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aldiss, brian w - heliconia primavera.pdf

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conseguido vivir entre ellas y sin embargo totalmente apartada. Había en ese alejamiento una<br />

especie de inspiración: era como si ellas, incapaces de sostener por sí mismas esa inspiración, la<br />

hubieran vivido por intermedio de Loil Bry.<br />

Todo el mundo reconocía los conocimientos de Loil Bry. Nahkri y Klils acudieron a<br />

homenajear a la anciana tía, aunque no se molestaron en ordenar al padre Bondorlonganon que<br />

supervisara el entierro. Permanecieron en el borde de la multitud doliente, susurrando. Shay Tal<br />

y Laintal Ay fueron a consolar a Loilanun, que no habló ni lloró mientras bajaban a su madre al<br />

suelo mojado.<br />

Más tarde, mientras se alejaban, Shay Tal oyó que Klils decía: —Después de todo, hermano,<br />

era sólo una mujer más...<br />

Shay Tal enrojeció, trastabilló, y hubiera caído si Laintal Ay no la hubiese tomado por la<br />

cintura. Se marchó directamente a la habitación ventilada donde vivía con su madre, y allí se<br />

quedó con la frente apoyada en la pared.<br />

Tenía buena figura, pero no lo que se llamaba una figura maternal. Como méritos externos<br />

lucía un abundante pelo negro, rasgos delicados y un aire orgulloso. Ese porte atraía a algunos<br />

hombres, pero repelía a muchos otros. Shay Tal había rechazado las insinuaciones del vivaz<br />

Eline Tal. Eso había ocurrido suficiente tiempo atrás como para que ella advirtiera la carencia<br />

de otros posibles festejantes, con excepción de Aoz Roon. Pero tampoco él se doblegaría.<br />

Y mientras estaba en su habitación, apoyada contra la pared húmeda donde crecían las flores<br />

esqueléticas de los líquenes grises, decidió que la independencia de Loil Bry sería su ejemplo.<br />

No sería sólo una mujer más, dijeran lo que dijeran de ella sobre su tumba.<br />

Todas las mañanas, al alba, las mujeres se reunían en la llamada casa de las mujeres. Era una<br />

especie de fábrica. Con la primera luz, figuras embozadas en pieles y algún abrigo adicional<br />

emergían de las ruinosas torres y se deslizaban hacía el lugar de trabajo.<br />

La niebla saturaba ese momento, cortada en bloques translúcidos por las torres, atravesada<br />

por aves blancas. Las piedras estaban húmedas, y bajo los pies rezumaba el fango. La casa de<br />

las mujeres se alzaba en un extremo de la calle principal, cerca de la gran torre. Detrás de ella, a<br />

cierta distancia, corría el Voral junto al desgastado muelle de piedra. Cuando las mujeres iban a<br />

trabajar, los gansos, las aves de corral de Embruddock, se precipitaban gritando a recibir el<br />

alimento que traían las mujeres. Dentro de la casa, una vez que se cerraba la pesada y crujiente<br />

puerta, se cumplían las eternas tareas de las mujeres: moler el grano para obtener harina, cocer,<br />

asar, coser ropas y botas, y curtir pieles. El curtido era particularmente difícil y lo supervisaba<br />

un hombre, Datnil Skar, maestro de la corporación de curtidores. El proceso requería sal, y<br />

tradicionalmente los curtidores se ocupaban de todo lo que concernía a la sal. Y también era<br />

preciso cubrir las pieles con excremento de ganso, tarea que se consideraba denigrante para los<br />

hombres. Los chismes alegraban el trabajo, mientras las madres y las hijas discutían los defectos<br />

de los hombres y los vecinos.<br />

Loilanun trabajaba ahora allí con las demás mujeres. Había adelgazado mucho y tenía en la<br />

cara un color amarillento. El odio contra Nahkri y Klils le devoraba a tal punto las entrañas que<br />

apenas hablaba, incluso con Laintal Ay, quien ahora decidía libremente sobre su propio camino.<br />

Loilanum sólo era amiga de Shay Tal. Shay Tal tenía un poco de hada, y un modo de pensar<br />

muy ajeno a la torpe sumisión que caracterizaba a las mujeres de Embruddock.<br />

Una fría madrugada, Shay Tal acababa de dejar la cama cuando oyó golpes abajo, en la<br />

puerta. La niebla había penetrado en la torre, ocupando la habitación donde dormía con la<br />

madre. Estaba poniéndose las botas en esa perlada penumbra cuando llamaron otra vez.<br />

Loilanun abrió la puerta, entró en el establo y subió hasta la habitación de Shay Tal. Los cerdos<br />

de la familia gruñeron en la oscuridad mientras Loilanun subía a tientas los crujientes escalones,<br />

Shay Tal la recibió cuando entró en la habitación, y le tomó la mano helada. Hizo un gesto de<br />

silencio, indicando el ángulo más oscuro, donde dormía la madre. El padre había salido con los<br />

otros cazadores. En el confinamiento de esa habitación que olía a estiércol no se veía otra cosa<br />

que contornos grises, pero<br />

Shay Tal advirtió algo extraño en Loilanun y en su figura encorvada. La visita intempestiva<br />

anunciaba dificultades.<br />

—¿Estás enferma, Loilanun?<br />

—Fatigada, sólo fatigada. Shay Tal: esta noche he hablado con el corusco de mi madre.

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