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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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Con los dientes descubiertos, alzó el hacha por encima del hombro. La hoja devolvió los<br />

rayos del ocaso. Luego descendió y se posó sobre la piedra, mientras Klils se apoyaba en el<br />

mango, gimiendo.<br />

—Tendría que haber bebido más rathel...<br />

La multitud respondió con otro gemido. Los discos de los dos centinelas se confundían en el<br />

horizonte incierto.<br />

Se oyeron voces; —Son dos payasos...<br />

—Han escuchado demasiado a Loil Bry...<br />

—El padre les llenó la cabeza de conocimientos; tienen los músculos débiles.<br />

—¿No habrás estado demasiado tiempo en el nido, Klils?<br />

La grosera pregunta los hizo reír y el ánimo sombrío se disipó. La multitud se acercó<br />

mientras Klils dejaba resbalar el hacha al barro pisoteado.<br />

Aoz Roon se adelantó, separándose de sus amigos, y levantó el hacha. Gruñó como un<br />

mastín, y los dos hermanos se apartaron de él, protestando débilmente. Retrocedieron,<br />

trastabillando, cuando Aoz Roon alzó el hacha protegiéndose con los brazos.<br />

Los soles descendían; estaban ya gloriosamente sumergidos a medias en un mar de<br />

oscuridad. La luz se derramaba como la yema de dos huevos de ganso, de color oro viejo, como<br />

si la sangre de los hombres y phagors se hubiera mezclado sobre el desierto. Los murciélagos<br />

revoloteaban. Los cazadores alzaron los puños y aclamaron a Aoz Roon.<br />

Los rayos de los soles convergían sobre la pirámide, se dividían en barras de sombra sobre el<br />

vértice. Los divididos haces de luz caían exactamente sobre los costados de la desgastada piedra<br />

donde yacía la víctima, que estaba a la sombra.<br />

La hoja del instrumento de ejecución brilló a la luz y mordió la sombra.<br />

Luego del seco ruido del tajo se oyó la voz de la multitud, una especie de respiración al<br />

unísono, de eco, como si todos los presentes dieran también el último respiro.<br />

La cabeza cortada de la víctima giró de lado, como si besara la piedra. Empezaba a cubrirse<br />

de sangre, que manaba y caía goteando. La sangre seguía corriendo mientras el último segmento<br />

de los soles se hundía en el horizonte.<br />

La sangre ceremonial era el fluido mágico que combatía la ausencia de vida; la preciosa<br />

sangre humana. Continuaría goteando toda la noche, alumbrando a los dos centinelas entre los<br />

caminos y canales de la roca original, permitiendo que llegasen a salvo a la mañana siguiente.<br />

La muchedumbre estaba satisfecha. Alzando las antorchas, regresaron a la empalizada y a las<br />

antiguas torres, ahora negras contra las nubes, o moteadas de luces fantasmales, mientras las<br />

antorchas se acercaban.<br />

Dathka acompañaba a Aoz Roon, a quien la multitud abría respetuosamente paso.<br />

—¿Cómo has podido matar a tu propio esclavo? —preguntó.<br />

El hombre mayor le echó una mirada desdeñosa.<br />

—Hay momentos que exigen decisión.<br />

—Pero Calary —protestó Oyre—... Ha sido terrible.<br />

Aoz Roon descartó la objeción de su hija.<br />

—Las muchachas no pueden entender. Yo había llenado a Calary de rungebel y de rathel<br />

antes de la ceremonia. No sintió nada. Probablemente aún cree estar en los brazos de alguna<br />

bella borlienesa —dijo, riendo.<br />

Las solemnidades habían terminado. Pocos dudaban de que Freyr y Batalix aparecerían<br />

nuevamente por la mañana. Todos fueron a beber con más alegría que de costumbre, porque<br />

tenían un escándalo de que hablar, el escándalo de la debilidad de los jefes. No había tema<br />

mejor para acompañar el rathel.<br />

Laintal Ay abordó a Oyre en la oscuridad: —¿Te enamoraste de mí cuando me viste a<br />

caballo en el pinzasaco que capturé?<br />

Ella le sacó la lengua.<br />

—¡Vanidoso! Pensé que estabas ridículo.<br />

Laintal Ay comprendió que los festejos tendrían un lado más serio.

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