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tramperos ya habían regresado. Ordenó que se cerraran las puertas.<br />
Cuando la gente se reunió en la plaza, Nahkri apareció en la base de la gran torre. Se había<br />
puesto sobre las pieles de ciervo un estammel, una gruesa prenda de lana amarilla y roja, sin<br />
mangas, para tener aire más digno. Era de estatura mediana y gruesas piernas, rostro chato,<br />
orejas grandes. En un gesto característico, echaba hacia adelante la mandíbula inferior, lo que le<br />
daba un aspecto grave y amenazador.<br />
Habló seriamente a la muchedumbre; recordó las grandes cualidades del antiguo triunvirato,<br />
de Wall Ein, de su padre Dresyl y de su tío Yuli. Ellos combinaban el valor y la sabiduría.<br />
Ahora la tribu estaba unida, y la sabiduría y el valor eran cualidades comunes. El seguiría la<br />
tradición, pero poniendo nuevo énfasis en la nueva época. Él y su hermano gobernarían, con el<br />
consejo, y escucharían siempre lo que cualquier hombre dijese.<br />
Recordó a todos que las incursiones de los phagors eran una amenaza continua, y que los<br />
mercaderes de sal del Quzint habían hablado de guerras religiosas en Pannoval. Se necesitaba<br />
un mayor esfuerzo. Todo el mundo tenía que trabajar más. Las mujeres tenían que trabajar<br />
más.<br />
Una voz de mujer interrumpió: —¡Baja de esa plataforma y trabaja un poco tú también!<br />
Nahkri se sintió perdido. Miró boquiabierto a la muchedumbre, incapaz de dar una respuesta.<br />
Loilanun hablaba desde la muchedumbre. Laintal Ay estaba junto a ella, mirando el suelo,<br />
temblando de miedo y furia.<br />
—No tienes derecho a estar ahí, y el ebrio de tu hermano tampoco —dijo Loilanun—. Soy<br />
descendiente de Yuli. Soy su hija. Aquí está mi hijo, Laintal Ay, a quien todos conocéis, que<br />
será un hombre dentro de dos cuartos. Tengo tanto conocimiento y sabiduría como un hombre;<br />
aprendí de mis padres. Mantened el triunvirato, como vuestro padre, Dresyl, a quien todos<br />
respetaban,<br />
deseaba que hicierais. Exijo gobernar con vosotros. Las mujeres han de tener voz. Amo a<br />
vuestra familia. Hablad por mí, todos, haced que se reconozcan mis derechos. Y cuando Laintal<br />
Ay llegue a la edad adecuada, gobernará en mi lugar. Yo lo prepararé como es debido.<br />
Sintiendo que le ardían las mejillas, Laintal Ay miró sin alzar el rostro. Oyre lo observaba<br />
con simpatía y le hizo una señal.<br />
Varias mujeres y unos pocos hombres empezaron a dar gritos, pero Nahkri ya se había<br />
recuperado. Gritó más fuerte.<br />
—Nadie será gobernado por una mujer si puedo evitarlo. ¿Quién ha oído hablar de semejante<br />
cosa? Loilanun, tienes la cabeza tan floja como tu madre, si dices eso. Todos sabemos que has<br />
sido desgraciada por la muerte de tu hombre, y todos lo lamentamos; pero lo que has dicho es<br />
un disparate.<br />
La gente se volvió y miró la cara desgastada y arrebatada de Loilanun. Ella también los miró,<br />
sin parpadear y dijo: —Los tiempos están cambiando, Nahkri. Tan necesario es el cerebro como<br />
los músculos. Y con toda honestidad, muchos de nosotros no confiamos en ti ni en el necio de tu<br />
hermano.<br />
Se oyeron unos murmullos en favor de Loilanun, pero un cazador, Faralin Ferd, dijo<br />
rudamente: —Sólo es una mujer. A mí no me gobernará. Preferiría soportar a esos dos bribones.<br />
Hubo muchas risas sinceras, y Nahkri triunfó mientras la multitud aplaudía. Loilanun se<br />
abrió paso y se fue a llorar en alguna parte. Laintal Ay la siguió de mala gana. La compadecía y<br />
la admiraba; y también pensaba que era absurdo que una mujer gobernara Oldorando. Nadie<br />
había oído nunca una cosa así, como había dicho Nahkri.<br />
Se detuvo un momento al borde de la muchedumbre, y una mujer llamada Shay Tal se le<br />
acercó y le agarró la manga. Era una joven amiga de la madre, de rostro hermoso y mirada<br />
penetrante, como de halcón. Él la conocía como una mujer simpática y rara que ocasionalmente<br />
visitaba a la abuela y le traía pan.—Iré contigo a consolar a tu madre, si no te molesta —le dijo<br />
Shay Tal—. Te ha avergonzado, lo sé; pero cuando la gente habla sinceramente, muchas veces<br />
nos confunde. Admiro a tu madre, como admiré siempre a tus abuelos.<br />
—Sí, es valiente. Pero la gente se ha reído.<br />
Shay Tal lo miró inquisitivamente.<br />
—La gente se ha reído, sí. Sin embargo, muchos de los que reían la admiran también. Están<br />
asustados. La mayor parte de la gente está siempre asustada. Recuérdalo. Tenemos que