces y los trajes que<br />

mostrarían el intento del poeta de integrarse<br />

y simultáneamente alejarse de la multitud.<br />

Ya para Estravagario <strong>Neruda</strong> intentaría<br />

disolver su identidad, así como se<br />

autorrepresentó, mutatis mutandis, en Residencia<br />

en la tierra. Habría que añadir<br />

que si es así su auto imagen se va consolidando<br />

—a veces a pesar suyo— a partir<br />

de este momento con una nueva modalidad<br />

autobiográfica que incorpora también<br />

a su compromiso político.<br />

Esto último lo aborda Fischer en el sugerente<br />

epílogo del libro. Después del<br />

golpe y de la muerte de <strong>Neruda</strong>, la «imagen<br />

del escritor político que revela la his-<br />

toria americana y anuncia un futuro mejor»,<br />

sostiene la autora, «va quedando relegada<br />

a un segundo plano...» (199). Y se<br />

celebra una «excesiva exposición pública<br />

y mediática del poeta» que resalta sobre<br />

todo los aspectos biográficos a expensas<br />

de su propia obra (la lectura de ella) y de<br />

su pensamiento político (200). Basta pensar<br />

en el desfase entre Il Postino y Ardiente<br />

paciencia —que, notoriamente, se titula<br />

ahora El cartero de <strong>Neruda</strong>— y el marketing<br />

que desata, así como en la venta de<br />

todo tipo de objeto con la imagen del poeta.<br />

Se ha creado, entonces, un monumento<br />

en la sociedad de consumo a <strong>Neruda</strong>,<br />

haciendo de su biografía, mercancía (200-<br />

203). Irónicamente, como muy bien señala<br />

Armando Uribe, esto se da en el momento<br />

en que la sociedad queda corta de<br />

los ideales y de la sociedad a que aspiraba<br />

el vate. «Hoy somos ordinarios», dice,<br />

«porque el Chile que <strong>Neruda</strong> representaba<br />

no está a la vista» (cito por Fischer, 202).<br />

Se corre el peligro de que <strong>Neruda</strong> represente<br />

un pasado ya caduco sin dejarle un<br />

legado siquiera a los poetas de la actualidad.<br />

Pero ahí Fischer toma el caso de José<br />

Emilio Pacheco —poeta eminente del<br />

neovanguardismo— que, antes de la publicación<br />

de Estravagario, se había alejado<br />

de la obra de <strong>Neruda</strong>, pero que la vuelve<br />

a encontrar. Es más: afirma el poeta<br />

mexicano que sin <strong>Neruda</strong> «no hay poesía<br />

ni narrativa hispanoamericana del siglo<br />

veinte” (206). Por eso hay que buscar en<br />

esa «sombra de un porfiado ausente» que<br />

es el poeta, las lecciones de la historia y la<br />

inspiración para el futuro. Y el libro de<br />

Fischer nos ayuda a dar un paso importante<br />

en esa dirección.<br />

—Greg Dawes<br />

North Carolina State University<br />

NOTAS<br />

1 Ver “Modernidad/Posmodernidad como propuesta<br />

de periodización histórico-cultural”, A contracorriente,<br />

vol. 4, No. 3 (primavera del 2007): 69-85.<br />

http://www.ncsu.edu/project/acontracorriente/<br />

spring_07/Loyola.pdf<br />

2 Ver las notas de Loyola en <strong>Pablo</strong> <strong>Neruda</strong>, Fin<br />

de mundo (Buenos Aires: Debolsillo, 2004), 143-<br />

45; y en OC, III, 978-985.<br />

3 Adolfo Sánchez Vázquez, “Radiografía del<br />

posmodernismo”, Nuevo Texto Crítico, segundo semestre<br />

(1990): 14.<br />

NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

39


Nerudiana personal<br />

PEDRO LASTRA<br />

Universidad Católica de Chile<br />

¿Cómo empieza esta relación? Lo primero<br />

fue el fulgor de una poesía que los adolescentes<br />

que fuimos encontramos de pronto e<br />

incorporamos a nuestras vidas de un modo<br />

casi natural. Hernán Castellano-Girón reseñó<br />

alguna vez esa experiencia en una nota<br />

titulada «El <strong>Neruda</strong> que nos trajo al mundo».<br />

Así fue, y yo me apresuro a suscribir<br />

ese título. Vuelvo a verme en un colegio de<br />

internos en Chillán, a fines de los años cuarenta,<br />

leyendo y releyendo los escasos poemas<br />

de <strong>Neruda</strong> que la avaricia del Estado<br />

ponía a disposición de los estudiantes. Fui<br />

entonces, por obra de una circunstancia que<br />

ya no siento como negativa, lector y relector<br />

de <strong>Neruda</strong>. Entre sus muchas enseñanzas de<br />

vida verdadera le debo ese hábito, intensificado<br />

por los años hasta convertirse en una<br />

amada costumbre. Apetencia de poesía, podría<br />

llamarla, de toda la poesía a mi alcance,<br />

y al comienzo sin más discernimiento entre<br />

lo bueno y lo dudoso que la aplicación de la<br />

precaria tabla de valores que me había fijado:<br />

quería encontrar y vivir un deslumbramiento<br />

parecido en todos los poemas que leía,<br />

y me ganaba una suerte de tristeza (no acierto<br />

a describir de otra manera tal sentimiento)<br />

cada vez que la lectura frustraba esa expectativa.<br />

Me ocurre aún, y seguirá ocurriéndo-<br />

40 NERUDIANA – nº 7 – 2009<br />

me: la vivencia de un límite entre la exaltación<br />

suscitada por los poemas que admiro y<br />

el desencanto –nunca la indiferencia– que<br />

experimento frente a los demás. No es que<br />

esperara oír la misma voz: buscaba voces distintas,<br />

pero de algún modo tan intensas como<br />

aquélla. Y así fue cómo, gracias a las que se<br />

oían en el vasto PAÍS NERUDA, sentí llegar<br />

las otras, las deseadas, que me abrieron<br />

el mundo y me fueron revelando que si el<br />

personaje de Rilke tenía razón al afirmar que<br />

«no existen trescientos poetas», la primera<br />

lección nerudiana, para mí, debía ser ésta:<br />

amar y honrar en sus palabras toda poesía, y<br />

buscar las nuestras, pero no repetirlo.

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