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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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la muchedumbre lo siguió, expectante. Una quietud fría colmaba el aire. Había nubes grises en<br />

lo alto. En el oeste, los dos centinelas descendían al horizonte.<br />

Todos llevaban antorchas de piel de pinzasaco. Laintal Ay condujo a su silencioso amigo<br />

Dathka al encuentro de Aoz Roon, porque la hermosa hija de Aoz Roon estaba también allí.<br />

—Has de lamentar la pérdida de Calary, Aoz Roon —dijo Laintal Ay, con los ojos clavados<br />

en Oyre. Aoz Roon le dio una palmada en el hombro. —Mi primer principio en la vida es no<br />

tener jamás remordimientos. Los remordimientos son la muerte para un cazador, como lo fueron<br />

para Dresyl. El año próximo capturaremos muchos más esclavos. Calary no importa. En algunos<br />

momentos, Laintal Ay desconfiaba de la cordialidad de su amigo. Aoz Roon miró a Eline Tal y<br />

ambos rieron, exhalando vapores de rathel.<br />

Todo el mundo se apretujaba y reía, excepto Calary. Al amparo de la muchedumbre, Laintal<br />

Ay apretó la mano de Oyre. Ella respondió con otro apretón y sonrió sin atreverse a mirarlo de<br />

frente. Él se hinchó de júbilo. La vida era verdaderamente maravillosa.<br />

No pudo dejar de sonreír mientras la ceremonia proseguía con mayor seriedad. Freyr y<br />

Batalix desaparecían juntos del reino de Wutra, para hundirse en la tierra como coruscos. Si el<br />

sacrificio era aceptable, mañana saldrían a la vez, y durante un rato recorrerían el mismo camino.<br />

Ambos brillarían de día, cediendo la noche a la oscuridad. En la <strong>primavera</strong> volverían a<br />

separarse, y Batalix inauguraría la media luz.<br />

Todos decían que la temperatura era más suave. Las buenas señales abundaban. Los gansos<br />

eran más gordos. Sin embargo, un silencio solemne caía sobre la muchedumbre a medida que se<br />

alargaban las sombras. Ambos centinelas abandonaban el reino de la luz, presagiando<br />

enfermedades y cosas malas. Era preciso ofrecer una vida para que los centinelas retornasen.<br />

A medida que las dobles sombras se extendían, la multitud se calmaba, aunque frotando los<br />

pies contra el suelo, como una gran bestia. El ánimo festivo se evaporó, desapareció entre el<br />

humo de las antorchas alzadas. Las sombras se difundieron. Una tonalidad gris que las antorchas<br />

no lograban derrotar se extendió por la escena. La gente quedó sumergida en el atardecer y en el<br />

eddre de la multitud.<br />

Los ancianos del consejo, grises y encorvados, se acercaron en hilera. Entonaron una<br />

plegaria con voz temblorosa. Cuatro esclavos trajeron a Calary. Tenía la cabeza caída hacia<br />

adelante, la barbilla cubierta de saliva, y trastabillaba. En lo alto giró una bandada de pájaros; el<br />

ruido de las alas era como una lluvia; volaron hacia el oro del oeste.<br />

La víctima fue colocada sobre la piedra del sacrificio con la cabeza metida en un hoyo<br />

excavado en la superficie roída, y orientada hacia el oeste. Le aseguraron los pies con un cepo<br />

de madera; apuntaban hacia el punto, ahora gris pizarra, donde los centinelas reaparecerían si<br />

lograban concluir el peligroso viaje. De ese modo, en su propio cuerpo, con pasajes y aberturas,<br />

la víctima representaba la unión mística entre los dos inmensos misterios de la vida humana y<br />

cósmica. Así, en la tierra como en el cielo, mediante un esfuerzo de voluntad de la masa. La<br />

víctima ya había perdido su individualidad. Aunque movía los ojos, no emitía ningún sonido,<br />

como si estuviese aterrado ante la presencia de Wutra.<br />

Cuando los cuatro esclavos dieron un paso atrás, aparecieron Nahkri y Klils. Tenían sobre<br />

las píeles unos mantos de estammel teñidos de rojo. Sus mujeres los acompañaron hasta el borde<br />

de la multitud; y ellos siguieron avanzando. Por una vez, las descuidadas barbas ratoniles daban<br />

cierta solemnidad a las caras. En realidad, estaban tan pálidos como la víctima. Nahkri bajó la<br />

vista mientras tomaba el hacha. Alzó la formidable herramienta. Sonó un gong.<br />

Nahkri balanceaba el hacha con ambas manos; la figura más delgada de su hermano estaba<br />

justamente detrás de él. Como la pausa se alargaba, un murmullo brotó de la multitud. Había un<br />

momento preciso para descargar el golpe; si se perdía, no se sabía qué podía ocurrir a los<br />

centinelas. El murmullo expresó la desconfianza tácita con que todos observaron a los<br />

gobernantes.<br />

—¡Golpea! —gritó una voz desde la multitud. Sonó el Silbador de Horas.<br />

—No puedo —dijo Nahkri, bajando el hacha—. No lo haré. Podría con un phagor. Pero no<br />

con un humano, aunque sea de Borlien. No puedo.<br />

El hermano menor se lanzó adelante y arrebató el arma.<br />

—Cobarde, harás que todos nos vean como unos tontos. Lo haré yo mismo, para<br />

avergonzarte. Te mostraré cuál de los dos es más hombre.

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