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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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—Pensáis que vivimos en el centro del universo. Pero yo os digo que vivimos en el centro de<br />

una granja. Nuestra posición es tan confusa que no podéis comprender hasta qué punto lo es.<br />

"Esto os digo a todos. En el pasado, en el remoto pasado, ocurrió cierto desastre. Fue tan<br />

completo que nadie puede entender ahora en qué consistió ni cómo llegó a producirse. Sólo<br />

sabemos que trajo un frío y una oscuridad perdurables.<br />

"Tratáis de vivir lo mejor posible. Está bien, está bien; vivid bien, amaos los unos a los otros,<br />

sed amables. Pero no pretendáis que ese desastre nada tiene que ver con vosotros. Puede haber<br />

ocurrido hace largo tiempo; pero infecta cada día de nuestras vidas. Nos envejece, nos desgasta,<br />

nos devora, arranca de nosotros a nuestros hijos. No sólo nos hace ignorantes, sino también<br />

enamorados de nuestra ignorancia. Estamos enfermos de ignorancia.<br />

"Voy a proponeros una cacería del tesoro, una búsqueda, si queréis. Una búsqueda en la que<br />

todos vosotros podéis participar. Quiero que tengáis conciencia clara de nuestra caída, y que<br />

busquéis constantemente cualquier prueba de su naturaleza. Tenemos que juntar fragmentos de<br />

lo que ha ocurrido y nos ha relegado a esta granja helada; luego podremos mejorar nuestra<br />

suerte y evitar que el desastre vuelva a caer sobre nosotros y sobre nuestros hijos.<br />

"Éste es el tesoro que os ofrezco. El conocimiento. La verdad. Les teméis, sí. Pero tenéis que<br />

crecer y amarlos.<br />

"¡Buscad la luz!<br />

De niños, Oyre y Laintal Ay habían ido con frecuencia más allá de las barricadas. Salpicaban<br />

el desolado paisaje pilares de piedra, restos de viejos caminos, donde se posaban las grandes<br />

aves que custodiaban el lugar. Juntos trepaban a ruinas olvidadas, rotos muros de habitaciones<br />

semejantes a cráneos, columnas vertebrales de antiguas murallas, donde la escarcha cubría<br />

torres y puertas y el tiempo devoraba todo. Poco preocupaba esto a los niños. Las risas<br />

resonaban entre esas anatomías dispersas.<br />

Pero ahora la risa era más contenida y las expediciones más espaciadas. Laintal Ay había<br />

llegado a la pubertad; cumplió la ceremonia de beber sangre y se inició en la caza. Oyre había<br />

desarrollado una voluntad caprichosa y caminaba con un andar más elástico. Los juegos entre<br />

ellos se hicieron cautelosos; las viejas pantomimas eran abandonadas tan casualmente como las<br />

estructuras que solían visitar, para no volver a ser representadas.<br />

La tregua de la inocencia concluyó cuando Oyre insistió en que Calary, el esclavo de su<br />

padre, los acompañara en una excursión. Ese acontecimiento señaló la última expedición juntos,<br />

aunque ellos no lo comprendieron en ese momento, y pretendieron, como siempre, jugar a la<br />

búsqueda del tesoro.<br />

Llegaron a un montón de escombros donde habían sacado hasta el último trozo de madera.<br />

Las hojas de brassimipo se abrían paso entre los restos de un monumento donde la vieja obra<br />

artesanal era una costra margosa. En otro tiempo habían imaginado que estas ruinas eran un<br />

castillo, y habían sido allí un ejército que rechazaba una carga tras otra de phagors, mientras<br />

imitaban los alegres ruidos imaginarios de la batalla.<br />

Laintal Ay estaba preocupado por el panorama turbador que creía ver ante él. En ese<br />

panorama, levemente parecido a una nube, pero también a una declaración de Shay Tal, o quizás<br />

a alguna vieja proclama labrada en piedra, él, y Oyre, y su esclavo, y Oldorando, y aun los<br />

phagors y las criaturas desconocidas que habitaban las tierras salvajes, eran arrastrados por un<br />

enorme proceso... pero en este punto la luz del entendimiento se apagaba y lo dejaba al borde de<br />

un precipicio a la vez atractivo y terrible. No sabía qué era lo que no sabía.<br />

Laintal Ay estaba en un punto prominente de las ruinas, mirando, abajo, a Oyre. Ella estaba<br />

agachada, investigando algo completamente ajeno a los intereses de su amigo.<br />

—¿Es posible que aquí haya existido una gran ciudad? ¿Podrá alguien reconstruirla en el<br />

futuro? ¿Gente como nosotros, con riquezas?<br />

Ella no respondió, y Laintaí Ay se puso de cuclillas sobre el muro, miró la espalda de Oyre e<br />

hizo más preguntas: —¿Qué comía la gente? ¿Crees que Shay Tal sabe esas cosas? ¿Está aquí el<br />

tesoro de ella?<br />

Vista desde arriba, Oyre, inclinada, vestida con pieles cosidas, parecía más un animal que<br />

una muchacha. Miraba un nicho entre las piedras, sin escuchar realmente lo que decía Laintal<br />

Ay.<br />

—El sacerdote que viene de Borlien dice que fue una vez un gran país que imperaba en

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