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VI<br />
«SINTIÉNDOME BEFUDDOCK...»<br />
Todo lo que podía ver al frente era el terreno que se elevaba, aproximando la curva nítida del<br />
horizonte. Las pequeñas y elásticas plantas que tenía bajo los pies se extendían hasta ese<br />
horizonte y, en sentido opuesto, hasta el valle. Laintal Ay se detuvo, se sentó apoyando las<br />
manos en una rodilla, respirando pesadamente, y miró hacia atrás. Oldorando estaba a seis días<br />
de marcha.<br />
El otro lado del valle estaba bañado en una clara luz azul El cielo era morado oscuro y<br />
amenazaba futuras tormentas de nieve. Donde él estaba se alargaban las sombras.<br />
Reinició la marcha hacia arriba. Por encima del curvado horizonte próximo emergían nuevas<br />
tierras, negras, negras, inaccesibles. Nunca había estado allí. Más lejos, la cumbre de una torre<br />
se elevó mientras el horizonte próximo se hundía. Pétrea, ruinosa, construida mucho antes en el<br />
estilo de Oldorando, con las mismas paredes inclinadas, y las ventanas abiertas en los cuatro<br />
ángulos de cada planta. Sólo quedaban cuatro plantas.<br />
Por último, Laintal Ay llegó a la parte superior de la pendiente. Grandes aves grises se<br />
alimentaban cerca de la torre, rodeada por sus propios escombros. Más allá, el cielo de pizarra<br />
iluminaba las negras, enormes, inaccesibles montañas. Entre él y el infinito se interponía una<br />
hilera de rajabarales. El viento helado le hacía castañetear los dientes; apretó los labios.¿Qué<br />
hacía esa torre, tan lejos de Oldorando?<br />
No tan lejos sí eres un ave, nada lejos. No tan lejos si eres un phagor montado en un kaidaw.<br />
Ninguna distancia para un dios.<br />
Como para ilustrar la idea, las aves remontaron vuelo aleteando, a poca altura. Laintal Ay las<br />
miró hasta que desaparecieron y lo dejaron solo en el extenso paisaje.<br />
Sí, quizá Shay Tal tuviese razón. El mundo había sido diferente. Cuando habló con Aoz<br />
Roon de las palabras de Shay Tal, Aoz Roon dijo que no era eso lo importante; no importaba lo<br />
que no se podía cambiar sino la supervivencia de la tribu, la unión de todos. Si Shay Tal se<br />
imponía, no habría unión. Shay Tal decía que la unión era menos importante que la verdad.<br />
Con la cabeza ocupada por pensamientos que se le movían en la conciencia como sombras<br />
de nubes sobre el paisaje, Laintal Ay entró en la torre y miró hacia arriba. Era una ruina hueca.<br />
El suelo de madera había sido arrancado y utilizado como leña. Dejó en un rincón el bolso y la<br />
lanza y trepó por la piedra áspera, aprovechando cada punto de apoyo, hasta que estuvo de pie<br />
en lo alto de un muro. Miró alrededor. Primero buscó phagors —era territorio phagor—; pero<br />
sólo alcanzó a ver unas formas áridas e inanimadas.<br />
Shay Tal jamás salía de la aldea. Quizá inventaba misterios. Pero, sin embargo, había un<br />
misterio. Mirando las gigantescas montañas, se preguntaba con admiración: ¿Quién las ha<br />
hecho? ¿Para qué?<br />
A gran altura, en la montaña redonda que tenía al frente —ni siquiera una estribación de las<br />
estribaciones de los Nktryhk— la vegetación se movía. Eran arbustos pequeños, de un verde<br />
enfermizo. Miró con atención y reconoció a unos protognósticos, vestidos con pieles, que<br />
ascendían muy encorvados. Conducían un rebaño de cabras o de arangos.<br />
Deliberadamente dejó pasar el tiempo, sintiendo cómo se arrastraba por el mundo, mientras<br />
él miraba a aquellos seres distantes, como si tuvieran una respuesta a las preguntas que él se<br />
hacía, o a las de Shay Tal. Probablemente eran nondads, nómadas que hablaban una lengua sin<br />
relación con el olonets. Durante todo el tiempo que los miró, ellos se movieron con esfuerzo por<br />
el paisaje que les había tocado en suerte, y parecía que no conseguían avanzar.