aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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08.05.2013 Views

—¡Has hablado con Loil Bry! De modo que ya está allí... ¿Qué te ha dicho? —Están todos allí, ahora mismo, miles de ellos, debajo de nuestros pies, esperándonos... Me asusta pensar en ellos. —Loilanun se estremeció. Shay Tal rodeó con el brazo a la mujer mayor y la llevó hasta la cama, donde ambas se sentaron juntas. Afuera chillaban los gansos. Las dos mujeres se miraron, buscando consuelo. —No es la primera vez que estoy en pauk desde que murió —dijo Loilanun—. No pude encontrarla antes: sólo había un vacío donde tenía que estar. Yo sólo podía arañar el vacío... El fessupo de mi abuela gemía pidiendo atención. Es todo tan triste allí... —¿Dónde está Laintal Ay? —Oh, ha salido a cazar —dijo, y volvió en seguida a su tema—. Hay tantos, a la deriva, y no parece que se hablen. ¿Por qué se odiarán los muertos, Shay Tal? Nosotras no nos odiamos, ¿verdad? —Estás muy alterada. Ven, vamos a trabajar y a comer algo. En la filtrada luz gris, Loilanun se parecía a su madre. —Quizá no tengan nada que decirse —prosiguió Loilanun—. Pero están tan ansiosos de hablar con los vivos... Así estaba mi pobre madre. Se echó a llorar. Shay Tal la abrazó, mirando atrás para ver si su madre despertaba. —Tenemos que salir, Loilanun. Llegaremos tarde. —Mi madre estaba tan cambiada... Era tan diferente, pobre sombra. Toda aquella dignidad de antes ha desaparecido. Ha comenzado a... encorvarse. Oh, Shay Tal, me da miedo pensar cómo será vivir allí para siempre... Pronunció la última frase en voz alta. La madre de Shay Tal se volvió y gruñó. Los cerdos, abajo, gruñeron. Sopló el Silbador de Horas. Era tiempo de ir a trabajar. Tomadas del brazo, bajaron las escaleras. Shay Tal llamó suavemente a los cerdos por su nombre, para tranquilizarlos. El aire estaba helado cuando empujaron la puerta y la cerraron, sintiendo que la escarcha de los paneles se quebraba bajo los dedos. A través del lodo y los grises de la mañana otras figuras se encaminaban hacia la casa de las mujeres; las mantas que sostenían sobre los hombros les ocultaban los brazos. Mientras se movían entre las formas anónimas, Loilanun dijo a su compañera: —El corusco de Loil Bry me habló del largo amor que la unió a mi padre. Dijo muchas cosas acerca de los hombres y las mujeres que no pude comprender. Y dijo cosas crueles acerca de mi hombre. —¿Nunca has hablado con él? Loilanun eludió la respuesta. —Mi madre apenas me dejaba hablar. ¿Por qué los muertos son tan sentimentales? ¿No es terrible? Ella me odia. Lo ha perdido todo, excepto la emoción. Es como una enfermedad. Dijo que un hombre y una mujer juntos son una sola persona. No comprendo. Le dije que no comprendía. Tuve que pedirle que se callara. —¿Pediste al corusco de tu madre que se callara? —No te asombre tanto. Y mi hombre solía pegarme. Yo le tenía miedo... Jadeaba y perdía la voz. Ambas entraron agradecidas en el calor de la casa. El pozo de la curtiduría humeaba. En unos nichos ardían unas gruesas velas de grasa de ganso, con un sonido restallante, como si alguien estuviese depilando un cuero. Había allí unas veinte mujeres que bostezaban y se rascaban. Shay Tal y Loilanun comieron trozos de pan, y bebieron rathel antes de acercarse a uno de los morteros. La mujer mayor, cuyo rostro se veía mejor ahora, tenía muy mal aspecto: grandes ojeras azules y el pelo enmarañado. —¿El corusco te dijo algo útil? ¿Algo que pueda ayudar? ¿Habló de Laintal Ay? —Me dijo que tenemos que acumular conocimientos. Que tenemos que respetar el conocimiento. Se burló de mí. —Con la boca llena de pan, agregó:— Dijo que el conocimiento era más importante que la comida. Que era, en verdad, comida. Probablemente estaba confusa... Poco acostumbrada a estar allí. Es difícil comprender lo que dicen... Cuando apareció el supervisor, se volvieron a trabajar con el grano. Shay Tal miró de lado a su amiga: la luz cenicienta de la ventana del este le llenaba los huecos del rostro. —El conocimiento no puede ser comida. Por más que supiéramos, tendríamos que moler el

grano. —Cuando mi madre vivía, me mostró el dibujo de una máquina que funcionaba con el viento. Molía el grano sin que las mujeres movieran un dedo, me dijo. El viento hacía el trabajo de las mujeres. —A los hombres no les gustaría —le dijo Shay Tal, riendo. A pesar de que Shay Tal era una mujer prudente, la resolución que había tomado se hizo más firme: llegó a ser la mujer que más desafiaba lo que otras aceptaban sin reflexión. Se ocupaba de cocer el pan. Se amasaba la harina con grasa y sal, y luego se cocía al vapor sobre conductos de agua caliente en rápido movimiento. Cuando los panecillos dorados estaban listos, se dejaban enfriar y una muchacha delgada llamada Vry los repartía entre todos los pobladores de Oldorando. Shay Tal era la encargada de este proceso; sus panes tenían fama de saber mejor que los de ninguna otra cocinera. Pero Shay Tal veía muchas perspectivas misteriosas más allá de los panecillos. La rutina no la atraía y se hizo cada vez más reservada. Cuando Loilanun cayó víctima de una enfermedad consuntiva, Shay Tal la llevó a su casa, junto con Laintal Ay, a pesar de las protestas del padre, y cuidó pacientemente a la mujer mayor. Hablaban durante horas. A veces, Laintal Ay escuchaba; pero muchas otras veces se aburría y salía. Shay Tal empezó a comunicar sus ideas a las demás mujeres; hablaba en particular con Vry, más maleable por su juventud. Decía que así como el hombre prefiere la verdad a la mentira, así la luz es más necesaria que la oscuridad. Las mujeres escuchaban, y murmuraban incómodas. No sólo las mujeres. Vestida con pieles oscuras, Shay Tal tenía una majestad que los hombres percibían, Laintal Ay entre otros. Al orgulloso porte unía la orgullosa conversación. Ambas cosas atraían a Aoz Roon. Escuchaba y discutía. Shay Tal mostraba una vena seductora, que respondía al aire autoritario del cazador. Ella había aprobado que él apoyase a Dathka contra Nahkri; pero no le permitía que se tomara libertades. Su propia libertad dependía de esa negativa. . Las semanas pasaban, y grandes tormentas rugían sobre las torres de Embruddock. La voz de Loilanun era cada vez más débil, y ella murió una tarde. Durante la enfermedad había transmitido parte del conocimiento de Loil Bry a Shay Tal y a otras mujeres que habían ido a visitarla. Hizo real el pasado para ellas, y todo lo que dijo fue filtrado por la oscura imaginación de Shay Tal. Mientras decaía, Loilanun ayudó a Shay Tal a fundar lo que ambas llamaban la academia. Una academia de mujeres, donde juntas intentarían ser algo más que criadas. Muchas de esas criadas permanecieron gimiendo junto al lecho de muerte de Loilanun hasta que Shay Tal, en un acceso de impaciencia, las expulsó. —Podemos observar las estrellas —dijo Vry, elevando su cara de chiquillo—. ¿Has visto que se muevan siguiendo caminos regulares? Me gustaría comprenderlas mejor. —Todo lo que vale la pena está enterrado en el pasado —dijo Shay Tal, contemplando el rostro de la amiga muerta—. Este lugar estafó a Loilanun y nos estafa a nosotros. Los coruscos nos esperan. ¡Nuestras vidas están tan encerradas! Necesitamos hacer mejores gentes, tanto como mejores panecillos. Se puso de pie, se acercó a la ventana, y abrió los gastados postigos. La vivaz inteligencia de Shay Tal comprendió en seguida que la academia despertaría la desconfianza de los hombres de Embruddock, y sobre todo las de Nahkri y Klils. Sólo Laintal Ay, todavía inmaduro, la apoyaría, aunque ella esperaba conquistar a Aoz Roon y a Eline Tal. Comprendió que tendría que luchar contra toda oposición a la academia, y que esa lucha era necesaria para renovar el espíritu del grupo. Desafiaría el letargo general; había llegado el tiempo del progreso. La inspiración la impulsaba. Mientras enterraban a su pobre amiga, Shay Tal, con la mano apoyada en el hombro de Laintal Ay, descubrió la mirada de Aoz Roon. Empezó a hablar. Las palabras de Shay Tal fluyeron audaces y vigorosas entre los géisers. —Esta mujer estaba obligada a ser independiente. Lo que sabía era una ayuda para ella. Algunos de nosotros no podemos ser tratados como esclavos. Tenemos una visión de cosas mejores. Oíd lo que diré. Las cosas serán diferentes. Todo el mundo la miró, con asombro; la novedad del estallido les encantaba.

—¡Has hablado con Loil Bry! De modo que ya está allí... ¿Qué te ha dicho?<br />

—Están todos allí, ahora mismo, miles de ellos, debajo de nuestros pies, esperándonos... Me<br />

asusta pensar en ellos. —Loilanun se estremeció. Shay Tal rodeó con el brazo a la mujer mayor<br />

y la llevó hasta la cama, donde ambas se sentaron juntas. Afuera chillaban los gansos. Las dos<br />

mujeres se miraron, buscando consuelo.<br />

—No es la primera vez que estoy en pauk desde que murió —dijo Loilanun—. No pude<br />

encontrarla antes: sólo había un vacío donde tenía que estar. Yo sólo podía arañar el vacío... El<br />

fessupo de mi abuela gemía pidiendo atención. Es todo tan triste allí...<br />

—¿Dónde está Laintal Ay?<br />

—Oh, ha salido a cazar —dijo, y volvió en seguida a su tema—. Hay tantos, a la deriva, y no<br />

parece que se hablen. ¿Por qué se odiarán los muertos, Shay Tal? Nosotras no nos odiamos,<br />

¿verdad?<br />

—Estás muy alterada. Ven, vamos a trabajar y a comer algo.<br />

En la filtrada luz gris, Loilanun se parecía a su madre.<br />

—Quizá no tengan nada que decirse —prosiguió Loilanun—. Pero están tan ansiosos de<br />

hablar con los vivos... Así estaba mi pobre madre.<br />

Se echó a llorar. Shay Tal la abrazó, mirando atrás para ver si su madre despertaba.<br />

—Tenemos que salir, Loilanun. Llegaremos tarde.<br />

—Mi madre estaba tan cambiada... Era tan diferente, pobre sombra. Toda aquella dignidad<br />

de antes ha desaparecido. Ha comenzado a... encorvarse. Oh, Shay Tal, me da miedo pensar<br />

cómo será vivir allí para siempre...<br />

Pronunció la última frase en voz alta. La madre de Shay Tal se volvió y gruñó. Los cerdos,<br />

abajo, gruñeron. Sopló el Silbador de Horas. Era tiempo de ir a trabajar. Tomadas del brazo,<br />

bajaron las escaleras. Shay Tal llamó suavemente a los cerdos por su nombre, para<br />

tranquilizarlos. El aire estaba helado cuando empujaron la puerta y la cerraron, sintiendo que la<br />

escarcha de los paneles se quebraba bajo los dedos. A través del lodo y los grises de la mañana<br />

otras figuras se encaminaban hacia la casa de las mujeres; las mantas que sostenían sobre los<br />

hombros les ocultaban los brazos.<br />

Mientras se movían entre las formas anónimas, Loilanun dijo a su compañera: —El corusco<br />

de Loil Bry me habló del largo amor que la unió a mi padre. Dijo muchas cosas acerca de los<br />

hombres y las mujeres que no pude comprender. Y dijo cosas crueles acerca de mi hombre.<br />

—¿Nunca has hablado con él?<br />

Loilanun eludió la respuesta.<br />

—Mi madre apenas me dejaba hablar. ¿Por qué los muertos son tan sentimentales? ¿No es<br />

terrible? Ella me odia. Lo ha perdido todo, excepto la emoción. Es como una enfermedad. Dijo<br />

que un hombre y una mujer juntos son una sola persona. No comprendo. Le dije que no<br />

comprendía. Tuve que pedirle que se callara.<br />

—¿Pediste al corusco de tu madre que se callara?<br />

—No te asombre tanto. Y mi hombre solía pegarme. Yo le tenía miedo...<br />

Jadeaba y perdía la voz. Ambas entraron agradecidas en el calor de la casa. El pozo de la<br />

curtiduría humeaba. En unos nichos ardían unas gruesas velas de grasa de ganso, con un sonido<br />

restallante, como si alguien estuviese depilando un cuero. Había allí unas veinte mujeres que<br />

bostezaban y se rascaban.<br />

Shay Tal y Loilanun comieron trozos de pan, y bebieron rathel antes de acercarse a uno de<br />

los morteros. La mujer mayor, cuyo rostro se veía mejor ahora, tenía muy mal aspecto: grandes<br />

ojeras azules y el pelo enmarañado.<br />

—¿El corusco te dijo algo útil? ¿Algo que pueda ayudar? ¿Habló de Laintal Ay?<br />

—Me dijo que tenemos que acumular conocimientos. Que tenemos que respetar el<br />

conocimiento. Se burló de mí. —Con la boca llena de pan, agregó:— Dijo que el conocimiento<br />

era más importante que la comida. Que era, en verdad, comida. Probablemente estaba confusa...<br />

Poco acostumbrada a estar allí. Es difícil comprender lo que dicen...<br />

Cuando apareció el supervisor, se volvieron a trabajar con el grano.<br />

Shay Tal miró de lado a su amiga: la luz cenicienta de la ventana del este le llenaba los<br />

huecos del rostro.<br />

—El conocimiento no puede ser comida. Por más que supiéramos, tendríamos que moler el

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